viernes, 4 de abril de 2025

 RUTAS POR SEVILLA: Doctores de la Iglesia Latina

San Gregorio Magno.

San Gregorio Magno. Messina, Antonello da. 1470. Palazzo Abatellis. Palermo (ver) (crédito CC BY 3.0)

Gregorio nació en Roma alrededor del año 540, dentro de una distinguida familia patricia, la gens Anicia, reconocida por su compromiso con la Iglesia y su fe cristiana. Entre sus antepasados se encontraba el papa Félix III, y también tenía vínculos familiares con el papa Agapito I. Además, dos de sus tías paternas llevaban vida monástica. Sus padres, Gordiano y Silvia, ambos considerados santos, influyeron profundamente en su formación.
Gregorio recibió una educación completa, centrada en el estudio del derecho, las Sagradas Escrituras y las enseñanzas de los Padres de la Iglesia, especialmente las de San Agustín.

Tras completar su formación, Gregorio emprendió la carrera política en la administración pública. Antes de alcanzar los treinta años, fue nombrado Prefecto de Roma en el año 573, el cargo civil más alto disponible en la ciudad en aquel tiempo. Esta responsabilidad le permitió familiarizarse de cerca con los desafíos concretos de la vida urbana, al mismo tiempo que fortalecía su sentido del orden y la disciplina. Su gestión fue tan destacada que recibió el reconocimiento tanto de los ciudadanos como de las autoridades imperiales, llegando a ser conocido como "el cónsul de Dios".

Tras el fallecimiento de su padre en el año 575, su madre, Silvia, decidió consagrarse a la vida religiosa, mientras él, distribuyó sus bienes entre los más necesitados, tomó el hábito monástico y convirtió la residencia familiar del Monte Celio en un monasterio dedicado a san Andrés. En ese lugar se encuentra hoy la iglesia de San Gregorio Magno.

Gregorio se dedicó con empeño a difundir la regla de san Benito, y gracias a las propiedades familiares, tanto en Roma como en Sicilia, logró fundar seis monasterios, consolidando así su compromiso con la vida monástica.

En el año 579, el papa Pelagio II lo ordenó séptimo diácono de la Iglesia Romana y lo designó como apocrisiario (una suerte de embajador o nuncio apostolico) ante la corte bizantina en Constantinopla. Permaneció allí hasta el año 586, entablando relaciones cercanas tanto con la familia del emperador Mauricio como con miembros de antiguas familias senatoriales italianas asentadas en la capital oriental. A pesar de sus responsabilidades diplomáticas, Gregorio continuó llevando una vida monástica en compañía de otros religiosos, fiel a su vocación espiritual.

Hacia los años 585 o 586, regresó a Roma y volvió a la vida monástica, asumiendo el cargo de abad en el monasterio de San Andrés. Al mismo tiempo, prestó servicio como secretario del papa Pelagio II hasta el fallecimiento de este, víctima de la peste, en febrero del año 590. Tras su muerte, Gregorio fue elegido por el clero y el pueblo como su sucesor en el pontificado.

Gregorio I, conocido con justicia como "el Magno", fue el primer Papa que provenía de la vida monástica. Su ascenso al pontificado ocurrió en un periodo crítico para Italia, marcada por la devastación tras los prolongados enfrentamientos entre los ostrogodos y el emperador bizantino Justiniano. Estos conflictos culminaron con la derrota y muerte del rey ostrogodo Totila en el año 562.

Gregorio Magno. Goya. Hacia 1799. Museo del Romanticismo. Madrid (ver) (crédito CC BY 3.0)

Así, Gregorio asumió el pontificado en un contexto especialmente complejo, marcado por la invasión de la península Itálica por parte de los lombardos. Ante esta situación, se dedicó activamente a promover la paz mediante negociaciones, armisticios y treguas que contribuyeran a la estabilidad en la región central de Italia. Mantuvo con los lombardos un trato cordial, buscando no solo la pacificación, sino también su conversión al cristianismo. Además, impulsó misiones evangelizadoras dirigidas a los visigodos en Hispania, así como a los francos y sajones.

