domingo, 22 de enero de 2023

 AREA DE SANTA CLARA-JESÚS DEL GRAN PODER 

Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo

La Orden de los Carmelitas tiene sus orígenes en el Monte Carmelo, en Palestina, donde, como recuerda el II Libro de los Reyes, el gran Profeta Elías luchó en defensa de la pureza de la fe, venciendo a los sacerdotes de Baal.

Este monte ha sido considerado el jardín floreciente de Palestina y símbolo de fertilidad y belleza, de tal modo, que "Karmel" significa "jardín", " viña de Dios" en las lenguas semíticas de la zona.

De este modo, en el siglo XII (quizás después de la tercera cruzada, 1189-1191) algunos penitentes-peregrinos, provenientes de Europa, se establecieron junto a la "fuente de Elías", en una de las estrechas vaguadas del Monte Carmelo, para vivir en forma eremítica, en imitación del Profeta Elías, una vida cristiana en la tierra del Señor.

Se construyó una pequeña iglesia que dedicaron a María, Madre de Jesús, desarrollando el sentido de pertenencia a la Virgen como la Señora del lugar y como Patrona, y tomaron de ahí el nombre de "Hermanos de Santa María del Monte Carmelo".

Este primitivo grupo de ermitaños laicos, solicitaron al Patriarca de Jerusalén, Alberto Avogadro (1150-1214), residente en aquel tiempo en San Juan de Acre, en las cercanías del Monte Carmelo, la redacción de una regla breve y típicamente eremítica basada en el silencio, la oración continua, el ayuno y la abstinencia, así como en el trabajo manual.

Hacia el 1235, los Carmelitas tuvieron que abandonar el lugar, regresando a sus países de origen en Europa, a causa de las incursiones y persecuciones de los sarracenos, que estaban reconquistando la Tierra Santa.  

En su huida, mientras los monjes se embarcaban en el puerto, se les apareció la Virgen prometiéndoles su protección puesto que "Ella" era su “Stella Maris” (Estrella de los Mares), y por ello se la relaciona con el mar, aunque desde la batalla de Lepanto, la patrona de la Armada Española es la Virgen del Rosario.

En los orígenes de la congregación también destaca San Simón de Stock al que la virgen le entregó el “Escapulario” diciéndole: “Este será el privilegio para ti y todos los carmelitas, quien muriere con él no padecerá el fuego eterno, es decir, el que con él muriere se salvará”. 

Sucesivas aprobaciones de su regla de vida, por parte de varios papas, ayudaron al proceso de transformación del grupo hacia una Orden Religiosa, con la aprobación definitiva del texto primitivo como Regla (escrito por san Alberto de Jerusalén) por Inocencio IV en el 1247. La Orden del Carmelo fue de este modo incluida en las Ordenes Mendicantes y se multiplicaron y florecieron en la ciencia y en la santidad. 

Con el tiempo se acercaron a los religiosos algunas mujeres, que se transformaron en el 1452 en monjas que vivían en comunidades propias .

Las reglas serian reformadas en el siglo XV por el beato Juan Soreth, que crea las ramas femeninas y seglar.

En el siglo XVI (1562), Santa Tersa de Jesús y San Juan de la Cruz impulsaron la reforma de esta Orden de Nuestra Señora del Monte Carmelo y fundaron la Orden de los Carmelitas Descalzos, creando el primer convento en la ciudad de Ávila. La nueva regla busca retornar a la vida centrada en Dios con toda sencillez y pobreza, como la de los primeros eremitas del Monte Carmelo. 

Se tienen así dos Órdenes del Carmelo, la de los Carmelitas de la Antigua Observancia o Calzados, y la de Los Carmelitas Descalzos o Teresianos.

Posteriormente los Carmelitas descalzos se dividen en tres ramas: frailes  (Primera Orden), monjas contemplativas (Segunda Orden) y hermanos terceros o seglares (de la Tercera Orden o del Carmelo Seglar).

Su escudo representa al monte Carmelo con tres estrellas que simbolizan las tres virtudes teologales, y la corona del reino de Dios, sobre la que se representa al brazo de Elías con espada en llamas. 

Al inicio de la Revolución Francesa la Orden Carmelita estaba ya establecida en todo el mundo con 54 Provincias y 13.000 religiosos, pero a causa de esta Revolución Francesa, la Orden del Carmelo sufrió graves daños, y al final del siglo XIX estaba reducida a 8 Provincias y 727 religiosos. 

