lunes, 7 de noviembre de 2022

 RUTAS POR SEVILLA: Ruta Artística

Eduardo Cano de la Peña

(Madrid,1823-Sevilla,1897) fue un pintor romántico español, especializado en pintura histórica. 

Siendo niño se trasladó a Sevilla, ya que su padre (el arquitecto Melchor Cano) fue nombrado Arquitecto Mayor de la Ciudad. 

Por indicación paterna inició estudios de arquitectura, pero los abandonó por los de dibujo y música en la Real Escuela de las Tres Nobles Artes de Sevilla. 

Eduardo Cano de la Peña

Al fallecer sus padres volvió a Madrid y continuó los estudios en la Real Academia de Bellas Artes de san Fernando bajo la dirección de Carlos Luis de Ribera y de José y Federico de Madrazo. Este último le encargó varios retratos de monarcas para la "Serie cronológica de los reyes de España" en el Museo del Prado.

Más tarde viajó a París, donde realizó dos de sus más famosas obras, "Cristóbal Colon en el Convento de la Rábida", lienzo de puro estilo romántico con el que obtuvo la primera medalla en la Exposición Nacional de 1856 y se encuentra en el Palacio del Senado (Madrid) y "Entierro del condestable Don Álvaro de Luna ", también primera medalla en la Exposición Nacional de 1858, actualmente expuesto en el Museo nacional del Prado  de Madrid.

De vuelta a Sevilla en 1859, fue nombrado Conservador del Museo de Bellas Artes, así como catedrático de colorido y composición en la escuela de Bellas Artes (nombrado por la Reina) y  académico de número de la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. 

Como colaborador gráfico trabajó para El Arte en España (1862),Museo Universal (1864), y La Ilustración Artística, así como para el periódico quincenal La Bonanza.

Desde su cargo en la Comisión de Monumentos se preocupó por la conservación del patrimonio arquitectónico, urbanístico y artístico sevillano; en este sentido, se opuso, con energía y a riesgo incluso de su propia integridad física, a los derribos y desmanes que, con ocasión de la Revolución del 68, se llevaron a cabo en las murallas perimetrales de la ciudad y acabaron con la iglesia de San Miguel.

Llegó a ser uno de los más afamados pintores de historia de su generación, no solo por su propia pintura, sino por ser maestro del grupo de pintores que dominaría el panorama artístico sevillano durante todo el primer tercio del siglo XX.

Su participación en géneros, estilos y acciones tan distintos prueban que no solo fue un pintor muy activo a lo largo de una dilatada trayectoria de más de cuatro décadas, sino que además alcanzó gran consideración, no solo para sus coetáneos (al ser capaz de integrar instituciones de prestigio relacionadas con el arte y la estética), sino también para las generaciones posteriores, que siempre lo tomaron por maestro y referente indiscutible.

Cervantes y Don Juan de Austria. Eduardo Cano. 1860. Óleo sobre tabla. 26.8 x 35,5 cm. Museo Nacional del Prado. No expuesto

En el interior de una sobria estancia, quizá un hospital, Cervantes, postrado en el lecho tras perder el brazo izquierdo durante la Batalla de Lepanto, recibe la visita de don Juan de Austria, hermano bastardo del rey Felipe II y General al mando de la flota de la Santa Liga, vencedora contra el Imperio Turco en la famosa batalla del 7 de octubre de 1571. 

El egregio visitante, revestido con coraza, banda y bengala de general, estrecha la mano derecha del escritor, que muestra el brazo izquierdo vendado en cabestrillo. 

En la penumbra de la habitación les rodean diversos personajes, entre los que destaca la figura de un anciano fraile barbado, a la derecha de la composición, viéndose al fondo, sumido en la oscuridad, otro herido con la cabeza vendada.

Los efectos luminosos que ambientan la estancia hace destacar a los dos personajes protagonistas de la escena, y sumen en una oscuridad casi absoluta el resto de la habitación, apenas amueblada con el austero jergón en el que yace el "Manco de Lepanto", la cruz colgada en su cabecera, la redoma y el libro visibles sobre su rústica mesilla, junto a la que pueden igualmente verse colgados el sombrero, capa y espada del escritor, o el farol apagado que pende sobre la viga del artesonado.