En aquel tiempo, intensas lluvias e inundaciones habían causado numerosas víctimas y graves destrozos, provocando además escasez de alimentos y la propagación de la peste en varias regiones. Ante esta situación, Gregorio animó al pueblo a intensificar la oración y la penitencia, organizando una procesión solemne de tres días que culminaba en la basílica de Santa María la Mayor. Según la tradición, mientras la multitud cruzaba el puente que conecta el área del Vaticano con el centro de Roma, Gregorio y los presentes presenciaron una visión del arcángel Miguel sobre la antigua Mole Adriana. Este hecho fue interpretado como un anuncio celestial del fin de la epidemia. Desde entonces, el mausoleo pasó a ser conocido como Castel Sant’ Angelo, es decir, el Castillo del Santo Ángel.

El Castillo de Sant Angelo (ver) (crédito CC BY 3.0)

En cierta ocasión, Gregorio se detuvo en el mercado público de Roma, donde observó a un grupo de cautivos puestos a la venta como esclavos. Le llamó especialmente la atención su aspecto: eran altos, de rasgos armoniosos y cabello rubio. Impulsado por la compasión y la curiosidad, preguntó por su origen. Alguien le respondió que eran "anglos", a lo que Gregorio, con una expresión que pasaría a la historia, replicó: “Non angli sed angeli” (“No son anglos, sino ángeles”). Este episodio dio lugar a los primeros versos de un himno litúrgico en honor a san Gregorio: “Anglorum iam apostolus, nunc angelorum socius” (“Antes apóstol de los ingleses, ahora compañero de los ángeles”).

Gregorio y los esclavos ingleses en Roma. Edmund Doyle,  James William. 1864. (ver) (crédito BB CY3.0)

Este acontecimiento impulsó a Gregorio Magno a enviar a Britania a Agustín, prior del monasterio de San Andrés en el monte Celio, acompañado de cuarenta monjes. Agustín sería más tarde reconocido como el primer arzobispo de Canterbury.

Ante la inquietud de Agustín respecto al destino de los antiguos santuarios paganos, donde en tiempos se realizaban sacrificios humanos, Gregorio le dio una respuesta reveladora: “No destruyan los santuarios, purifíquenlos”. Con estas palabras, el Papa indicaba que dichos lugares debían ser limpiados y consagrados al culto cristiano, en lugar de ser demolidos.

Gregorio Magno destacó como un hábil y reformador administrador de la Sede Pontificia. Durante su pontificado, llevó a cabo una profunda reorganización de la administración papal y abordó las deficiencias de la Curia romana, en la que muchos de sus miembros, tanto clérigos como laicos, mostraban intereses alejados del espíritu cristiano y de la caridad. Ante esta situación, Gregorio confió numerosas responsabilidades a monjes benedictinos, a quienes otorgó no solo autoridad espiritual, sino también funciones administrativas.

Asimismo, estableció que los bienes de la Iglesia debían destinarse a su sostenimiento y, sobre todo, a la misión evangelizadora. Insistió en que estos recursos fueran gestionados con integridad, justicia y compasión. Él mismo dio ejemplo, utilizando su patrimonio personal y las donaciones hechas a la Iglesia para socorrer a los fieles: adquiría y repartía trigo, asistía a los pobres, apoyaba económicamente a sacerdotes y religiosos en dificultades, y contribuía al rescate de prisioneros.

Del pontificado de Gregorio Magno se conservan 866 cartas recopiladas en su “Registrum”, o archivo epistolar. Entre sus obras más destacadas figura “Moralia in Iob” (Comentario moral al libro de Job), en la que propone un ideal ético basado en la armonía entre la palabra y la acción, el pensamiento y el compromiso, la oración y el cumplimiento de los propios deberes.

En “La Regla Pastoral”, Gregorio perfila la figura del obispo ideal, subrayando la necesidad de que el pastor reconozca cada día su propia fragilidad humana, y resalta la virtud de la humildad como base del liderazgo cristiano.