Estos pocos religiosos, durante el siglo XX, con valor y determinación restablecieron la Orden en aquellos países donde habían estado presentes anteriormente, así como también implantaron el Carmelo en nuevos continentes.

Actualmente, a partir del Concilio Vaticano II, los Carmelitas han venido reflexionando hondamente sobre su propia identidad, sobre su carisma, sobre aquello que está a la base y constituye su proyecto de vida, a saber "vivir en obsequio de Jesucristo y servirlo fielmente con corazón puro y buena conciencia".

Los carmelitas se asientan en Sevilla en 1358 fundando el Convento Casa Grande del Carmen, en la calle Baños, actual Conservatorio de Música (ver).

Posteriormente, la rama femenina calzada funda el Convento de santa María de Belén en la zona de la Alameda, actualmente desaparecido y el convento de Santa Ana en el barrio de san Lorenzo (ver).

En mayo de 1575, santa Teresa llegó a Sevilla en una caravana con seis monjas y otros viajeros. En esa época, Sevilla era la ciudad más habitada de España debido a su condición de puerta y comercio de Indias. 

Teresa pretendía fundar un nuevo convento, contando con la protección de Leonor de Valera, su primera bienhechora, pero estando bajo vigilancia del Santo Oficio por culpa de bulos y calumnias (entre los inquisidores de ese momento estaba el licenciado Carpio, tío de Lope de Vega).

Funda el primer monasterio en la calle de las Armas (actual Alfonso XII) y el segundo en un edificio de la calle de la Pajería (actual Zaragoza), gracias a la aportación de 6.000 ducados por parte de su hermano Lorenzo de Cepeda, que había hecho fortuna durante su estancia en Perú.  



El traslado de las monjas a este segundo edificio se realiza 1 de mayo de 1576, pero el solar era colindante con el convento de san Francisco y los monjes no quisieron compartir el agua con ellas, por lo que Teresa diría la frase: “Entre santa y santo, pared de cal y canto”.

A pesar de estas disputas, las descalzas vivieron durante 12 años en este convento y Teresa se marchó de Sevilla sin conocer el tercer convento de su congregación, que es el de san José del Carmen (conocido como las Teresas) en el barrio de santa Cruz.

La rama masculina funda el convento de San Alberto en 1602 que tras la desamortización fue ocupado por la Orden de los Filipenses y en el siglo XIX se trasladan a la Iglesia del Buen Suceso (ver).

La rama femenina funda en la Cruz del Campo el de Santa Teresa en 1641, actualmente desaparecido dando lugar al barrio de la Huerta de santa Teresa.

La rama masculina funda el convento Nuestra Señora de los Remedios en 1580 que es actualmente el Instituto Hispano-cubano.

Los frailes descalzos fundan en 1580 el santo Ángel de la Guarda en la calle Rioja.

De 1983 a 2007 los carmelitas se encargaron de la parroquia del Carmen del barrio de las Moradas, cuyas calles tienen nombres carmelitas a iniciativa de la propia Orden, en el Parque Amate.

 AREA DE SANTA CLARA-JESÚS DEL GRAN PODER 

Calle Santa Ana

Se dirige desde la Alameda de Hércules a la confluencia de San Vicente con Narciso Bonaplata

Está atravesada por Jesús del Gran Poder, Santa Clara y Teodosio y confluye Flandes por su izquierda.

Al menos desde 1426 era conocida como Lizos o Lisos y también Lienzos, probablemente por el nombre que recibe uno de los hilos en que se divide la seda o el estambre para que pase por la lanzadera.

Hacia 1634 se llamaba Señora Santa Ana, abreviado, en el s. XIX, en Santa Ana, al tramo próximo al convento de las Carmelitas, quedando reducido el topónimo primitivo a la zona inmediata a la Alameda.

El tramo comprendido entre Santa Clara y Teodosio se denominó del Moral, y el último tramo que confluye en San Vicente, se conoció como Cal Mayor (Calle Mayor) hasta 1845. 

En esta fecha se unificaron todos estos topónimos baja la actual denominación, aunque el plano de Olavide (1771) ya aplicó este nombre a la totalidad de la calle.

En 1868 se acordó rotularla como Zurbano, personaje relacionado con los sucesos revolucionarios de ese año, pero no prevaleció.

