jueves, 2 de febrero de 2023

 AREA DE SANTA CLARA-JESÚS DEL GRAN PODER 

Calle Medina

Nace en Hombre de Piedra y confluye Roelas.

Desde el S. XVI fue conocida como Arquillo de los Roelas, por los caballeros de este linaje avecindados en ella. 

En 1868 pasa a denominarse Medina, probablemente por Francisco de Medina (1544-1615), humanista sevillano perteneciente a la feligresía de San Lorenzo, en cuya iglesia está sepultado.

En un padrón de San Lorenzo de 1665 se cita la calle de los Abades, que Santiago Montoto sitúa en este lugar, aunque no se ha encontrado otra referencia.

Hasta fina les del S. XVIII pasaba de Hombre de Piedra a Santa Ana, formando un eje paralelo a Santa Clara y Jesús del Gran Poder, que unía Lumbreras con la plaza Chica de San Lorenzo, actual Hernán Cortés.

En 1779 el marqués de Medina consiguió autorización para ampliar su casa y cerrar la calle, originando así la actual barreduela.

En esta calle y otras adyacentes pasó su infancia el torero juan Belmonte.


RUTAS POR SEVILLA: Ruta Artística. Humanistas  

Francisco de Medina

El Maestro Francisco de Medina, que da nombre a una calle de la collación de san Lorenzo (Calle Medina), fue un profesor sevillano, eminente filólogo y poeta en castellano y latín.

Nació en Sevilla en el año 1544 y murió el 20 de marzo de 1615. Sus padres fueron el contador Francisco de Medina y doña Lucrecia de Medina.

Desde su adolescencia, Medina se dedicó al estudio de las letras leyendo libros en romance y otras lenguas.

Se graduó de Bachiller en Artes y Filosofía en el colegio de maese Rodrigo, donde también ganó dos cursos de Teología (139-140).

Pertenecía a la Escuela Sevillana con Fernando de Herrera, Francisco de Pacheco, Cristóbal de las Casas y Diego Girón, entre otros. ​ 

El grupo se congregaba primeramente en la casa de Juan de Mal Lara, y posteriormente cambió su ubicación hacia el palacio del conde de Gelves. 

A este grupo se puede añadir unos cuantos visitantes o forasteros de paso.

Mantuvo una íntima amistad con Francisco de Herrera, más conocido como "El Divino", poeta de herencia petrarquista y autor de las "Anotaciones á las Obras de Garcilaso de la Vega", trabajando en los comentarios a la poesía, de tal manera que su prólogo a esta obra constituye uno de los manifiestos más interesantes en la evolución de la poesía española en la segunda mitad del siglo dieciséis.

También colaboró con José Sancho de Rayón en el manuscrito de un poema en noventa y tres octavas, titulado “Elogios á María Santíssima” y realizó excelentes apuntamientos y notas de mucho valor literario a unos sonetos de José María de Alava, catedrático de la Universidad de Sevilla, que fueron publicados por don Juan Colón y Colón (1841), pero se desconoce su paradero. 

Asimismo, escribió unos supuestos "Apuntamientos de las cosas notables de Sevilla", que cita el doctor don Ambrosio de la Cuesta Saavedra, en sus “Adiciones á la Biblioteca de don Nicolás Antonio”. ​

Uno de los más grandes admiradores de la elocuencia de Francisco de Medina fue Miguel de Cervantes de Saavedra, que lo incluyó en la octava número 42 del “Canto de Calíope” comparándolo con Cicerón y Demóstenes:

"Los ríos de eloquencia que del pecho

Del gran antiguo Ciceron manaron;

Los que al pueblo de Atenas satisfecho

tuvieron, y a Demostenes honraron;

los ingenios quel tiempo ha ya deshecho

que tanto en los pasados se estimaron,

humíllense a la sciencia alta y diuina

del Maestro Francisco de Medina (42)"

 ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA

La bella Susona

Susona Ben Susón, era hija de un rico mercader judío-converso llamado Diego Susón. 

Admirada por la belleza de su rostro y de su cuerpo, era llamada por los sevillanos “la fermosa fembra”, y gozaba de admiradores y pretendientes en toda la ciudad de Sevilla.

A finales del siglo XV, los judíos de Sevilla eran técnicamente judío-conversos por presión de la Santa Inquisición, pero, aun así, recibían todo tipo de amenazas y desprecio por parte de los cristianos.

En torno a 1480 un grupo de judíos tramaron una conspiración para desestabilizar el Estado y uno de sus cabecillas fue el padre de Susona, Diego Susón. 

Los conspiradores se reunían en casa de Diego Susón para tramar la difusión de los planes, que incluían liberación de presos para que produjeran desórdenes, beneficiar el poder musulmán y llevar a cabo levantamientos violentos en las principales ciudades. 

Susona estaba enamorada de un apuesto joven perteneciente a un noble linaje de cristianos viejos de la familia Guzmán. 

