jueves, 21 de julio de 2022

La Esclavitud y la Hermandad de los Negritos

AREA DE SAN ESTEBAN

La Esclavitud y la Hermandad de los Negritos

Esclavitud

La esclavitud es uno de los fenómenos más antiguos de la Humanidad, pues ninguna civilización, desde la Antigüedad a la época contemporánea, ha sido desconocedora de este fenómeno.

El término “esclavo” deriva de “Eslavo”, que fueron los primeros en ser esclavizados hace miles de años. El fenómeno de la esclavitud se relaciona con las guerras y la expansión militar y comercial, de tal modo que los vencedores, los que tienen poder y medio, son los esclavizadores, frente a los esclavizados que son los vencidos, o los que no podían defenderse.

La historia de España está unida a la esclavitud, primero con la conquista romana que esclavizó a miles de íberos, luego la esclavitud cristiano-visigoda, la esclavitud en al-Ándalus y en los reinos cristianos medievales y especialmente en la Edad Moderna hasta 1.889, en que fue abolida

Sevilla, fue uno de los grandes mercados de esclavos y su tradición esclavista parece remontarse a la época cartaginesa y romana para aumentar en la época andalusí, decaer en la Edad Media y florecer especialmente con el descubrimiento de América. 

Justificación de la Esclavitud

En cuanto a la justificación de la existencia de la esclavitud hay que tener en cuenta que había sido defendida por Aristóteles y venía siendo practicada en todos los países mediterráneos, sobretodo en relación con los prisioneros de guerra a los que se perdonaba la vida.

En el “Código de las Siete Partidas” (1.265) del reinado de Alfonso X el Sabio, se justifica la esclavitud como derecho de guerra, nacimiento y venta. Considerando a tres tipos de hombres: “omes o son libres, o son siervos o aforrados a que se llaman en latín libertos”. Al mismo tiempo, da gran valor a la libertad “Aman et cobdician naturalmientre todas las criaturas del mundo la libertad, quanto mas los homes que han entendimiento sobre todas las otras, et mayormientre aquellos que son de noble corazón”

En la predicación de la doctrina islámica, se considera a la esclavitud como un fenómeno natural e inherente a la sociedad de su tiempo (los palacios y cárceles del mediterráneo islámico no estaban ausentes de esclavos blancos), pue el Corán, el libro sagrado de los musulmanes, no proporciona ninguna información contra la posesión de esclavos. Pero, solo los extranjeros podían ser reducidos a la condición de esclavos, que eran identificados como no creyentes. Según la “Sharia” se llegaba a la condición de esclavo por dos circunstancias, la primera al ser prisionero no musulmán en el curso de la “Yihad” o guerra santa, cuyo propósito era la expansión política, religiosa y militar del Islam a todos los rincones posibles del mundo, la segunda sería la reproducción entre ellos, aunque los hijos del propietario y una esclava eran libres. Mediante ambos métodos, esta civilización llego a tener una gran fuente de esclavos no m musulmanes y la consiguiente red de tráfico de mercancía humana.

En la Iglesia católica, la esclavitud era perfectamente aceptada por los teólogos del siglo XVI y por la propia sociedad. En el Antiguo Testamento (Libro de Levítico) se regulan los derechos de los siervos y en el Nuevo Testamento, san Pablo, en la epístola a los Colosenses, pedirá a los “Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos en este mundo” y a los amos “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo”.

En los siglos XVI y XVII, la Iglesia permitió la esclavitud y la participación, en Sevilla, de los esclavos negros en las celebraciones religiosas, y así en el Corpus algunas mujeres de color tocaban y bailaban, estando documentados determinados grupos de danza de esta naturaleza, como “Los negros”, “Los negros de Guinea”, “La cachumba de los negros”, “Los Reyes m¡negros” etc. Y también se formaron cofradías, integradas por negros y mulatos, que desfilaron por las calles de Sevilla durante la Semana Santa, como “La Hermandad de los Negros de Triana, “La Hermandad de los mulatos de san Idelfonso” y “La Hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles de los Negritos”. 

La esclavitud en Sevilla

La lucha con el Islam provocó un importante flujo de esclavos desde los reinos cristianos hacia al-Ándalus y la conquista cristiana sobre el Islam andalusí aumentó el volumen de musulmanes privados de libertad, aunque algunos de ellos eran cautivos, no esclavos. 