Cristóbal Colon en el Convento de la Rábida. Eduardo Cano. 1856. Óleo sobre lienzo. 230 x 2660 cm. Museo Nacional del Prado. Depósito en otra Institución. Palacio del Senado


Es la pintura más relevante de este artista, dado que fue el primer cuadro de historia premiado con la Primera Medalla en la primera Exposición Nacional de Bellas Artes, celebrada en Madrid en 1856, en la que obtuvo críticas favorables. 

El boceto revela una gran sobriedad en la actitud de los personajes principales, tanto Colón como Fray Juan Pérez de Marchena

El interior del Convento de Santa María de la Rábida acusa un tratamiento de gran contenido dramático a través de los contrastes de luces, con doble foco, en primer término y al fondo, y la silueta oscura sobre el fondo claro, lo mismo que ocurre con el cuadro situado en la pared del fondo. 

Así, el tratamiento pictórico del boceto aparece más acorde con los principios de la tradición española, y muy especialmente sevillana, en la que se formó el artista, que después matizó en el cuadro definitivo tras el contacto con los modelos franceses que pudo conocer en París

En 1856 fechó el cuadro definitivo, cuyo boceto hubo de realizarse unos meses antes.

Entierro del condestable don Álvaro de Luna (Boceto). Eduardo cano. 1858. Óleo sobre lienzo. 52 x 68 cm. Museo nacional del Prado

Boceto preparatorio para el más importante lienzo de historia del pintor Eduardo Cano de la Peña, conservado en el Museo Nacional del Prado  y que obtuvo una primera medalla en la exposición nacional de Bellas Artes de 1858.

La obra aborda un atractivo argumento para el romanticismo español, incluido en  otras obras pictóricas y que despertó el interés de escritores de la época, haciéndose popular a través de la exitosa novela histórica de Manuel Fernández González “El condestable don Álvaro de Luna publicada en 1851.

Dado el formato de este boceto, se trata seguramente del ensayo definitivo del artista antes de abordar el lienzo final, puesto que no se aprecian prácticamente divergencias entre ambos. En la presente obra, Cano de la Peña empleó colores más vivaces, y se permitió cierta franqueza en la resolución, dada la finalidad privada de un trabajo de esta naturaleza, donde se conjugan las referencias murillescas junto a las de los maestros boloñeses del siglo XVII.

La obra explora las diferentes emociones ante la exposición pública de un cadáver decapitado. La fidelidad del pajecillo Morales, que da su propia sortija de oro como limosna para enterrar a su amo. Los frailes abnegados que cumplen compadecidos con su funesto cometido. Los nobles conspiradores con intrigantes y rencorosas actitudes. Los dolientes familiares, así como el público general que mira morboso y horrorizado el triste espectáculo a cuenta de uno de los hombres de Estado más poderosos de aquel tiempo.

 AREA DE SAN VICENTE-MIGUEL DEL CID-TEODOSIO

Calle Eduardo Cano

Desde 1904, en que la calle se forma, mantiene el nombre actual en memoria del pintor Eduardo Cano de la Peña (1823-1897). 

Surgió en la zona conocida como Muro de San Antonio. Toda la acera izquierda está ocupada por viviendas traseras de Torneo. 


Eduardo Cano de la Peña.

(Madrid, 1823-Sevilla, 1897) fue un pintor romántico español, especializado en pintura histórica. Siendo niño se trasladó a Sevilla, ya que su padre (el arquitecto Melchor Ccano) fue nombrado Arquitecto Mayor de la Ciudad. Por indicación paterna inició estudios de arquitectura, pero los abandonó por los de dibujo y música en la Real Escuela de las Tres Nobles ­Artes de Sevilla.

Eduardo Cano de la Peña

Al fallecer sus padres volvió a Madrid y continuó los estudios en la  Real Academia de Bellas Artes de san Fernando bajo la dirección de Carlos Luis de Ribera y de José y Federico de Madrazo. Este último le encargó varios retratos de monarcas para la «Serie cronológica de los reyes de España» en el Museo del Prado.