Otra de sus obras fundamentales es “El Libro de los Diálogos”, una recopilación de relatos sobre la vida y los milagros de diversos santos italianos del siglo IV, en cuyo segundo libro se dedica especialmente a San Benito de Nursia, fundador del monacato occidental.

Gregorio fue también el primer pontífice en utilizar en su correspondencia el título “Servus servorum Dei” (“Siervo de los siervos de Dios”), una expresión de humildad que ha perdurado como parte del estilo papal hasta nuestros días.

Gregorio Magno siendo inspirado por el Espíritu Santo, miniatura del Registrum Gregorii. c. 983 (ver) (crédito CC BY 3.0)

Hacia el año 600, el Papa Gregorio Magno ordenó la recopilación de antiguos cantos cristianos (conocidos como antífonas, salmos e himnos) que habían sido entonados en las primeras celebraciones litúrgicas, muchas de ellas en las catacumbas romanas. Con esta iniciativa, promovió el desarrollo del canto litúrgico, que más tarde sería conocido como “canto gregoriano”.

Además, llevó a cabo una reforma significativa de la Misa, buscando una mayor simplicidad y claridad en el rito, con el objetivo de facilitar una participación más profunda y consciente por parte de los fieles.

En el año 593, Gregorio Magno contribuyó significativamente al desarrollo de la doctrina del purgatorio (ver). Hasta ese momento, predominaba la creencia de que los difuntos habitaban en un estado de sombras (conocido como “refrigerium”), un lugar de espera antes del juicio final. Según esta visión, solo los mártires accedían de inmediato a la visión beatífica, mientras que el resto de las almas permanecía en ese tránsito indefinido.

No obstante, en “Los Diálogos”, Gregorio introdujo una nueva interpretación: sostenía que, tras la muerte, cada persona enfrentaba un juicio particular (distinto del juicio general al final de los tiempos), cuyo resultado podría conllevar una estancia temporal en el purgatorio. Este lugar, según él, no debía entenderse como un castigo eterno, sino como una etapa de purificación necesaria para alcanzar la plenitud de la gloria divina.

Murió el 12 de marzo del año 604, y fue sepultado en la Basílica de San Pedro. Fue declarado doctor de la Iglesia por Bonifacio VIII el 20 de septiembre de 1295.

Es uno de los cuatro grandes Padres de la Iglesia occidental, junto con Jerónimo de Estridón, Agustín de Hipona y Ambrosio de Milán.

Museo del Prado

San Gregorio Magno. Carducho, Vicente. 1626-1634. Aguada parda. Albayalde. Lápiz negro. Cuadriculado sobre papel verjurado azulado. 310 x 206 mm. Museo del Prado. No expuesto. (ver) (crédito CC BY 3.0)

En este dibujo, el santo (ataviado con los atributos de su dignidad pontificia) recibe la inspiración divina mientras se dispone a escribir. La escena se desarrolla en el interior de una estancia de noble arquitectura que se abre al exterior a través de una balconada.

San Gregorio Magno. Anónimo. Hacia 1630. Óleo sobre lienzo. 138 x 99 cm. Museo del Prado. No expuesto. Procede del convento de Nuestra Señora de la Soledad de Madrid. (ver) (crédito CC BY 3.0)

San Gregorio Magno. Rizi, Fray Juan Andrés. 1645 - 1655. Óleo sobre lienzo, 167 x 148 cm. Museo del Prado. Depósito en otra institución (ver) (crédito CC BY 3.0)

Procede del Museo de la Trinidad y, junto con otras obras, permaneció formando parte de la decoración del Ministerio de Fomento hasta la reforma realizada en ese edificio en 1879. A partir del 14 de septiembre de 1879 pasaron al Museo del Prado.

