AREA DE REGINA-ENCARNACION-SAN PEDRO
Convento de la Encarnación.
El Convento de la
Encarnación fue fundado en 1591 por Juan de la
Barrera, un hombre que había hecho fortuna en América y que, por no tener
descendencia, legó su patrimonio a obras piadosas, para ello donó unas casas en
el barrio de San Bartolomé, para la construcción de un convento, con la
posibilidad de ser vendidas para buscar otra ubicación si fuera necesario.
En el
testamento quedaba estipulado que su enterramiento tendría que realizarse en la
iglesia del convento, que el altar mayor tendría que estar dedicado a la Anunciación y que habría altares dedicados a los santos Juanes.
El convento
debía de estar sujeto al deán y al cabildo catedralicio y tendría como máximo
40 religiosas, teniendo preferencia para entrar las familiares del fundador,
que podrían hacerlo sin aportar una dote.
A la muerte
Juan de la Barrera. el 25 de abril de 1591, su albacea testamentario, Hernando
Vallejo, decidió erigir el convento en el barrio entonces conocido como de
Ponce de León, por tener allí su casa Pedro Ponce de León, anteriormente
conocido como barrio de Morillo.
Así, la ubicación definitiva sería
la que hoy conocemos como plaza de la Encarnación, por el nombre de Nuestra
Señora de la Encarnación del convento.
Una vez construida
la parte principal, se pidió a la Santa Sede la aprobación, que llegó con la
bula del papa Clemente VII del 23 de enero de 1600.
En 1602 el
cabildo aceptó su papel en la gestión del convento y ese mismo año se cerró la
clausura, con monjas agustinas, y teniendo a Beatriz de Vallejo, pariente
del albacea Hernando Vallejo, como primera abadesa, procedente del Convento de Santa María de las Dueñas (ver).
La puerta principal, fue labrada en 1598 por el
arquitecto Alonso Vandelvira (ver)
y los escultores Andrés Ocampo (ver) y Martín Alonso de Mesa, con Diego Rodríguez como
maestro albañil.
Entre 1674 y
1679 se realizó el retablo mayor, por parte de Francisco Dionisio de Ribas (ver), en madera
de cedro y alijo. El retablo se apolilló y fue reparado por Fernando Barahona (ver), que tuvo
que retirar toda la madera de alijo y sustituirla por pino de Flandes. Entre
1691 y 1693 se doró y estofó la restauración, por parte de Miguel de Parrilla.
En un retablo lateral situado en el lado del
Evangelio de la iglesia, frente a la puerta del templo, bajo el cual estaba
enterrado el sacerdote jesuita venerable Fernando de Mata, había un cuadro de Juan de Roelas con la
Inmaculada y el venerable arrodillado junto a ella.
En la actualidad, este cuadro se encuentra en los Museos Estatales de Berlín.
Un episodio desagradable fue protagonizado por Juan
Vallejo, hijo de Hernando Vallejo, que el pretexto de ciertas deudas dejadas
por el fundador, hipotecó incluso las dotes de las religiosas. De esta manera, 38
años después de la fundación, debido a una demanda de los acreedores, fueron
incautados todos los bienes del convento. Finalmente, en 1656, el tribunal
otorgó al convento y a su abadesa la administración de sus bienes y rentas. En la segunda mitad del siglo XVII, las monjas compran nuevas casas
para aumentar el convento.
En 1705, el marqués de Dos Hermanas intentó obtener
el patronazgo del convento alegando que era sucesor de Juan Vallejo. La abadesa
y las monjas se opusieron a estas pretensiones, pues como hemos comentado, desde
1656 la abadesa disfrutaba de plena autonomía frente a los patronos por una
ejecutoria del Tribunal.
Pero, a comienzos del
siglo XVIII la situación
económica del convento era mala y tuvieron que recurrir al dinero de las dotes
de las religiosas para alimentos, y el 29 de septiembre de 1710 la abadesa y
sus doce monjas fueron a pedir ayuda a la catedral, precedidas por una cruz
alzada llevada por su sacristán.
El cabildo acordó darle 200 fanegas de trigo y 200
ducados, pero el visitador privó a la abadesa de su cargo y a sus acompañantes
de "voz activa y pasiva" y el arzobispo reclamó para sí la
competencia de la causa y ordenó arrestar al sacristán porque, según el
historiador J. Muñana, "no era tanta la necesidad como significaban las
religiosas".
En 1810 se produjo la invasión de Sevilla por parte de los franceses, el
Mariscal Soult se instaló en el Palacio Arzobispal y el 28
de abril se publicó en la “Gazeta de Sevilla” el decreto, firmado por José
Bonaparte en el Alcázar, en cuyo primer artículo, literalmente, se podía leer: " Se formará una
plaza pública en el terreno que ocupa la manzana comprendida entre las plazas
de Regina y la Encarnación".
El mismo
decreto ordena que las monjas fuesen trasladadas a otro convento. El visitador
propuso que las monjas fuesen trasladadas al Convento de Nuestra Señora de la
Paz, también de agustinas, pero las monjas no querían ser fusionadas con otro
convento, así que el 10 de junio se trasladaron al Convento de los Terceros,
que había sido exclaustrado.
Así pues, se derribó el convento de la Encamación y el resto de la
manzana, que se había segregado en diversas casas y palacios, fue demolida,
pues el mariscal Soult tenía idea
hacer de Sevilla una gran capital de España, y en el solar del convento de la
Encarnación, ubicaría la plaza mayor que la ciudad, pero la escasez de fondos y el cariz contrario a los intereses
napoleónicos que había tomado la Guerra de la Independencia motivaron que solo
se hiciera la demolición de esta manzana, y que la creación de la plaza nunca
llegó a materializarse.
Así, en la segunda década del siglo XIX con
un solar vacío de cerca de 25.000 m sin ningún tipo de uso, el Ayuntamiento
decidió ubicar en él un mercado de abastos que paliara las necesidades de la
ciudad, pues en ese momento Sevilla no contaba con un punto fijo de ventas,
sino que el comercio se esparcía por las distintas calles y plazas, tal y como
se hacía desde el medievo.
Vista
de la plaza de la Encarnación (años 1980)
Tras la
expulsión de los franceses, el 11 de diciembre de 1813 Fernando VII ordenó
que se devolviesen sus posesiones a todos los religiosos, pero estas monjas
agustinas no tenían ya un lugar al que regresar.
En 1815 la
abadesa María Josefa Rodríguez de León escribió una exposición al nuncio para
evitar el traslado de su comunidad al Convento de Nuestra Señora de la Paz
alegando que aquel convento estaba en su mayor parte en ruinas.
El cabildo catedralicio
les cedió la iglesia y el coro del Hospital de Santa Marta, entre la Plaza Virgen de los Reyes y la Plaza del
Triunfo. Las monjas recibieron en donación dos casas colindantes al
hospital y se trasladaron a su nueva sede el 21 de diciembre de 1819, en este antiguo Hospital de Santa Marta, donde aún hoy día reside la orden, mientas
los terceros volvieron a su respectivo convento.
Actualmente, el convento de la Encarnación sigue ubicado donde se estuvo anteriormente el antiguo Hospital de Santa Marta, en la Plaza Virgen de los Reyes, frente a la catedral. De las obras de arte pertenecientes al convento de la Encarnación original, aún se conservan en su nueva ubicación las imágenes de San Juan Bautista, San Juan Evangelista y de la Anunciación, todas de Francisco Dionisio de Ribas (ver).