Más tarde viajó a París, donde realizó dos de sus más famosas obras, "Cristóbal Colon en el Convento de la Rábida", lienzo de puro estilo romántico con el que obtuvo la primera medalla en la Exposición Nacional de 1856 y se encuentra en el Palacio del Senado (Madrid) y "Entierro del condestable Don Álvaro de Luna", también primera medalla en la Exposición Nacional de 1858, actualmente expuesto en el Museo del Prado de Madrid. 

De vuelta a Sevilla en 1859, fue nombrado Conservador del Museo de Bellas Artes, así como catedrático de colorido y composición en la escuela de Bellas Artes (nombrado por la Reina) y  académico de número de la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Como colaborador gráfico trabajó para El Arte en España (1862),Museo Universal (1864), y La Ilustración Artística, así como para el periódico quincenal La Bonanza.

Desde su cargo en la Comisión de Monumentos se preocupó por la conservación del patrimonio arquitectónico, urbanístico y artístico sevillano; en este sentido, se opuso, con energía y a riesgo incluso de su propia integridad física, a los derribos y desmanes que, con ocasión de la Revolución del 68, se llevaron a cabo en las murallas perimetrales de la ciudad y acabaron con la iglesia de San Miguel.

Llegó a ser uno de los más afamados pintores de historia de su generación, no solo por su propia pintura, sino por ser maestro del grupo de pintores que dominaría el panorama artístico sevillano durante todo el primer tercio del siglo XX.

Su participación en géneros, estilos y acciones tan distintos prueban que no solo fue un pintor muy activo a lo largo de una dilatada trayectoria de más de cuatro décadas, sino que además alcanzó gran consideración, no solo para sus coetáneos –al ser capaz de integrar instituciones de prestigio relacionadas con el arte y la estética–, sino también para las generaciones posteriores, que siempre lo tomaron por maestro y referente indiscutible.

Cervantes y Don Juan de Austria. Eduardo Cano. 1860. Óleo sobre tabla. 26.8 x 35,5 cm. Museo Nacional del Prado. No expuesto

En el interior de una sobria estancia, -quizá un hospital-, Cervantes, postrado en el lecho tras perder el brazo izquierdo durante la Batalla de Lepanto, recibe la visita de don Juan de Aaustria, hermano bastardo del rey Felipe II y General al mando de la flota de la Santa Liga, vencedora contra el Imperio Turco en la famosa batalla del 7 de octubre de 1571. El egregio visitante, revestido con coraza, banda y bengala de general, estrecha la mano derecha del escritor, que muestra el brazo izquierdo vendado en cabestrillo. En la penumbra de la habitación les rodean diversos personajes, entre los que destaca la figura de un anciano fraile barbado, a la derecha de la composición, viéndose al fondo, sumido en la oscuridad, otro herido con la cabeza vendada.

Los efectos luminosos que ambientan la estancia hace destacar a los dos personajes protagonistas de la escena, y sumen en una oscuridad casi absoluta el resto de la habitación, apenas amueblada con el austero jergón en el que yace el "Manco de Lepanto", la cruz colgada en su cabecera, la redoma y el libro visibles sobre su rústica mesilla, junto a la que pueden igualmente verse colgados el sombrero, capa y espada del escritor, o el farol apagado que pende sobre la viga del artesonado.

Cristóbal Colon en el Convento de la Rábida. Eduardo Cano. 1856. Óleo sobre lienzo. 230 x 2660 cm. Museo Nacional del Prado. Depósito en otra Institución. Palacio del Senado

Es la pintura más relevante de este artista, dado que fue el primer cuadro de historia premiado con la Primera Medalla en la primera Exposición Nacional de Bellas Artes , celebrada en Madrid en 1856, en la que obtuvo críticas favorables. El boceto revela una gran sobriedad en la actitud de los personajes principales, tanto Colón como  Fray Juan Pérez de Marchena. El interior del Convento de Santa María de la Rábida acusa un tratamiento de gran contenido dramático a través de los contrastes de luces, con doble foco, en primer término y al fondo, y la silueta oscura sobre el fondo claro, lo mismo que ocurre con el cuadro situado en la pared del fondo. Así, el tratamiento pictórico del boceto aparece más acorde con los principios de la tradición española, y muy especialmente sevillana, en la que se formó el artista, que después matizó en el cuadro definitivo tras el contacto con los modelos franceses que pudo conocer en París . En 1856 fechó el cuadro definitivo, cuyo boceto hubo de realizarse unos meses antes.

