lunes, 22 de mayo de 2023

RUTAS POR SEVILLA: Ruta Artística  

Juan de Mesa.





Calle Juan de Mesa

Monumento a juan de Mesa obra de Sebastián Santos Calero en el centro de la plaza de san Lorenzo, que representa a Juan de Mesa tallando la imagen del Gran Poder en un basto de madera.

Juan de Mesa, Nació en Córdoba, del matrimonio formado por Juan de Mesa y Catalina de Velasco, siendo bautizado en la parroquia de San Pedro el 26 de junio de 1583.

En 1603, Pedro de Mesa, pintor, puso a su nieto Juan de Mesa como aprendiz del escultor Francisco de Uceda. Pero las fechas no coinciden, pues se indica que el aprendiz tenía 11 años, nacido por tanto en 1592 y no en 1583.

En el año 1606  se traslada a Sevilla, porque era la gran metrópolis, la puerta de las Indias, uno de los centros artísticos más activos de Europa que abastecía no sólo a la clientela local y regional sino también a la de ultramar.

Ingresa en el taller del entonces ya afamado escultor Juan Martínez Montañés, ​el mejor escultor del momento, con el cual firma un contrato de aprendizaje de cuatro años. Tenía entonces 23 años, una edad asombrosamente tardía para iniciar una formación profesional que solía comenzar en la infancia.

Aunque no se ha conservado la carta de su examen para acreditar su suficiencia en la escultura, se sabe que en 1615  disponía de taller propio en la colación de San Martín y contrataba sus propias obras.

Se desconoce lo que hizo Juan de Mesa entre 1610 y 1615, ya que el contrato de aprendizaje con Martínez Montañés caducó en 1610.

Se piensa que durante estos años permaneció en el taller de Montañés, como oficial, argumentándose incluso para ello razones de tipo psicológico, como sería el carácter retraído del escultor y su necesidad de protección y cariño.

En 1615 tenía Mesa 32 años, edad muy madura para que un maestro del seiscientos decidiera emprender su vida independiente, circunstancia por otra parte no sorprendente cuando el artista se encuentra integrado en un amplio taller, pero llamativa en un hombre que, como indicara Hernández Díaz, es capaz de acometer entre 1618 y 1627 la ejecución de once crucificados, todos ellos piezas maestras.

En 1613, contrajo matrimonio con María de Flores y vivían en la collación de Omnium Santorum; ello presupone la posesión de cierta estabilidad económica, la cual pudo haberla conseguido trabajando como oficial, como hemos comentado, en el taller de Martínez Montañés.

Pero su hacienda debía de ser algo más saneada que la de un simple oficial ya que en 1616 se instaló en la calle Pasaderas de la Europa, cerca de la Alameda de Hércules, en la collación de san Martin, en una vivienda que arrendó al ensamblador Diego López Bueno, en la que vivió hasta su muerte. 

Ello evidencia que no era el hogar de un principiante, sino que sería un taller en toda regla del que saldría toda su producción posterior.

En la metrópolis hispalense crea lo mejor de su valiosa producción artística, en una vida profesional intensa pero corta, ya que muere el 26 de noviembre de 1627, con cuarenta y cuatro años de edad, víctima de la tuberculosis.  

Fue enterrado en la iglesia de San Martin  de Sevilla, según se atestigua en una lápida conmemorativa existente en el exterior del muro lateral de la misma, que fue colocada a instancias de la ciudad y la Academia de Buenas Letras de Sevilla, en el año 1937.  

    Lapida en la iglesia de san Martin 

El de Juan de Mesa es un caso ejemplar de fama silenciada y personalidad artística eclipsada por la de su maestro. 

Durante más de dos siglos y medio no hubo una sola mención a su nombre, siendo sus obras sistemáticamente atribuidas a Juan Martínez Montañés.

En 1882, José Bermejo y Carballo le atribuyó el Cristo de la Misericordia del convento de Santa Isabel y posteriormente el Profesor Hernández Díaz aportó una documentación fundamentalmente procedente de varios archivos, en especial del Protocolos Notariales sevillano, lo que permitió definir su figura y comenzar a conformar su catálogo.

