martes, 25 de junio de 2024

 AREA DE MACARENA-SAN LUIS-SAN JULIAN

Calle San Hermenegildo.

Desde san Julián a Aceituno y Santa Lucia.  Confluyen, por la acera de los pares, Maestro Quiroga y plaza del Giraldilla, y por la de los impares, Sollo, Alcántara y Enladrillada.

Calle san Hermenegildo

Al fondo la desacralizada iglesia de santa Lucia

Desde San Julián a Alcántara recibía, a principios del XIX, el nombre de calle de las Huertas o El Huerto del Pilar, y el tramo que va hasta Aceituno era conocido tanto por la calle del Caño como de las Rejas, por una cloaca procedente de Enladrillada. En 1845 este segundo tramo quedó incorporado a Huertas. En 1918 y a propuesta de la Hermandad de San Hermenegildo, cuya iglesia se sitúa en las proximidades, se rotula con el nombre de San Hermenegildo (ver). En 1931 recuperó el topónimo de Huertas, que se mantiene hasta 1936, fecha en la que de nuevo se volvió a rotularse con el de San Hermenegildo.


En los siglos XV y XVI se habla de una barrera de los judíos (1425), barrera de Betanzos (1527) y de calle de la Judería (1576), que iba de la plaza de Santa Lucía a la huerta de Mata Asnillos y que podría corresponder al último tramo de esta calle. 

Según Santiago Montoto, también fue conocida como Sumideros, aunque no se ha encontrado otra referencia documental, pero que podría estar relacionado con la cloaca procedente de Enladrillada

Durante siglos ha marcado el final del espacio construido intramuros, lo que explica la existencia de huertas, hasta bien entrado el s. XIX, pues las primeras intervenciones urbanísticas conocidas datan de 1880.

Actualmente, está formada por tres tramos. El primero hasta la confluencia de Maestro Quiroga (la primitiva Huertas), un segundo más corto con trazado en ángulo abierto de Maestro Quiroga a Alcántara, y el tercero rectilíneo hasta el final.

En el número 4, existe una placa que nos recuerda al cantaor Juan Peña “El Lebrijano” (ver).

San Hermenegildo numero 4

Azulejo a Juan Peña “El Lebrijano”

RUTAS POR SEVILLA: Ruta Flamenca

Juan Peña "El Lebrijano".

Calle san Hermenegildo (ver)

Azulejo en recuerdo y homenaje a Juan Peña “El Lebrijano”

Juan de la Santísima Trinidad Peña Fernández nació en Lebrija el 8 de agosto de 1941, y era miembro de la familia gitana de Perrate de Utrera, pues su madre María Fernández Granados, era “María la Perrata”.

Juan le confesó en público a su hermana, la comunicadora Tere Peña, que su madre "siempre decía que yo había llorado en su vientre y que los niños que lloraban traían un don".

Comenzó su carrera artística muy joven, con tan sólo 16 años, como guitarrista de la Paquera de Jerez, junto a Paco Cepero, y también figuró en la compañía de Juanito Valderrama.

A raíz de su triunfo, como cantautor, en el concurso de Mairena del Alcor   de 1964, decidió dedicarse en exclusividad al cante y tuvo ocasión de formarse en la compañía de Antonio Gades, cantando como acompañante al baile, muy influenciado, en sus primeros tiempos, por el magisterio de Antonio Mairena.

Juan Peña “El Lebrijano”

En 1979, recibió el Premio Nacional de Cante otorgado por la Catedra de Flamencología de Jerez. En 1997, el Ministerio de Cultura le otorgó la Medalla de Oro al Mérito en el Trabajo, una más de los múltiples premios, distinciones y galardones con que ha sido galardonado a lo largo de su vida.

Fue cabecera de cartel de los más importantes festivales, como reflejo de su presencia activa e inexcusable en los nuevos rumbos que el flamenco tomó a partir de la década de los setenta, ya sea con la recreación de estilos perdidos en el tiempo, ya con significativas aproximaciones a otros lenguajes.

Protagonizó una intensa actividad investigadora en el mundo del flamenco e impartió cursos de flamenco en universidades como la de Salamanca, la Internacional Menéndez Pelayo de Santander y otras de Francia y Gran Bretaña.

Fue innovador, pero al mismo tiempo ortodoxo y purista del flamenco, y puede ser considerado como uno de los grandes del cante "jondo" de la segunda mitad del siglo XX.

Falleció en su casa de Sevilla el 13 de julio de 2016, guardando, como ha recordado María Ángeles Carrasco, directora del Instituto Andaluz de Flamenco, un pañuelo de lunares que le regaló la Niña de los Peines (ver).