Es una calle relativamente larga y de trazado casi recto, que recorre parte de la zona norte de la ciudad en sentido radial, del centro a la periferia o viceversa, por lo que constituye uno de los ejes perpendiculares que confluyen en la Alameda y forman el sistema vial en cuadrícula ligado a la ocupación castellana característico del barrio de San Lorenzo.

Desde mediados del s. XIX se proyectó prolongarla dándole salida al exterior a través de una nueva puerta en la muralla, no culminándose tal actuación hasta 1967 con la creación de la calle Narciso Bonaplata.

Presenta una anchura muy desigual a lo largo de toda su trayectoria, por lo que incluye algunos tramos bastante amplios junto con otros más estrechos.

Además, también presenta una desigual alineación entre sus edificios a lo largo de los distintos tramos, debido a retranqueos e irregularidades en el parcelario de una trama urbana asentada en este barrio desde hace siglos.

Entre 1922 y 1923 se aprobaron los proyectos de rectificación de líneas, cuyas actuaciones se hacen más patentes en los tramos centrales.

La mayor actuación urbanística fue el cierre de la calle Arquillo de las Roelas, que unía las actuales Flandes con Medina, por la construcción de la casa de los marqueses de Medina a finales del s. XVIII.

En el s. XIX existía una fuente pública y un arca que distribuía el agua por el sector, de la que se le concedieron en 1852 tres pajas a la fábrica de fundición de Narciso Bonaplata.

En ella tuvo su sede en el s. XVI el Hospital de los Tejedores, porque la industria textil estaba muy difundida por Andalucía. 

En Sevilla, aparecen en actas notariales referentes a los años 1475 a 1506, por artesanos de muchas poblaciones sobre todo del Aljarafe y del Condado. 

La propia Sevilla era uno de los centros textiles más importantes. 

El gremio de tejedores agrupó a los de la lana y lino, o sea, tanto a los tejedores de paños, alfombreros, manteros y bancaleros, como los tejedores de lino y fustaneros (persona que tiene como oficio o quehacer en elaborar, manufacturar o hacer un fustán o un lienzo o tela de algodón). 

El número de tejedores de lana y lino de Sevilla tiene que haber sobrepasado el centenar. 

Los pelaires o personas encargadas de preparar la lana (cardadores) para después tejerla, vivían dispersos por toda la ciudad, repartidos en 10 collaciones, pero con notable preferencia por la de san Lorenzo.

Como era frecuente en toda la zona, sufría inundaciones periódicas, siendo especialmente grave la de 1796, en la que el agua llegó a los balcones, y la de 1803, que produjo el hundimiento de varias casas. En estas ocasiones era imprescindible el uso de barcas para poder desplazarse.

Presenta “Guarda Carros” en la esquina con Teodosio, esquina con santa Clara y en la puerta trasera del Palacio de santa Coloma.

 

 Esquina con Santa Clara 

 

 Esquina con Teodosio 

 Puerta trasera del Palacio de santa Coloma 

Casas de la Calle Santa Ana

Los edificios que se levantan en ella son en su mayoría de carácter residencial, con casas unifamiliares de una media de tres o cuatro plantas de altura, que en general responden a la tipología tradicional.

El edificio de mayores proporciones es el convento de Santa Ana, de monjas carmelitas calzadas, fundado en el s. XVIII, con fachada y portada de gran sencillez. 

Este convento, tras la Revolución de 1868, fue utilizado para celebrar reuniones de trabajadores, y a partir de 1873 fue sede de varios centros de enseñanza (Escuela de Artes y Oficios, Escuela Normal Provincial, Escuela libre de Veterinaria y Escuela de Gimnasia). Asimismo albergó a finales del s. XIX una escuela de primeras letras. Por esta misma época estuvo instalada también una fábrica de curtidos y calzados.
Igualmente destaca la
casa-palacio de los Marqueses de Medina. 

Hotel-Sacristía de Santa Ana

En la esquina con la Alameda, es una casa de tipo popular, conocida como casa de la Sacristía, con grandes buhardillas, convertida actualmente en Hotel. En ella hay un azulejo alusivo a la inundación de 1796 y 1961, indicando el nivel alcanzado por las aguas.

Santa Ana número 11



Santa Ana número 13



Santa Ana número 14



Santa Ana número 15







Casa-palacio de los Marqueses de Medina 28-26

También conocida como Palacio del Infantado, aunque nunca perteneció a esta familia. 