Los esclavos musulmanes eran llamados “blancos” por el color de la piel, en contraposición a los negros, y entre ellos había árabes, bereberes y turcos. Algunos procedían del emirato nazarí de Granada y Málaga, otros de la costa mediterránea del Magreb, la “Berbería de Levante” (Trípoli, Túnez, Bona, Oran, Tremecén, Monastitur, Sfax) y otros de la “Berbería de Poniente”, el Magreb atlántico (Arcila, Azamor).

Se establecieron rutas comerciales caravaneras, con esclavos subsaharianos, que recorrían los territorios del actual Marruecos, en mano de mercaderes magrebíes y árabes, que levantaron un auténtico imperio esclavista, capturando esclavos del norte de África para llevarlos a las costas del Magreb y ser vendidos a portugueses, castellanos, genoveses, flamencos y florentinos. En este camino, Oran era el punto cave del comercio español, desde donde se desplazaban a la península los esclavos capturados en el África subsahariana. 

A este comercio mediterráneo, en Castilla y Aragón se sumaron su propio mercado interno de esclavos “moriscos” que se ofrecían como esclavos para escapar de la expulsión, sobre todo tras la “Revuelta de la Alpujarra”, determinada por la “Sanción” de 1567 que limitaba sus costumbres y tradiciones para lograr su cristianización total, al asumir que todos eran falsos cristianos. Se justificó su esclavización al considerarlos prisioneros de guerra, y poblaciones enteras fueron convertidas en esclavos. Muchos recobraron su libertad tras el pago de un rescate, pero los que carecían de medios económicos se mantuvieron como esclavos, y se calcula que 2.300 fueron deportados a Sevilla. 

Los esclavos negros, en el siglo XV, procedían de Portugal vía el Algarbe, por lo que Sevilla, junto con Lisboa, fue la ciudad europea con más esclavos negros. Luis de Peraza, en el primer tercio del siglo XVI, contaba “Hay infinita multitud de negros y negras de todas las partes de Etiopia y Guinea, de los quales nos servimos en Sevilla y son traídos por la vía de Portugal”.

Además de esclavos musulmanes y negros, a partir del siglo XIV se importaron esclavos canarios, principalmente de Gran canaria y Tenerife. La mayor afluencia tuvo lugar con el sometimiento definitivo del arquipielago a finales del siglo XV, tras la conquista de Tenerife y la represión de la revuelta de la Gomera, cuando guanches y gomeros fueron vendidos en el mercado hispalense y en Valencia. 

No abundaron los esclavos americanos pues la Corona prohibió terminantemente su tráfico. Estos indígenas del Nuevo Mundo procedían sobretodo de la Española, san Juan de Puerto Rico y Brasil.

De este modo, en Sevilla se mezclaban esclavos negros, mulatos, blancos y de color “loro”, en un mercado permanente de compraventa que se realizaba en las “Gradas de la Catedral” y que deambulaban por las calles, siendo fácil distinguirlos por su color y atuendo y porque solían llevar tatuadas en las mejillas una “S” y un “Clavo”, una flor de Liz, una estrella, las aspas de san Andres o el nombre de su amo. Por ello, se decía que Sevilla “se parecía a los Trejos del ajedrez: tanto prietos-negros como blancos”. Cervantes retrató a la población sevillana como “tablero de Ajedrez” o “juego de damas”, por el contraste racial. 

Gradas de la Catedral

En comparación con otras ciudades, en Sevilla los esclavos constituían un grupo muy numeroso. Según un censo realizado por funcionarios eclesiásticos en 1565, había 6.327, o sea un 7% de la población, aunque quizás fueran muchos más al no incluir, en dicho censo, a los islámicos y negros no bautizados, a los turcos y berberiscos que no querían abandonar su religión y a los negros y mulatos libres, por lo que se pude estimar que alrededor del 10% de la población sevillana pudiera ser esclava. 

