RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas Mártires
Santa Inés de Roma.
La vida
de Santa Inés está envuelta en un halo de misterio y leyenda, en parte debido a
la naturaleza incierta e incluso contradictoria de las fuentes que la relatan.
La información que ha llegado hasta nosotros proviene principalmente de las “Actas de los Mártires”,
redactadas en el siglo V, más de cien años después de los hechos que narran, lo
cual contribuye a la dimensión legendaria de su figura.
Se cree que
Santa Inés nació en Roma hacia el año 290 d.C., en el seno de una familia noble
y cristiana. Desde pequeña, fue educada en la fe por sus padres, quienes le
inculcaron los valores fundamentales del cristianismo. Movida por una profunda
devoción, consagró su vida a Dios mediante un voto de virginidad.
Según este texto, como hemos comentado, Inés era una
bella joven proveniente de una noble familia romana. Tuvo varios pretendientes,
a los que rechazó por declararse fiel amante de Cristo.
Entre
ellos, destaca el hecho de que, volviendo
un día del colegio, a una edad temprana,
entre los 12 y los 13 años, la niña se encontró con el hijo del Prefecto
de Roma, el cual se enamoró de ella y le prometió grandes regalos a cambio de
la promesa de matrimonio. Ella respondió: "He sido solicitada por otro
Amante. Yo amo a Cristo. Seré la esposa de Aquel cuya Madre es Virgen; lo amaré
y seguiré siendo casta".
Por
ello, humillado y enfurecido, el joven la denunció a su padre por profesar la
fe cristiana. En ese tiempo, durante las persecuciones del emperador
Diocleciano, los cristianos eran obligados a renunciar a su fe y rendir culto a
los dioses romanos, bajo pena de muerte.
Santa
Inés fue juzgada y condenada a vivir en un prostíbulo, con la intención de
quebrantar su voto de castidad. No obstante, según la tradición, ningún hombre
pudo tocarla, y el único que intentó
hacerlo quedó ciego. Inés, llena de compasión, oró por él y recobró la vista.
Según las Actas de su martirio, al ser
expuesta desnuda en público, su cabello creció milagrosamente hasta cubrir su
cuerpo como un manto, protegiéndola del ultraje.
Más
adelante, fue sentenciada a morir en la hoguera, pero las llamas se rehusaron a
dañarla. Finalmente, fue ejecutada por decapitación.
Santa
Inés fue enterrada en la Vía Nomentana. Poco tiempo después, su hermana adoptiva,
Santa Emerenciana, fue apedreada hasta la muerte mientras rezaba junto a su
tumba.
Según la
leyenda, Constantina, hija del emperador Constantino, fue sanada de una grave
enfermedad gracias a la intercesión de Santa Inés. En agradecimiento, mandó
construir una basílica sobre su sepultura, la cual se completó hacia el año 350
d.C.
En el
siglo VII, el Papa Honorio I ordenó levantar, extramuros, una nueva iglesia, la “Basílica
de Santa Inés”, sobre el lugar donde descansan sus restos, en
sustitución de la ya deteriorada basílica constantiniana.
Cada 21
de enero, la Iglesia celebra la festividad de Santa Inés, recordando su
martirio, pureza y fidelidad inquebrantable a Cristo. Es común representarla
con un cordero, símbolo tanto de su nombre en latín (Agnus, que significa “cordero”)
como de su pureza.
Ese día
se lleva a cabo un rito tradicional: dos corderos provenientes de la abadía
trapense de “Tre Fontane” en Roma son llevados a la iglesia de “Sant’Agnese
in Agone”, donde el Papa
los bendice. Posteriormente, son entregados a las monjas benedictinas del
convento de Santa Cecilia. El Jueves Santo, los corderos son esquilados y con
su lana se confeccionan los “palios” de los arzobispos.
El “palio”
es un ornamento de lana blanca
adornada con seis cruces negras que se coloca sobre los hombros, y tiene dos bandas que caen sobre el pecho y la espalda, de los
arzobispos metropolitanos como símbolo de su autoridad pastoral y de su
comunión con el Papa. Cada 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo,
los nuevos arzobispos reciben el palio, estableciendo un vínculo litúrgico
entre su misión pastoral y la figura de Santa Inés.
Inspirado
por su ejemplo, en 1858 el padre Caspar Rehrl, un misionero austriaco, fundó en
Fond du Lac, Wisconsin (EE. UU.), la Congregación de las Hermanas de Santa
Inés, una comunidad religiosa femenina dedicada al servicio bajo el patrocinio
de la santa, a quien él profesaba una profunda devoción.
