ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA
San Fernando y la Virgen de los Reyes.
Según la tradición, Luis IX, primo del rey Fernando III el Santo, regaló al rey de Castilla y León la imagen de una
Virgen sentada, con su hijo sobre las rodillas, a la que se llamó Nuestra
Señora de los Reyes, por ser un regalo del rey de Francia al rey de Castilla (de Rey a Rey).
Pero
la leyenda nos refiere que el rey Fernando III estaba rezando en el campamento
de Tablada, mientras asediaba a Sevilla, cuando adormecido tuvo una visión de
la Virgen con el Niño en brazo, que le decía: “Fernando,
por tu gran piedad, yo te prometo que habrás de conquistar Sevilla”.
Una vez conquistada la ciudad, el rey Fernando encargó
a varios escultores que le tallaran una imagen igual a la de su visión, pero ninguno consiguió una reproducción
como su sueño.
Pero, llegaron al Alcázar tres jóvenes, vestidos de peregrinos, procedentes
de Alemania. Según referían eran escultores en ruta de perfeccionamiento que, tras
recorrer el país germano y Francia, llegaban para aprender de estas tierras.
En agradecimiento a la gran acogida, ofertaron regalarle al rey una imagen de la Virgen, para lo que solamente pidieron un local donde pudieran trabajar sin que fueran molestados.
Al pasar unas horas, una de las sirvientas miró por la cerradura y comprobó que los escultores no estaban trabajando, sino que simplemente estaba arrodillados rezando.
Cuando
el Rey entró en la estancia, para comprobar lo que decía la sirvienta, encontró
sobre la mesa una talla de una Virgen que era exactamente igual a la que había visto
en su sueño, pero los escultores habían desaparecido, a pesar de que no existía
otra puerta para salir y de que los centinelas confirmaron que nadie había salido del Alcázar.
Los escultores sevillanos certificaron que era imposible tallar aquella
imagen en solo unas horas, por lo que se consideró que los tres escultores
alemanes eran ángeles y que le habían dejado la Virgen como regalo divino.
El obispo Don Remondo lo consideró un milagro y ordenó colocar la
imagen en la Capilla del Alcázar con el nombre de Nuestra Señora de los Reyes.
El rey Fernando III, en su testamento dejó escrito que deseaba
estar sepultado a los pies de Ella, por ello la Virgen pasó al
altar de la Capilla Real de la Catedral, y allí sería enterrado, tras su muerte
el 30 de mayo de 1252, junto a su mujer Beatriz de Suabia y su hijo Alfonso X
el Sabio.
El 17 de marzo de 1668, con motivo de su beatificación, se procedió a la apertura solemne de su sepulcro y se comprobó que su cuerpo estaba incorrupto, sin haber sido embalsamado.
Mostraba sus ricas telas en las cuales destacaba el adorno que
representaba a los castillos y leones, tan significativos del reino de España.
Además había un cetro, una sortija con un zafiro y una espada con su puño en
plata.
Estos
hechos fueron analizados y certificados por los médicos de la época, don Gaspar
Caldera, don Pedro de Herrera y el erudito don Cristóbal Báez.
Restos incorruptos, en
una urna de plata que está considerada la obra más relevante de la orfebrería
barroca sevillana, labrada por Laureano de Pina, que se abre el día de su
festividad cada 30 de mayo.
En relación con esta leyenda, en el centro de la Plaza Nueva se erige una estatua dedicada al
Rey san Fernando y a la Virgen de los Reyes.
La primera piedra fue colocada en 1877 pero no sería inaugurado hasta el
15 de agosto de 1924.
El diseño se debe a Juan Talavera y Heredia y la estatua ecuestre
a Joaquín Bilbao, hermano del pintor Gonzalo Bilbao.
El caballo muestra las cuatro patas en el suelo, lo que simboliza que el protagonista murió por causas naturales y no en batalla o por heridas sufridas en ella.
Su mano derecha empuña un cetro rematado con una cruz, mientras la espada Lobera permanece envainada a su izquierda.
En la silla, se aprecia una
imagen de la Virgen con el Niño Jesús en brazos, al modo de la Virgen de los
Reyes.
En el pedestal se disponen cuatro esculturas
de personajes muy significativos en la conquista de Sevilla: su hijo Alfonso X el Sabio,
obra de Enrique Pérez Comendador; el Almirante Ramón de Bonifaz, que rompió las cadenas del "puente de barcas" que unía Sevilla con Triana, realizado por
José Lafita Díaz; el Obispo Don Remondo, que acompañó a Fernando III y fue Arzobispo de Sevilla, esculpido por Alfonso López Rodríguez y
el Caballero Garci Pérez de Vargas, uno de los Veinticuatro Caballeros del rey, cuyo autor es Joaquín Sánchez Cid.