lunes, 7 de noviembre de 2022

 AREA DE SAN VICENTE-MIGUEL DEL CID-TEODOSIO

Calle Eduardo Cano

Desde 1904, en que la calle se forma, mantiene el nombre actual en memoria del pintor Eduardo Cano de la Peña (1823-1897). 

Surgió en la zona conocida como Muro de San Antonio. Toda la acera izquierda está ocupada por viviendas traseras de Torneo. 


Eduardo Cano de la Peña.

(Madrid, 1823-Sevilla, 1897) fue un pintor romántico español, especializado en pintura histórica. Siendo niño se trasladó a Sevilla, ya que su padre (el arquitecto Melchor Ccano) fue nombrado Arquitecto Mayor de la Ciudad. Por indicación paterna inició estudios de arquitectura, pero los abandonó por los de dibujo y música en la Real Escuela de las Tres Nobles ­Artes de Sevilla.

Eduardo Cano de la Peña

Al fallecer sus padres volvió a Madrid y continuó los estudios en la  Real Academia de Bellas Artes de san Fernando bajo la dirección de Carlos Luis de Ribera y de José y Federico de Madrazo. Este último le encargó varios retratos de monarcas para la «Serie cronológica de los reyes de España» en el Museo del Prado.

Más tarde viajó a París, donde realizó dos de sus más famosas obras, "Cristóbal Colon en el Convento de la Rábida", lienzo de puro estilo romántico con el que obtuvo la primera medalla en la Exposición Nacional de 1856 y se encuentra en el Palacio del Senado (Madrid) y "Entierro del condestable Don Álvaro de Luna", también primera medalla en la Exposición Nacional de 1858, actualmente expuesto en el Museo del Prado de Madrid. 

De vuelta a Sevilla en 1859, fue nombrado Conservador del Museo de Bellas Artes, así como catedrático de colorido y composición en la escuela de Bellas Artes (nombrado por la Reina) y  académico de número de la Escuela de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Como colaborador gráfico trabajó para El Arte en España (1862),Museo Universal (1864), y La Ilustración Artística, así como para el periódico quincenal La Bonanza.

Desde su cargo en la Comisión de Monumentos se preocupó por la conservación del patrimonio arquitectónico, urbanístico y artístico sevillano; en este sentido, se opuso, con energía y a riesgo incluso de su propia integridad física, a los derribos y desmanes que, con ocasión de la Revolución del 68, se llevaron a cabo en las murallas perimetrales de la ciudad y acabaron con la iglesia de San Miguel.

Llegó a ser uno de los más afamados pintores de historia de su generación, no solo por su propia pintura, sino por ser maestro del grupo de pintores que dominaría el panorama artístico sevillano durante todo el primer tercio del siglo XX.

Su participación en géneros, estilos y acciones tan distintos prueban que no solo fue un pintor muy activo a lo largo de una dilatada trayectoria de más de cuatro décadas, sino que además alcanzó gran consideración, no solo para sus coetáneos –al ser capaz de integrar instituciones de prestigio relacionadas con el arte y la estética–, sino también para las generaciones posteriores, que siempre lo tomaron por maestro y referente indiscutible.

Cervantes y Don Juan de Austria. Eduardo Cano. 1860. Óleo sobre tabla. 26.8 x 35,5 cm. Museo Nacional del Prado. No expuesto

En el interior de una sobria estancia, -quizá un hospital-, Cervantes, postrado en el lecho tras perder el brazo izquierdo durante la Batalla de Lepanto, recibe la visita de don Juan de Aaustria, hermano bastardo del rey Felipe II y General al mando de la flota de la Santa Liga, vencedora contra el Imperio Turco en la famosa batalla del 7 de octubre de 1571. El egregio visitante, revestido con coraza, banda y bengala de general, estrecha la mano derecha del escritor, que muestra el brazo izquierdo vendado en cabestrillo. En la penumbra de la habitación les rodean diversos personajes, entre los que destaca la figura de un anciano fraile barbado, a la derecha de la composición, viéndose al fondo, sumido en la oscuridad, otro herido con la cabeza vendada.

Los efectos luminosos que ambientan la estancia hace destacar a los dos personajes protagonistas de la escena, y sumen en una oscuridad casi absoluta el resto de la habitación, apenas amueblada con el austero jergón en el que yace el "Manco de Lepanto", la cruz colgada en su cabecera, la redoma y el libro visibles sobre su rústica mesilla, junto a la que pueden igualmente verse colgados el sombrero, capa y espada del escritor, o el farol apagado que pende sobre la viga del artesonado.

Cristóbal Colon en el Convento de la Rábida. Eduardo Cano. 1856. Óleo sobre lienzo. 230 x 2660 cm. Museo Nacional del Prado. Depósito en otra Institución. Palacio del Senado

Es la pintura más relevante de este artista, dado que fue el primer cuadro de historia premiado con la Primera Medalla en la primera Exposición Nacional de Bellas Artes , celebrada en Madrid en 1856, en la que obtuvo críticas favorables. El boceto revela una gran sobriedad en la actitud de los personajes principales, tanto Colón como  Fray Juan Pérez de Marchena. El interior del Convento de Santa María de la Rábida acusa un tratamiento de gran contenido dramático a través de los contrastes de luces, con doble foco, en primer término y al fondo, y la silueta oscura sobre el fondo claro, lo mismo que ocurre con el cuadro situado en la pared del fondo. Así, el tratamiento pictórico del boceto aparece más acorde con los principios de la tradición española, y muy especialmente sevillana, en la que se formó el artista, que después matizó en el cuadro definitivo tras el contacto con los modelos franceses que pudo conocer en París . En 1856 fechó el cuadro definitivo, cuyo boceto hubo de realizarse unos meses antes.

Entierro del condestable don Álvaro de Luna (Boceto). Eduardo cano. 1858. Óleo sobre lienzo. 52 x 68 cm. Museo nacional del Prado

Boceto preparatorio para el más importante lienzo de historia del pintor Eduardo Cano de la Peña, conservado en el Museo Nacional del Prado y que obtuvo una primera medalla en la exposición nacional de Bellas Artes de 1858.

La obra aborda un atractivo argumento para el romanticismo español, incluido en  otras obras pictóricas y que despertó el interés de escritores de la época, haciéndose popular a través de la exitosa novela histórica de Manuel Fernández González “El condestable don Álvaro de Luna publicada en 1851.

Dado el formato de este boceto, se trata seguramente del ensayo definitivo del artista antes de abordar el lienzo final, puesto que no se aprecian prácticamente divergencias entre ambos. En la presente obra,  Cano de la Peña empleó colores más vivaces, y se permitió cierta franqueza en la resolución, dada la finalidad privada de un trabajo de esta naturaleza, donde se conjugan las referencias murillescas  junto a las de los maestros boloñeses del siglo XVII .

La obra explora las diferentes emociones ante la exposición pública de un cadáver decapitado. La fidelidad del pajecillo Morales, que da su propia sortija de oro como limosna para enterrar a su amo. Los frailes abnegados que cumplen compadecidos con su funesto cometido. Los nobles conspiradores con intrigantes y rencorosas actitudes. Los dolientes familiares, así como el público general que mira morboso y horrorizado el triste espectáculo a cuenta de uno de los hombres de Estado más poderosos de aquel tiempo.

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