Entierro del condestable don Álvaro de Luna (Boceto). Eduardo cano. 1858. Óleo sobre lienzo. 52 x 68 cm. Museo nacional del Prado

Boceto preparatorio para el más importante lienzo de historia del pintor Eduardo Cano de la Peña, conservado en el Museo Nacional del Prado y que obtuvo una primera medalla en la exposición nacional de Bellas Artes de 1858.

La obra aborda un atractivo argumento para el romanticismo español, incluido en  otras obras pictóricas y que despertó el interés de escritores de la época, haciéndose popular a través de la exitosa novela histórica de Manuel Fernández González “El condestable don Álvaro de Luna publicada en 1851.

Dado el formato de este boceto, se trata seguramente del ensayo definitivo del artista antes de abordar el lienzo final, puesto que no se aprecian prácticamente divergencias entre ambos. En la presente obra,  Cano de la Peña empleó colores más vivaces, y se permitió cierta franqueza en la resolución, dada la finalidad privada de un trabajo de esta naturaleza, donde se conjugan las referencias murillescas  junto a las de los maestros boloñeses del siglo XVII .

La obra explora las diferentes emociones ante la exposición pública de un cadáver decapitado. La fidelidad del pajecillo Morales, que da su propia sortija de oro como limosna para enterrar a su amo. Los frailes abnegados que cumplen compadecidos con su funesto cometido. Los nobles conspiradores con intrigantes y rencorosas actitudes. Los dolientes familiares, así como el público general que mira morboso y horrorizado el triste espectáculo a cuenta de uno de los hombres de Estado más poderosos de aquel tiempo.

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Calle Curtiduría

Va de la confluencia de la plaza de san Antonio de Padua y calle san Vicente a Torneo.

Al menos desde 1426 aparece documentada con el nombre actual, probablemente por la existencia de talleres de curtidos y elaboración del cuero, aunque se conocía también al parecer como Curtidores.


El nombre que puede ser el más antiguo, según algunos autores, fue el de Palma, en relación a una capilla que estuvo situada en la acera derecha de la misma, en el convento de San Antonio, bajo la advocación de la Palma. Años después fue conocida como calle de la Palmilla, para evitar confundirla con otras Palma, existentes en Sevilla.

González de León escribe de ella que pertenece al cuartel C y a la parroquia de san Vicente.

La reforma del Nomenclátor de 1845 estableció definitivamente el rotulo de Curtidurías.

Conserva, prácticamente la misma disposición que puede verse en el plano de Olavides (1771) en el que casi toda la acera derecha la ocupa el lateral del convento de San Antonio de Padua, fundado en 1600 por los franciscanos angelinos y del que hoy solo se conserva la Iglesia.

Esta orden estaba establecida a extramuros de la ciudad desde el año 1596, lugar que tuvieron que abandonar a causa de las continuas inundaciones del rio Guadalquivir.

Casi todo su caserío es de reciente construcción con viviendas de cuatro plantas construidas sobre antiguas dependencias del convento, aunque en la parte final conserva vestigios de edificios industriales (Almacenes, cocheras…) característico de toda esta zona lindante con Torneo.

La casa numero 4 presenta en la fachada un azulejo de la Virgen de la Palma y de san Antonio y unas curiosas palomas en el balcón.




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Calle Virgen de la Palma Coronada

Rotulada en 1967, con el nombre de esta advocación mariana, titular de la hermandad del Buen Fin, en consonancia con el resto de calles de esta parte de la barriada.  La calle se abrió, en el citado año, en los terrenos que ocupaba la antigua fundición de san Antonio.

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Calle Cristo Buen Fin 

Desde su formación en 1967, mantiene el nombre actual, referido a la imagen titular de la hermandad del santísimo Cristo del Buen Fin y Nuestra Señora de la Palma, establecida en el cercano convento de san Antonio de Padua. La calle se abrió, en el citado año, en los terrenos que ocupaba la antigua fundición de san Antonio. Todas sus edificaciones son viviendas de pisos con uso casi exclusivamente residencial.

