RUTAS POR SEVILLA: Doctores de la Iglesia Latina
San Gregorio Magno.
Gregorio nació en Roma alrededor del
año 540, dentro de una distinguida familia patricia, la gens Anicia, reconocida
por su compromiso con la Iglesia y su fe cristiana. Entre sus antepasados se
encontraba el papa Félix III, y también tenía vínculos familiares con el papa
Agapito I. Además, dos de sus tías paternas llevaban vida monástica. Sus
padres, Gordiano y Silvia, ambos considerados santos, influyeron profundamente
en su formación.
Gregorio recibió una educación completa, centrada en el estudio del derecho,
las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia,
especialmente las de San Agustín.
Tras completar su formación, Gregorio emprendió la carrera política en la administración pública. Antes de
alcanzar los treinta años, fue nombrado Prefecto de Roma en el año 573, el
cargo civil más alto disponible en la ciudad en aquel tiempo. Esta
responsabilidad le permitió familiarizarse de cerca con los desafíos concretos
de la vida urbana, al mismo tiempo que fortalecía su sentido del orden y la
disciplina. Su gestión fue tan destacada que recibió el reconocimiento tanto de
los ciudadanos como de las autoridades imperiales, llegando a ser conocido como
"el cónsul de Dios".
Tras
el fallecimiento de su padre en el año 575, su madre, Silvia, decidió
consagrarse a la vida religiosa, mientras él, distribuyó sus bienes entre los
más necesitados, tomó el hábito monástico y convirtió la residencia familiar
del Monte Celio en un monasterio dedicado a san Andrés. En ese lugar se
encuentra hoy la iglesia de San Gregorio Magno.
Gregorio
se dedicó con empeño a difundir la regla de san Benito, y gracias a las
propiedades familiares, tanto en Roma como en Sicilia, logró fundar seis
monasterios, consolidando así su compromiso con la vida monástica.
En el año 579,
el papa Pelagio II lo ordenó séptimo
diácono de la Iglesia Romana y lo designó como apocrisiario (una suerte de embajador o nuncio apostolico) ante la corte
bizantina en Constantinopla. Permaneció allí hasta el año 586, entablando
relaciones cercanas tanto con la familia del emperador Mauricio como con
miembros de antiguas familias senatoriales italianas asentadas en la capital
oriental. A pesar de sus responsabilidades diplomáticas, Gregorio continuó
llevando una vida monástica en compañía de otros religiosos, fiel a su vocación
espiritual.
Hacia
los años 585 o 586, regresó a Roma y volvió a la vida monástica, asumiendo el
cargo de abad en el monasterio de San Andrés. Al mismo tiempo, prestó servicio
como secretario del papa Pelagio II hasta el fallecimiento de este, víctima de
la peste, en febrero del año 590. Tras su muerte, Gregorio fue elegido por el
clero y el pueblo como su sucesor en el pontificado.
Gregorio
I, conocido con justicia como "el Magno", fue el primer Papa que
provenía de la vida monástica. Su ascenso al pontificado ocurrió en un periodo
crítico para Italia, marcada por la devastación tras los prolongados
enfrentamientos entre los ostrogodos y el emperador bizantino Justiniano. Estos
conflictos culminaron con la derrota y muerte del rey ostrogodo Totila en el
año 562.
Gregorio Magno. Goya. Hacia 1799. Museo del Romanticismo. Madrid
(ver) (crédito CC BY 3.0)
Así, Gregorio
asumió el pontificado en un contexto especialmente complejo, marcado por la
invasión de la península Itálica por parte de los lombardos. Ante esta
situación, se dedicó activamente a promover la paz mediante negociaciones,
armisticios y treguas que contribuyeran a la estabilidad en la región central
de Italia. Mantuvo con los lombardos un trato cordial, buscando no solo la
pacificación, sino también su conversión al cristianismo. Además, impulsó
misiones evangelizadoras dirigidas a los visigodos en Hispania, así como a los
francos y sajones.