La excelencia artística de Mesa se cifró en su faceta imaginera. Sus obras resultan revolucionarias por su fuerza expresiva, superando el clasicismo de raigambre italiana de su maestro Montañés. Son la máxima expresión del “pathos” en la escultura barroca sevillana. La tensión emotiva y el aliento devocional se han mantenido a lo largo de los siglos, como ejemplifica el Jesús del Gran Poder, reconocido popularmente como “el Señor de Sevilla”.

El realismo de su obra responde a un proceso en el que hizo estudios y observaciones de figuras humanas reales vivas y muertas, por el análisis directo sobre cadáveres y agonizantes, que le permitieron aprender a plasmar estas anatomías en sus obras de forma realista, con una sensibilidad que le acerca a la imaginería castellana, más dada al dramatismo, a tono con la nueva mentalidad de la Cotrareforma.

Quizás su modelo imaginero fuera el San Jerónimo de Torrigiano que se encontraba en el Monasterio de san Jerónimo de Buenavista.

En los diversos crucificados salidos de sus manos, el imaginero ha sabido reflejar distintos momentos de la Crucifixión, de ahí que los represente, en unos casos, vivo, y en otros muerto, pero todos ellos muestran el dominio que el maestro tiene de la anatomía humana; con frecuencia van inscritos en un triángulo, prefiriendo el uso de los tres clavos, hecho que imprime movimiento al cuerpo, en el que se acusan los músculos, tendones y venas, según corresponde a la tensión que supone la sujeción a un madero.

La belleza y perfección del desnudo apenas queda velada por el paño de pureza, sujeto por una soga y formado por telas de abundantes pliegues recogidos en moñas laterales. La corona de espinas es gruesa, con inmensas púas que perforan orejas y frente, cuya huella se hace visible incluso en aquellas imágenes que no la llevan.

Por eso Heliodoro Sancho Corbacho llamó a Mesa “el imaginero del dolor” y Hernández Díaz aludió al Cristo del Amor como “verdadero Laoconte cristiano”.

El trabajo de Juan de Mesa parece dedicado casi en exclusividad a las imágenes que procesionan en Semana Santa , pero sin embargo cuenta con numerosas imágenes de vírgenes gloriosas y multitud de santos de grandísima calidad repartidos por toda la Andalucía occidental, muchos de ellos recientemente identificados y la lista de su obra no para de crecer. 

Del año 1617, es la imagen de san Blas, situada en el muro derecho de la iglesia del convento de Santa Inés, de la calle María Coronel. No existe contrato, pero se considera como obra del maestro, por el tratamiento del rostro, el arrogante porte y la magnífica indumentaria pontifical propia de su estilo imaginero.

Un año después, el 11 de enero de 1618, se comprometía con los religiosos de San Juan de Dios a ejecutar una imagen de San Carlos Borromeo, en madera de cedro, de dos varas de alta, insignias cardenalicias y crucifijo en la mano izquierda. Tenía que realizarla en un plazo de cuatro meses y cobraría por ella 600 reales. Hernández Díaz la ha identificado con el San Carlos Borromeo que se venera en la iglesia del Hospital de Nuestra Señora de la Paz, en Sevilla. 

El Cristo del Amor (ver), el primero de un total de diez crucificados que llegó a realizar. Fue iniciado en mayo de 1618 y terminado en junio de 1620. Es una imagen de 1,81 m de alto realizada para la Hermandad del mismo nombre que radica en la Iglesia del Salvador  de Sevilla. Se contrató haciendo constar en escritura notarial que la haría "Por mi persona sin que en ella pueda entrar oficial alguno…".

Del año 1618 es el retablo del altar mayor del Hospital de san Bernardo, denominado popularmente De los Viejos, hoy desaparecido.