 ALGUNOS PERSONAJES HISTÓRICOS DE LAS CALLES DE SEVILLA

Narciso Bonaplata y Curiel

Comenzó a trabajar a los 16 años en el taller familiar de pintados y posteriormente ingresó en la fábrica Bonaplata, Rull Vilaregut y Cia, empresa que fue la primera industria textil y fundición de hierro movida por la fuerza del vapor en España, de ahí el sobrenombre Vapor Bonaplata

Sin embargo, esta modernización no fue bien vista en la época y en un Cataluña preindustrial fue percibida por los trabajadores como un enemigo de la clase obrera. 

En la noche del 5 de agosto de 1835, en el contexto de la Primera Guerra Carlista, la fábrica fue incendiada.

En 1839, dentro de la empresa Bonaplata Hermanos, que formaría con sus hermanos José y Ramón, se trasladó a Madrid donde construyó su fábrica en un convento desamortizado.

Narciso Bonaplata y Curiel


En 1840 Narciso aceptó el ofrecimiento de dirigir una nueva fábrica en Sevilla y en la capital hispalense montó una fábrica en otro convento desamortizado, la de San Antonio, de fundición de hierro y cobre, situada entre las calles Torneo y San Vicente, y que fue la más importante de la ciudad hasta erigirse la de Hermanos Portilla White en 1857. 

Su fábrica produjo en 1850 los hierros del Puente de Isabel II, Puente de Triana, construido en 1852. ​ 


Además, Bonaplata creó en la ciudad una hilatura de lana que en 1861 contaría con 30 cardas, 810 husos y un pequeño tinte de algodón.

Sevilla cautivó al industrial y en 1846 decidió, junto con José María de Ybarra, realizar un certamen ganadero que, gracias a su éxito, consiguió en 1847 el privilegio de ser feria por parte de la reina Isabel II, siendo este el origen de la actual Feria de Abril de Sevilla. 


Inicio de la Feria de Abril

La feria que salió de la mente de los industriales era una cita agrícola y ganadera en la que comprar y vender reses. 

En realidad, la feria ganadera antecedía hasta la época de Alfonso X El Sabio. La propuesta dictaba celebrarla anualmente en los días 19, 20 y 21 de abril.

La primera feria, tenía 19 casetas y se asentó en el Prado de San Sebastián, una zona baldía a las espaldas de la antigua Fábrica de Tabacos, actual Rectorado de la Universidad de Sevilla.

El éxito fue tal que los comerciantes reclamaron a las autoridades locales un incremento de presencia policial para ahuyentar el cante y el baile de los sevillanos.

En 1859 las casetas destinadas a la diversión ya superaban en número a las de los comerciantes y llegaron los puestos de comida y atracciones, con lo que, el origen agrícola y ganadero quedó en una mera anécdota, y sus artífices, se opusieron a que dejase de ser un mercado comercial de negocios ganaderos. 

Por ello, Cristina Ybarra refiere que su tatarabuelo, indignado por la degeneración que había tomado su idea, llegó a enviar un escrito en el que denunciaba que la feria poco tenía que ver con la que en origen se fundó. 

Pero tras varias décadas de funcionamiento apoyaron el nuevo espíritu dado a la misma por los sevillanos.

Narciso Bonaplata falleció en Sevilla, en su casa de la calle Armas, 35 (actual Alfonso XII), el 12 de noviembre de 1869 y fue enterrado en el Cementerio de San Fernando y posteriormente sus restos fueron trasladados al sevillano Hospital de San Lázaro, donde reposan en la actualidad. Sus descendientes viven actualmente en Sevilla y Madrid. 

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Calle Narciso Bonaplata

Es la continuación de la calle Santa Ana tras cruzarse con San Vicente. Desde su formación en 1967 mantiene su nombre actual, en memoria de Narciso Bonaplata y Curiel (1807-1868).  Toda la acera derecha está ocupada por el lateral del colegio religioso de San Vicente y por talleres con entrada por la calle Torneo.

Vista desde la calle San Vicente. Al fondo la calle Torneo


Narciso Bonaplata.

