lunes, 26 de diciembre de 2022

 ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA

La Leyenda de Doña María Coronel

Doña María Fernández Coronel era una bella joven, de una familia muy acomodada, que tenía su casa en la esquina de la calle Arrayan con el mercado de la feria (actualmente plaza Calderón de la Barca), justo al lado del palacio de los marqueses de la Algaba y, que recientemente ha sido restaurada para la instalación de unas dependencias oficiales (Centro Municipal de Servicios Sociales de Casco Antiguo).

María Fernández Coronel. Joaquín Domínguez Bécquer. 1857. Casa Consistorial de Sevilla


Plaza de Calderón de la Barca

Doña María se casó con el caballero Don Juan de la Cerda, descendiente de la familia real de León.

Cuando se produjo el alzamiento contra el rey Don Pedro por parte de sus hermanos bastardos, encabezados por Don Enrique de Trastamara, don Juan de la Cerda se adhirió, aportando dinero, armas y soldados, a la causa de Don Enrique, esto motivó que el rey legitimo le condenase por traidor y al cogerlo prisionero en una batalla, lo mando decapitar.

Doña María Coronel, para solicitar su perdón, partió al encuentro del Rey don Pedro, y lo halló en la villa de Tarazona, gozando del eventual descanso del guerrero.

El rey Don Pedro I el Cruel

El rey la recibió en el salón principal del Palacio, se quedó prendado de su belleza y extendió un papel, firmado de su puño y letra bajo el marchamo de su propio sello, en el que, haciendo gala de su generosidad, concedía el perdón solicitado, sabedor de que cuando Doña María llegara a Sevilla y exhibiera el documento ante las autoridades competentes, ya se habría cumplido la sentencia de muerte contra su esposo, don Juan de la Cerda.

Pasado algún tiempo, el rey don Pedro volvió a Sevilla (al Alcázar), donde vivía doña María Fernández Coronel, administrando los bienes que le pertenecían por su dote, puesto que los bienes de su esposo fueron expropiados por el rey,  y su casa, situada junto a la iglesia de San Pedro, había sido derribada y su suelo sembrado con sal para impedir que naciera la hierba, como escarmiento para traidores.

Al reencontrarse con ella, dada su belleza, se enamoró y la persiguió para rendirla, a pesar del rechazo de ella. Por ello, se refugió en casa de sus padres, en la calle Arrayan, intentando evitar esta persecución.

Pero el rey siguió intentando poseerla y para ello, asaltó el edificio donde residía. Doña María pudo huir, cubierta con un velo, por la puerta que daba frente al Omnium Sanctorum, cruzó Feria, rodeó la laguna (actualmente "Paseo de la Alameda") y llegó a pedir amparo y refugio en el convento de las monjas Clarisas de Santa Clara.


Convento de santa Clara en la calle santa Clara 40

Las monjas ocultaron a doña María en una zanja del jardín que cubrieron con unas tablas y tierra.

Al día siguiente, el rey, informado del paradero de Doña María, recorrió todo el convento sin encontrarla, porque milagrosamente sobre la tierra que cubría el improvisado refugio nacieron flores y hierba, por ello esta historia se denominó la “leyenda del Perejil”.

Pero, pasado algún tiempo, el rey fue informado de su presencia en el convento, por lo que se presentó de improviso y persiguió a doña María por sus diferentes estancias. 

Doña María, en su huida, entró en la cocina y derramó sobre su cara una sartén llena de aceite hirviendo, con el objetivo de quedar desfigurada, para que el rey dejara de desearla, y efectivamente el rey huyó despavorido y desconsolado.

El rey arrepentido, mandó a la abadesa de santa Clara que cuidase a doña María y que le concedería todo lo que ella pidiese. 

Doña María una vez recuperada pidió al rey que le devolviese el solar de la casa de su marido, junto a la iglesia de san Pedro, donde ella fundaría un convento.

El rey le concedió el solar y ella hizo construir el convento de Santa Inés, de donde fue priora durante muchos años, pues murió con edad avanzada. 

Puerta y compas del Convento de Santa Inés

Fue enterrada en el coro, pero en el siglo XIX, al hacer unas obras encontraron un ataúd donde estaba su cadáver perfectamente conservado.

Las monjas lo colocaron en una urna de cristal y todos los años, el 2 de diciembre, puede ser visitada en la iglesia de santa Inés, y contemplar su cuerpo con las cicatrices en su rostro de sus quemaduras.