Era un profundo conocedor del cante ortodoxo, pero su inquietud artística le llevó a buscar la introducción de algunas novedades, en un arte habitualmente encorsetado por la tradición defendida por los puristas, y así, comenzó a despuntar por su afán innovador en “La palabra de Dios a un gitano” en 1972, donde fue pionero a la hora de incorporar una orquesta sinfónica al flamenco, al mismo tiempo que se planeaba la lucha contra la discriminación de su raza. Y, fue el primer cantaor que llevó el flamenco al Teatro Real de Madrid en 1979. 

En el mismo sentido, destaca el disco “Persecución”, una obra rompedora con letras del poeta Félix Grande, que narra la historia de los gitanos en España y en la que se atrevió a inventar un palo de nuevo cuño, el cante por “Galeras”.

Con Paco Cepero crea el “Reencuentro”, donde congeniaría el flamenco con la música de Al Andalus, que ya había empezado a explorar con José Heredia Maya, poco antes de “Macama jonda”. Una propuesta teatral que abundaba en el mestizaje entre el mundo flamenco gitano-andaluz y la música andalusí.

Respetuoso con la tradición flamenca, su espíritu innovador, le llevó a plantear la fusión o diálogo con la música arabigo-andalusí, colaborando con las orquestas andalusíes del norte de Marruecos, cuyos directores Tensamani o Chekara adquirieron dimensiones legendarias, o con el laudista Amín Chachoo.

En el disco “Encuentros” se unió con la Orquesta Andalusí de Tánger, redescubriendo las raíces árabes del flamenco, y ahondando en esta vía posteriormente con discos como “Casablanca” o “Puertas abiertas” en donde colaboró con el violinista marroquí Faiçal.

Con la Escuela Andalusí de Tánger


El nombre de su álbum “Cuando Lebrijano canta se moja el agua” es una frase que le dedicó Gabriel García Márquez y que le sirvió de tributo al premio Nobel de Literatura, con textos de Casto Márquez Ronchel, basados en los “Cuentos Peregrinos” de García Márquez.

Para José Manuel Caballero Bonald, el Lebrijano era: “Conocedor como pocos de los recónditos manantiales gitanos del cante y dueño de un eco antiguo y turbador, como quebrado a oscuros golpes de furia y de mansedumbre, El Lebrijano incorpora siempre a su integridad flamenca toda la patética memoria de su raza; cuando canta es como si se estuviera acordando de lo que ha vivido, y por eso también su voz atenaza siempre con el mismo poderío comunicativo y la misma humana verdad”.

Políticamente no eludió su compromiso socialista y con la causa andalucista o la del pueblo gitano y se sentía orgullosos de que era uno de los pocos artistas de su época que no habían participado en las convocatorias de Francisco Franco en el Palacio de El Pardo. Cada vez que era invitado, solía justificar su ausencia con un certificado médico que anunciaba gripes y otras indisposiciones de diverso rango: “Qué mala salud tiene este muchacho”, llegaba a ironizar el dictador, como el propio Lebrijano se encargaba de difundir.

lunes, 24 de junio de 2024

 ALGUNOS HECHOS HISTÓRICOS EN LAS CALLES DE SEVILLA

La Orden de Alcántara.

Calle Alcántara (ver)

Durante el siglo Xl se desarrollaron en la Península Ibérica dos diferentes tipos de asociaciones:

Fraternidades de legos piadosos, reunidas en torno a una catedral o iglesia urbana, y Hermandades en poblaciones rurales para prestar servicios comunes y sociales, como construcción y mantenimiento de puentes y murallas.

Y, Milicias concejiles, dispuestas a realizar campañas contra el enemigo, ya fuese musulmán o cristiano.

En el siglo XII, este tipo de hermandades y milicias evolucionaron de diferente manera. 

Las hermandades de carácter religioso-social incrementaron sus atribuciones laicas, ocupándose desde la construcción de iglesias y murallas hasta la defensa de sus ciudades, mientras que las milicias concejiles incorporaron un carácter religioso a sus lazos bélicos  originarios.

La progresiva evolución de todas ellas, junto con la definición de sus deberes religioso-castrenses, fue concretándose en la creación de las Órdenes Militares, basadas conceptualmente en las grandes órdenes militares internacionales, como instituciones religioso-militares, creadas en el contexto de las Cruzadas, y sociedades de caballeros cristianos (miles Christi), dedicadas inicialmente a la defensa de los Santos Lugares (Templarios, Hospitalarios y del Santo Sepulcro) y luego aplicadas a la propagación o la defensa de la fe.