Comenzó a trabajar a los 16 años en el taller familiar de pintados y posteriormente ingresó en la fábrica Bonaplata, Rull Vilaregut y Cia, empresa que fue la primera industria textil y fundición de hierro movida por la fuerza del vapor en España, de ahí el sobrenombre Vapor Bonaplata. Sin embargo, esta modernización no fue bien vista en la época y en un Cataluña preindustrial fue percibida por los trabajadores como un enemigo de la clase obrera. En la noche del 5 de agosto de 1835, en el contexto de la Primera Guerra Carlista, la fábrica fue incendiada.

En 1839, dentro de la empresa Bonaplata Hermanos, que formaría con sus hermanos José y Ramón, se trasladó a Madrid donde construyó su fábrica en un convento desamortizado.

Narciso Bonaplata y Curiel


En 1840 Narciso aceptó el ofrecimiento de dirigir una nueva fábrica en Sevilla y en la capital hispalense montó una fábrica en otro convento desamortizado, la de San Antonio, de fundición de hierro y cobre, situada entre las calles Torneo y San Vicente, y que fue la más importante de la ciudad hasta erigirse la de Hermanos Portilla White en 1857. Su fábrica produjo en 1850 los hierros del Puente de Isabel II, Puente de Triana, construido en 1852. ​ 

Anagrama dela Fundición

Además, Bonaplata creó en la ciudad una hilatura de lana que en 1861 contaría con 30 cardas, 810 husos y un pequeño tinte de algodón.

Sevilla cautivó al industrial y en 1846 decidió, junto con José María de Ybarra, realizar un certamen ganadero que, gracias a su éxito, consiguió en 1847 el privilegio de ser feria por parte de la reina Isabel II, siendo este el origen de la actual Feria de Abril de Sevilla. 

Inicio de la Feria de Abril

La feria que salió de la mente de los industriales era una cita agrícola y ganadera en la que comprar y vender reses. En realidad, la feria ganadera antecedía hasta la época de Alfonso X El Sabio. La propuesta dictaba celebrarla anualmente en los días 19, 20 y 21 de abril.

La primera feria, tenía 19 casetas y se asentó en el Prado de San Sebastián, una zona baldía a las espaldas de la antigua Fábrica de Tabacos, actual Rectorado de la Unive  rsidad de Sevilla.

El éxito fue tal que los comerciantes reclamaron a las autoridades locales un incremento de presencia policial para ahuyentar el cante y el baile de los sevillanos.

En 1859 las casetas destinadas a la diversión ya superaban en número a las de los comerciantes y llegaron los puestos de comida y atracciones, con lo que, el origen agrícola y ganadero quedó en una mera anécdota, y sus artífices, se opusieron a que dejase de ser un mercado comercial de negocios ganaderos. Por ello, Cristina Ybarra refiere que su tatarabuelo, indignado por la degeneración que había tomado su idea, llegó a enviar un escrito en el que denunciaba que la feria poco tenía que ver con la que en origen se fundó. Pero tras varias décadas de funcionamiento apoyaron el nuevo espíritu dado a la misma por los sevillanos.


Narciso Bonaplata falleció en Sevilla, en su casa de la calle Armas, 35 (actual Alfonso XII), el 12 de noviembre de 1869 y fue enterrado en el Cementerio de San Fernando y posteriormente sus restos fueron trasladados al sevillano Hospital de San Lázaro, donde reposan en la actualidad. Sus descendientes viven actualmente en Sevilla y Madrid. 




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Calle Guadalete 

Mantiene el nombre actual desde su apertura en 1884. Posiblemente se refiere al rio gaditano, aunque también se ha atribuido a la batalla del mismo nombre entre árabes y visigodos.

Fue abierta en la década de 1880 en la zona antes conocida como plaza de Santiago de la Espada o Santiago de los Caballeros, situada ante el convento del mismo título. Tras la demolición de la muralla se urbanizó el espacio, dando lugar a nuevas manzanas y algunas calles, entre ellas Guadalete, que quedo como vía de comunicación entre San Vicente y Torneo. Su caserío es escaso e irregular y carente de personalidad.

