viernes, 19 de agosto de 2022

 AREA DE REGINA-ENCARNACIÓN-SAN PEDRO

Calle Alhóndiga

Tiene un trazado norte-sur y es considerada como parte del Cardo Maximus de la Hispalis Romana, integrado por Abades, Corral del Rey, Cabeza del Rey Don Pedro y Alhóndiga, que terminaba en la puerta de la muralla romana a la altura de Santa Catalina. Este eje fue posteriormente prolongado hasta la puerta de la Macarena a través de Bustos Tavera y San Luis.

 Al menos desde el s. XIII se denomina calle de la Alhóndiga, al largo tramo comprendido entre la iglesia de Santa Catalina y la plaza de San Leandro, ya que allí se ubicaba la “Alhóndiga del Pan”.

Las alhóndigas (palabra derivada del termino árabe “Al-fondac”) eran construcciones típicas de las ciudades andalusíes cuya función era la de servir de almacén y mercado de los principales productos de consumo, y de todas ellas la más importante fue siempre la mencionada “Alhóndiga del Pan”.

El tramo que va de San Leandro a Boteros era conocido durante los siglos XIV y XV como calle de la Espartería, por la presencia de estos artesanos, y más tarde, con seguridad desde 1602, pasó a llamarse Tiro.

En 1868 se acordó extender la denominación de Alhóndiga, por un lado, a
parte de la antigua calle de Santa Catalina (un corto tramo entre la iglesia y Gerona) y, por otro, a Tiro.

En la década de 1930 fue abierta la calle Juan de Mesa, lo que alteró sustancialmente la perspectiva de esta vía en su primer tramo, al dejar exenta la iglesia de Santa Catalina, que quedo por completo al descubierto. Como testimonio de la antigua morfología de esta calle queda la estrechez que va desde la Iglesia de Santa Catalina hasta la esquina con Gerona, tramo de calle que aún sigue rotulada como calle Alhóndiga.

La estrechez que va desde la Iglesia de Santa Catalina hasta la esquina con Gerona es el testimonio de la antigua morfología de esta calle, con este pequeño tramo que aún sigue rotulada como Calle Alhóndiga.


El Cristo de la Fundación de la Hermandad de los Negritos tras dar la vuelta por la Plaza de la Paja o Ponce de León y salir de la estrechez de la Calle Alhóndiga en busca de la Calle Imagen. A la derecha el edificio del antiguo Juzgado y al fondo la torre de la Iglesia de santa Catalina

La ubicación de la alhóndiga ha marcado la historia de esta calle, caracterizada por el continuo tránsito de carruajes, por la permanente ocupación de la vía con mercancías y animales, por la existencia de “Posadas y Mesones” de mulos, por lo que se trasquilaba y herraba a las bestias de carga en plena calle, y por la existencia de una población transeúnte de carácter pendenciero, considerada por Mateo Alemán como punto de referencia de vagabundos y gentes de mal vivir. 


Comparación de una fotografía actual con otra de finales de los años 40. En la calle Alhóndiga, por el hueco que se abre entre sus abigarrados edificios asoma la barroca y un tanto "oriental" torre del viejo Convento de los Trinitarios Descalzos, sede actual de la Hermandad del Cristo de Burgos.


En el número 4 un azulejo recuerda al gran capataz Manuel Santiago Gil. Y las esquinas con Botero y Descalzos están protegidas con “GuardaCantones”.

Calle Alhóndiga, número 4

Esquina calle Alhóndiga- Boteros. No es infrecuente encontrar figuras pintadas en relación con los "Guarda Esquinas"

Esquina calle Alhóndiga-Descalzos





 ALGUNOS HECHOS HISTÓRICOS EN LAS CALLES DE SEVILLA

Los motines de la calle Feria

Se suceden dos revueltas populares en la calle Feria, en relación, fundamentalmente, por la hambruna de las clases más desfavorecidas.

