ALGUNAS CURIOSIDADES DE SEVILLA
La Inquisición en Sevilla
Creado por los Reyes
Católicos comenzó a funcionar en Sevilla en el año 1481 con Pedro González de Mendoza,
arzobispo de Sevilla, pues al ser una ciudad
con notables minorías judeo-moriscas y un gran centro mercantil abierto al
tráfico de todas las naciones, era potencialmente un lugar idóneo para la presencia
y difusión de ideologías no católicas.
Tengamos en cuenta que Pedro González de Mendoza, fue un eclesiástico y político castellano considerado como uno de los mejores ejemplos del paso del mundo medieval al moderno a lo largo del siglo XV.
Nació en Guadalajara en 1428, y a la muerte de su padre en 1458 pasó encabezar la poderosa familia de los Mendoza, que daría origen a la Casa del Infantado.
Desde la cuna, fue destinado a la carrera eclesiástica y ocupo numerosos cargos dentro y fuera de la península, siendo conocido como “el Gran Cardenal” y por algunos considerado como “El tercer Rey de España”.
Fue designado por el papa Sixto IV arzobispo de Sevilla entre los años 1474 y 1478 y murió en
Guadalajara en 1495.
Más
de 120 años después del comienzo de la Inquisición, era Inquisidor General
Francisco Niño de Guevara, personaje caracterizado por su intransigencia, que
fue nombrado Cardenal de Sevilla y durante su mandato convocó Sínodo en 1604,
obligando a las cofradías de Sevilla a pasar por el Palacio Arzobispal, lo que
se considera como el origen de la actual “Carrera Oficial” a la Santa Iglesia
Catedral en Semana Santa.
En el tribunal de la Inquisición de Sevilla, no sólo fueron juzgados y condenados judíos, sino también moriscos, brujas, bígamos, blasfemos, usureros, sodomitas, e incluso clérigos y frailes, llegando incluso a juzgar a esclavos y a extranjeros, estos últimos por haber contraído nupcias con mujeres conversas andaluzas.
También era castigado el adulterio, de tal modo que cuando era considerado consentido por el marido, este también era condenado, como “cornudo paciente” e iría a la hoguera adornado con ramas de vástago, semejando las astas de un venado.
Se llegaron a quemar, de manera póstuma, a los condenados que
morían antes del juicio, desenterrando sus huesos de los cementerios de la
ciudad, por aquel entonces en la Trinidad, San Agustín y San Bernardo.
Su primera ubicación fue el antiguo Convento dominico de San Pablo el Real (actual Iglesia de la Magdalena, erigida a fines del S. XVII sobre la misma planta de la antigua iglesia de dicho convento) siendo prior Fray Alonso de Ojeda.
Por ello, este convento se rodeó de una lúgubre fama, acrecentada con el paso de los años.
Según afirmó en 1612 el abad Gordillo, los inquisidores "celebraban en su convento... los autos y
exemplares castigos que en los herejes y tornadizos convenian que se hiciesen,
y en su iglesia ponían los san benitos, y aun es fama constante que dentro de la
cerca del mesmo convento hicieron sus cárceles y executaban las penas de fuego
que imponían".
Exterior de la Iglesia
de la Magdalena
De ese oscuro
periodo histórico conserva algunos vestigios,
los candeleros situados a los lados de la imagen de Santa María Magdalena y el fresco pintado por Lucas Valdés (hijo del pintor Valdés Leal), hacia el año 1710, en el que aparece
de forma anacrónica el Rey San Fernando transportando leña a la hoguera, y representa un
auto de fe a un hereje que es conducido al quemadero, identificado
tradicionalmente con Diego López Duro, un mercader de Osuna (Sevilla), de
origen portugués, que fue quemado vivo por delitos de judaísmo el 28 de octubre
de 1703, por ello esta pintura se conoce como El Suplicio de Diego Duro.
Auto de fe con San Fernando, de Lucas Valdés, parroquia de Santa María Magdalena
El alto número de presos hizo que aquel primer recinto del Convento de San Pablo se quedara pequeño, por lo cual se tuvo que pensar en habilitar una nueva sede.
Siendo Inquisidor General de España Don Fernando Valdés, cardenal arzobispo de Sevilla, se decidió el Castillo de San Jorge.
Al parecer, el primer uso que tuvo este
terreno fue el de necrópolis almohade
entre los siglos XII y XIII.
Durante el siglo XIII, entre los años 1220 y 1230, los
almohades construyen una fortificación sobre este cementerio con el fin de
proteger el acceso al Puente de Barcas.
Tras la conquista de Sevilla, la fortificación musulmana es entregada a la Orden de los Caballeros de San Jorge, fundándose en su interior una capilla bajo la advocación de San Jorge.
Dicho templo
constituyó la primera parroquia de Triana, pasando a ser
ermita cuando Alfonso X, en 1276, manda construir la parroquia de Santa Ana.
En 1463, pasa a ser propiedad del Marqués de Medina Sidonia
durante un corto período de tiempo, antes de volver a manos de la corona
durante el reinado de los Reyes Católicos.
En 1481, los
monarcas ceden la fortificación al Tribunal de la Santa Inquisición, que
estableció allí su primera sede, ocupándola durante más de trescientos años
Castillo de san Jorge en
el arrabal de Triana
Más que un castillo, el recinto fortificado de San Jorge era una auténtica ciudadela, con calles que partían de los tres accesos al recinto y confluían en el centro, junto a la capilla.
Incluso el empedrado que tenía era igual que el que solía pavimentar las calles de la ciudad de Sevilla en los siglos XVII y XVIII.
La pendiente de las calles estaba orientada al río,
para que desaguara en él.
La sala de audiencias era un edificio alargado donde el fiscal leía los cargos al acusado en presencia de los inquisidores, notarios y secretarios.