Calle Guadalete desde San Vicente. Al fondo la calle Torneo

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Convento Santo Tomás de Aquino-Iglesia Santa María la Real

Iglesia del Convento colegio noviciado de Santo Tomás, de los Padres Dominicos

Centro de formación de seminaristas heredero de la antigua Universidad de igual nombre, que estaba situada frente al Archivo de Indias.

El origen del primitivo convento de Santa María la Real se remonta al siglo XV.  

El 13 de diciembre de 1409 es la fecha de la fundación de este monasterio en la calle de San Vicente. En 1410 se concedió el permiso para la edificación solicitada por doña Catalina de Castilla, la madre del rey don Juan, que daba así inicio a la primera comunidad de dominicas de Sevilla.

Fue el papa Benedicto XIII el que concedió la bula de erección y el que concedió notables privilegios al convento. 

La fundación se estableció en casa de una mujer retirada, la que se conocía como un beaterio, establecido en la casa de María la Pobre, mujer piadosa que vivía con otras mujeres en una comunidad de vida espiritual. Su casa estaba situada en el enclave que ha llegado hasta nuestros días, entonces conocido como calle de la Zapatería Vieja, aunque antes estuvieron acogidas en unas casas del barrio de Santa Cruz.

La primera comunidad del convento llegó proveniente de Toledo, de Santo Domingo el Real (donde, curiosamente, terminaría la existencia del convento sevillano de Dueñas siglos más tarde). El convento, que tardó algún tiempo en seguir la regla de Santo Domingo, fue creciendo en su comunidad y en sus edificaciones. 

En 1511 las hermanas del monasterio de Nuestra Señora del Valle de Sevilla, se unieron al de Santa María la Real por orden del arzobispo Fray Diego de Deza. 

Más tarde, en 1835, coincidiendo con la Desamortización de Mendizábal, también el monasterio de Santa María de Gracia de Sevilla se unió al de Santa María la Real.

A lo largo del siglo XIX creció la comunidad, ya que acogió a las monjas del convento de la Pasión (calle Sierpes) y las de Santa María de Gracia (junto a la Campana).

La desgracia llegó en 1868 ya que la revolución "La Gloriosa” (ver), que destronó a Isabel II, hizo abandonar temporalmente el convento a las dominicas. Éstas se refugiaron en la casa de las monjas franciscanas de Santa Clara. 

El edificio se convirtió en un centro de reuniones políticas, perdiéndose buena parte de su gran patrimonio. 

Siete años después las monjas vuelven a su monasterio. Al regresar la comunidad dominica se reaprovechó parte del patrimonio que había perdido la comunidad de mercedarios del convento de la Asunción, en la plaza del Museo, también suprimido en la época.

Consta que en 1886 se derrumbó el techo del coro. Las monjas se movilizaron para reunir el dinero necesario para las obras. Familias de la ciudad colaboraron generosamente en la restauración. Aun así, se vieron obligadas a vender parte del edificio para costear todos los gastos.

Cuando la situación mejoró, tras las obras oportunas, en 1931 se proclama la II República.

En ese momento histórico, las dominicas tuvieron que abandonar el monasterio de nuevo y refugiarse, como seglares, en casas particulares. Cuando los ánimos se calmaron, volvieron al convento.

Aun así, no duró mucho el tiempo de paz. En 1936 estalla la Guerra Civil. En 1939, la situación del edificio era de ruina total. Las hermanas tuvieron que vender otra parte importante del convento para poder mantener el resto que estaba seriamente afectado.

En el siglo XX todavía acogería el convento a monjas de Segovia (1972) y a la comunidad de Santa Catalina de Osuna (1992). 

En 1977 se demolió buena parte del conjunto, conservándose la iglesia y un patio muy alterado.

Con el traslado a Bormujos, se mantendría la iglesia y fue entonces cuando los Padres Dominicos de la Provincia Bética, que tenía como estudiantado un piso de la calle Severo Ochoa, consideraron oportuno comprar el edificio a sus hermanas dominicas, para el nuevo uso como centro de estudios y noviciado dominico, instalando allí el Estudio General de la Provincia.

El conjunto arquitectónico se renovó en el siglo XVII, correspondiendo su iglesia al diseño que el arquitecto Juan de Segarra (ver) concertó en el año 1632.