Durante la dominación musulmana, estas Órdenes Militares supusieron un gran muro de defensa contra el enemigo en tierras fronterizas, por lo que se extendieron por tierras leonesas y castellanas con el objetivo de proteger las fronteras cristianas de las aceifas musulmanas (ver).

Emboscada Mora. Tirado Carmona, Fernando. 1880. Óleo sobre lienzo. 80 x 40 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Sala XII

Pero tras la toma de Granada y la culminación de la Reconquista, los caballeros de estas Órdenes se fueron transformando en señores feudales, con vasallos y castillos situados en encomiendas (ver), y llegaron a suponer una seria amenaza para la estabilidad del reino, por ello, se planteó como solución su incorporación a la Corona, proceso que culminó en el reinado del emperador Carlos V, mediante bula papal de Adriano VI de 4 de mayo de 1523, por la cual el rey de España pasaría  a ser su Gran Maestre y administrador perpetuo.

El Emperador Carlos V. Pantoja de la Cruz, Juan. 1605. Óleo sobre lienzo. 183 x110 cm. Museo del Prado. Deposito en otra Institución. (CC BY 3.0)

En este sentido, la Orden de Alcántara es una de los cuatro grandes Ordenes-Militares españolas, junto a las de Santiago, Calatrava y Montesa, creadas para luchar contra los musulmanes.

La Orden de Alcántara, es quizás la más antigua pues está sin datar de forma segura su fecha de constitución. Se hace más difícil su estudio debido a la “desaparición” de su archivo a comienzos del s. XIX, que estaba custodiado en el Convento de San Benito, sito en villa alcantarina, durante la Guerra de la Independencia, y al posterior proceso desamortizador que agravó la escasez de testimonios sobre los orígenes de la Orden.

Se supone que sus orígenes se remontan a la Orden de San Julián del Pereiro, cuyo primer Maestre fue Suero Fernández Barrientos, creada en la orilla del río Coa (reino de León).

Según el cronista alcantarino del siglo XVII Torres y Tapia, en el año 1156 un caballero llamado Suero Fernández, procedente de Salamanca, al frente de una mesnada (ver), combatió en las fronteras meridionales del reino de León, contra los belicosos almohades, en un territorio que actualmente forma parte de Extremadura.

Esta mesnada se encontró con Amando, que era un ermitaño que en su día había acompañado al conde Enrique de Portugal a Tierra Santa y que vivía en aquel momento en la iglesia de Pereiro, junto al río Coa.

Suero trasladó al eremita su intención de erigir una fortaleza en la región para cobijar a los caballeros que deseasen batallar contra los musulmanes. Amando indicó a los guerreros un lugar adecuado muy próximo a su ermita y les aconsejó que solicitaran una regla de vida al obispo de Salamanca Ordoño, miembro de la Orden del Císter.

Don Ordoño otorgó los estatutos cistercienses y nombró a Suero cabeza de la nueva cofradía religioso-militar, que a partir de entonces se denominó "Orden de San Julián del Pereiro". Tras la muerte de Suero, en una lucha contra los musulmanes, fue sustituido en el cargo por su hermano Gómez Fernández.

El monasterio de San Julián de Pereiro se ubicaba en un lugar tranquilo y aislado, más acorde con el recogimiento religioso y el cultivo agrícola que con la guerra. Pero estaba situado cerca de la frontera con los musulmanes, razón por la cual se transformó en hermandad religioso-militar para combatir a los musulmanes y asumir su propia defensa. El monasterio también incluyó en su recinto un hospital, y recogía las donaciones de los habitantes de la región.

Este territorio era entonces parte del reino de León y pertenecía al obispado de Ciudad Rodrigo.

Así lo refleja Fernández Llamazares en su libro “Historia compendiada de las cuatro órdenes militares de Santiago, Calatrava, Montesa y Alcántara”:

“… el sitio donde se establecieron está a cuatro leguas de Sabugal, una de Castel Rodrigo, media de Ruy Gadas y media de cinco Villas. Estaba lleno de perales silvestres, y junto a la iglesia había uno muy crecido, y por esa razón se denominó al Convento y a la Orden, de San Julián del Pereiro …”

En la primavera de 1175 aparece el primer documento, una bula de Alejandro III, en la que se menciona una comunidad de freires (ver) al cuidado de la iglesia de San Julián, Monasterio del Pereyro, y a Gómez como prior de la misma.

El Papa concedió numerosos privilegios a la hermandad, y también el rey Fernando II de León protegió la casa, pertenencias y a los propios hermanos del Pereiro.

