AREA DE PLAZA DE LA GAVIDIA, CONCORDIA Y DUQUE
Baños de la Reina Mora.
Los Baños de la
Reina Mora, situados en la calle Baños, son los baños más grandes conservados
de Al Andalus. Corresponden a la época almohade, de finales del siglo XII,
cuando la ciudad experimentaba una ampliación hacia el norte con la
construcción de un nuevo cinturón de murallas que permitía el desarrollo
urbanístico de estos terrenos.
Tras la
reconquista de 1248, después de ocho siglos de dominación musulmana, la ciudad
tenía hasta 18 baños árabes y según Ortiz de Zúñiga en los repartimientos de
1253 fueron otorgados a la reina Juana de Ponthieu, segunda esposa de Fernando
III. Al pasar a su propiedad, empezaron a conocerse como “Baños de la Reina
Juana” nombre que popularmente pasaría a “Baños Moros de la Reina” y finalmente
“Baños de la Reina Mora”.
Tras el
fallecimiento del rey, doña Juana vuelve a Francia y deja a alguno de sus hijos
la propiedad de los baños, ello puede justificar que también sean conocidos
como “Baños de Don Fadrique”, y siguieron funcionando como tales hasta el siglo
XVI.
A principios del siglo XIV
pasaron, por privilegio real, al Cabildo Catedralicio hasta 1542 que fueron
vendido a varios particulares, entre ellos, según José Gestoso, el duque de
Medina Sidonia, cuyo escudo estuvo situado en el artesonado de la escalera.
Según Ortiz de Zúñiga y Alonso
Morgado, en 1551 sus propietarios eran el sacerdote don Pedro de Córdoba y el
matrimonio formado por don Jerónimo de Montalván y doña Ana Enríquez, que
cedieron la propiedad, según escritura pública de 3 de enero de 1551, para el
“recogimiento de mujeres públicas arrepentidas”, conocido como Convento del
Dulce Nombre de Jesús, regido por monjas agustinas. Al pasar a convento el
edificio fue reformado y José Gestoso y Pérez hace una descripción del mismo y
alude a los restos islámicos.
Continuó como Convento hasta 1837
(desamortización de Mendizábal), en que se produce la exclaustración de las
monjas que pasan al convento de san Leandro.
El edificio se usa entonces como
casa de vecinos, pero en 1870, la capilla es adquirida, por subasta pública,
por doña María del Amor Pérez de León para ser sede de la Cofradía del Amor.
Previamente, ella
había comprado, en subasta pública, la talla del Crucificado del Amor. Pero, la
estrechez de la portada hacía imposible la salida de los pasos, lo cual obligó
a la hermandad a procesionar desde la iglesia de San Gregorio.
En 1.905, la junta de
la hermandad decidió realizar las obras necesarias para permitir la salida de
la cofradía, pero se negaron los herederos de doña María del Amor, lo que obligó
al traslado de la corporación a la iglesia de santa Catalina, donde habían
adquirido una capilla propia.
Posteriormente, entre 1.917 y
1.936, se instalaron los
Dominicos de San Jacinto, hasta recuperar su convento de la calle san Jacinto
de Triana.
En 1938 toma posesión
la Organización Nacional de Ciegos (ONCE), por mediación del capellán de la
misma, don Antonio Mañes Jerez, que era el confesor de los herederos de doña
María del Amor.
Cuatro años después
se asienta definitivamente, en la capilla del Dulce Nombre, la Hermandad de la
Vera Cruz tal como la conocemos actualmente.
Desde 1886, el edificio, salvo la
primitiva capilla del Dulce Nombre, se transformó en Comandancia de Ingenieros
hasta 1976 cuando se procedió al desalojo y derribo del cuartel. Fue refugio de
marginados y casa de vecinos hasta que en los años 80 del siglo XX fue
adquirido por una inmobiliaria para la construcción de viviendas, y durante las excavaciones aparecen los
primeros rastros de los Baños de la Reina Mora.
En 1983 el edificio
es declarado Monumento Nacional y en 1996 los Baños son declarados Bien de
Interés Cultural.
Los descubrimientos arqueológicos permiten situar el
edificio en el siglo XII. Por su extensión sería uno de los baños mayores de
Al-Andalus y por supuesto el mayor de Isbilia. En la parte trasera del Retablo
Mayor de la capilla se sitúa el arco de la puerta de acceso que daba a la calle
Baños, lo que demuestra que antaño los Baños ocupaban toda la manzana y
que tenían otra puerta que daba a la calle Jesús de la Vera Cruz. Existiría un
palacio contemporáneo en el actual convento de Santa Clara y una mezquita en la
actual parroquia de San Vicente.
