lunes, 14 de julio de 2025

 AREA DE SAN ROMAN

Orden Trinitaria.

La Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, conocida comúnmente como Orden Trinitaria o simplemente los Trinitarios, es una familia religiosa de la Iglesia Católica fundada por Juan de Mata (1154–1213), un sacerdote de origen provenzal. Esta congregación cuenta con una Regla propia, aprobada oficialmente por el papa Inocencio III el 17 de diciembre de 1198 mediante la bula “Operante divinae dispositionis”.

De acuerdo con la tradición, la fundación de la Orden tuvo un origen sobrenatural. Los testimonios de la época señalan que Juan de Mata recibió una revelación divina durante la celebración de su primera misa en París, el 28 de enero de 1193. En dicha celebración, que contó con la presencia del obispo Maurice de Sully y el abad de San Víctor de París, el joven sacerdote experimentó una visión en el momento de la consagración: Cristo Redentor aparecía entre dos cautivos, uno blanco, portando una cruz roja y azul, y otro de tez oscura, a quienes tomaba de las manos, en actitud de intercambio o redención. Esta experiencia mística inspiró el carisma de la Orden, centrado en la liberación de los cristianos cautivos.

Con un profundo espíritu evangélico, Juan de Mata dio origen a un innovador proyecto de vida religiosa en la Iglesia, que unía de manera inseparable el misterio de la Santísima Trinidad con el compromiso por la redención de los cautivos. En coherencia con este carisma, los conventos de la Orden se llamaron desde el principio Domus Trinitatis”, Casas de la Santísima Trinidad, y sus miembros se reconocen como hermanos de la Santa Trinidad.

Esta fue la primera institución oficialmente reconocida por la Iglesia dedicada a la redención de cautivos sin recurrir a medios armados. Su única fuerza era la misericordia, y su propósito, restaurar la esperanza y la dignidad de quienes sufrían la esclavitud, especialmente cristianos cautivos en tierras bajo dominio musulmán.

Aunque su misión principal fue la liberación de personas prisioneras, la Orden Trinitaria desarrolló desde sus inicios otras obras de caridad cristiana. Entre ellas destacan la asistencia en hospitales, especialmente para la acogida de peregrinos, y el servicio pastoral. Consciente de la importancia del acompañamiento espiritual, Juan de Mata dispuso que en cada convento hubiera al menos cuatro sacerdotes, garantizando así una presencia ministerial constante en la vida de la comunidad y en su servicio a los más necesitados.

La tradición trinitaria reconoce a Félix de Valois como cofundador de la Orden y fiel compañero de Juan de Mata durante su vida eremítica en Cerfroid, una zona apartada cercana a París. En ese lugar de retiro y oración, fue tomando forma una comunidad movida por el ideal de Juan de Mata: fundar una familia religiosa al servicio de la redención de los cautivos.

Aquella comunidad primitiva de Cerfroid se consolidó como la primera casa trinitaria y llegó a ser reconocida como la casa madre de toda la Orden. Desde allí se guiaba la vida y expansión del instituto, función que se mantuvo hasta la Revolución Francesa, momento en que el lugar fue destruido y dispersada la comunidad.

Detalle de un grabado de 1700, de los monjes fundadores de la Orden de los Trinitarios Calzados, con la versión de las cruces "patadas".(ver) (CC BY 3.0)

Cuando Juan de Mata y los primeros hermanos de la Casa de la Santísima Trinidad y de los Cautivos comenzaron a desplegar su misión, ya existía en la Iglesia, especialmente en España, una larga tradición de intercambios y liberaciones de esclavos. Un siglo antes, por ejemplo, Santo Domingo de Silos había sido reconocido como un gran libertador de cristianos cautivos en el norte de África.

Sin embargo, lo que distingue el carisma y la obra de los Trinitarios es su profunda voluntad de diálogo, reconciliación y redención mutua. Su misión no se limitaba a rescatar cristianos, sino que respondía a una visión más amplia: Cristo libera a todos, cristianos y musulmanes. Bajo este principio, los Trinitarios no solo llevaron a cabo una labor redentora, sino que también desempeñaron un papel clave como mediadores, promoviendo el encuentro y la comprensión entre culturas y religiones en un tiempo marcado por el conflicto.