De 1619 es la imagen del Cristo del Buen Ladrón de la Cofradía de la Conversión del Buen Ladrón (ver), más conocida como Monserrat, de la capilla Homónima, también de Sevilla, obra de cierto barroquismo con el que comienza sus creaciones de carácter realista. Con 1,92 m de altura, en este Cristo se aparta de la obra de su maestro Martínez Montañés, aumentando aquí el claroscuro y acentuando una mayor fuerza pasional.

En 1619, contrató junto con Luis de Figueroa la realización del relieve de la Asunción de la parroquia de la Magdalena de Sevilla; obra de calidad muy desigual, circunstancia que ha llevado al profesor Gómez Piñol a cuestionarse la intervención del maestro, pensando que pudo haber suministrado el modelo e incluso retocado la pieza para darle su apariencia final sin que la ejecución sea realmente suya.

De 1620 es el Cristo de la Buena Muerte (ver), creado para una Hermandad de Sacerdotes ubicada en la Casa Profesa de la Compañía de Jesús en la Iglesia de la Anunciación   y que actualmente es titular de la Hermandad de los Estudiantes, que radica en la capilla de la Universidad de Sevilla, sita en la calle San Fernando.

En ese mismo año, 1620, Mesa realiza una de sus obras más conocidas, el Jesús del Gran Poder (ver) o también llamado El Señor de Sevilla, una imagen de Jesús con la cruz a cuestas, para la sevillana Hermandad del Gran Poder, hoy convertido en símbolo de la ciudad. 

En 1623 realiza el Cristo de la Misericordia (ver) para el convento de Santa Isabel en Sevilla y también, por encargo del canónigo Diego de Fontiveros, otro crucificado también conocido como Cristo de la Misericordia, destinado a la Colegiata de Osuna. 

De 1623, es la escultura de san Juan, perteneciente al Monasterio de la Cartuja, y situado en la sala Zurbarán del Museo de Bellas Artes. 

San Juan

Detalle de San Juan

Detalle de San Juan
De sus últimos años (hacia 1626 -1627) es el San Ramón Nonnato (ver) que realizara para el convento de la Merced Descalza de Sevilla, conservado actualmente en el Museo de Bellas Artes de la ciudad. 

San Ramón Nonato

Detalle de San Ramón Nonato

En la Iglesia de San Gregorio, calle Alfonso XII, se encuentra el Cristo Yacente de la Hermandad del Santo Entierro.

Altar Mayor de la Iglesia de san Gregorio

Cristo Yacente

Detalle del Cristo Yacente

En la Iglesia de la Anunciación, calle Laraña, está la Virgen del Valle, dolorosa atribuida a este escultor, una de las Vírgenes sevillanas más expresivas y que hace su estación de penitencia el Jueves Santo.

Virgen del Valle

Detalle de la Virgen del Valle

Y ya del año mismo de su muerte, 1627, es el grupo que realizó para la iglesia de san Agustín  de Córdoba, conocido como Virgen de las Angustias. Este último conjunto se alza como una de sus obras maestras dado el estudio anatómico del Cristo yacente de forma delicada y, aun así, doliente a pesar de ya estar muerto. Con su muerte se dejó inconclusa esta obra, pues faltaban las manos de la dolorosa, que serían terminadas por uno de sus discípulos.

La imagen de la Virgen, al igual que la del Hijo, ha sido tallada por completo, pero el somero trazo de los amplios pliegues del ropaje, así como la breve talla del torso y los brazos articulados por goznes, prueban su carácter de imagen de vestir. Las dos imágenes estaban prácticamente terminadas cuando falleció Juan de Mesa en 1627, y sólo le faltaban tres días de trabajo.

En la sala expositiva de la catedral a la entrada de la visita cultural, el antecabildo podemos ver la Cabeza de San Juan Bautista.

En el barrio de Santa Cruz, en la parroquia del mismo nombre, en el muro lateral de la nave, tenemos la imagen de San Eloy atribuida al autor, patrón de los plateros.

San Eloy 

Detalle de san Eloy

En la calle Santa Teresa, para el convento de San José del Carmen, las Teresas, creó en el retablo mayor la imagen de San José y el Niño y en el muro izquierdo de la iglesia, la Inmaculada, vestida con el hábito Carmelita.

