lunes, 17 de julio de 2023

 ALGUNOS PERSONAJES HISTÓRICOS EN LAS CALLES DE SEVILLA

Antolínez y Sarabria, Francisco.

Francisco Antolínez y Sarabia, según su biógrafo Antonio Palomino, nació en Sevilla alrededor de 1644 y forma parte del nomenclátor de las calles de la ciudad (ver).

Calle Antolínez

Estudió leyes en Sevilla y aprendió pintura en la escuela de Murillo y asistió a la academia establecida en la Casa Lonja de la ciudad en 1672.

En 1672 se desplaza a Madrid y convive con su hermano José Antolínez hasta que este fallece en 1676.

Su hermano José era uno de los pintores más originales del barroco español, pero era especialmente pendenciero y muy diestro en el manejo de la espada, y por tanto implicado, en múltiples ocasiones, en diversas reyertas. Algunos analistas afirman, aunque no está constatado, que su prematura muerte, a los cuarenta años, se debió a uno de estos habituales enfrentamientos.  

Tras la muerte de su hermano, regresa a Sevilla para ejercer la abogacía, pero también se interesa por otras materias, especialmente por todo lo relacionado con la erudición intelectual especialmente con la poesía y alternado su labor de letrado con la pintura.

Pero consideraba que la pintura era un oficio mecánico y de menor rango que su profesión de abogado, por lo que la practicaba en sus ratos de ocio y no firmaba sus obras “con la manía de soy letrado, no pintor”, a pesar de que obtenía probablemente más ingresos con la pintura que con el ejercicio del derecho. Por ello, solo se conoce una obra firmada “La Adoración de los Pastores” de la Capilla de Scalas de la Catedral de Sevilla y fechada en 1678.

Antonio Palomino, que pudo conocerlo personalmente, lo describe como “maniático y extravagante” y un tanto pendenciero por lo que no logró mantener mucho tiempo ningún empleo en su oficio de abogado", “porque era de genio tan atronado, que si iba a algún lugar con algún empleo de justicia a pocos lances salía a palos, o a uña de caballo”.

Su obra se encuentra dispersa por conventos e iglesias de toda la geografía peninsular. Se caracteriza por su habilidad y rapidez con la que pintaba lienzos de pequeño formato con escenas bíblicas ambientadas en amplios fondos paisajísticos o arquitectónicos. Cuadritos que ponía en venta por lugares públicos en series de seis, ocho o doce “y que tenían, por su tamaño y valor decorativo, gran aceptación popular”.​

Finalmente, se estableció en Madrid definitivamente y tras enviudar, vistió habito clerical, pretendiendo ordenarse de sacerdote sin llegar a conseguirlo y falleció hacia 1700.

Este lienzo forma parte de una serie de seis escenas bíblicas que ya habían sido atribuidas a Antolínez por Ceán Bermúdez en su “Descripción artística de la catedral de Sevilla, editada en 1804, y su atribución pudo ser ratificada en 1982 al aparecer la firma tras una limpieza.

Otras obras se le habían atribuido por los datos aportados por Palomino, y finalmente se han incorporado a su catálogo, tras la aparición de la firma en el lienzo de la Catedral de Sevilla, por presentar rasgos semejantes.  De estas pueden mencionarse las de la serie dedicada a la vida de la Virgen, conservada en el Museo del Prado. 

La presentación de la Virgen. Atribuido a Antolínez y Sarabria, Francisco. Segunda mitad del siglo XVII. Óleo sobre lienzo. 45 x 73 cm. Museo del Prado. No expuesto

La Anunciación. Atribuido a Antolínez y Sarabia, Francisco. Segunda mitad del siglo XVIII. Óleo sobre lienzo. 45 x 73 cm. Museo del Prado. Depósito en otra institución. 

Los desposorios de la Virgen. Atribuido a Antolínez y Sarabria, Francisco. Segunda mitad del siglo XVIII. Óleo sobre lienzo. 45 x 73 cm. Museo del Prado. No expuesto



Adoración de los Reyes Magos. Atribuido a Antolínez y Sarabria, Francisco. Segunda mitad del siglo XVIII. Óleo sobre lienzo. 45 x 73 cm. Museo del Prado. No expuesto. 

La Huida a Egipto. Atribuido a Antolínez y Sarabria, Francisco. Segunda mitad del siglo XVIII. Óleo sobre lienzo. 45 x 73 cm. Museo del Prado. No expuesto

Estos lienzos proceden del Convento de San Felipe el Real de Madrid. Ingresó en el Museo del Prado procedente del Museo de la Trinidad. Atribuido tradicionalmente a Francisco Antolínez. Angulo estima que es de un artista anónimo, de estilo entre Antolínez, Arteaga y Juan Alfaro.