La documentación sobre la liberación de cautivos por parte de la Orden Trinitaria es limitada, especialmente en lo que respecta a los primeros tres siglos de su historia. Incluso en el siglo XVI, los registros son fragmentarios. Sin embargo, sí se conservan testimonios concretos de redenciones significativas realizadas por los redentores trinitarios.

Uno de estos casos se dio en el año 1682, cuando los religiosos Miguel de Jesús María, Juan de la Visitación y Martín de la Resurrección, todos ellos trinitarios españoles, lograron rescatar a 211 cautivos cristianos que se encontraban prisioneros en Mequínez, Fez y Tetuán. Además de esta acción humanitaria, consiguieron también la liberación de 17 imágenes sagradas, 15 esculturas y dos pinturas, que habían sido profanadas y retenidas en mazmorras musulmanas.

Una de esas imágenes adquirió gran notoriedad tras su regreso a España. Se trataba de una talla de “Jesús Nazareno Rescatado” (ver), que fue especialmente venerada por la Casa Real y, de modo particular, por la Casa Ducal de Medinaceli, que la adoptó como imagen protectora y devocional.

Para obtener la liberación de las 15 esculturas, el rey de Fez exigió el canje por quince musulmanes cautivos en Ceuta y Málaga. Los trinitarios accedieron a la petición, pagaron el rescate de los prisioneros musulmanes y los enviaron a Fez, logrando así la redención de las imágenes sagradas.

Es ampliamente conocido, porque lo relató él mismo en varias ocasiones, el rescate más famoso que los trinitarios realizaron en toda su historia: el 19 de septiembre de 1580, Juan Gil, redentor general, consiguió reunir los 500 ducados de oro exigidos por el rey de Argel para liberar al cautivo Miguel de Cervantes Saavedra (ver), después de cinco años de prisión. El rescate se realizó gracias al dinero que dieran su madre y su hermana, que se completó con fondos de la “Tertia Pars” de los mismos trinitarios y limosnas pedidas a los mercaderes cristianos de la ciudad.

Liberación de Miguel de Cervantes por Juan Gil en la redención de 1580. (ver) (CC BY 3.0) Este cuadro fue realizado por Pedrohuerta el 27 de mayo de 2013 

Gracias a esta acción, Cervantes recuperó la libertad y pudo regresar a España. Aquel gesto redentor, fruto de la fe, la perseverancia y la caridad, permanece como uno de los momentos más significativos de la labor trinitaria y una prueba viva de su compromiso con los cautivos.

En no pocas ocasiones, los religiosos trinitarios llevaron su misión redentora hasta las últimas consecuencias, ofreciéndose ellos mismos como rehenes en lugar de los cautivos cristianos, mientras se reunían los fondos necesarios para completar el rescate.

Un ejemplo conmovedor de esta entrega ocurrió en el siglo XVII, cuando se conoció la noticia del trágico destino de tres trinitarios: Bernardo de Monroy, Juan del Águila y Juan de Palacios. Los tres fueron enviados a Argel con la misión de rescatar prisioneros cristianos y, al no contar con el dinero suficiente en ese momento, decidieron intercambiarse voluntariamente por varios de los cautivos, con la esperanza de que el rescate pendiente llegara más adelante.

Sin embargo, los recursos jamás llegaron, y los tres religiosos murieron en las mazmorras tras haber soportado años de cautiverio. Su sacrificio se convirtió en símbolo de la entrega total y desinteresada que definió el espíritu de la Orden Trinitaria: una vida al servicio de la libertad de los demás, incluso a costa de la propia.

La Orden Trinitaria se extendió, entre 1198 y 1314, desde el norte de Francia hacia el sur, alcanzando progresivamente los reinos españoles de Castilla y Aragón, conforme avanzaba la Reconquista de los territorios ocupados por los musulmanes. Hacia el norte, los trinitarios también se expandieron por las islas británicas. Así, en 1219, la Orden contaba con 18 conventos en Francia, 13 en España, 8 en Italia, y uno en Portugal y en Inglaterra, respectivamente. Para 1237, se sumarían cuatro conventos en Tierra Santa y, hacia finales del siglo, la Orden llegaría a tener unos doscientos conventos, distribuidos desde Inglaterra hasta Palestina. Entre sus posesiones también se incluían numerosos hospitales e iglesias.

