ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA
La Leyenda de Doña María Coronel
Doña María Fernández Coronel
era una bella joven, de una familia muy acomodada, que tenía su casa en la
esquina de la calle Arrayan con el mercado de la feria (actualmente plaza
Calderón de la Barca), justo al lado del palacio de los marqueses de la Algaba
y, que recientemente ha sido restaurada para la instalación de unas
dependencias oficiales (Centro Municipal de Servicios Sociales de Casco
Antiguo).
María
Fernández Coronel. Joaquín Domínguez Bécquer. 1857. Casa Consistorial de
Sevilla
Plaza de Calderón de la Barca
Doña María se casó con el caballero Don Juan de la Cerda, descendiente de
la familia real de León.
Cuando se produjo el alzamiento contra el rey Don Pedro por parte de sus
hermanos bastardos, encabezados por Don Enrique de Trastamara, don Juan de la
Cerda se adhirió, aportando dinero, armas y soldados, a la causa de Don
Enrique, esto motivó que el rey legitimo le condenase por traidor y al cogerlo
prisionero en una batalla, lo mando decapitar.
Doña María Coronel, para solicitar su perdón, partió al encuentro del Rey
don Pedro, y lo halló en la villa de Tarazona, gozando del eventual descanso
del guerrero.
El rey la recibió en el salón principal del Palacio, se quedó prendado de su belleza y extendió un papel, firmado de su puño y letra bajo el marchamo de su propio sello, en el que, haciendo gala de su generosidad, concedía el perdón solicitado, sabedor de que cuando Doña María llegara a Sevilla y exhibiera el documento ante las autoridades competentes, ya se habría cumplido la sentencia de muerte contra su esposo, don Juan de la Cerda.
Pasado algún tiempo, el rey don Pedro volvió a Sevilla (al Alcázar),
donde vivía doña María Fernández Coronel, administrando los bienes que le
pertenecían por su dote, puesto que los bienes de su esposo fueron expropiados
por el rey, y su casa, situada junto a
la iglesia de San Pedro, había sido derribada y su suelo sembrado con sal para
impedir que naciera la hierba, como escarmiento para traidores.
Al reencontrarse con ella, dada su belleza, se enamoró y la persiguió
para rendirla, a pesar del rechazo de ella. Por ello, se refugió en casa de sus
padres, en la calle Arrayan, intentando evitar esta persecución.
Pero el rey siguió intentando poseerla y para ello, asaltó el edificio
donde residía. Doña María pudo huir, cubierta con un velo, por la puerta que
daba frente al Omnium Sanctorum, cruzó Feria, rodeó la laguna (actualmente "Paseo de la Alameda") y llegó a pedir amparo y refugio en el convento de las
monjas Clarisas de Santa Clara.
Las monjas ocultaron a doña María en una zanja del jardín que cubrieron con unas tablas y tierra.
Al día siguiente, el rey, informado del paradero de
Doña María, recorrió todo el convento sin encontrarla, porque milagrosamente
sobre la tierra que cubría el improvisado refugio nacieron flores y hierba, por
ello esta historia se denominó la “leyenda del Perejil”.
Pero, pasado algún tiempo, el rey fue informado de su presencia en el convento, por lo que se presentó de improviso y persiguió a doña María por sus diferentes estancias.
Doña María, en su huida, entró en la cocina y derramó
sobre su cara una sartén llena de aceite hirviendo, con el objetivo de quedar
desfigurada, para que el rey dejara de desearla, y efectivamente el rey huyó
despavorido y desconsolado.
El rey arrepentido, mandó a la abadesa de santa Clara que cuidase a doña María y que le concedería todo lo que ella pidiese.
Doña María una vez recuperada
pidió al rey que le devolviese el solar de la casa de su marido, junto a la
iglesia de san Pedro, donde ella fundaría un convento.
El rey le concedió el solar y ella hizo construir el convento de Santa
Inés, de donde fue priora durante muchos años, pues murió con edad avanzada.
Fue enterrada en el coro, pero en el siglo XIX, al hacer unas obras encontraron un ataúd donde estaba su cadáver perfectamente conservado.
Las
monjas lo colocaron en una urna de cristal y todos los años, el 2 de diciembre,
puede ser visitada en la iglesia de santa Inés, y contemplar su cuerpo con las
cicatrices en su rostro de sus quemaduras.