Fue mandado construir por el tercer marqués de Medina como casas principales a partir de 1779, pero en 1852 fue destinado a cuartel de la guardia municipal y serenos, y posteriormente acondicionado para corral de vecinos, y actualmente como casa de viviendas.

Previamente, en lugar de esta casa existía un callejón, que unía Santa Ana con la calle Hombre de Piedra, y desde ahí se prolongaba hasta el callejón de las Becas y la calle Lumbreras, siendo todo este largo trayecto llamado Calle del Arquillo de los Roela, pues la calle entera pertenecía a la familia, teniendo a un lado su casa palacio, y a la otra acera las caballerizas, vivienda de sus criados, y un jardín con su huerta.


De ella destaca especialmente su bella portada principal, realizada con gran porte, y que se ubica en uno de sus extremos, estando organizada en tres niveles o alturas. 

En su cuerpo inferior aparece el hueco de entrada a la casa, de arco muy rebajado, enmarcado entre columnas pareadas. 

El hueco de la planta alta es también de tipo rebajado y muy moldurado, y se presenta flanqueado entre columnas de orden jónico. 

Y finalmente, y como elemento de coronación, la portada muestra en su parte superior el escudo de familia de los Medina, que aparece enmarcado entre pilastras y cobijado bajo una cornisa sobre la que apoya un frontón recto.

El resto de la fachada, de dos plantas de altura, aparece estructurado mediante pilastras cajeadas de orden gigante, entre las que se enmarcan los grandes huecos que se abren al exterior. 

Portada

Escudo de familia de los Medina


Cruz y veleta

Entrada al patio principal

Fuente del patio principal

Patio secundario

Santa Ana número 29


Santa Ana número 44

Félix González de León (1790-1854), autor del primer callejero histórico de la ciudad, vivió y murió en esta casa.

Fue un erudito, escritor, historiador y cronista que centró todo su trabajo en el ámbito local de su ciudad.

Sobre su vida se tienen pocos datos, se sabe que fue bautizado en la iglesia de San Miguel, que era hijo de don José González, natural de Sevilla, y de doña María de la Paz Larrauri de Bilbao.

En 1814 se casó con doña Ramona Orrí en la parroquia de San Andrés, de cuyo matrimonio no hubo descendencia, y en 1821 obtuvo el divorcio.

Fue funcionario de la Real Fábrica de Tabacos.

Al final de su vida, su mala situación económica le llevó a pedir socorro al Ayuntamiento de la ciudad, el cual le concedió una pensión y que falleció el 18 de mayo de 1854 a la edad de 64 años, siendo enterrado en el cementerio de San Fernando con la túnica de la Hermandad de Jesús Nazareno de San Antonio Abad, por la que tenía especial predilección


Santa Ana número 50



 ALGUNOS PERSONAJES HISTÓRICOS EN LAS CALLES DE SEVILLA

Manuel Ortega Juárez "Manolo Caracol" 

Manuel Ortega Juárez, comúnmente conocido por su nombre artístico de Manolo Caracol, nació en el Corral de los Frailes, de la calle Lumbreras, el día 7 de julio de 1909.

Procedía de una larga estirpe gitana dedicada al mundo del flamenco y del toreo, era tataranieto de Antonio Monge el Planeta, uno de los primeros cantaores de flamenco, biznieto de Curro el Dulce y sobrino de Enrique el Mellizo. Estaba emparentado a través de Enrique Ortega el Gordo con una buena saga de matadores taurinos, era sobrino nieto del torero Paquiro. También el Fillo se cuenta entre sus ancestros y era tío del cantante Manzanita.

Manolo Caracol


Su padre fue Manuel Ortega Fernández, conocido por Caracol el del Bulto, que trabajó algún tiempo como mozo de espadas de su primo hermano Joselito el Gallo y que también cantaba contratado en fiestas privadas.

Fue precisamente Gabriela Ortega Feria, la madre de Joselito, la que le puso el apodo porque tiró al suelo una olla de caracoles. “¡Anda, Caracol!”. 

Cuando nació Caracol, la Alameda de Hércules era la Meca del flamenco, en su calle Lumbreras, vivían grandes figuras que se afincaron en esa época buscando el Novedades y los demás cafés que daban flamenco.