San Gregorio Magno. Carducho, Vicente. 1620 - 1634. Aguada parda, Albayalde, Lápiz negro, Cuadriculado sobre papel pegado en lienzo, papel verjurado, 250 x 112 mm. Museo del Prado. No expuesto. (ver) (crédito CC BY 3.0)

San Gregorio Magno. Anónimo. Buril sobre papel, 120 x 70 mm. Museo del Prado. No expuesto. (ver) (crédito CC BY 3.0)

Va vestido con manto y tiara pontificia. Está leyendo un libro que sostiene con la mano derecha; en la izquierda sostiene el bastón, o férula papal, rematado por una cruz de tres brazos paralelos.

San Gregorio Magno y san Jerónimo. Berruguete, Pedro. 1495 - 1500. Óleo sobre tabla, 58,2 x 72,3 cm. Museo del Prado. Sala 052A. (ver) (crédito BB CY 3.0)

Se identifica a san Gregorio (que aparece con la mano derecha levantada y sosteniendo el libro con la izquierda) por la triple corona papal, y a san Jerónimo (que sujeta el cordón del capelo con la mano derecha y el libro con la izquierda) por el hábito de cardenal.

San Gregorio. Nalda, Juan de. Hacia 1500. Técnica mixta sobre tabla, 76 x 60 cm. Museo del Prado. Sala 051A. (ver) (crédito CC BY 3.0)

La inscripción del nimbo permite identificar al Santo, que lleva la mitra y el báculo episcopales.

San Gregorio, San Sebastián y San Tirso. Borgoña el Joven, Juan de. Siglo XVI. Óleo sobre panel. 147 x 124 cm. Museo del Prado (ver) (crédito CC BY 3.0)

La misa de San Gregorio. Espinosa, Jerónimo Jacinto. Siglo XVII. Óleo sobre lienzo, 191 x 139 cm. Museo del Prado. No expuesto. (ver) (crédito CC BY 3.0)

Mientras el santo papa celebra la misa en la basílica de Santa Cruz de Jerusalén, uno de los acólitos duda de la presencia de Cristo en la eucaristía y en el mismo momento, Cristo desciende sobre el altar, desnudo, coronado de espinas, mostrando sus llagas, sostenido por dos ángeles y rodeado de los atributos de la Pasión. 

Museo de Bellas Artes.

San Gregorio. Zurbarán, Francisco de. Hacia 1626 a 1627. Óleo sobre lienzo. 125 x 198 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Sala X.




jueves, 3 de abril de 2025

 RUTAS POR SEVILLA: Doctores de la Iglesia Latina

San Ambrosio.

Mosaico que representa a san Ambrosio en la capilla homónima de Milán (ver) (crédito CC BY 3.0)

San Ambrosio es reconocido como uno de los Padres y Doctores de la Iglesia Católica, junto con San Jerónimo, San Agustín y San Gregorio Magno. Juntos, representan la llamada "edad de oro" de la patrística.

Su nombre original era Aurelio Ambrosio y nació alrededor del año 340 en una familia cristiana romana. Creció en la región de la Galia Bélgica, cuya capital era Augusta Treverorum.

Existen diferentes teorías sobre la identidad de su padre. Algunos historiadores lo identifican como Aurelio Ambrosio, quien ocupó el cargo de prefecto pretoriano de Galia. Sin embargo, otros estudiosos sugieren que pudo haber sido un funcionario llamado Uranio.

Su madre, descrita como una mujer cristiana devota, pertenecía a la influyente familia romana de los Aurelii Symmachi, lo que hace probable que Ambrosio estuviera emparentado con el orador Quinto Aurelio Símaco.

Ambrosio era el menor de tres hermanos. Su hermana Marcelina dedicó su vida al servicio religioso como virgen consagrada, mientras que su hermano Sátiro, quien también es venerado como santo, colaboró con su madre en la administración del hogar.

De acuerdo con el relato de Paulino de Milán, quien escribió la biografía de San Ambrosio, se cuenta un episodio asombroso ocurrido en su infancia. Siendo aún un bebé, un enjambre de abejas entró en la habitación donde dormía y comenzó a revolotear cerca de su cuna. Sin que ninguna lo lastimara, algunas incluso se posaron sobre su rostro y dejaron una gota de miel. Su padre interpretó este hecho como un presagio de la elocuencia que caracterizaría a su hijo en el futuro. Debido a este relato, las abejas y las colmenas se han convertido en símbolos asociados al santo.

