domingo, 13 de noviembre de 2022

 AREA DE SAN VICENTE-MIGUEL DEL CID-TEODOSIO

Calle Alfaqueque 

Es una calle larga, estrecha y de poco tránsito, que desemboca en la calle Goles, cerca de la Puerta Real. 

Esta cruzada por García Ramos, Mendoza de los Ríos y Redes y por su izquierda desemboca Antonio Salado. 

Conserva la misma configuración que en el plano de Olavides de 1771, pues apenas ha sido objeto de alineaciones parciales (1872).

Su nombre actual está documentado al menos desde 1408 y se ha mantenido invariable a través de los siglos. 

Según González de León, esta calle pertenecía al cuartel y formaba parte de la parroquia de san Lorenzo.

La palabra alfaqueque procede del árabe hispánico alfakkák, la cual a su vez procede del árabe clásico fakkāk.

Esta palabra significa “redentor de cautivos” y designaba, en la edad media, al encargado del rescate de los cristianos en la zona fronteriza de los reinos de Granada y Castilla, por tanto, esta calle está dedicada a la memoria de todos los que se dedicaron a redimir cautivos.

El intercambio de prisioneros o la liberación de estos mediante rescate ha sido una constante a lo largo de la historia y el alfaqueque era la persona que se ocupaba de negociar la liberación de los cautivos cristianos, también existía su homólogo musulmán que hacía lo propio con los cautivos moros en territorio cristiano.

Caballero nazari

Hay que tener en cuenta, que La Extrema Durii, frontera entre Castilla y el Al-Ándalus, era un extenso territorio poco definido. 

La inexistencia de un trazo definido, que separase físicamente un lado y otro de la frontera, ofrecía una tierra de nadie propicia para cabalgadas y razzias, donde obtener un jugoso botín. 

Una razia​ o razzia (del francés razzia ‘incursión’, y este del árabe argelino  ġaziya (غزية‎), ‘algara’) es un término usado para referirse a un ataque sorpresa contra un asentamiento enemigo. 

Aunque principalmente buscaba la obtención de botín, históricamente los objetivos de una razia han sido diversos, como la captura de esclavos, la limpieza étnica o religiosa, la expansión del territorio y la intimidación del enemigo.

Estas razzias, eran bastante habitual en las largas temporadas de paz, cuando la ausencia de guerra obligaba a mantener ociosos a bandas de guerreros, que ganaban su sustento durante las campañas bélicas. Para ellos, un botín significaba obtener ganado, alimentos y cautivos. Cautivos que luego se podían vender como esclavos, u obtener un buen rescate. Como consecuencia se originó uno de los negocios más lucrativos de la frontera: La Alfaquequería.

Ya en el siglo XIII, en el conjunto de normas de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio, se recoge la definición de cautivos y las razones para su redención: “son aquellos que caen prisioneros de hombres de otra creencia, sus amos los pueden matar, torturar o esclavizar, siendo una de las peores situaciones que se puede encontrar una persona, y por tanto tienen el derecho a ser liberados incluso pagando un rescate”.

Extracto de las Siete Partidas de Alfonso X el Sabio

También contempla el contenido y desarrollo del oficio de alfaqueque, “son los encargados de liberar a los cristianos esclavos en un país musulmán y de mediar entre las familias y los poseedores del cautivo, para ultimar la cuantía del rescate. Han de ser hombres de honor, desinteresados, conocedores de la lengua árabe, y poseer bienes propios para garantizar los rescates”. 

Regulariza el oficio de alfaqueque y además fija por escrito sus cualidades: “deben tener en sí seis cosas: la primera, que sean verdaderos de donde llevan el nombre; la segunda, sin codicia; la tercera, que sean sabedores tanto del lenguaje de aquella tierra a la que van, como del de la suya; la cuarta, que no sean malqueridos; la quinta, que sean esforzados; la sexta que tengan algo suyo. Y sobre todas estas cosas conviene que sean capaces de conservar el secreto, pues si tales no fuesen, no podrían guardar su verdad”.

Además de lo expuesto anteriormente, debía ser miembro de un linaje bien afamado. El proceso de elección tenía que ser ratificado por “doce hombres buenos que tome el rey, o el que estuviere en su lugar, o los principales de aquel concejo donde moraren aquellos que hubieren a ser alfaqueques, y estos han de ser sabedores del hecho de los otros, porque puedan jurar sobre los santos Evangelios en mano del rey o del que fuere puesto en su lugar” (Sánchez-Díaz-Trujillo, 2006). Y a su vez, la persona escogida para el puesto debía jurar lealtad a que “desempeñará su cometido sin causar perjuicio al cautivo que debe liberar y que ni por amor ni malquerencia que hubiesen a alguno no dejasen de hacer esto, ni por don que les diesen ni les prometiesen dar”.

Por todo esto, eran personajes muy importantes, que gozaban de una especial inmunidad personal, viajaban por los caminos reales exhibiendo para su identificación su bandera o el pendón real.

Presidente Emérito Rafael Florez el Alfaqueque

A la hora de cifrar sus honorarios, los estudios no son homogéneos, varían entre el 10 y el 12% en metálico del valor del rescate (López de Coca, 2013), pero si la liberación se realizaba mediante el intercambio de prisioneros, el pago del mediador era de 100 maravedíes (Serrano, 2016).

