RUTAS POR SEVILLA: Vírgenes
Virgen de los Dolores.
El título de “Nuestra Señora de los Dolores”, hace
honor a las pruebas que enfrentó la Madre del Siervo Sufriente (Isaías
52,13-53,12).
Son los siete dolores de María como
conjunto de sucesos de la vida de la Virgen María, en su gran misterio de amor, que no se deben confundir con los
cinco misterios de dolor del Santo Rosario.
1. La Profecía de de Simeón o la Presentación de Jesús en el Templo (Lc 2: 32-35).
En la presentación
de Jesús en el Templo, María acompañada
de José, se encuentran con el anciano Simeón, el cual les
bendijo y habló a María sobre la espada que atravesará su corazón:
“Éste
está puesto para caída y elevación de muchos en Israel, y como signo de
contradicción. ¡y a ti misma una espada te atravesará el alma! a fin de que
queden al descubierto las intenciones de muchos corazones”.
2. La Huida a Egipto (Mt
2: 13-15)
La Sagrada Familia tuvo que huir a Egipto para salvar a
Jesús del Rey Herodes: “Cuando ellos
se retiraron, el ángel de Señor se apareció en sueños a José y le dijo: “Levántate,
toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo
te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle. Él se levantó, tomó
de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la
muerte de Herodes: para que se cumpliera lo dicho por el Señor por medio del
profeta: De Egipto llamé a mi hijo”.
3. La Pérdida del Niño
Jesús en el Templo (Lc 2: 43-45)
Cuando Jesús tenía 12 años, María y San José sufrieron
el dolor de perderlo durante tres días en el Templo: “Al cabo de tres días, le encontraron en el Templo
sentado en medio de los maestros, escuchándoles y haciéndoles preguntas…Cuando
le vieron quedaron sorprendidos y su madre le dijo: “Hijo, ¿por qué nos has
hecho esto? Mira, tu padre y yo, angustiados, te andábamos buscando…”
4. María se encuentra con Jesús camino al
Calvario (Lc 23: 26-28).
“Le seguía un gran gentío del pueblo y de mujeres que
se golpeaban el pecho y lanzaban lamentos por él”.
Lam 1,12: Este versículo de las “Lamentaciones”
personifica a Jerusalén como una mujer que clama en medio de su sufrimiento. Es
una invitación a los que “pasan por el camino” (espectadores, pueblos vecinos o
incluso Dios) a que contemplen su dolor y se conmuevan. Expresa una profunda
sensación de abandono, humillación y juicio divino.
Es una forma poética y desgarradora de mostrar cómo el
pueblo siente que su sufrimiento no tiene comparación y busca consuelo o al
menos empatía.
5. Crucifixión de Jesús (Jn
19: 17-39)
“Y cuando
llegaron al lugar que se llama Calvario, lo crucificaron allí. Junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María,
esposa de Cleofás, y María Magdalena. Al ver a la madre y cerca de ella al
discípulo a quien amaba, Jesús le dijo: “Mujer, ahí tienes a tu hijo”. Luego
dijo al discípulo: “Ahí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo
la recibió en su casa”.
De este modo hace a María madre del discípulo, y hace
que el discípulo sea hijo de la Madre: "La recibió en su casa", es
decir, en su interior, en lo que más aprecia.
En ese discípulo, la tradición
sugiere que está toda la Iglesia. María está confiada a la Iglesia, y la
Iglesia está confiada a María, Madre de Jesús, primera discípula del Hijo.
Pero en ese título
"Mujer", Jesús alude a Eva: "Será llamada Mujer" (Gn 2,23):
María es la nueva Eva.
6. Descendimiento de la
Cruz.
“Era ya el atardecer; y como
era el día de la Preparación, es decir, la víspera del sábado,
vino José de Arimatea, miembro noble del Consejo, que también esperaba el Reino
de Dios, y tuvo el valor de presentarse a Pilato y pedirle el cuerpo de Jesús.