Se mantuvo en uso
desde su construcción en 1485 tratándose del único edificio de estas
características que se conserva en España.
La casa del primer inquisidor era la de mayor entidad, destacando por su gran superficie, patio con galería, doble altura y amplios salones.
Disponía también de cuadras, bodega y de un área de servicio con personal y cocina propia con despensa, pozo, etc.
La cuadra disponía de 5 amarres para mulas (para el desplazamiento de los Inquisidores), un pozo con su pilón para dar de beber a las bestias y acceso directo desde la calle.
Disponían de bodegas subterráneas o “fresqueras”, para mantener en unas condiciones estables de humedad, temperatura y oscuridad los alimentos como las chacinas, quesos, aceite y vino. También esta bodega fue usada para dormir al fresco durante las noches del riguroso verano.
Casa del Inquisidor
El portero
y su mujer ejercían la función de vigilancia y de servicio. Era una casa
popular típica andaluza de pequeño patio central, escalera exterior, leñera,
despensas y una cocina en planta baja, durmiendo en la planta alta. Los
porteros eran oficiales menores de la Inquisición, como también lo eran los
despenseros, médicos, capellanes y cirujanos.
Casa del Portero
En la fortaleza también existían las casas del Nuncio o Delegado Papal y del Notario del secreto, encargado de redactar los documentos del proceso.
Eran típicas casas de patio andaluz con escalera y doble altura con vistas al interior de la ciudadela y al río.
El Notario del secreto era un oficial medio, como los
Alguaciles, Los Alcaldes, o los Notarios del secuestro y los Jueces de Bienes,
que se ocupaban de las propiedades confiscadas.
Casa del Nuncio y del Notario
En 1785, dadas las precarias condiciones del castillo, muy
deteriorado por las continuas crecidas del río Guadalquivir, la Inquisición se
traslada al que había sido colegio jesuita de las Becas (calle Becas), lugar en el que se
mantuvo hasta su desaparición entre los años 1800 y 1803.
Tras el anterior abandono, el Estado cede el edificio a perpetuidad a la ciudad de Sevilla, cuyo Ayuntamiento lo derriba y explana el solar, utilizándolo hasta 1822 como almacén de grano.
Es entonces cuando se construye el Mercado Municipal de Abastos, siendo recortado entre los años 1845 y 1852 de su extremo Sur para construir el actual Puente de Isabel II.
Y sin
más cambios de importancia se mantiene hasta 1990, en que se derriba el antiguo mercado para construir el nuevo actual.
Durante su uso por la Inquisición, para el “Auto de fe”, los reos eran conducidos por el Callejón de la Inquisición, que comunica la calle Castilla con la orilla del río.
La condena tenía lugar al final del auto y podría consistir en muerte en
la hoguera, cárcel temporal o perpetua, multa o portar el sambenito durante cierto tiempo
como modo de vestir, tras haber abjurado (renunciado a sus creencias).
El “sambenito” estaba
compuesto de una túnica o saya de tejido blanco o crema, de altura cercana a la
media pierna, en ocasiones con un aspa que cruzaba el pecho. Podía ir
acompañado de una especie de sombrero cónico a modo de capirote. Tal
indumentaria también la portaba aquélla persona que era trasladada desde el
Castillo de San Jorge para ser juzgada, discurriendo con ella entre la multitud.
Condenado por la Inquisición vestido con un sambenito que lleva la cruz de san Andrés (Francisco de Goya)
Los “Autos de fe” se celebraron, primero en
las gradas de la Catedral, y más tarde en la Plaza de san Francisco,
aunque según diversas circunstancias
tuvieron lugar en la iglesia de Santa Ana, la de San Marcos y en el convento de
San Pablo.
Auto de Fe en la
Plaza San Francisco de Sevilla en 1660. A la derecha, las arcadas del
Ayuntamiento, realizadas por Hernán Ruiz, las cuales desaparecieron en el siglo
XIX. (Anónimo. Colección Particular. Iglesia de la
Magdalena. Sevilla)
Como vestigio, actualmente, en un arquillo en una esquina de la plaza se sitúa la “Cruz de las Siete Cabezas” (en referencia al número de querubines que se distribuyen a lo largo de este pétreo “madero” que simula lo arbóreo… desde 1903) que representa el cese de los actos de la Plaza de San Francisco.
En un principio, su piedra era roma, aunque más tarde se le añadieron detalles para que cuadrase mejor con la estética del edificio.
Los que eran condenados a la hoguera eran
conducidos al quemadero de San Diego, en la actual Tablada, o al quemadero de
San Sebastián, que estuvo en el lugar que actualmente ocupa el monumento a "El
Cid".
El quemadero de San Diego, estuvo en el actual Prado de San Sebastián, y era así llamado por la proximidad de la ermita del mismo nombre, del convento de franciscanos descalzos, dentro de la amplia zona de Tablada (que quedaba entonces a este lado del rio).
En este quemadero, se hallaban las estatuas de
los “cuatro profetas”, unas figuras de yeso, huecas, donde se
introducía a los inculpados y donde morían a fuego lento.
Detalle del “Auto de Fe”
de Lucas Valdés. Podría ser la Ermita de san Diego.
En la procesión hacia el quemadero de Tablada, los condenados eran sentados al revés en burros, custodiados por los soldados y acompañados por los frailes que los conminaban para que se confesaran.
Se dirigía por Tundidores y Alcaiceria de la Seda (dos
tramos de la actual Hernando Colon), gradas de la catedral (Alemanes) y
Borceguineria (Mateos Gago) en dirección a la puerta de Minjoar o de las
Perlas, que en tiempos fue la Puerta de la Judería y hoy es la de la Carne y
desde allí al quemadero bordeando el Tagarete.