 

Cuerpo incorrupto de Doña María Coronel

 ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA

La torre de Don Fadrique

Según cuenta la Leyenda, ​el rey Fernando III de Castilla, que había enviudado con casi 50 años de edad, de su primera esposa Beatriz de Suabia, contrajo nuevo matrimonio con doña Juana de Pointhieu, con la finalidad de acercarse políticamente a Francia. 

La diferencia de edad, entre el rey y su nueva esposa, era cercana a los 30 años, pues ella tenía 17.

San Fernando. Murillo, Bartolomé Esteban. Hacia 1672. Óleo sobre lienzo. 56 x 38 cm. Museo Nacional del Prado. Depósito en otra Institución

Condesa de Ponthieu. Reina consorte de Castilla y León

Poco después el rey inició la campaña para la conquista de Córdoba y Granada, tras lo cual, se instalaron en el Alcázar. 

Falleció el rey cuatro años después, quedando la viuda en Sevilla, sin más compañía que la de sus doncellas.

Un día visitó el Alcázar el infante D. Fadrique, hijo de Fernando III y Beatriz de Suabia, y por tanto hijastro de Juana, aunque sus edades, eran de 27 y 25 años respectivamente.

Don Fadrique que nunca había vivido en Sevilla, acudió a presentar sus respetos a doña Juana. Desde ese día, salieron juntos a cazar junto al Guadalquivir en varias ocasiones, y a pesar de las críticas, estas salidas continuaron produciéndose, cada vez con más frecuencia. 

Con la llegada del invierno, la caza a la orilla del río resultaba difícil, por lo que D. Fadrique mandó construir una torre para que la reina viuda pudiese cazar teniendo cerca un fuego. 

Torre de Don Fadrique

La justificación de su construcción era la defensa de la ciudad, ante posibles incursiones musulmanas, pero para los que entendían de estrategia militar esta explicación no era nada convincente, ya que la torre se encontraba en el interior de las murallas (intramuros).

La nobleza de Sevilla y el pueblo se unieron a una guerra contra los amantes, ya que era inadmisible que una reina viuda se volviera a casar ni que tuviera amores secretos. 

Desde entonces, cuando la reina salía junto al infante, desde el Alcázar para dirigirse a la torre, se cerraban todas las puertas y ventanas de las casas, antes de que la reina llegara a su altura.

El 24 de junio, santo de la reina, se enviaron más de 200 invitaciones desde el Alcázar, pero ni uno sólo de los invitados acudió al banquete, y por ello la reina ordenó recoger todas sus cosas y las de sus hijos para volver a Francia.

La reina embarcó en una Falúa en el embarcadero real, y mientras surcaba el río camino al Atlántico, dirigió una última mirada con los ojos llenos de lágrimas a la torre, que durante 3 años había sido su nido de amor. Con un pañuelo hizo una señal en dirección a la Torre, dónde Don Fadrique le hacía una señal de adiós con la mano.

El rey Alfonso X de Castilla, hijo de Fernando III y hermano del Infante, autorizó el proceso contra éste, obligado por la nobleza y el clero.

Don Fadrique fue sentenciado a muerte por haber ofendido el decoro real al tener relaciones ilícitas con la viuda del rey, tras lo cual, fue ejecutado en Burgos. 

Desde entonces la Torre de don Fadrique no volvió a ser utilizada. 

Retrato medieval de Alfonso X, rey de Castilla

La realidad es que el infante D. Fadrique murió por orden del rey Alfonso X, acusado de intrigar contra el soberano, como expone la documentación de la época, de manos del propio Alfonso X, "el rey mandó afogar a don Fadrique", pena generalmente usada para actos de traición, el ahogamiento en agua.

La actitud del infante no fue nueva, traicionando a su hermano en varias ocasiones, solo que esta vez, en 1277, el rey decidió no perdonarle. 

Según M. González Jiménez la idea del infante podría definirse como un movimiento para destronar a Alfonso X, en favor de su joven hijo Sancho (posteriormente Sancho IV) y él posicionarse a modo de tutor de su sobrino, controlando así el poder. 

 AREA DE SANTA CLARA-JESÚS DEL GRAN PODER 

Orden de las Clarisas

La Orden de Santa Clara o de las Hermanas Pobres de Santa Clara, cuyas monjas son conocidas como Clarisas, fue fundada por San Francisco de Asís y Santa Clara en 1212 en la iglesia de San Damián, cerca de Asís (Italia).

San Francisco de Asís. Francisco de Zurbarán. 1638. Óleo sobre lienzo. 101,2 x 75, 5 cm. Museo Soumaya. Ciudad de México.