Santa Inés
es la patrona de las vírgenes, las niñas y la castidad, y su medalla se
convierte no solo en un símbolo de devoción, sino también en una conexión
directa con los valores que ella representó.
Museo Julio Romero de Torres. Córdoba
Junto a la santa, que yace
sobre una losa de mármol, dos jóvenes mujeres que la cubren con sus cuerpos
curvos y sinuosos. Una es santa Emerenciana, amiga y cuidadora de santa
Inés, de cuya mano sale un haz de luz que irradia sobre la santa yacente e
hierática. Como muestra de respeto, Romero ciñe el cuerpo de la santa con una
túnica blanca. Solo deja al descubierto sus pies, sus brazos y su cara, que
muestran el rigor de la muerte.
La otra mujer, de rasgos andaluces y
gitanos, es un personaje repetido en sus cuadros. Su gesto es de silencio, con
el que pretende proteger a la santa muerta.
En la pequeña imagen superior, se presentan dos fragmentos sobre la vida y martirio de Santa Inés.
Ante otras jóvenes de su clase
nobiliaria, el hijo del prefecto de Roma suplica su amor a Inés, que virtuosa
da la espalda al joven pretendiente. En la segunda imagen, a la derecha, Inés
mantiene su virtud incluso en un lupanar, donde es encerrada por orden del
prefecto romano.
Museo
del Prado
Masip
ha representado el segundo martirio de la santa romana (siglo IV),
cuando tras haber sido condenada a la hoguera, milagrosamente, las llamas no
tocaron su cuerpo y fue finalmente condenada a morir decapitada. A los pies de
la mártir podemos ver los leños aún prendidos y humeantes. El cordero que
sostiene entre sus brazos simboliza su condición de virgen en el momento de su
muerte, que será premiada con la corona y la palma de mártir que dos ángeles
bajan del Cielo.
Fundación
Focus. Centro Velázquez. Hospital de los Venerables
Esta obra, junto a su compañera Santa Catalina, formaba parte
del retablo encargado por doña Francisca de León para la iglesia del convento
sevillano del Santo Ángel. El conjunto fue contratado al pintor en 1605 y ambas
piezas comparten un destino histórico común. Sin embargo, esta pintura se
distingue por ser la única del conjunto que está firmada y fechada,
concretamente en 1608.
En 1804, ambas tablas fueron
adquiridas por el Deán López Cepero, quien posteriormente las donó en 1821 a la
colección del rey Fernando VII. Finalmente, ingresaron en el Museo en 1829.
Pacheco representa a la santa
de pie, con una expresión introspectiva, enmarcada por un paisaje montañoso.
Porta sus atributos
iconográficos más característicos: la palma del martirio, símbolo de aquellos
que han entregado la vida por Cristo, y un cordero, que remite tanto a la
humildad y mansedumbre de la santa como a la etimología de su nombre en latín,
en alusión directa al Agnus Dei, el Cordero de Dios.
La santidad de la figura queda
subrayada por la aureola que circunda su cabeza, mientras que su virginidad se
simboliza mediante la corona de oro engastada con piedras preciosas.
El artista se inspira en un
episodio narrado en la Leyenda Dorada, según el cual la santa
habría rechazado las joyas ofrecidas por el hijo del prefecto de Roma, su pretendiente,
afirmando que no podía aceptarlas porque estaba desposada con un esposo
celestial. Este le habría colocado un anillo en la mano derecha (como se
observa en la pintura), adornado su cuello con una sarta de piedras preciosas y
la habría revestido con un manto tejido en hilos de oro. De ahí la meticulosa
atención del pintor a la descripción de las joyas y los ricos bordados, con los
que enfatiza tanto la pureza como la dignidad espiritual de la santa.
Detalle del rostro
Detalle del cordero
Detalle de la mano con el anillo de compromiso y la palma del martirio
Museo de Bellas Artes de Sevilla
Santa Inés. Taller de Zurbarán.
Hacia 1650. Óleo sobre lienzo. 173 x 102 cm. Museo de Bellas Artes. Sala VI. Procede
de la desamortización del Hospital de las Cinco Llagas
En este lienzo se representa a Santa Inés de pie, de tres
cuartos de perfil. La cabeza de castaños cabellos, levemente baja, se gira para
mirar al cordero que porta en su regazo mientras sostiene con ambas manos un
libro. El ropaje es sencillo y de apagados colores: El vestido es rojo burdeos
y el manto que la envuelve a manera de toga, de un suave amarillo, colores que
encajan con las tonalidades verdosas del fondo. La luz penetra por la derecha
iluminando la figura. En el ángulo inferior
izquierdo del lienzo se lee la inscripción: "S.Inés".
Detalle de Santa Inés