La calle Feria en el plano de Olavide (1771). La Plaza de la Feria era el mercado y la calle Ancha de la Feria iba de Omnium Sanctorum a Montesión, pues hasta Resolana se llamaba Linos

MOTIN DEL PENDON VERDE

En 1519 se produjo en Sevilla una grave sequía con la consiguiente pérdida de cosechas y el encarecimiento del trigo, lo que afectó gravemente a las clases más pobres, que eran a menudo descendientes de moriscos y andalusíes.

En el barrio de la feria, un carpintero llamado Antón Sánchez encabezó el descontento de la población, amotinándose contra las autoridades, junto a vecinos de las collaciones vecinas de San Gil, San Martin, San Marcos, San Julián y otras parroquias, conocidas hasta el siglo XX como “Triana la roja” o el “Moscú Sevillano”.

De la iglesia de Ómniun Santorum, tomaron como símbolo una banderola verde con tres lunas en cuarto creciente de color blanco, que era el estandarte que Alfonso X el Sabio había incautado a los almohades en la batalla de Boabdil de 1483 y que se denominaba el “Pendón Verde”. 

Este pendón podría ser evocador de la bandera andaluza, aunque existen otros precedentes, concretamente el historiador Jesús Pedro Vergara Valera aporta el dato de la bandera de Al Mutasin en la taifa de Almeria (1051), como posible inspiración esencial para la confección de la bandera andaluza, pues es de color verde (verde omeya) con una franja blanca en diagonal. Blanco de paz y verde de esperanza. 

Con este estandarte, se dirigieron al Corral de los Olmos (actual Plaza de la Virgen de los Reyes), donde se hallaba el “Cabildo”, reclamando violentamente una solución por parte del Asistente.

El Marqués de la Algaba, cuyo palacio se encontraba muy próximo a la Iglesia, intentó mediar en el conflicto repartiendo alimentos y vino, pero el Asistente, para dar sentido de autoridad, envió tropas a la calle Feria para prender a algunos vecinos.

La respuesta de los amotinados fue asaltar el palacio de los Duques de Medina Sidonia para tomar armas blancas, algunos arcabuces y piezas de artillería con las que tomar la Cárcel Real, en la calle Sierpes, para liberar a los detenidos. 

Los sucesos terminaron el día 10 de marzo cuando el Asistente dio orden de acabar por la fuerza con el motín. 

La soldadesca, portando el “Pendón Real” frente al “Pendón Verde” del pueblo, provocó una batalla callejera con la muerte de muchos de los amotinados.  Los cabecillas fueron decapitados y sus cabezas fueron expuestas en la ventana principal del “Palacio de los Marqueses de la Algaba”.

MOTIN DE LA CALLE FERIA

Si el hambre azotaba a la población en 1521, también lo hacía en 1652 y según el Tratado de Maldonado el panorama era desolador. 

La epidemia de 1649 tuvo un gran impacto demográfico al morir la mitad de la población, con la consiguiente falta de braceros en los campos y la lógica falta de trigo y aumento de precio. Los crecientes tributos y los abusos de las autoridades provocaron las hambrunas consiguientes. 

Del primer motín existe escasa información mezclada con referencias legendarias, como el “Pendón Verde” que no se sabe exactamente porqué estaba en la Iglesia de Ómniun Santorum ni de qué batalla de Al Andalus se apoderaron los cristianos como botín.

En cambio, este segundo motín es comentado en varias fuentes, como el “Tratado verdadero del Motín que hubo en la ciudad de Sevilla este año de 1652”, manuscrito original de 18 de julio de 1652, obra de José Maldonado Dávila y Saavedra, dedicada al Excmo. Sr. D. Ramón Moncada, Marqués de Aytona, El “Diario exacto de la sublevación de alguna plebe de la parroquia de Ómnium Sanctorum vulgarmente llamado el barrio de la Feria de la M.N. y M-L. ciudad de Sevilla: cometida el miércoles 22 de mayo de 1652”, anónimo, con prólogo de Francisco Cárdenas,  “Los Ángeles Eclesiásticos” de Ortiz de Zuñiga (1677) y en las “Memorias de Sevilla (Noticias sobre el siglo XVIII)” de Andrés de Vega que edita Francisco Morales Padrón. 