Como el IV Concilio de Letrán de 1215 prohibía la aprobación de nuevas Reglas, las Hermanas Pobres tuvieron que profesar la Regla de San Benito, que incluía el título de abadesa y la posibilidad de poseer propiedades. 

Para evitar lo último, en 1216 Santa Clara obtuvo del Papa Inocencio III el “privilegio de la pobreza” para su monasterio de San Damián, por el que nadie las podía obligar a tener rentas y propiedades.

Este estilo de vida que se llevaba en San Damián se implantó en otros monasterios italianos. Por ello el Cardenal Hugolino, su protector, redactó en 1218 unos Estatutos para todos los monasterios de “Damianitas”.

En 1247 dichos Estatutos y la Regla benedictina fueron sustituidos por una nueva Regla impuesta por Inocencio IV que pronto cayó en desuso. 

Santa Clara no estaba conforme con nada de lo hecho anteriormente, pues estas Reglas y Estatutos no recogían el genuino espíritu de pobreza y minoridad al que se sentían llamadas.

Santa Clara redactó su propia Regla, la primera compuesta por una mujer, y dos días antes de su muerte, el 11 de agosto de 1253, Inocencio IV la aprobaba. Esta Regla de Santa Clara fue implantada en el Monasterio de San Damián, teniendo poca repercusión en el resto.

Fresco de Santa Clara y las hermanas clarisas en la Iglesia de san Damián


Para dar uniformidad a la Orden, en 1263 el Papa Urbano IV aprobó una nueva Regla que tenía en cuenta algunos puntos de la Regla de Santa Clara. También les impuso el nombre oficial de Orden de Santa Clara.

Esta Regla de Urbano IV abolía el privilegio de la pobreza en sentido estricto y establecía el sistema de rentas y la propiedad en común como el medio normal para la subsistencia de los monasterios. 

Este hecho provocó la primera división en la Orden: las Damianitas que profesaban la Regla de Santa Clara (Primera Regla) y las Urbanistas, la mayoría de los monasterios, que profesaban la Regla de Urbano IV (Segunda Regla).

Con el tiempo, casi todos los monasterios aceptaron la propiedad de bienes, incluido el Protomonasterio de Santa Clara que sustituyó al de San Damián después de la muerte de la Santa, con ello, salvo algunas excepciones, los monasterios de Clarisas seguían la Regla de Urbano IV.

A partir del s. XIV, la relajación se apoderó de muchos conventos de Franciscanos y monasterios de Clarisas. Entre los frailes surgieron reformas (Observantes, Alcantarinos, Capuchinos…), que paralelamente afectaban a las Clarisas.

La principal reformadora de las Clarisas fue Santa Coleta de Corbie, que en 1406 puso en todo su vigor la Regla de Santa Clara y redactó unas Constituciones específicas para los monasterios que se adherían a su reforma. 

Estas Constituciones Coletinas fueron aprobadas en 1454 por Pío II, y sus monjas son denominadas "Clarisas Coletinas o Descalzas". 

En 1462 esta reforma llega a España y desde entonces se expande por numerosos monasterios. Otras reformas menores fueron las de las Clarisas Recoletas, Clarisas de la Estricta Observancia y Clarisas Descalzas Alcantarinas.

Santa Coleta. Atribuido a Jerónimo Jacinto. De Espinosa. Siglo XVII. Óleo sobre lienzo.

Otra reforma que adquirió relevancia fue la de las Clarisas Capuchinas llevada a cabo por la española Madre María Lorenza Llonc en 1535 en Nápoles. Ésta impuso en su monasterio la Regla de Santa Clara con todo su rigor, añadiéndole unos estatutos inspirados en las Constituciones de los Hermanos Menores Capuchinos. En 1587 las Clarisas Capuchinas fundan en Granada su primer monasterio.

Después de éste recorrido histórico tenemos que la Orden de Santa Clara (Segunda Orden Franciscana) está formada por los diferentes monasterios de monjas enclaustradas que profesan la Regla de Santa Clara aprobada por Inocencio IV en 1253:

- Con Regla de Santa Clara y Constituciones comunes: Clarisas.

- De acuerdo a las dispensas otorgadas por Urbano IV en 1263: Clarisas Urbanistas.

- Conforme a las Constituciones redactadas por Santa Coleta: Clarisas Coletinas o Descalzas.

- Conforme a la tradición capuchina: Clarisas Capuchinas.