En aquel tiempo, intensas lluvias e
inundaciones habían causado numerosas víctimas y graves destrozos, provocando
además escasez de alimentos y la propagación de la peste en varias regiones.
Ante esta situación, Gregorio animó al pueblo a intensificar la oración y la
penitencia, organizando una procesión solemne de tres días que culminaba en la
basílica de Santa María la Mayor. Según la tradición, mientras la multitud
cruzaba el puente que conecta el área del Vaticano con el centro de Roma,
Gregorio y los presentes presenciaron una visión del arcángel Miguel sobre la
antigua Mole Adriana. Este hecho fue interpretado como un anuncio celestial del
fin de la epidemia. Desde entonces, el mausoleo pasó a ser conocido como Castel
Sant’ Angelo, es decir, el Castillo del Santo Ángel.
El Castillo de Sant Angelo (ver) (crédito CC BY 3.0)
En cierta
ocasión, Gregorio se detuvo en el mercado público de Roma, donde observó a un
grupo de cautivos puestos a la venta como esclavos. Le llamó especialmente la
atención su aspecto: eran altos, de rasgos armoniosos y cabello rubio.
Impulsado por la compasión y la curiosidad, preguntó por su origen. Alguien le
respondió que eran "anglos", a lo que Gregorio, con una expresión que
pasaría a la historia, replicó: “Non angli sed angeli”
(“No son anglos, sino ángeles”). Este episodio dio lugar a los primeros versos
de un himno litúrgico en honor a san Gregorio: “Anglorum
iam apostolus, nunc angelorum socius” (“Antes apóstol de los
ingleses, ahora compañero de los ángeles”).
Este acontecimiento impulsó a Gregorio Magno a enviar
a Britania a Agustín, prior del monasterio de San Andrés en el monte Celio,
acompañado de cuarenta monjes. Agustín sería más tarde reconocido como el
primer arzobispo de Canterbury.
Ante la inquietud de Agustín respecto al destino de
los antiguos santuarios paganos, donde en tiempos se realizaban sacrificios
humanos, Gregorio le dio una respuesta reveladora: “No destruyan los
santuarios, purifíquenlos”. Con estas palabras, el Papa indicaba que dichos
lugares debían ser limpiados y consagrados al culto cristiano, en lugar de ser
demolidos.
Gregorio Magno destacó como un hábil y reformador
administrador de la Sede Pontificia. Durante su pontificado, llevó a cabo una
profunda reorganización de la administración papal y abordó las deficiencias de
la Curia romana, en la que muchos de sus miembros, tanto clérigos como laicos,
mostraban intereses alejados del espíritu cristiano y de la caridad. Ante esta
situación, Gregorio confió numerosas responsabilidades a monjes benedictinos, a
quienes otorgó no solo autoridad espiritual, sino también funciones
administrativas.
Asimismo, estableció que los bienes de la Iglesia
debían destinarse a su sostenimiento y, sobre todo, a la misión evangelizadora.
Insistió en que estos recursos fueran gestionados con integridad, justicia y
compasión. Él mismo dio ejemplo, utilizando su patrimonio personal y las
donaciones hechas a la Iglesia para socorrer a los fieles: adquiría y repartía
trigo, asistía a los pobres, apoyaba económicamente a sacerdotes y religiosos
en dificultades, y contribuía al rescate de prisioneros.
Del pontificado de Gregorio Magno se conservan 866
cartas recopiladas en su “Registrum”,
o archivo epistolar. Entre sus obras más destacadas figura “Moralia in Iob” (Comentario moral al libro de Job), en
la que propone un ideal ético basado en la armonía entre la palabra y la
acción, el pensamiento y el compromiso, la oración y el cumplimiento de los
propios deberes.
En “La Regla
Pastoral”, Gregorio perfila la figura del obispo ideal, subrayando la
necesidad de que el pastor reconozca cada día su propia fragilidad humana, y
resalta la virtud de la humildad como base del liderazgo cristiano.
