ALGUNAS LEYENDAS DE SEVILLA
El balcón de la calle Santa Clara
España había tenido un gran imperio.
Desde el Cordón de Frontera que iba de la Alta California y Alabama, pasando por Nuevo Méjico y Misisipí, hasta Patagonia, todo el continente era español, con los virreinatos de Nueva España, Nueva granada (hoy Colombia, Venezuela y Ecuador) Perú, Rio de la Plata, Capitanía General de Chile, con la última base española en Punta Arenas.
Y eran españolas las islas Filipinas, Carolinas, Palaos, Marianas, Guadalcanal. Compartidas con Portugal, isla Moluscas, Macao, Costa de Malabar de la india, la Isla de Formosa, (hoy Taiwán), la costa del sur de Madagascar y la costa del sur de África, en torno al cabo de buena esperanza.
La costa del Sahara con la plaza fuerte de Santa Cruz de Mar Pequeña.
Norte de África con las plazas de Ceuta, Melilla, Oran, Trípoli.
Y Nápoles y Sicilia.
Y todo estaba conectada con
Sevilla.
Un niño de 13 años soñaba con ser piloto de la Carrera de Indias.
Su padre era buen pintor, y el niño aprendía a dibujar, pero lo que le gustaba
era dibujar barcos de vela, galeones antiguos, fragatas artilladas de sesenta
cañones, que en el siglo XVII escoltaban flotas de doscientos navíos, la mayor
flota del mundo, descomunal como descomunal había sido el imperio.
Ejemplo
de navío de línea de primera clase. El Santísima Trinidad (140 cañones)
Ejemplo
de navío de línea de tercera clase. El San Telmo (74 cañones)
Pero el muchacho había nacido en 1836. México había conseguido independizarse de España, tras la rendición de la fortaleza de Ulúa. Perú tras la rendición del Callao, pocos años antes. Se estaban firmando acuerdos internacionales que reconocían la pérdida del Nuevo Mundo.
El muchacho tenía la ilusión de estudiar
la carrera de marino en la Escuela de San Telmo de Sevilla, pero en esa época
ya no existía la Carrera de Indias pues ya no había flota, ni ruta, ni escuela.
El muchacho había nacido en Sevilla, en la calle Conde de Barajas
28, en el barrio de San Lorenzo.
En la calle Santa Clara estaba el Palacio de Santa Coloma. La condesa de santa Coloma de treinta años era extremadamente bella y salía al balcón dos veces cada día, por la mañana para cambiar de sitio una maceta para que recibiera mejor el sol, y al atardecer para regarla.
En el borde del tejado, una hilera de nidos
de golondrinas, que a esa hora del poniente revolotean sobre la calle.
El muchacho espera a que la bella condesa salga al balcón, esperando una mirada esquiva pero la condesa solo mira a sus macetas y a las golondrinas que suben a sus nidos, sin percatarse del amor sufrido por el muchacho.
Por ello, con su frustración de amor y de vocación marinera, se marchó
a Madrid, a buscar fortuna en las letras, no consiguió editor para sus versos,
solo en revistas pequeñas, marginales.
Murió joven y entonces se supo que era un gran poeta. Sus amigos, recogiendo donativos, pudieron costear la edición de su único libro.
Se publicó en Madrid en 1871, y contiene unos versos de amor, dedicados a la mujer más bella, por él conocida, que se asomaba al balcón a cuidar sus macetas de flores.
El libro se llamaba Rimas y su autor, muerto en plena juventud, se
llamaba Gustavo Adolfo Bécquer.
Volverán las oscuras golondrinas
en tu balcón sus nidos a colgar,
y otra vez con el ala a sus cristales
jugando llamarán.
Pero aquellas que el vuelo refrenaban
tu hermosura y mi dicha a contemplar,
aquellas que aprendieron nuestros nombres....
ésas... ¡no volverán!
Volverán las tupidas madreselvas
de tu jardín las tapias a escalar
y otra vez a la tarde aún más hermosas
sus flores se abrirán.
Pero aquellas cuajadas de rocío
cuyas gotas mirábamos temblar
y caer como lágrimas del día....
ésas... ¡no volverán!
Volverán del amor en tus oídos
las palabras ardientes a sonar,
tu corazón de su profundo sueño
tal vez despertará.
Pero mudo y absorto y de rodillas
como se adora a Dios ante su altar,
como yo te he querido..., desengáñate,
así... ¡no te querrán!
Gustavo Adolfo Bécquer (1836-1870), representa la transición del romanticismo al simbolismo en España, principalmente en la poesía, pero también en la prosa.
La crítica actual lo considera un precursor del modernismo.
Las rimas y las leyendas son lo más conocido de la obra de
Bécquer. En sus Rimas, poemas sencillos y breves, vemos una poesía desnuda de
artificios, una poesía de máxima condensación lírica. Los temas que reaparecen
en su obra son tres: el amor, la soledad y el misterio, no solamente del
destino humano sino de lo poesía misma.
Retrato de Gustavo Adolfo Bécquer. Valeriano Domínguez
Bécquer. 1862. Óleo sobre lienzo. 73 x 60 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla.
Sala XII
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