Lo que sí parece claro es que el precio de un cautivo dependía del sexo. El rescate de una mujer era más caro que el de un hombre, porque los hombres eran fundamentales, como fuerza de trabajo, en la economía medieval, mientras que las mujeres tenían mayor valor económico en los mercados esclavistas, principalmente del norte de África y eran requeridas para formar parte de los harenes de la nobleza musulmana (Cabrera, 1996).

A mediados del siglo XIV la Corona de Castilla, por Decreto de Enrique II, creó la figura del Alfaqueque Mayor, cargo que recaería en miembros de la nobleza. En Sevilla fue desempeñado por el linaje de la familia Saavedra, condes de Castellar, que entroncaron, a partir del siglo XVII, con otras casas nobiliarias peninsulares, primero con los duques de Santisteban del Puerto y, definitivamente en 1818, con los duques de Medinaceli.

A partir de la conquista del reino de Granada en el siglo XVI, los Saavedra compartirán su labor de redención de cautivos con las órdenes religiosas de los trinitarios y de los mercedarios, hasta la disolución de la Alfaquequería por Felipe III en 1620, quedando su labor en manos solamente de las órdenes religiosas. 

Casas de la Calle Alfaqueque

En ella abundan las casas tradicionales sevillanas, algunas de muy buen porte con tres plantas, alternado con otras de escaleras de principios de siglo, en no buen estado de conservación. El deterior de fachada se aprecia sobre todo en los últimos tramos.

Presenta salva-ruedas en las esquinas con Cardenal Cisneros-Virgen de los Buenos libros, García Ramos y Antonio Salado.

Cardenal Cisneros.                                                                         García Ramos

Antonio Salado

El noble oficio de vendedor de búcaros se pone de manifiesto en esta fotografía datada en 1950, aunque podría ser incluso posterior a juzgar por los peinados y las vestimentas de las señoras que aparecen en la imagen. El detalle de las gafas de sol, tanto en uno de los aguadores como del señor que camina pegado a la pared en dirección al fotógrafo, también delata que se trata de una instantánea posterior, puesto que las lentes de sol no se popularizaron hasta bien entrados los años 60, con la llegada del turismo.

La imagen está tomada en la esquina de la calle Alfaqueque con Mendoza de los Ríos, al fondo se advierten los naranjos de la calle Virgen de los Buenos Libros.

El personaje que vocea la mercancía lleva un “búcaro”, similar al que Velázquez pintó en su célebre cuadro “El aguador de Sevilla”, y de las angarillas del borrico cuelgan dos botijitos pequeños, transportados entre pajas para su venta callejera. No debe confundirse este vendedor de búcaros con un azacán, nombre por el que se conocía a los aguadores, y que dió origen a un verbo, azacanear, sinónimo de andar de un lado para otro, entretenido en ocupaciones, como las de dar de beber al sediento.

“El aguador de Sevilla”. Velázquez

Como curiosidad relacionada con la calle se puede contar la que recoge Álvarez Benavides.

D. Gaspar de Yelves era descendiente de una conocida familia de Castilla la Nueva, y nacido en nuestra ciudad poco antes de mediar el siglo XVII.

Apenas tuvo la edad precisa D. Gaspar, ingresó en el ejército y militó largos años bajo las órdenes de algunos ilustres caudillos, al servicio del monarca Carlos II.

Hacia el año 1672 D. Gaspar Yelves se retiró del ejército y contrajo matrimonio con una dama rica y huérfana y vivían en una casa situada en la calle de Alfaqueque, y eran tratados por la vecindad con todas las consideraciones debidas a su clase.

Comenzó a hacer, con frecuencia, algunos viajes, que le tenían alejado de su casa por periodos más o menos largos y; según su mujer, eran viajes de negocios relacionados con la administración de sus bienes.

A mediados del 1697, su viaje se prolongó tanto, que puso en cuidado a su esposa y amigos.

Por los años de 1695, y cuando España atravesaba una situación lamentable aparecieron en los campos andaluces numerosas partidas de bandoleros, que llevaban a cabo robos e incluso asesinatos.

En una ocasión estos bandoleros realizaron un robo sacrílego de gran consideración en una iglesia, y se desplegó una gran actividad por la justicia, que consiguió capturar a algunos de los autores que fueron conducidos a la cárcel de Sevilla y ahorcados en el mes de enero de 1698 en la plaza de san Francisco.

Cuando el que aparecía como jefe de la partida llegó al patíbulo, algunos de los que presenciaban la triste escena, se llevaron la gran sorpresa al comprobar que se trataba del capitán Gaspar de Yelves.

La cabeza del reo—según dice un autor—estuvo tres días pendiente de una escarpia en la fachada de la casa de la calle Alfaqueque, y el cuerpo fue descuartizado, según la bárbara costumbre de aquellos tiempos.

Casa numero 7

A lo largo de la calle existieron una serie de establecimientos que alcanzaron un gran nombre en la Sevilla del XIX y del que destacó la fábrica de yeso y despacho de cal de la casa número 7 de la que era propietaria José Concha, aparejador de obra, que vendía en su establecimiento toda clase de géneros para la albañilería.

Actualmente la casa rotulada con el número 7 se corresponde con una casa unifamiliar.


Casa numero 18



Casa numero 20


Casa numero 24

En el numero 24 existió el llamado Corral de Gaspar, sustituido por un edificio de pisos.