Otra de sus obras fundamentales es “El Libro de los Diálogos”, una recopilación
de relatos sobre la vida y los milagros de diversos santos italianos del siglo
IV, en cuyo segundo libro se dedica especialmente a San Benito de Nursia,
fundador del monacato occidental.
Gregorio fue también el primer pontífice en utilizar
en su correspondencia el título “Servus
servorum Dei” (“Siervo de los siervos de Dios”), una expresión de
humildad que ha perdurado como parte del estilo papal hasta nuestros días.
Hacia el año 600, el Papa Gregorio Magno ordenó la
recopilación de antiguos cantos cristianos (conocidos como antífonas, salmos e
himnos) que habían sido entonados en las primeras celebraciones litúrgicas,
muchas de ellas en las catacumbas romanas. Con esta iniciativa, promovió el
desarrollo del canto litúrgico, que más tarde sería conocido como “canto gregoriano”.
Además, llevó a cabo una reforma significativa de la
Misa, buscando una mayor simplicidad y claridad en el rito, con el objetivo de
facilitar una participación más profunda y consciente por parte de los fieles.
En el año 593, Gregorio Magno contribuyó
significativamente al desarrollo de la doctrina del purgatorio (ver). Hasta ese momento,
predominaba la creencia de que los difuntos habitaban en un estado de sombras (conocido
como “refrigerium”), un lugar
de espera antes del juicio final. Según esta visión, solo los mártires accedían
de inmediato a la visión beatífica, mientras que el resto de las almas
permanecía en ese tránsito indefinido.
No obstante, en “Los Diálogos”, Gregorio introdujo una nueva interpretación:
sostenía que, tras la muerte, cada persona enfrentaba un juicio particular (distinto
del juicio general al final de los tiempos), cuyo resultado podría conllevar
una estancia temporal en el purgatorio. Este lugar, según él, no debía
entenderse como un castigo eterno, sino como una etapa de purificación
necesaria para alcanzar la plenitud de la gloria divina.
Murió el 12 de marzo del año
604, y fue sepultado en la Basílica de San Pedro. Fue declarado doctor de
la Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295.
Es uno de los cuatro
grandes Padres de la Iglesia occidental, junto con Jerónimo de
Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.
Museo del Prado
En este dibujo, el santo (ataviado con
los atributos de su dignidad pontificia) recibe la inspiración divina mientras
se dispone a escribir. La escena se desarrolla en el interior de una estancia
de noble arquitectura que se abre al exterior a través de una balconada.
Procede del Museo de la Trinidad y, junto con otras obras,
permaneció formando parte de la decoración del Ministerio de Fomento hasta la
reforma realizada en ese edificio en 1879. A partir del 14 de septiembre de
1879 pasaron al Museo del Prado.
Va vestido con manto y tiara
pontificia. Está leyendo un libro que sostiene con la mano derecha; en la
izquierda sostiene el bastón, o férula papal, rematado por una cruz de tres
brazos paralelos.
Se identifica a san Gregorio (que aparece
con la mano derecha levantada y sosteniendo el libro con la izquierda) por la
triple corona papal, y a san Jerónimo (que sujeta el cordón del capelo con la
mano derecha y el libro con la izquierda) por el hábito de cardenal.
La inscripción del nimbo permite
identificar al Santo, que lleva la mitra y el báculo episcopales.
Mientras
el santo papa celebra la misa en la basílica de Santa Cruz de Jerusalén, uno de
los acólitos duda de la presencia de Cristo en la
eucaristía y en el mismo momento, Cristo desciende
sobre el altar, desnudo, coronado de espinas, mostrando sus llagas, sostenido
por dos ángeles y rodeado de los atributos de la Pasión.
Museo de Bellas Artes.
San Gregorio. Zurbarán, Francisco de. Hacia 1626 a 1627. Óleo
sobre lienzo. 125 x 198 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Sala X.