 ALGUNAS CURIOSIDADES DE SEVILLA

El pelícano del Santísimo Cristo del Amor.

Santísimo Cristo del Amor

Detalle del pelícano a los pies de la cruz del SantísimO Cristo del Amor

A los pies de la cruz del santísimo Cristo del Amor aparece la figura de un pelicano obra realizada en el año 1694 por Francisco Antonio Ruiz Gijón.  

Cuenta la Leyenda medieval que unas crías de pelícano hambrientas disputándose la comida hieren al padre, este las golpea a su vez y las mata. Tres días después llega la madre al nido encontrando las crías muertas, se abre el pecho a picotazos y su sangre esparcida sobre las avecillas le devuelve la vida. (Leyenda que aparece en los bestiarios: “En la literatura medieval, colección de fábulas o leyendas referentes a animales reales o quiméricos”)

Por ello, simbólicamente, el amor es representado en iconografía con la imagen de un pelícano abriéndose el pecho para alimentar a sus crías con su sangre y esta metáfora se aplica a Cristo, que, con su sangre derramada, nos redime para la salvación. 

Por eso aparece el pelícano a los pies de la cruz del Santísimo Cristo del Amor.

Igualmente, el pelicano es símbolo de la muerte y de la Resurrección, pues al igual que las crías del pelícano resucitó al tercer día .

 ALGUNAS CURIOSIDADES DE SEVILLA

Retablo cerámico del Santísimo Cristo del Amor.

Esquina de la calle Villegas con la Plaza del Salvador


En la calle Villegas, frontero con la Cruz de las Culebras, bajo un tejaroz de madera, enmarcado por una estructura de estípides, que se recorta sobre un dosel de damasco, se sitúa un espléndido retablo cerámico de grandes dimensiones que representa al Cristo del Amor a tamaño real (ver)

Se trata de una obra realizada en 1930 por el pintor ceramista Enrique Mármol Rodríguez con la ayuda de Manuel Cañas, elaborado por José Laffitte Romero, en la fábrica Nuestra Señora del Rocío de Sevilla.  

Fue donado por Manuel Casana, Teniente de Hermano Mayor perpetuo y protector de la Hermandad del Amor.

 ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA

Cristo del Amor.

Santísimo Cristo del Amor

Se cuenta la leyenda del nombre del Amor: 

En la iglesia de los Terceros, el hermano mayor de la Hermandad del Amor a Cristo y Socorro de María a los encarcelados, y un grupo de cofrades aguardaba impaciente la llegada de Juan de Mesa con la imagen del Cristo encargado. El altar estaba preparado, la cruz huérfana de la imagen también, y un pequeño tablado para alzar el crucificado.

Llegó el escultor con varios discípulos. Traían envuelta la imagen tallada. Con mucho cuidado y bajo la supervisión de Juan de Mesa, se inició el proceso de colocación del Cristo en su altar. En un momento dado, las cuerdas fallaron y el Cristo estuvo a punto de caer al suelo y partirse. Uno de los discípulos, el más callado, pero también el más increyente, lo tomó en sus brazos y, tras un movimiento vacilante que la pudo hacer caer, se aferró fuertemente al Cristo, estrechando la cabeza del nazareno contra su pecho.

Una vez que el Cristo fue colocado sobre la cruz y, cuando el discípulo bajó, se observó que una mancha de sangre teñía su camisa a la altura del pecho, pues una espina de la corona del Cristo, en aquel abrazo, se había clavado en su pecho apuntando al corazón.

El discípulo, a pesar de su incredulidad, exclamó “¡Estoy herido de amor! Y los hermanos cofrades, que allí se encontraban, exclamaron: ¡Santo Cristo del Amor!

El joven discípulo de Juan de Mesa –culmina así la leyenda–, trocó su incredulidad por el Amor de Cristo, abandonó los placeres terrenales e ingresó de fraile en el convento de los Terceros, y la imagen fue conocida como “Cristo del Amor”.