Pilato se extrañó de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión le preguntó
si hacía mucho tiempo que había muerto. Informado por el centurión, concedió el
cadáver a José. Este compró una sábana, lo bajó de la cruz, lo envolvió en la
sábana y lo colocó en un sepulcro excavado en la roca. Luego hizo rodar una
piedra a la entrada del sepulcro” (Mc 15: 42-46) .
"Después
de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús, aunque en secreto por
miedo a los judíos, pidió a Pilato que le dejara llevarse el cuerpo de Jesús.
Pilato lo autorizó, y él fue y se llevó el cuerpo" (Jn 19: 38).
La frase: “José
de Arimatea pidió el cuerpo de Jesús. Y al bajarlo de la cruz, lo depositó en
los brazos de su Madre” no aparece literalmente en ninguno de los Evangelios canónicos (Mateo,
Marcos, Lucas o Juan). Es una ampliación
piadosa basada en la tradición cristiana y el arte devocional,
especialmente reflejada en la Piedad
de Miguel Ángel y otras representaciones de María recibiendo el cuerpo de su
Hijo muerto.
Es una
expresión profunda del dolor de una madre y del papel
de María como Corredentora,
que comparte el sufrimiento redentor de su Hijo. Aunque no sea un hecho narrado
literalmente en los evangelios, encarna una verdad espiritual y emocional
que ha sido muy significativa en la tradición cristiana.
7. Entierro de Jesús
“Tomaron el cuerpo de Jesús y lo envolvieron en
lienzos con aromas, como es costumbre sepultar entre los judíos. Había un
huerto en el lugar donde fue crucificado, y en el huerto un sepulcro nuevo, en
el que nadie había sido depositado todavía. Allí, pues, por razón de la
Preparación de los judíos y porque el sepulcro estaba cerca, pusieron a Jesús”
(Jn 19: 40-42).
“Lo bajó (de la cruz), lo
envolvió en una sábana y lo puso en un sepulcro excavado en la roca, donde
nadie había sido puesto todavía. Era el día de la Preparación, y comenzaba a despuntar el sábado” (Lc 23, 53-54).
Devoción a los Dolores de la Virgen
María
La devoción a los Dolores de la Virgen María tiene
raíces muy antiguas dentro de la tradición cristiana. Ya en el siglo VIII,
algunos escritos eclesiásticos reflexionaban sobre la compasión de la Madre de
Dios ante el sufrimiento de su Hijo, lo que dio origen a las primeras
expresiones de veneración en torno a este aspecto de su vida.
Durante la Edad Media, comenzó a tomar forma la
costumbre de meditar sobre los gozos
y los dolores de la Virgen. Inicialmente
se celebraban los cinco gozos, y
con el tiempo también se incorporó la memoria de sus cinco dolores, los cuales luego se ampliarían a siete, número que se mantendría como
referencia en la tradición posterior.
Esta devoción fue tomando fuerza especialmente en
Occidente a partir del siglo XI, encontrando un gran eco en los países del
Mediterráneo, donde la figura de la Mater
Dolorosa se convirtió en un símbolo de ternura y fortaleza ante el
dolor.
Uno de los testimonios más antiguos y significativos
de esta espiritualidad mariana es el himno Stabat Mater, atribuido al beato Jacopone da Todi (1230–1306). Esta conmovedora oración, nacida en
el contexto medieval, sigue siendo parte de la liturgia actual, especialmente
en las celebraciones de la Semana Santa.
La fiesta
litúrgica en honor a la Virgen de los Dolores comenzó a celebrarse en la
Edad Media, inicialmente durante la semana
de Pascua, aunque con el paso del tiempo fue consolidándose como una
conmemoración independiente en el calendario de la Iglesia.
Un acontecimiento clave en la expansión del culto a
Nuestra Señora de los Dolores fue la fundación, en 1233, de la Orden de los
Siervos de María (Servitas),
quienes desempeñaron un papel esencial en la difusión de esta devoción. Tal fue
su influencia que, en 1668, se
les concedió el privilegio de celebrar una Misa votiva en honor a los Siete Dolores de la Virgen María.