En Sevilla, según las crónicas, los esclavos se reunían en la zona de santa María la Blanca y Puerta de la Carne, donde los domingos y días de fiesta solían celebrar bailes con instrumentos musicales de su tradición cultural autóctona. En el entremés “Los mirones”, atribuido a Cervantes, se habla de la pequeña plaza de santa María la Blanca, junto a la Puerta de la Carne, “en cuya placetilla suelen juntarse infinidad de negros y negras”


Los Reyes Católicos en 1475, para controlar estas fiestas y atender a pleitos entre ellos, nombró “Mayoral y Juez” de los negros a un individuo de la misma raza. Este hombre llamado Juan de Valladolid, conocido como “el Conde Negro” (portero de cámara de los Reyes católicos), estableció su residencia en una casa de la calle santa Cecilia que actualmente se denomina “Conde Negro”. Es descrito por González de León como “Negro tan estimado y de buen concepto que comúnmente le llamaban el Catado Negro, y fue mayoral y juez entre ellos”, y la cedula de 8 de noviembre de 1475 le decía “no puede facer ni fagan los dichos negros y negras, loros y loras, ninguna fiesta nin de entre ellos, salvo ante vos Juan de Valladolid… y mandamos que vos conozcáis de los debates y casamientos y otras cosas que juzgado hubiese”. 

Calle Conde Negro

Los amos y la actividad de los esclavos

El poseer esclavos era un signo de prestigio y distinción, por ello, el esclavo no era un lujo reservado a la nobleza o a los mercaderes, sino que cualquier artesano era dueño de uno o más esclavos que le ayudaban en sus actividades.

Había aristócratas con un gran número de esclavos, así, el Duque de Medina Sinodia en 1492 era propietario de noventa y seis esclavos y en el inventario testamentario de 1507 poseía doscientos cuarenta y ocho. 

Uno de los grupos mayoritarios de los “amos” era el eclesiástico, entre ellos Maese Rodrigo Fernández de Santaella, canónigo, teólogo y fundador de la Universidad de Sevilla, que en su testamento dejó una esclava a su ama de casa. También el canónigo Alonso Campos, en su testamento, vendía dos esclavos al Colegio Santa María de Jesús (Futura Universidad de Sevilla) “los cuales podían servir de despensero y cozinero y esto fago ansi por servir al dicho collegio porque ellos sean bien tratados e les fagan se buenos cristianos”.


Maese Rodrigo Fernández de Santaella. Primer patio Universidad de Sevilla

El trabajo del esclavo en Sevilla no solía ser excesivamente duro. La mayoría eran destinados al servicio doméstico, siendo las mujeres las más solicitadas porque parían futuros esclavos y acompañaban a las damas en sus paseos por la ciudad.  El famoso médico Monardes dio una esclava, como criada, a su hija profesa en el convento de san Leandro. Algunos amos, menos escrupulosos, las usabas como concubinas incluso las prostituían, según cita Valdivieso.

Algunos eran empleados de talleres, concretamente los musulmanes eran muy apreciados por sus conocimientos de la artesanía de la seda. Otros fueron porteros, amas de cría, curtidores, esparteros, olleros, recaderos, aguadores. También fueron utilizados para obtener préstanos entregándolos en “prenda”. También participaron en la construcción, en obras públicas y privadas, como la Catedral y los Reales Alcaceres.

El gremio de los pintores prohibía que los negros recibiesen lecciones y aprendieran el oficio, de aquí que en el arte no descartaran los negros o mulatos, aunque Juan Pareja, esclavo mestizo de Velázquez, descendiente de moriscos, aprendió el oficio y llego a ejercer de pintor y Sebastián Gómez fue otro mulato morisco al cobijo (no sabemos si esclavo) de Murillo y autor de algunas obras. Igualmente, Martínez Montañez tuvo varios esclavos negros a su cargo en su taller.

Juan Pareja. Diego Velázquez. 1650. Óleo sobre lienzo. 81.3 x 69,9. Museo Metropolitano de Arte. Nueva York

Tampoco podían ir a la escuela y si aprendían era porque algún maestro le enseñaba a escondidas, así, Juan Latino fue el primer africano en escribir en latín culto y Cervantes le dedicó algunos versos al comienzo del Quijote.

Pero, en el ámbito doméstico, los artesanos frecuentemente tenían el taller dentro de sus viviendas, por lo que se sabe que los esclavos participaban en las labores de oficios textiles, como roperos, sastres, tintóres, tejeros y tundidores; en el sector del cuero, como borceguineros, curtidores, zapateros, guanteros; en el trabajo del metal como cuchilleros, herreros, herradores, cerrajeros, armeros, espaderos o en el área de alimentación como carniceros, vendedores y tratantes de pescado, especieros, bizcocheros y molineros.   

En el mundo rural desarrollaban actividades domésticas y también participaban en labores de labranza, en la siembra y en la recolección.

