sábado, 22 de junio de 2024

 ALGUNOS PERSONAJES HISTÓRICOS EN LAS CALLES DE SEVILLA

Padre Manjón.

Calle Padre Manjón (ver)

Andrés Manjón y Manjón nació el 30 de noviembre de 1846 en Sargentes de Lora, en Burgos, en el seno de una familia de modestos campesinos castellanos.

Comenzó sus estudios primarios en la escuela aldea de Sargentes, de precarias condiciones, por lo que sus padres, Lino y Sebastiana, y su tío Domingo, sacerdote de una pequeña aldea, consideraron que el niño tenía capacidad para seguir estudiando y lo enviaron a Porliente (Cantabria) donde funcionaba una pequeña academia preparatoria para la carrera sacerdotal

Estos conocimientos básicos le permitieron ingresar en el Seminario Conciliar de san Jerónimo de Burgos, regido por jesuitas, en 1861, donde también estudió filosofía y teología, obteniendo el título de bachiller en 1868.

Andrés Manjón

Durante la Revolución Gloriosa de 1868 (ver), que destronó a Isabel II, se cerró este Seminario de Burgos y Andrés se trasladó Valladolid donde se licenció en Derecho Civil y Canónico en 1872.

En 1873-4, obtuvo el Grado de Doctor en Derecho Civil y Canónico en la Facultad de Derecho de Madrid. Durante esta época residió en el Colegio de san Isidoro, donde tuvo algunos desencuentros con Eugenio Montero Ríos, presidente de la Real Academia de Jurisprudencia y Legislación, por su diferente postura respecto al matrimonio civil, que le condicionaría su posterior carrera académica.

En 1875, fue contratado como inspector y profesor de Historia y Geografía en el colegio de San Isidro de Madrid, desarrollando una actividad temporal en la enseñanza secundaria, pues con su doctorado, ocupó la catedra de Derecho Romano de la Universidad de Salamanca y posteriormente fue nombrado profesor interino de la catedra de Historia de la Iglesia, Concilios y Colecciones Canónicas en la Universidad de Valladolid.

En 1878, obtuvo el número uno en la oposición a la catedra de Disciplina Eclesiástica de la Universidad de Salamanca, pero fue vetado por Eugenio Montero Ríos que la adjudicó al segundo opositor.

En 1879, a pesar de la oposición de Montero Ríos, y quizás por la intervención directa del ministro de Fomento, el conde Toreno, obtuvo la catedra de Derecho Canónico de la Universidad de Santiago de Compostela.

En 1880, solicitó y consiguió el traslado a la catedra vacante de Derecho Canónico en la Universidad de Granada, y se convirtió en un miembro emblemático del sector católico-conservador del claustro de esta Universidad.

En 1886, continuó sus estudios en el Seminario del Cabildo de la Abadía del Sacro Monte y se ordenó sacerdote el 16 de junio de 1886. Consiguiendo primero, por oposición, una canonjía en dicha Abadía y posteriormente el cargo de profesor de Derecho Canónico de dicho Seminario donde se había fundado una facultad de Derecho Canónico.

En 1916, tras cumplir los setenta años, solicitó y obtuvo autorización para retornar a su catedra de la que se jubiló dos años más tarde.

Debido a su carácter humilde y sencillo, rechazó durante su vida numerosos cargos y honores, como el de caballero de la Orden de Carlos III, Abreviador de la Nunciatura, Auditor de la Rota, Rector de la Universidad de Granada o Abad del monasterio del Sacramonte.

El padre Manjón con su burra “Golondrina”

Pero, en reconocimiento a sus aportaciones y méritos, en abril de 1902 el ministro Romanones le nombró consejero correspondiente de Instrucción Pública; dos meses después se le concedió la Gran Cruz de Alfonso XII, cuyas insignias las costeó personalmente Su Majestad Alfonso XIII; en 1908 fue elegido académico correspondiente de la Real Academia Española y en 1914 ocupó el cargo de vocal del Patronato del Museo Provincial de Bellas Artes de Granada.

Falleció en la ciudad de Granada el 10 de julio de 1923, a la edad de 76 años, en su celda austera de la Abadía del Sacromonte. Fue enterrado en una sencilla cripta en la capilla de la Casa Madre del Ave-María. En su lápida están escritas las letras “A. M.” que rubrican su vida humilde y sencilla. La Archidiócesis de Granada tiene abierta una causa de beatificación. El municipio de Granada, a propuesta de su alcalde, se aprobó la erección de una estatua.

Pero su obra maestra de Andrés Manjón fue la fundación de las “Escuelas del Ave-María “que se inician de una manera curiosa.

A finales de 1888, observó en una cueva como una semianalfabeta “maestra de migas” enseñaba el catecismo a un grupito de párvulos, gitanos analfabetos, mediante la actitud de recitar o canturrear el Ave María. Esto le llevó a iniciar su obra pedagógica con aquellos niños, iniciando su actividad con aquella maestra espontanea.

A partir de aquí, funda “Las Escuelas de Ave-María” a las que dedicó todo sus esfuerzos y recursos económicos, creando centros docentes destinados a estudiantes marginados, preferentemente pobres y gitanos, teniendo como meta “enseñar a quien no pudiera pagarlo”.

El sacerdote Andrés Manjón y Manjón con niños pobres, para ellos creó las Escuelas Ave María

Tras el éxito de su experiencia del Sacromonte, progresivamente fue tejiendo una red escolar por España y América que vertebró un poderoso movimiento de educación católica popular, consiguiendo abrir, a lo largo de su vida, unas 400 escuelas por todo el mundo, con la ayuda de donativos y limosnas de numerosos benefactores.

Sus procedimientos educativos, basados en la actividad de los alumnos y en las prácticas escolares al aire libre, fueron pioneros en España y coincidieron con la avanzada metodología de la Escuela Nueva.

Consideraba que el alumno es "un ser activo con destino propio que nadie más que él tiene que cumplir, y con facultades propias que ningún otro puede permutar: al educador toca tomarle tal cual es, para perfeccionarle y ayudarle; pero de modo alguno puede reemplazarle y ocupar su puesto".

Siempre luchó contra “Las escuelas laicas” y su obra constituyó un severo alegato contra aquellos centros, considerados, sin ningún tipo de matices diferenciales, anticristianos, antihumanos y ateos.

En este sentido, fundó, además, el Seminario de Maestros para formar a los futuros responsables de las escuelas del Ave María, pues consideraba que: "no hay escuela sin maestro", y creía que el maestro podía ser formador o deformador de caracteres. 

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