Estatua en la Alameda. Sebastián Santos Calero. 1990

Cerca de donde vivía Caracol residían también los Pavón: Arturo, Pastora y Tomás, los tres prodigiosos hermanos, que eran ya una escuela importante. Sin olvidar a Frasco el Colorao, los Cagancho y Ramón el Ollero en Triana o la de Chacón, que junto con Manuel Torres revolucionaron el cante en la capital andaluza. 

El Caracol empezó a cantar muy joven por las tabernas de la Alameda y triunfó cuando todavía era un niño de 12 años en el famoso Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922, organizado entre otros por Manuel de Falla y Federico García Lorca, en el que participó como El Niño de Caracol. Ganó el primer premio (1.000 pesetas y un diploma acreditativo del premio que luego colgó en su tablao madrileño de Los Canasteros) compartido con Diego Bermúdez “El Tenazas”.

Tras su éxito en el Concurso, inició su participación en espectáculos, por primera vez en el teatro Reina Victoria de Sevilla y en Madrid debutó el 3 de agosto de 1922 en el transcurso de un festival flamenco desarrollado en la terraza de verano del teatro del Centro, hoy llamado Calderón. Se anunciaba como el niño Caracol, ganador del concurso de cante jondo de Granada.

En 1930 contrajo matrimonio con Luisa Gómez y grabó su primer disco. En 1935 se estableció en Madrid, y en la capital se ganó la vida, como antes en Sevilla, actuando en juergas flamencas pagadas.  

Pudo escuchar a los más grandes de la época: Torre, Chacón, Pastora Pavón (la Niña de los Peines) y Tomás Pavón. Trabajó en diversos espectáculos de variedades e hizo giras por varias ciudades. 


El estallido de la Guerra Civil provocó el fin de este tipo de fiestas, y entonces trató de sobrevivir con el teatro, haciendo equipo con la Niña de los Peines y Pepe Pinto. 

Entre los tres diseñaron la estampa escenificada, donde se mezclaban baile, cante y teatro junto con una orquestación completa o, si el presupuesto no daba para más, con piano solo.

En 1943, coincidió en Sevilla con Lola Flores e iniciaron una gran colaboración artística. Debutaron en Valencia con “Zambra” en 1944 y obtuvieron un éxito arrollador, realizando rutas por toda España.


El éxito obtenido por estos espectáculos, les llevó a rodar dos películas en las que ambos compartían cartel, “Embrujo” en 1947 y “La niña de venta”, en 1951. 


En ese mismo 1951, se produjo la separación artística y sentimental de la pareja, que comenzaron a trabajar por separado.

Tras su separación de Lola Flores realizó una gira por América junto a la bailaora Pilar López.

 A su vuelta a España, estrenó el espectáculo "La copla nueva", en el que presentó como cantaora a su hija Luisa Ortega. 

En 1958, publicó su antología "Una historia del cante" y marchó de nuevo a América donde permaneció durante tres años. 

A su vuelta, en los años sesenta, trabajó en el tablao Torres Bermejas de Madrid y en 1963 inauguró el suyo propio en la calle Barbieri, Los Canasteros, al que dedicaría el resto de su vida y por el que pasaron los artistas más destacados de la época. 

Tablao "Los canasteros"

Durante ese periodo simultaneó la dirección de la sala con actuaciones junto a alguno de sus hijos en teatros y festivales, hasta su fallecimiento el 24 de febrero de 1973 en accidente de tráfico en Aravaca (Madrid).

Respecto a su muerte, un día le preguntaron al maestro, Manuel, cuando usted muera, ¿qué? Y don Manuel Ortega contestó: “Ojú, qué lío!”.

Las campanas de Sevilla
y de toda España entera,
replicando a gloria estuvieron
a la muerte de su mejor cantaor
llamado Manuel Ortega,
como para toda la afición
artísticamente Manolo Caracol,
para orgullo del mundo entero
queda en la historia del flamenco
como el mejor de los artistas,
admirado con mucha devoción,
por su arte de entrega y pasión,
siempre estará en el recuerdo
para todo el buen aficionao.

Es conocido que Manolo Caracol, para poder realizar la apertura de "Los Canasteros", en una fiesta donde acudió el Jefe del Estado (Francisco Franco) se puso de rodillas, y dando vivas al Generalísimo, al régimen franquista, y otras frases patrióticas, le imploró la apertura del local.