Una noche, mientras esperaba en su casa que todos se acostasen para ir al encuentro de su amante, se enteró de la conspiración que tramaban los suyos con su padre a la cabeza, parte de la cual consistía en asesinar a los principales cargos públicos y caballeros de la ciudad. 

Temiendo que le pasase algo a su amado, Susona acudió a él para advertirlo del peligro que corría.

El cristiano acudió al asistente mayor de la ciudad de Sevilla, Diego de Merlo, para informarle de lo que le había contado Susona.

Diego de Merlo acudió con tropas a una de las reuniones y arrestó a todos los judíos del grupo, entre ellos el padre de la Susona, a los que se dio muerte, en la primera ejecución celebrada en Sevilla el día 6 de febrero de 1481. 

Entre los conspiradores estaban Pedro Fernández de Benaveda, mayordomo de la Catedral, Juan Fernándes de Albilafia, llamado “el perfumado” por su excesiva compostura en el vestir y arreglarse, que era letrado y alcalde justicia, Adolfo de Triana, también rico mercader y hombre principal, y así hasta 20 conversos pudientes de Sevilla, Carmona y Utrera. El viejo Benadeba, dio lugar a coplas burlescas “Benadeva, dezí el Credo/Ax que me quemo”.

Despreciada por los cristianos como conversa e hija de conspirador, y por los judíos y conversos como traidora a los suyos, buscó ayuda en la Catedral, donde el arcipreste Reginaldo de Toledo la bautizó y le dio la absolución. 

Más tarde se retiraría a un convento para calmar su conciencia y años después volvería a su hogar para llevar una vida de cristiana ejemplar.

Tras morir dejó un testamento que decía lo siguiente: “Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes en testimonio de mi desdicha, mando que cuando haya muerto separen mi cabeza de mi cuerpo y la pongan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás”.

Su voluntad se respetó y durante un siglo, su cabeza permaneció sobre la puerta de su casa, dando nombre a la calle Ataúd y la calle de la Muerte. Más tarde se sustituyó la cabeza por un azulejo con el nombre de la calle Susona. 

Imagen de la calle Susona actual y de 1940

Rótulo de la calle Muerte

Calavera de la calle Susona

En el lugar en el que estuvo colgada la supuesta calavera de la Susona hasta bien entrado el siglo XVII, se colocaron unos azulejos en los que puede leerse: “En estos lugares, antigua calle de la muerte, púsose, la cabeza de la hermosa Susona Ben Susón, quien, por amor, a su padre traicionó, y por ellos, atormentada, dispúsolo así en testamento”.


En otro azulejo que ahora está cubierto se podía leer:

"Los hechos acaecidos en Sevilla en el año 1391, en que se persiguió hasta la muerte de aproximadamente 4.000 personas por cristianos convencidos por Ferrant Martínez (Fernando Martínez), Arcediano de Écija, provocó el sentimiento de venganza consiguiente conspirándose una sublevación entre los que se encontraban altos cargos de la ciudad.

Diego Susón era uno de los conspiradores, tenía una bella hija conocida como 'La hermosa hembra', que a espaldas de su padre era amante de un ilustre caballero cristiano. En la espera a que se fuera a dormir su padre para acudir a escondidas a su cita con el heráldico caballero, escuchó las palabras que en reunión decían los conspiradores en preparación del plan a seguir, y en el que se incluía la muerte de su amante.

Una vez terminada la reunión y acostado Diego Susón, la bella Susona acudió a la cita y reveló a su amante el contenido de la conversación. Inmediatamente el caballero informó al asistente de la ciudad diego de Merlo, que con sus mejores alguaciles y de más confianza, recorrió las calles visitando los domicilios y haciendo preso a los participantes del intento de sublebación. Estos fueron ajusticiados en la horca unos días después.

El mismo día de la muerte de Diego Susón, su hija 'la hermosa hembra' en reflexión, convencida de que traicionó a su padre por favorecer a su amante, y atormentada, acudió a la Catedral pidiendo confesión. Le atendio Reginaldo Romero, obispo de Tiberiades y también Arcipreste, quién la bautizó y, le dio la absolución, aconsejándole como penitencia retirarse a un convento. Así lo hizo hasta sentirse tranquila de espíritu y volvió a su casa llevando una vida cristiana y ejemplar hasta su muerte.

Cuando abrieron el testamento de la Susona encontraron una cláusula que decía "Y para que sirva de ejemplo a los jóvenes testimonios de mi desdicha, mando que cuando haya muerto se separe mi cabeza de mi cuerpo, y la ponjan sujeta en un clavo sobre la puerta de mi casa, y quede allí para siempre jamás". Su deseo se cumplió, y su cabeza estuvo expuesta desde finales del siglo XV hasta entrado el año 1600.

Esta leyenda es un hecho rigurosamente histórico, se conocen los nombres de los participantes a la reunión, incluso frases promulgadas por Diego Susón en su traslado al patíbulo según hay constancias por testigos presenciales".

Y en la parte inferior (hoy también cubierta): "Es aquí donde la Susona pasó su vida, amor y traición".