La orden tuvo su origen el 15 de agosto de 1233, en la ciudad de Florencia, cuando siete
hombres piadosos, conocidos como los Siete Santos Fundadores, decidieron consagrar su vida al servicio
de la Virgen. Provenientes de familias nobles y burguesas, estos hombres ya
formaban parte de una cofradía dedicada a la Virgen María. Según relata la Leyenda del Origen (n. 18), tomaron
esta decisión “en honor de Dios y al servicio de su Madre”.
Buscando una vida de retiro, oración y penitencia, se
establecieron en una casa ubicada en Cafaggio,
un suburbio florentino en aquel tiempo. Allí dieron forma a una vida
comunitaria austera, centrada en la oración como alabanza continua a Dios.
El nombre “Siervos
de María” no fue casual, pues eligieron llamarse así porque su fundación
coincidió con la solemnidad de la Asunción
de la Virgen, y su espiritualidad estuvo desde el inicio marcada por la
entrega total a María. Pronto adoptaron el hábito negro como signo de penitencia y asumieron la Regla de San Agustín como norma de
vida religiosa. El 13 de marzo de 1249,
el Papa Inocencio IV reconoció
oficialmente la orden.
Uno de los aspectos más singulares de los Servitas es
que constituyen el único caso en la
historia de la Iglesia de una orden religiosa fundada no por una o dos
personas, sino por siete fundadores.
En reconocimiento a su santidad y legado, el Papa León XIII los canonizó
a todos el 15 de enero de 1888.
Entre ellos, el más recordado es San Alejo Falconieri, quien vivió una
larga vida y fue testigo del crecimiento y expansión de la orden por Europa. A
día de hoy, los Siervos de María siguen activos y en 2015, contaban con aproximadamente 872 religiosos (de los cuales 587 eran sacerdotes) distribuidos en unas 150 comunidades alrededor del mundo, presentes en los cinco continentes.
La conmemoración de los Dolores de la Virgen María fue incorporándose progresivamente a la
vida litúrgica de la Iglesia, fruto de una creciente devoción que se fue
consolidando con el paso de los siglos. Ya en el siglo XV, comenzaron a celebrarse las primeras liturgias en honor
a María al pie de la Cruz,
especialmente en Colonia, donde
en 1423 se documenta una de las
primeras celebraciones oficiales.
Posteriormente, en 1472, gracias al impulso del Papa Benedicto XIII, se extendió a toda la Iglesia la conmemoración del
llamado Viernes de Dolores,
celebrado el viernes anterior al Domingo
de Ramos, dentro de la semana de Pasión. Esta fecha sirvió para
introducir de forma más universal la meditación sobre el sufrimiento de la
Virgen durante la Pasión de su Hijo.
Con el paso del tiempo, la devoción se fue
fortaleciendo. En 1692, el Papa Inocencio XII autorizó una nueva
celebración en honor a los Siete
Dolores de la Virgen, fijándola en el tercer domingo de septiembre. Sin embargo, no fue hasta 1814, bajo el pontificado del Papa Pío VII, cuando esta fiesta fue
incorporada oficialmente al calendario litúrgico romano, otorgándole un lugar
más estable dentro de la vida de la Iglesia.
La forma actual de la celebración se consolidó en el siglo XX, cuando el Papa Pío X, en 1913, estableció de manera definitiva la fecha del 15 de septiembre, justo después de la Exaltación de la Santa Cruz (14 de
septiembre). Además, cambió el nombre de la memoria litúrgica, de los “Siete
Dolores” pasó a llamarse “Nuestra
Señora de los Dolores”, subrayando así no solo la cantidad de
sufrimientos, sino la figura entera de María Dolorosa.
Gracias a esta evolución, la Iglesia conmemora dos veces al año los dolores de la
Virgen, el Viernes de Dolores,
durante la Semana de Pasión, y el 15 de
septiembre, inmediatamente unido a la celebración de la Cruz de Cristo.
Esta cercanía en el calendario simboliza
profundamente la unión inseparable entre la Madre Dolorosa y su Hijo
crucificado, centro de la fe y esperanza cristiana.