Tras su muerte, Los Canasteros, quedó cerrado durante cinco años. En 1979 se realizó su reinauguración y así se mantuvo hasta 1993. Tres años después, otro tablao flamenco abrió en el local con el nombre de "Patio La Carreta". En la actualidad, el local alberga la discoteca "Polana".

Su concepción del flamenco se sintetiza en sus palabras: 

“Yo, cuando canto, no me acuerdo ni de Jerez, ni de Cádiz, ni de Triana, ni me acuerdo de nadie. Intento hacer los cantes a media voz, que es como duelen. Esa es la hondura. Porque el cante no es gritos ni pa sordos. El cante hay que hacerlo caricia honda, el pellizco chico. El que se pone a dar voces, ése no sirve”. ​

Cantaor excepcional, aunque bastante irregular, supo dotar de un toque personal a todos los géneros que abordó, y despertó en el público odios y amores extremos, pero nunca indiferencia. Orgulloso en todo momento de ese carácter peculiar de su arte, hubo quien no supo perdonar su heterodoxia, ya que su talante innovador le llevó a cantar con acompañamiento de piano, o de orquesta, algo verdaderamente novedoso por aquel entonces en el ámbito del flamenco.

Caracol era muy asiduo a La Venta de Vargas, de San Fernando e íntimo amigo de su propietario Juan Vargas. En 1972, con motivo del fallecimiento de Catalina, la madre de Vargas, Caracol acudió desde Madrid al entierro. Durante la noche del velatorio, Caracol se arrancó por seguiriyas desde el balcón, en un cante que ha quedado en el recuerdo, en consuelo a su amigo. ​

Curiosa fue su relación con el Camarón, que consiguió trabajo en esta Venta, y una noche en que se alojó en ella Manolo Caracol, alguien de la Venta preguntó al maestro qué le parecían las maneras del de San Fernando. Aunque hay varias versiones de la respuesta, pudo ser: “Es un gitanillo muy rubio para cantar “o “Pero un gitano rubio no va a llegar a mucho en el cante”. El joven Camarón nunca olvidó el desdén de su ídolo, aunque, como cuenta González en su biografía, tuvo ocasión de redimirse.

La primera vez, después de estar un tiempo en una compañía, acabó en Torres Bermejas, el tablao competencia de Los Canasteros de Manolo Caracol. Camarón comenzó a revolucionar el panorama flamenco madrileño y Caracol fue a la Venta de Vargas para que le pidieran al gitanito rubio que se fuera a trabajar con él. Camarón le contestó que prefería comerse las astillas del tablao antes que cantar profesionalmente para quien le había despreciado hacía cuatro años.

La segunda, durante la luna de miel de unos amigos íntimos de Camarón, que decidieron ir a verlo a Madrid, y una noche se lo llevaron a Los Canasteros. Caracol anunció la presencia del artista a bombo y platillo y lo único que pudo sacar de él fue que le cantase algo desde la mesa, no desde el escenario. 

La tercera fue a finales de agosto de 1969. Caracol asistió con otros artistas al homenaje que le rendían en Cádiz a Pericón. Juan Vargas le pidió a Camarón que se pasara por la venta aquella noche. Habían pasado ya seis años desde que Manolo Caracol y él se habían encontrado en aquel mismo lugar, pero Camarón seguía sin querer relaciones con quien le había despreciado. Y Caracol se arrancó a cantar pidiéndole al Niño de los Rizos que pusiera la cejilla al tres. Después cedió el turno a Camarón, que la pidió al cuatro. Y Caracol entendió y pidió la cejilla al cinco. Demasiado para él. Cuentan quienes estaban allí que cerraba los puños con tanta fuerza que se clavaba las uñas. Remató el fandango y se sentó exhausto, aún en su trono, un trono que sabía que estaba a punto de perder ante aquel gitanito rubio que lo esperaba de pie. Camarón subió la apuesta y pidió un seis. Juan Vargas no daba crédito. Otros disfrutaban con el espectáculo. Y quienes querían a los dos, como era María Picardo, sufrió y disfrutó a partes iguales. Cantó Camarón al seis. Y, no contento, pidió un siete y ésta se la dedicó a Manolo Caracol. Cuando terminó, cuenta Antonio Lagares en su libro Venta de Vargas, apretó el hombro del maestro y se fue. La cuenta quedaba saldada.

Sevilla le ha dedicado una plaza.