martes, 5 de septiembre de 2023

 ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA

La Leyenda de la Gitana con Murillo.

Estando Murillo paseando por los alrededores de la Catedral de Sevilla, una gitana se le acercó para leerle su mano. La gitana asustada le miró a los ojos y le animó a no acudir a ninguna boda porque encontraría su muerte en una de ellas.

Murillo que además de ser un hombre de fe, era bastante supersticioso rechazó, desde ese momento, todas las invitaciones por miedo a que se cumpliera la palabra de la gitana.   

En 1680, un benefactor de Cádiz dejó un legado económico para la restauración del Altar Mayor del Convento de Capuchinos de la Ciudad.

La Iglesia de Capuchinos formó parte del Convento que dicha orden mantuvo abierto en Cádiz desde 1639 hasta su derribo a mediados del siglo XX. El edificio contaba con un importante grupo de pinturas que se pueden ver en el Museo de Cádiz. Destacaban varios cuadros de Murillo.

Con esta dote, la congregación encargó a Murillo un lienzo grande y varios pequeños para el Altar Mayor de la Iglesia, permitiéndole residir en el convento con sus ayudantes, instalando su taller en la Biblioteca del Convento.

Una vez terminado el lienzo principal, Murillo se encargó de dirigir su colocación usando unos andamios, con tan mala suerte que sufrió una caída de altura y consecuentemente se trasladó a Sevilla donde moriría después.

El cuadro en cuestión era “Los Desposorios místicos de Santa Catalina”, de tal modo que se cumpliría el trágico destino que la gitana vio en su mano, pero no como invitado, marido o padrino de una boda, sino como autor del cuadro de una boda, que era la de Santa Catalina en su divino compromiso con Dios.

Suele decirse que su discípulo Meneses Osorio terminó el lienzo que había quedado inacabado, pero san Ambrosio afirma que la caída se produjo durante la colocación del cuadro terminado. Lo que está documentado es que este discípulo terminó el resto de las pinturas que formaban el retablo probablemente sobre bocetos preparatorios realizados por el maestro. 

Desposorios místicos de Santa Catalina. Murillo, Bartolomé Esteban. 1682. Óleo sobre lienzo. 441 x 315 cm. Convento de Capuchinos de Cádiz. Museo de la Plaza de la Mina. Cádiz

La bola del mundo, sobre unos peldaños, sirve de trono a la Virgen y a su Hijo, mientras la Santa se dispone arrodillada a sus pies, a su lado se encuentra la rueda rota y la espada de su decapitación, y el Niño le sujeta la mano derecha en disposición de colocarle el anillo. Un angelito, en un marcado escorzo, se dispone a colocar la corona sobre la cabeza de la Santa y otro porta la palma. A ambos lados figuran ángeles en diferentes actitudes, observando el enlace místico que se está produciendo en el centro de la composición.

ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA

El fantasma del "Blanquillo".

La puerta de la Barqueta se denominó de Bib-Arragel o Vib-Arragel, probablemente una forma castellanizada del topónimo andalusí Bab-al-Ragwal o camino o Puerta de Alcalá del Río (Qalat Ragwal) (ver).

La Puerta de la Barqueta, también llamada Puerta de Vib-Arragel o de la Almenilla

Finalmente, en el siglo XVIII, se denomina de la Barqueta, porque en ella se cogía la barca que, desde los siglos medievales, permitía cruzar el rio de una orilla a otra, hacia Santiponce y otros pueblos próximos, evitando caminar hasta el distante puente de barcas.

En el plano de Olavides, de 1771, se observa una extensa plaza, dentro de la puerta, conocida como de Vivarragel, permaneciendo la forma acodada de tiempo almohade.  

Localización de las Puertas y Postigos de Sevilla en el plano de Pablo de Olavide de 1771

No tuvo trascendencia comercial ni artística, pues su gran utilidad era frenar el desbordamiento habitual de las aguas del rio, debido a que se situaba por donde pasaba el antiguo cauce del Guadalquivir de la época romana hacia la Alameda y la Campana. 

Por ello, era una puerta robusta con múltiples construcciones de defensa en su entorno, malecones y diques de contención y presentaba una plaza denominada de Vid-Arragel  y unos espacios elevados como el “Patín de las Damas” o la “Blanquilla” (ver).

Extracto del plano de 1860, con la localización de la Puerta de la Barqueta

Estos espacios elevados se alcanzaban a través de una escalera y constituían una zona de agradables paseos en verano, pero con los días grisáceos del otoño, el blanquillo dejaba de ser ese paseo alegre y soleado para convertirse en un lugar sombrío y especialmente por las noches se convertía en una zona lúgubre de espectros y duendes.  

Para los vecinos de la Macarena era un lugar maldito y se aseguraba que en los malecones de la barqueta habitaban espectros y que las brujas celebraban abominables aquelarres.

Se contaba que un moro enterró viva a una de sus hijas doncella porque dejó de serlo por cierto caballero cristiano y también que cierto día aparecieron los cadáveres de dos amantes que habían aprovechado su soledad para sus expansiones amorosas.

Patín de las Damas

En este barrio de la Macarena residía un personaje bravucón, apodado el “Terme”, que se jactaba de su valentía y de haber matado en pendencias a otros hombres.

En una oscura noche de invierno estando bebiendo con unos amigos en una taberna, surgió el tema de un fantasma del Blanquillo que a las doce en punto de la noche solía pasearse por la muralla hasta el convento de san Juan de Acre.

En su situación de euforia alcohólica y dada su habitual chulería, apostó con sus compadres que se enfrentaría a dicho fantasma, y se dirigió hacia la plaza de Vib-Arragel para subir por una de las escaleras que facilitaban el acceso a la explanada del Blanquillo y Patín de las Damas.

Se sorprendió al ver que por el filo del asiento que rodeaba el Patín de la Damas se acercaba una figura cubierta con un traje blanco, con el rostro tapado por un capuchón, y que llevaba en su mano derecha una larga vara, en cuyo extremo superior ardía una llama azulada.

A pesar de su valentía se sintió amenazado y disparó dos veces con su pistolón al personaje blanco, pero se asombró cuando este se sacó las dos balas con su mano izquierda al mismo tiempo que con su mano derecha elevaba su bastón al cielo para después dirigirlo hacia él.

Por la mañana, los alguaciles encontraron el cuerpo calcinado del “Terme” en la explanada del Blanquillo y consideraron que había sido alcanzado por un rayo durante la tormenta de la noche anterior, aunque todo el vecindario intuía lo sucedido pero no se atrevían a manifestarlo por miedo a la Santa Inquisición.