Según Maldonado el motín comienza el miércoles 22 de mayo, a las 7 de la mañana, en la plaza de la Feria, actuando como caudillos de los amotinados, los tejedores de seda Isidoro de Torres y Francisco Hurtado, bajo el lema “Viva el rey y muera el mal gobierno”, en relación con una disputa con un panadero por el precio del pan. El clérigo portugués Bernardo López Figueras fue el conductor, en la sombra, de la violenta asonada.

Grabado de Genaro Pérez de Villaamil (1842)

La actuación del Asistente, marqués de Aguilafuente, fue el arranque de la sublevación, pues los amotinados asaltaron la Armería de la Alhóndiga y requisaron el grano almacenado en algunas casas, y se dirigieron hacia el Alcázar, ante lo cual, el Asistente, Pedro Luis de Zúñiga y Enríquez, IV marqués de Aguilafuente, se escapó de la ciudad por la puerta de la Carne.

Con el Asistente huido, se hizo cargo de la defensa de la ciudad el veinticuatro Martin de Ulloa   que se concentró con algunos vecinos de san Marcos, en el portal cubierto del Convento de Santa Paula, formando cuerpos de guardia.

El alférez mayor, don José Campero, tras deliberación con los munícipes, comunica a los  sublevados que la Junta les concedía cuanto solicitaban, como la bajada de precios y el debido abastecimiento de la ciudad, pero estos piden, además, la abolición de los tributos más onerosos (alcabalas y millones entre otros), la bajada de la moneda y del papel sellado y la libertad de los presos acusados de resellado.

Ante la falta de respuesta por parte de la autoridad, los amotinados asaltan las cárceles, el día 23 de mayo, liberando a los presos y quemando los archivos de las causas criminales.

Se nombra a Juan de Villacís, Caballero de la Orden de Calatrava, Gobernador de la Feria y logra que algunos depongan las armas y acepten el perdón del Arzobispo Domingo Pimentel de Zúñiga, y el Regente de la Audiencia Don Pedro Zamora Hurtado, pero el sábado 25, quizás influenciados por clérigo Figueras,  exigen el “Perdón Real” con “letras gordas de Oro”, ante lo cual Don Juan de Villacís, al ver que no confían en su palabra, abandona a los sublevados a su suerte, dimitiendo del cargo de Gobernador.

La nobleza de Sevilla, interesada en solventar la algarada, acudió al reclamo de las autoridades, formándose un cuerpo de caballería con apellidos tan ilustres como  Gaspar de Solís, Bazán, Tello de Guzmán, Osorio de los Ríos, Saavedra Alvarado, Legaso, Fernández Marmolejo, Verdugo de Albornoz y muchos otros ostentando la capitanía de las tropas. 

El levantamiento finaliza el domingo 26 de mayo, con un ataque sorpresa al amanecer, ante el cual los amotinados tuvieron que huir por el río donde la mayoría morirían ahogados.

Entre mayo y junio se apresaron y ahorcaron algunos de los sublevados, entre ellos Francisco Hurtado, uno de los cabecillas, cuya cabeza permaneció expuesta en la Feria durante 20 días.

Finalmente, el 12 de junio llegó el “Perdón Real” de Felipe IV, como amnistía general que solo exceptuaba a los que tenían causas pendientes antes del motín. 

Los más beneficiados fueron los hombres leales a la Corona y a la Ciudad que obtuvieron los hábitos de las Ordenes Militares, distinción muy codiciada pues era garantía de nobleza y limpieza de sangre. 

El veinticuatro Pedro Hurtado Zamora fue nombrado nuevo Asistente el día 24 de junio.