Tras la muerte de su padre en las Galias, San Ambrosio regresó a Roma junto con su madre y hermanos. En la capital del Imperio, recibió una educación sólida en literatura, derecho y retórica.

Durante su estancia en Roma, el prefecto pretoriano Sexto Claudio Petronio Probo lo tomó como consejero y, más tarde, lo designó gobernador de las provincias de Liguria y Emilia. Su sede de gobierno se estableció en Milán, una de las principales capitales del Imperio romano de Occidente. En el año 370, con aproximadamente treinta años de edad, Ambrosio asumió este cargo en representación del emperador Valentiniano I.

Se dice que, al despedirlo rumbo a su nuevo cargo, Probo le dirigió unas palabras proféticas: “Ve, hijo mío, y compórtate no como juez, sino como obispo”.

Al llegar a Milán, Ambrosio se encontró con una ciudad dividida por fuertes disputas, no solo entre paganos y cristianos, sino también dentro del cristianismo, entre arrianos y católicos. Ante este panorama, desempeñó su labor con imparcialidad, administrando justicia sin hacer distinciones por la posición social o las características de las personas.

En el año 374, tras la muerte de Auxencio, obispo de Milán y líder de los arrianos, se desató una intensa disputa sobre la elección de su sucesor. Tanto católicos como arrianos se congregaron en la Basílica de Milán con el propósito de debatir y designar al nuevo arzobispo.

Como gobernador de la provincia, Ambrosio intervino en un intento de apaciguar los ánimos y evitar conflictos. Sin embargo, antes de que pudiera comenzar a hablar, se escuchó la voz de un niño exclamando: "¡Obispo Ambrosio!". Muchos interpretaron este suceso como una señal divina, la voluntad de Dios expresada a través del infante. Sorprendentemente, el acontecimiento logró unificar a ambas facciones, que aceptaron a Ambrosio como arzobispo de Milán.

Sin embargo, Ambrosio no estaba bautizado, no tenía formación teológica y no deseaba asumir el cargo. Para evitarlo, recurrió a diversas estrategias que demostraran su falta de idoneidad. Incluso intentó huir y se refugió en casa de un colega.

No obstante, al recibir una carta del emperador Graciano, en la que destacaba la importancia de que Roma eligiera personas verdaderamente dignas para ocupar cargos eclesiásticos, su anfitrión decidió entregarlo.

En el transcurso de una semana, Ambrosio recibió el bautismo, fue ordenado y, finalmente, el 7 de diciembre del año 374, fue consagrado como obispo de Milán.

San Ambrosio. Goya. 1796-1799. Óleo sobre lienzo. 190 x 113 cm. The Cleveland Museum of Art (ver crédito CC BY 3.0)

Ambrosio adoptó de inmediato un estilo de vida austero, distribuyendo su riqueza entre los más necesitados y donando sus propiedades, con la única excepción de una provisión destinada a su hermana Marcelina, quien se había consagrado como monja. Se dedicó por completo a su misión pastoral y a la defensa de la Iglesia frente a paganos y herejes.

Por su parte, su hermano Sátiro renunció a una prefectura y se trasladó a Milán para encargarse de la administración de los asuntos familiares.

En el año 386, el emperador Valentiniano III emitió un decreto que ordenaba la entrega de algunas basílicas católicas a los herejes. San Ambrosio, respaldado por el pueblo, se opuso con determinación, lo que llevó a la ocupación de los templos en disputa.

San Ambrosio de Milán tuvo un papel fundamental en las relaciones entre la Iglesia y el poder imperial, interactuando con varios emperadores, desde Valentiniano I hasta Teodosio I el Grande (ver). Durante este período, se fueron estableciendo los principios que definirían la relación entre la autoridad eclesiástica y el Estado.

