ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA
Estando Murillo paseando por los
alrededores de la Catedral de Sevilla, una gitana se le acercó para leerle su
mano. La gitana asustada le miró a los ojos y le animó a no acudir a ninguna
boda porque encontraría su muerte en una de ellas.
Murillo que además de ser un hombre de
fe, era bastante supersticioso rechazó, desde ese momento, todas las invitaciones
por miedo a que se cumpliera la palabra de la gitana.
En 1680, un benefactor de Cádiz dejó
un legado económico para la restauración del Altar Mayor del Convento de
Capuchinos de la Ciudad.
Con esta dote, la congregación
encargó a Murillo un lienzo grande y varios pequeños para el Altar Mayor de la
Iglesia, permitiéndole residir en el convento con sus ayudantes, instalando su
taller en la Biblioteca del Convento.
Una vez terminado el lienzo
principal, Murillo se encargó de dirigir su colocación usando unos andamios,
con tan mala suerte que sufrió una caída de altura y consecuentemente se
trasladó a Sevilla donde moriría después.
El cuadro en cuestión era “Los Desposorios
místicos de Santa Catalina”, de tal modo que se cumpliría el trágico destino
que la gitana vio en su mano, pero no como invitado, marido o padrino de una
boda, sino como autor del cuadro de una boda, que era la de Santa Catalina en
su divino compromiso con Dios.
Suele decirse que su discípulo Meneses
Osorio terminó el lienzo que había quedado inacabado, pero san Ambrosio afirma
que la caída se produjo durante la colocación del cuadro terminado. Lo que está
documentado es que este discípulo terminó el resto de las pinturas que formaban
el retablo probablemente sobre bocetos preparatorios realizados por el maestro.
Desposorios místicos de Santa Catalina. Murillo, Bartolomé Esteban. 1682. Óleo sobre lienzo. 441 x 315 cm. Convento de Capuchinos de Cádiz. Museo de la Plaza de la Mina. Cádiz
La bola del mundo, sobre unos peldaños, sirve de trono a la Virgen y a su Hijo, mientras la Santa se dispone arrodillada a sus pies, a su lado se encuentra la rueda rota y la espada de su decapitación, y el Niño le sujeta la mano derecha en disposición de colocarle el anillo. Un angelito, en un marcado escorzo, se dispone a colocar la corona sobre la cabeza de la Santa y otro porta la palma. A ambos lados figuran ángeles en diferentes actitudes, observando el enlace místico que se está produciendo en el centro de la composición.