Entre 1315 y 1472, la Orden entró en un período de decadencia, debido a los profundos cambios ocurridos en Europa y en la Iglesia. Estos provocaron el cierre de muchas casas, ya fuera por la muerte de sus religiosos o por la expropiación de importantes propiedades.

Durante el siglo XVI, la Orden fue adoptando diversas medidas disciplinarias y legislativas con el propósito de dar cumplimiento a los anhelos de reforma manifestados por algunos de sus miembros. El punto culminante de este proceso se encuentra en la reforma impulsada por Juan Bautista de la Concepción (1561-1613), la cual daría origen a la Orden de los Trinitarios Descalzos.

En 1599, mediante el breve “Ad militantes Ecclesiae”, el papa Clemente VIII otorgó reconocimiento eclesiástico a la Congregación de los Hermanos Reformados y Descalzos de la Orden de la Santísima Trinidad, instituida con el fin de observar con todo rigor la Regla de san Juan de Mata.

En 1636, mediante el breve “Ex quo régimen” del papa Urbano VIII, los trinitarios descalzos fueron constituidos como una Orden religiosa independiente de los trinitarios de la antigua observancia, bajo el nombre de Orden de los Descalzos de la Santísima Trinidad para la Redención de los Cautivos. A partir de entonces, coexistirían dos ramas distintas dentro de la misma familia trinitaria.

Entre los siglos XVIII y XIX, la historia de la Orden vivió uno de sus capítulos más trágicos. El emperador José II suprimió numerosos conventos de trinitarios descalzos, los cuales, para entonces, estaban organizados en dos provincias dentro del Imperio Austrohúngaro. Esta decisión provocó la ruptura entre los conventos situados en España y aquellos del norte de Europa, especialmente en Polonia y Rusia, lo que dio lugar a una división en dos ramas: los trinitarios descalzos de la familia hispana y los trinitarios descalzos de la familia extrahispana.

Por otra parte, la invasión napoleónica supuso la desaparición de muchas casas trinitarias, tanto de calzados como de descalzos, y la ley de desamortización de Mendizábal en 1835 provocó la supresión oficial de la Orden en España.

Tras el Concilio Vaticano II, se impulsó un proceso de renovación destinado a adaptar la vida religiosa a las nuevas directrices conciliares. Sin embargo, ya en el Capítulo General celebrado en Roma en 1900, se había producido un hito decisivo: la unificación de las dos ramas de la Orden en una única familia, que retomó el nombre de “Orden de la Santísima Trinidad”, suprimiendo los antiguos apellidos de “descalzos” y “calzados”. El primer ministro general de esta nueva etapa fue el religioso italiano Gregorio de Jesús y María.

A partir de la unificación, la Orden emprendió un vigoroso proceso de expansión misionera y geográfica, estableciéndose en Austria (1900), Chile (1902), Benadir (1904), Estados Unidos (1912), Argentina (1913), Francia (1922), Canadá (1924) y Madagascar (1926).

Actualmente, el gobierno de la Orden se estructura en diferentes niveles: a nivel local, está a cargo del ministro conventual; a nivel regional, del ministro provincial o equivalente (como en el caso de viceprovincias o vicariatos); y a nivel global, del ministro general. Cada uno de estos responsables cuenta con un consejo correspondiente, general, provincial o equivalente,  que colabora en el gobierno de manera colegiada.

El actual ministro general de la Orden de la Santísima Trinidad y de los Cautivos, considerado el 85.º sucesor de san Juan de Mata, es el religioso José Narlaly, originario de la India.

El símbolo más característico de los trinitarios es la cruz bicolor, compuesta por los colores rojo y azul. Existen principalmente dos variantes de este emblema. La primera es una cruz patada, cuyos brazos se ensanchan en los extremos, con la barra roja dispuesta en sentido vertical y superpuesta a la azul en sentido horizontal. La segunda variante presenta una cruz de líneas simples, también con una franja roja vertical superpuesta a otra azul horizontal, ambas del mismo tamaño.

Estos tres colores, rojo, azul y el fondo blanco, son tradicionalmente asociados a las tres Personas de la Santísima Trinidad: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo. El hecho de que las franjas no se fundan en el centro, sino que se crucen sin fusionarse completamente, expresa visualmente la distinción entre las tres Personas divinas, que, aunque diferentes, constituyen un único Dios.

Monje trinitario. Obra de Francisco Bushell y Laussat, siglo XIX. Colección privada. (ver) (CC BY 3.0)