Según la tradición, Ambrosio excomulgó al emperador Teodosio I en el año 390, tras la masacre de siete mil personas en Tesalónica, un hecho ocurrido en represalia por el asesinato del gobernador romano a manos de alborotadores. Se dice que, mientras celebraba misa en su iglesia, Ambrosio impidió la entrada del emperador y le exigió arrepentimiento antes de poder volver a comulgar. Como resultado, Teodosio pasó meses sin poder acceder al templo hasta que, finalmente, fue absuelto tras cumplir una penitencia pública.

San Ambrosio y el emperador Teodosio.  Dyck, Anton van.  Entre 1619 y 1620. Óleo sobre lienzo. 149 x 113,2 cm. National Gallery. Londres (ver) (crédito CC BY 3.0) 

Este episodio simboliza la afirmación de la superioridad moral de la Iglesia sobre el poder civil en cuestiones éticas y religiosas. También pone de manifiesto una de las tensiones recurrentes en la historia del cristianismo: la disputa entre la autoridad eclesiástica y la autoridad política.

San Ambrosio fue el primer líder cristiano en lograr que la Iglesia fuera reconocida como una institución con autoridad por encima del Estado en asuntos espirituales. A lo largo de su vida, enfrentó a los paganos en diversas confrontaciones, logrando su exclusión definitiva de la vida política romana.

Ambrosio falleció el 4 de abril del año 397 y fue sucedido como obispo de Milán por Simpliciano. Sus restos se conservan en la Basílica de San Ambrosio en Milán, junto a los cuerpos de los mártires Gervasio y Protasio, cuyos restos él mismo había descubierto.

Sepulcro de san Ambrosio en la basílica que lleva su nombre en Milán (ver) (crédito CC BY 3.0)

Museo de Bellas Artes

San Ambrosio. Zurbarán, Francisco de. 1626. Óleo sobre lienzo. 207 x 101,5 cm. Museo de Bellas Artes. Sala X. Procede del Real Colegio de san Pablo.

El milagro de las abejas. Valdés Leal, Juan de. 1673. Óleo sobre lienzo. 120 x 107 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Sala VIII. Procede del Palacio Arzobispal. Adquisición de la Junta de Andalucía en 1990 (ver)

Museo del Prado

San Ambrosio en su cuna. Anónimo. Hacia 1673. Agua parda. Preparado a lápiz. Tinta sobre papel verjurado. 220 x 125 mm. Museo del Prado. No expuesto (ver crédito CC BY 3.0)

Nombramiento de san Ambrosio como gobernador de Liguria y Emilia. Valdés Leal, Juan de. Hacia 1673. Óleo sobre lienzo. 166 x 96 cm. Museo del Prado. No expuesto. (ver crédito CC BY 3.0)

La consagración de san Ambrosio como arzobispo. Valdés Leal, Juan de. Hacia 1673. Óleo sobre lienzo. 166 x 109,5 cm. Museo del Prado. No expuesto (ver créditos CC BY 3.0)

San Ambrosio. Anónimo. Hacia 1630. Óleo sobre lienzo. 133 x 99 cm. Museo del Prado. No expuesto (ver Crédito CC BY 3.0)

San Ambrosio. Crayer, Gaspar de. Hacia 1655. Óleo sobre lienzo. 271 x 175 cm. Museo del Prado. No expuesto. (ver crédito CC BY 3.0)

San Ambrosio. Salvador Carmona, Juan Antonio. 1789-1795. Agua fuerte, Buril sobre papel continuo. 500 x 350 mm. Museo del Prado. No expuesto. (ver crédito CC BY 3.0)


San Ambrosio niega a Teodosio la entrada al templo. Valdés Leal, Juan de. Hacia 1673. Óleo sobre lienzo. 165 x 110,5 cm. Museo del Prado. No expuesto (ver crédito CC BY 3.0)

San Ambrosio absuelve al emperador Teodosio. Valdés Leal, Juan de. Hacia 1673. Óleo sobre lienzo. 166 x 110 cm. Museo del Prado. Sala 017A (ver crédito CC BY 3.0)


Iglesia de san Pedro

En los pilares de la nave central cuelgan pinturas de los Doctores de la Iglesia.

San Ambrosio