Fernando II, rey de León. Lozano Sirgo, Isidoro Santos. 1851. Óleo sobre lienzo. 224 x 140 cm. Museo del Prado. Deposito en otra Institución (CC BY 3.0)

De este modo, el primitivo establecimiento incrementó en cantidad y calidad el número de tierras y personas a su cargo, transformándose en una verdadera orden religioso-militar. 

A partir de entonces su finalidad principal fue la de colaborar activamente con otros poderes locales en la eterna lucha contra los moros, con el objetivo de expulsarlos definitivamente de la Península.

En 1183, el papa Lucio III se dirige a Gómez como maestre “dilectis filiis Gometio, magistro”, o sea el mismo tratamiento que recibían los mandatarios de las órdenes militares, lo que supone que se ha creado ya un nuevo estatus jurídico para el Pereiro, adquiriendo características propias de una milicia, muy alejada de la cofradía religiosa y monástica que había sido hasta ese momento, asignándosele la misión principal de luchar contra los musulmanes,  y abandonando la subordinación al obispo para pasar a depender directamente del Sumo Pontífice, adoptando la Regla de san Benito.

En el año 1213, tras su conquista a los musulmanes, la defensa de la ciudad de Alcántara fue encargada a la Orden de Calatrava, pero cuatro años más tarde renunciaron por la lejanía a ella y, su maestre, D. Martín Fernández, con permiso del rey Alfonso IX de León, cedió esta ciudad al maestre de la orden de los “Caballeros de Julián de Pereiro”, D. Nuño Fernández, a cambio de cierta dependencia de filiación con respecto a la Orden de Calatrava, de ahí que adoptasen también la regla del Císter, y pasara a denominarse desde ese momento “Orden de San Julián del Pereiro y Alcántara”.  

La denominación definitiva de “Orden de Alcántara” se alcanzó en tiempos del Maestre D. Fernán Páez (1284-1292), “así el Maestre quedó ya con solo el título de Maestre de Alcántara”, quedando el convento de San Julián de Pereiro y el resto de las posesiones de la Orden en el reino de Portugal convertidos en una encomienda de la Orden (ver), con su correspondiente comendador.

Las dos Órdenes de Calatrava y Alcántara siguieron vinculadas, ya que la segunda estuvo obligada a recibir visitadores e inspectores de la de Calatrava, y a cambio el maestre de la Orden alcantarina participaba en la elección del maestre calatravo. 

A principios del siglo XVI al no cumplirse los acuerdos establecidos con la Orden de Calatrava en cuanto a la elección de su maestre, la Orden de Alcántara quedó liberada de esta dependencia mediante bula papal de Julio II.

Retrato de Julio II. Sanzio, Rafael. 1511. National Gallery. Londres. (CC BY 3.0)

Sus primeras posesiones comenzaron a crecer cuando, a la recibida villa de Alcántara, se sumaron Santibáñez y Portezuelo, tras ganar un pleito a la Orden del Templo, así como Navasfrías, donada por Alfonso IX, y Valencia de Alcántara, conquistada por los caballeros de la Orden en el año 1220.

El comienzo de su asentamiento en el este de la provincia de Badajoz, en la comarca de la Serena, que sería el otro gran núcleo del señorío de la orden, tiene lugar en 1231 cuando conquistan Magacela, que sería donada definitivamente a la orden tres años después por Fernando III el Santo, como compensación por ciertos derechos alegados sobre la villa de Trujillo. Magacela se constituye en encomienda y se crea un priorato con jurisdicción en el territorio vecino. Al mismo tiempo la orden recibe el encargo del rey de repoblar Zalamea, conquistada por esos años.

Tras la conquista de la ciudad de Córdoba en el año 1236 por el rey Fernando III, la Orden completó en la práctica sus posesiones. Entonces les fueron donadas Benquerencia y Esparragal, esta última conquistada por la Orden de los Templarios.

Su señorío se completaría, a comienzos del siglo XIV, cuando consiguió la donación del Castillo de Eljas en 1302 y de Villanueva de la Serena un año después.

La disolución de los templarios en el Concilio de Vienne entre los años 1311 y 1312, permitió a la Orden de Alcántara aumentar sus posesiones a costa de los bienes expropiados a los templarios, entre ellos el castillo de Alconchel que pasó a ser de la Orden de Alcántara.

La Orden participó en la conquista de Andalucía, y recibió donaciones en esta región, pero limitadas a los castillos de Morón y Cote y el lugar del Arahal, que le fueron donados por Sancho IV de Castilla en el año 1285.  Posteriormente, fueron permutados con Pedro Girón en el año 1461 a cambio de Salvatierra, Villanueva de Barcarrota y el castillo de Azagala. Añadiendo a todo ello la villa de Heliche donada en el año 1257 por don Fernando Sánchez, hijo del infante don Sancho.