La iglesia, fue despojada de buena parte de su patrimonio que se trasladó al Aljarafe.

Exterior

Muy austero. La fachada linda con las calles Juan Rabadán y San Vicente donde se encuentra la puerta no decorada. 


Iglesia de santa María la Real

A su izquierda una puerta neo barroca decorada con un escudo Real.



Convento santo Tomas de Aquino

Interior

El interior, una sola nave, que corresponde al diseño del arquitecto Juan de Segarra, paralela a la calle San Vicente, presenta como forma de cubrimiento una bóveda de medio cañón, teniendo coro a los pies. 

Visión del Altar Mayor desde los pies del templo

Visión del Coro desde la cabecera del templo

Detalle del escudo dominico en la bóveda de medio cañón

Detalle de la iluminación del templo

Los muros están decorados con pontífices dominicos, San Pío V, Benedicto XI, Inocencio V, beatificados y Benedicto XIII.



Muro de la Epístola

Muro de la Epístola desde los pies del templo

1) En el lado de la epístola, a los pies del templo, un retablo neoclásico de San Buenaventura, franciscano doctor de la iglesia.

Retablo de san Buenaventura
Imagen de san Buenaventura
Detalle de san Buenaventura
Ático del retablo

2) Seguidamente, un retablo neoclásico de San Raimundo de Peñafort, dominico patrón de los juristas.

Retablo de san Raimundo de Peñafort
San Raimundo de Peñafort
Detalle de san Raimundo de Peñafort

Retablo Mayor

En la cabecera, destaca el retablo mayor, procedente del antiguo convento mercedario de la Asunción, que se encontraba en la plaza del Museo, como atestigua el escudo mercedario que corona la obra (con un emblema dominico superpuesto). 

Retablo Mayor
Remate del retablo

El retablo fue comenzado por Luis de Figueroa en 1530, aunque debió ser terminado ya en el siglo XVIII, según se constata por la decoración de hojarasca de los cuerpos superiores.

Se compone de dos cuerpos y tres calles; en el primer cuerpo, en barroco camarín se sitúa la Virgen del Rosario, una talla de vestir que aparece flanqueada por las imágenes de Santo Domingo de Guzmán y de San Francisco de Asís. 

Camarín con la Virgen del Rosario
Virgen del Rosario
Detalle de la Virgen del Rosario
Santo Domingo de Guzmán
Detalle de santo Domingo de Guzmán
San Francisco de Asís
Detalle de san Francisco de Asís

El segundo cuerpo está presidido por una talla de Santo Tomás de Aquino que aparece flanqueado por otros dos santos dominicos (Beato Álvaro de Córdoba y Gonzalo de Amarante). Santo Tomás de Aquino se representa con el hábito dominico, libro, sol en el pecho e iglesia bajo el brazo.

Santo Tomás de Aquino

Detalle de santo Tomás de Aquino

Beato Álvaro de Córdoba

Detalle del beato Álvaro de Córdoba

Beato Gonzalo de Amarante

Detalle del beato Gonzalo de Amarante

Corona el ático un marco mixtilíneo que acoge una pintura de la Sagrada Familia.

Sagrada familia en el ático

En el presbiterio un Crucificado y en los laterales las pinturas de la Inmaculada y Santa Rosa de Lima.

Inmaculada

Santa Rosa de Lima

Crucificado

Detalle superior
Detalle del rostro

Detalle del paño de pureza

Detalle de los pies

Lápida del Presbiterio
Muro del Evangelio.
Muro del Evangelio desde los pies del templo

1) En el lado del evangelio, un retablo barroco de Santo Domingo de Guzmán fundador de la orden, decorado con pinturas alusivas a la Eucaristía el Corazón de Jesús, San Juan Evangelista y la Cruz.

Retablo de santo Domingo de Guzmán
Santo Domingo de Guzmán
Detalle de santo Domingo de Guzmán
Eucaristía y Cruz

Corazón y cordero

Finalmente, un retablo neoclásico muy austero de San Francisco de Asís.

Retablo de san Francisco de Asís
San Francisco de Asís
Detalle de san Francisco de Asís
Ático del retablo