Como hemos
comentado, el edificio ha sufrido numerosas alteraciones a lo largo del tiempo,
en especial cuando sirvió de convento, además de padecer abandono antes y
durante las excavaciones en los años 80 y 90 que han permitido conocer mejor el
antiguo diseño, así como recuperar elementos decorativos.
No hay que olvidar que los baños
árabes no solo tenían una función social, como en tiempos de Roma, sino que
tenían una intencionalidad religiosa.
El Islam exige que los fieles
sigan una rutina muy estricta para la purificación del cuerpo antes de entrar en
las mezquitas, por ello estos edificios se solían situar cerca de los templos.
En los “Hamman”, los musulmanes
seguían un ritual pasando por diferentes estancias, igual que las
termas romanas, desde una zona de acceso con vestuarios y letrinas, sala de
agua fría, sala de agua templada y de agua caliente, con conductos subterráneos
que caldeaban las salas y fuentes de agua para asearse.
Y efectivamente los Baños
sevillanos conservan la primitiva zona de acceso, una estancia rectangular
paralela a la calle, para vestirse y usar las letrinas y una estancia dividida
en tres espacios separados por columnas y arquerías al estilo de algunas
estancias del Real Alcázar, con un espacio central más amplio y dos laterales.
Tras la conversión del edificio en
el Convento, los antiguos vestuarios se convirtieron en capilla, tapándose la
bóveda de paños de sebka con yeserías barrocas de exaltación de la Eucaristía.
Igualmente, se derribó la bóveda original para dejar el espacio a cielo abierto
consiguiendo un claustro de mayores dimensiones, contiguo a la que sería la
iglesia del cenobio, la actual capilla de la Hermandad de Vera Cruz
Actualmente, tras la restauración,
la entrada principal se sitúa en la calle Baños, una escalera de una docena de
peldaños permite el acceso al edificio.
Se alcanza la primera sala,
cubierta con bóveda de cañón y oberturas estrelladas en el techo (“madawi”),
que podría ser la zona de vestuarios.
El vestíbulo se
habría situado debajo de la iglesia, donde Morgado sitúa un mosaico; unas obras
de restauración permitieron descubrir también unas pinturas que se han asociado
a los baños en el ábside.
A continuación, se sitúa la sala
Principal, que ocupaba el lugar
central del complejo, en torno al cual se disponían las diferentes estancias.
Es de forma
rectangular, con cuatro arcos en los lados norte y sur y tres en los restantes.
El
elemento decorativo más evidente son las columnas del patio, de fuste liso
realizado en mármol blanco que apoyan capiteles de mocárabe. Las bases de la
mayoría de las columnas están fragmentadas, ya que el patio sufrió alteraciones
durante el proceso de transformación a claustro del convento. Los fustes de las
columnas eran de acarreo, ya que tanto los materiales como las formas varían.
Estas columnas y capiteles del
patio datan del primer tercio del siglo XIII.
Las
columnas sustentan arcos de medio punto de ladrillo. Las arquerías originales, que habrían sido túmidas,
fueron reemplazadas por las actuales, que tienen también una línea de imposta
más alta.
El propio patio
habría servido de sala templada (“watani”), asemejándose entonces al baño de la
Judería de Baza, donde dicha sala ocupaba también el centro.
El patio estuvo en su día
rematado por una gran bóveda esquifada de cuatro paños.
El agua procedería de
un pozo de embocadura rectangular y un aljibe con varios depósitos, de cubierta
abovedada en forma de “U”, comunicados entre sí.
Próxima al aljibe y a espaldas del “al-bayt” se
encontrarían las calderas, de las cuales no han quedado vestigios.
En el extremo
norte del patio se conserva una pequeña galería con varias hornacinas donde se
situaban fuentes.
El agua para la
purificación corría por una serie de cañerías instaladas en las paredes
laterales.
Al norte se sitúan
varias salas que habrían estado dedicadas al proceso del baño.
Al fondo hay otra
sala, flanqueada por una sala cuadrada más pequeña a cada
lado. Se asume que se trataba de la sala fría (“barid”).
Tanto la sala
caliente como la pequeña sala, a la izquierda de la fría, cuentan con aberturas
en los techos.
Los lucernarios
servían, además de para dar luz natural al espacio, para regular la temperatura
ya que se podían abrir o cerrar en función de las necesidades térmicas.
La
decoración en los muros habría constado de pinturas y yeserías. En algunas
bóvedas han aparecido “paños de sebka” bajo el enlucido, con un diseño muy
similar a los presentes en la Giralda y en el Real Alcázar, lo que permite pensar que el edificio es contemporáneo
a ellos.
También se aprecian
frisos de yesería cristianos de exaltación de la Eucaristía, que pueden ser
restos del antiguo convento.