También había esclavos a los que se encomendaban tareas más pesadas, como la carga y descarga de las mercancías de los buques fondeados en puertos, siendo considerados como bestias de carga. De hecho, se pregonaba “esclavo, o caballo o mula o otra cosa que anduviese perdida “por las principales plazas de la ciudad.

Algunas esclavas se dedicaban a la prostitución, aunque si esta actividad era realizada sin el consentimiento de su dueño, este podía repudiarla y entregarla a la justicia. Pero la esclava prostituta no podía ser negra ni mulata para evitar “conmixtion sanguinis” que llevaría a las venas del cliente la sangre inferior de la mujer y lo degradaría en la escala de honorabilidad.

A veces, los amos concertaban con sus esclavos el pago de una cantidad diaria por su trabajo dejándole la libertad para ganar dinero y poder ahorrar para comprar su libertad, por la llamada “carta de ahorría”. 

La relación del esclavo con su dueño solía ser buena, incluso llegando a ser considerado como un miembro más de la familia, especialmente en el caso de los menores nacidos en esclavitud en la propia casa, aunque sin olvidar los casos en que el esclavo era considerado como un animal. Curiosamente, las sociedades ibéricas de los siglos XIII-XV toleraban la relación entre el amo y su esclava, aunque las relaciones extramatrimoniales estaban prohibidas.



El esclavo podía conseguir su libertad por dos medios, una cláusula testamentaria o una carta de “ahorría”, firmada por un escribano público, siendo necesario, en los dos casos, que se convirtiera al cristianismo. A veces, en los testamentos, se disponía que el esclavo siguiera prestando sus servicios durante un tiempo variable de años antes de conseguir su libertad, dando lugar a la figura del “criado semilibre”. 

El motivo por el que un dueño concedía la libertad testamentaria, generalmente, se relacionaba con un alto grado de relación afectiva y quizás también por la falta de convencimiento de la licitud del fenómeno a pesar de su legalidad. 

Las cartas de ahorría se concedían en relación con el pago de un rescate, de aquí la necesidad que tenían los esclavos de ahorrar para conseguir su libertad o conseguirla con el pago a plazo, teniendo que presentar fiadores generalmente de su mismo grupo étnico, o sea los negros ayudaban a los subsaharianos y los moros a los de su raza.

Precisamente la palabra ahorrar significa “liberar” y viene del árabe hispánico “úrr” y este del árabe clásico “urr”, libre, según la RAE.

Pero también había razones mezquinas para conceder la libertad, como denunciaba Cervantes en el Quijote “ahorran y dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándoles de casa con título de libres, los hacen esclavos del hambre, de quien no piensan ahorrarse si no es con la muerte”.

La liberación de los esclavos dio lugar a la aparición de un nuevo grupo social, los “libertos”, que vivían modestamente en los arrabales, con muy bajo nivel económico, por las grandes dificultades para encontrar trabajos, terminando en actividad delictiva y las mujeres ejerciendo la prostitución. Los moros libertos se podían dirigir a las tierras del Islam en el reino de Granada o en el Magred pero los procedentes del África subsahariana tenían gran dificultad para volver a sus casas. Muchos esclavos negros y sus descendientes, por medio de matrimonios mixtos, se integraron en la sociedad sevillana y se difuminaron en ella. A partir del siglo XVI muchos negros libertos emigraron al Nuevo Mundo buscando trabajo y un futuro mejor. 

La esclavitud en el arte

Aunque los negros, pardos y mulatos representaban el 10% de la población sevillana del siglo XVI, es muy raro que fueran protagonistas de los cuadros, como es el caso del cuadro 'La mulata', 'La cena de Emaús', de Velázquez, o 'Los tres niños', de Murillo, pues habitualmente se situaban en los márgenes del lienzo, representaban a los verdugos en los cuadros de martirios de santos y el rey negro, en la iconografía de la Adoración de los Magos, tomaba, por lo general, los rasgos de un esclavo. 

El profesor Luis Méndez ha realizado una gran investigación sobre “Los esclavos en la pintura sevillana del siglo de Oro” que supone una de las grandes aportaciones bibliográficas al arte barroco y ha obtenido el VIII Premio de Historia Ateneo de Sevilla. En la obra se profundiza en la historia de estos sevillanos de raza negra que, ya fueran esclavos, libertos o libres, estaban marginados de la estructura económica, social y urbanística de la ciudad, y por eso aparecían casi siempre reflejados en los márgenes de los cuadros. "Hay bailes, sermones, teatro, pinturas en las que a veces en una esquina aparecía un esclavo. Son personas que desde los márgenes construyeron esa Sevilla opulenta. Y le dieron su impronta. Y perviven en villancicos, en hermandades y fueron visibles en las letras de Lope de Vega y en la devoción al santo negro San Benito de Palermo". 

Francisco Pacheco en su 'Arte de la Pintura' desvela en clave pictórica lo que significaba pintar a gente de color: "Hemos aprendido mediante el uso del pintar, que la naturaleza aborrece lo oscuro y lo hórrido, y cuanto más sabemos, tanto más inclinamos la mano a la gracia y gentileza, y así naturalmente amamos las cosas claras y abiertas".

La Última Cena de Emaús, también conocida la Mulata en la Cocina, el Mulato y Escena de la Cocina con la Última Cena de Emaús, es una obra en la que una esclava protagoniza completamente la escena.

Se atribuye a Diego de Velázquez y no hay acuerdo, entre los críticos, sobre la fecha de ejecución, pues unos la consideran una de sus primeras obras de alrededor de 1617 a 1618, frente a otros que la ubican entre 1620 y 1622. Pertenece a la National Gallery de Irlanda desde 1987 por una donación de Alfred Beit.

La pintura representa a una mujer joven de tez oscura con una cofia blanca, situada detrás de una mesa de cocina que oculta su medio cuerpo. Con su mano izquierda sostiene una jarra de cerámica vidriada, situada en la mesa junto a otras jarras de barro y bronce, un mortero con su maja y un ajo. En la pared del fondo hay un cesto de mimbre colgado de una escarpia con una servilleta o toalla blanca. Son elementos característicos de la pintura de un “bodegón” por lo que, este cuadro, se ha relacionado con los “Bodegoncillos” descritos por Antonio Palomino entre las primeras obras de Velázquez.

En 1933, al realizarse una limpieza del cuadro, se descubrió una ventana, en la esquina superior izquierda, a través de la cual se ve a Cristo bendiciendo el pan con un hombre barbudo a su izquierda y una mano a su derecha, que se supone que pertenece a un segundo discípulo que se ha perdido en un recorte del lienzo. Esta escena representa la Cena de Emaús, según el relato de Lucas (24, 13-35) y da toda su dignidad a una sierva esclava al presentar a Jesucristo junto a la gente más humilde, “Dios también se entromete en las ollas” en la afirmación de Santa Teresa.

La ventana con la escena sagrada, recurso también empleado en “Cristo en la casa de Marta y María”, representa “un cuadro dentro del cuadro” que también se emplearía en “Las Meninas”. 


“Tres Niños”. Murillo tuvo un esclavo negro llamado Juan nacido en 1657 y puede ser el modelo utilizado para este cuadro. La escena tiene lugar al aire libre, dos pícaros van a iniciar su merienda comiéndose un pastel de manzana. Un joven de raza negra, que lleva un cántaro sobre los hombros, les tiende la mano para pedirle una porción. Uno de los niños aparta la tarta, cruzando su mano, para que no se la robe, el otro muestra un rostro alegre. Valdivieso, el gran experto en Murillo, cree que el pintor desmitifica el papel del negro agresivo y delincuente: "Murillo nunca condena a los niños y aquí se pone en favor de ese negrito que desea compartir la merienda y que tiene el mismo apetito eterno de los pícaros de sus obras".

Esta obra pertenece a “los géneros profanos” de Murillo y casi todos proceden de fuera de España, al ser encargos de comerciantes flamencos asentados en Sevilla, como Nicolás de Omazur, importante coleccionista de las obras del pintor, y con destino al mercado nórdico.


En la iconografía de la adoración de los Magos, los negros son representados exóticamente con turbantes, plumas de avestruz o nautilus que simbolizan lo africano.

La “Adoración de los Reyes” del altar mayor de la Iglesia de la Anunciación de Sevilla, forma parte de pinturas que fueron contratadas por don Juan de la sal, obispo de Bona, protector de los jesuitas sevillanos, a Gerolamo Lucenti de Corregio, con la condición de que ejecutara bocetos previos de cada trabajo y en caso de que no le gustaran al obispo, se le pagaría, pero se rescindiría el contrato. Efectivamente al no ser de la satisfacción del obispo fue pagada y guardada, pero finalmente fue colocada en la calle izquierda del primer cuerpo del retablo, donde actualmente puede ser admirada.

 

Altar Mayor de la Iglesia de la Anunciación. Detalle de la Adoración de los Reyes

En la "Adoración de los Magos" de Coecke van Aelst de 1530, también podemos observar este tratamiento del Rey negro.

Es posible encontrar negros en el “Carro del Víctor y del Parnaso”, que forma parte de un grupo de ocho grandes lienzos de igual tamaño que representan los carros triunfales que desfilaron por la ciudad de Sevilla en 1747, durante la Máscara que los obreros de la Real Fábrica de Tabacos celebraron con motivo de la subida al trono español de Fernando VI y de su esposa, la reina Bárbara de Braganza. Los cuadros fueron pintados para el libro que sobre esta fiesta escribió don Ramón Cansino Casafonda y costeado por don José Antonio de Losada, director de la fábrica de tabacos. Su autoría, tradicionalmente, fue atribuida a Juan de Espinal pero Sánchez Pineda estableció la de Domingo Martínez.  En la comitiva presenta un acompañamiento de una cuadrilla de negros. 

Carro del Víctor y del Parnaso”. Domingo Martínez. Óleo sobre lienzo. 1747. 137x292 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Detalle del “Carro del Víctor y del Parnaso”. 

La búsqueda de Luis Méndez Rodríguez encuentra un lienzo sobre “La Epidemia de Peste” de 1649, en el museo del Hospital del Pozo Santo donde se descubre a una negra muerta junto a otros difuntos en la explanada situada frente al Hospital de las Cinco Llagas, siendo el único cuerpo que aparece totalmente desnudo, reflejo de total y absoluto desamparo. 


La gran peste. Museo Hospital del Pozo Santo

Hermandad de los Negritos

Aunque la Iglesia era de las principales poseedoras de esclavos, también se preocupó de protegerlos y en 1393 el arzobispo Gonzalo de Mena creó una fundación para ayudarlos, y para ello hizo construir un hospital, una capilla y un lugar de reunión, junto al desaparecido convento de San Agustín, en la actual calle del Conde Negro. La hermandad de la “Luz de Nuestra Señora de los Ángeles” atendió a las necesidades de la capilla del hospital, llamado primero “Hospital de Mena” y posteriormente de “Nuestra Señora de los Reyes”. De esta capilla gótico-mudéjar no queda ningún resto. 

A mediados del siglo XVI se reorganizó la Hermandad, ya en forma de cofradía penitencial, cuyas primeras reglas fueron aprobadas en 1554 por el arzobispo Fernando Valdés (hasta mediados del siglo XIX, solo participaron en ella negros y mulatos). En estas fechas existían numerosas viviendas humildes, en zona extramuros, adosadas a la muralla, entre la Puerta del Sol y la Puerta de la Carne, por lo que era necesario atender a estas personas, sobre todo por la noche, cuando se cerraban las puertas de la ciudad, por ello, la hermandad compró tres solares para su sede con el nombre oficial de la parroquia de san Roque, santo protector contra la peste.  Pero pronto, la capilla se hace pequeña, sin espacio suficiente para enterrar a los muertos, celebrar misa y administrar los sacramentos, por lo que se construye un nuevo templo, enfrente de la capilla, que acabaría siendo la actual iglesia de san Roque, denominándose a la primitiva sede como “Nuestra Señora de los Ángeles”.

Durante la edificación de San Roque se realizaron varias mudanzas entre los dos templos, lo que explica la estrecha relación existente entre ambas hermandades durante siglos.

 En 1604 se reedifica la actual capilla en unos terrenos cedidos por el veinticuatro don Juan de Vargas Sotomayor. En 1676, se realiza una nueva ampliación de la capilla, con la reconstrucción de la sacristía y la techumbre de madera. Nuevas reformas se realizaron en el siglo XVIII, al añadirse un almacén alto para albergar los pasos. A finales del siglo XIX nuevas obras le dieron la apariencia actual a la nave principal. Las inundaciones del siglo XX, especialmente la de 1961, afectaron notablemente a la Iglesia, que fue remodelada con posterioridad por el arquitecto Juan J. López Sáez, dándole la apariencia actual.

 

La cofradía de Los Negritos (Sevilla) en 1935