También recibió tres aranzadas de huerta en la misma ciudad de Sevilla (ver), algunas viñas en las afueras, un molino en el rio Guadaira y finalmente unas casas también en Sevilla y Castilleja de Alcántara, hoy Castilleja de Guzmán.

La Orden de Alcántara tuvo 37 maestres antes de que, en el año 1492, el rey Católico Fernando II de Aragón consiguió, del Papa Alejandro VI, la concesión del título de Gran Maestre de la Orden con carácter vitalicio con lo que la Orden de Alcántara fue incorporada a la Corona. En el año 1523, se amplió esta situación pues el Papa Adriano VI concedió al emperador Carlos I los títulos de Gran Maestre de las cuatro órdenes militares de España con carácter hereditario.

En el año 1540, los Caballeros de Alcántara fueron liberados del voto de celibato por la Santa Sede y la pertenencia a la Orden pasó a ser una forma de recompensar a los nobles por parte de la corona.

En 1546 se autorizaba el casamiento de los caballeros. De esta manera sustituyeron el voto de castidad por el compromiso de defender el dogma de la Inmaculada Concepción.

En la década de los años de 1830, la monarquía liberal tomó gran parte de las propiedades de la Orden, pero por Real Decreto de siete de abril del año 1848, se restauraron la mayoría de los beneficios de las cuatro órdenes (Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa), y en el Concordato del año 1851, se les permitió mantener la jurisdicción eclesiástica sobre sus territorios, pero la titular de la jurisdicción sería la reina Isabel II.

Retrato de Isabel II. López Portaña, Vicente. Hacia 1843. Museo de Bellas Artes. Sevilla

La I República española, proclamada el doce de febrero del año 1873, dispuso la abolición de todas las Órdenes militares. El Papa Pío IX, considerando la jurisdicción eclesiástica de las Órdenes abolidas, transfirió la administración de sus beneficios a las diócesis más cercanas, mediante la bula “Quo graviu” del catorce de julio del año 1873. Ante ello, el Presidente de la República, el duque de La Torre, viendo esto como una concesión del Papa, restableció las Órdenes Militares y su órgano rector, el Tribunal.

El rey Alfonso XIII obtuvo la aprobación del título de Gran Maestre y Administrador Perpetuo. Un Real Decreto del dieciocho de febrero del año 1906, introdujo modificaciones en la normativa reguladora del Tribunal Metropolitano y del Consejo, que fueron las últimas introducidas antes de la caída de la monarquía en el año 1931.

Viste el hábito de gran maestre de las cuatro órdenes militares de caballería

La II República, en un decreto del veintinueve de abril del año 1931, pretendió suprimir las Órdenes y disolver el Tribunal, lo que motivó una protesta inmediata del Cardenal primado ya que el carácter religioso de estas Órdenes estaba reglamentado en el Concordato. El Ministerio de Guerra modificó el acto anterior, y por decreto del 5 de agosto del año 1931, declaró las cuatro Órdenes sujetas a la ley española de asociaciones y nombró una “Junta o Comisión Provisional”, a la que dio personalidad jurídica, en lugar del Consejo.

Don Juan de Borbón, conde de Barcelona padre del rey Juan Carlos I, fue nombrado oficialmente por su hijo “Deán Presidente del Real Consejo de las Órdenes de Caballería de Santiago, Calatrava, Alcántara y Montesa” en el año 1978. Después de su muerte, el Comendador Mayor de la Orden de Alcántara, el infante Carlos, duque de Calabria, fue nombrado su sucesor ostentado este cargo después de su muerte, hasta el día de hoy, su hijo Pedro.

SAR Don Pedro de Borbón-Dos Sicilia y Orleans, Borbón-Parma y Orleáns-Braganza. Comendador Mayor de la Orden de Alcántara. Presidente del Real Consejo de las Ordenes Militares (CC BY 3.0)

Se desconoce cómo era en origen su hábito, pero se sabe que vestían chías de paño negras. 

Los miembros de la Orden de Alcántara vestían una túnica de lana blanca muy larga y capa negra, que sustituían por un manto blanco en las ceremonias solemnes, adoptando como blasón un peral silvestre con las raíces descubiertas y sin hojas sobre campo de oro. Posteriormente, adoptaron como distintivo una cruz flordelisada de sinople.

En el capítulo XIV de sus definiciones se establecía que ningún caballero fuese osado de recibir los sacramentos sin el manto blanco, que debía ser también su sudario.

En 1397, mediante bula del papa Benedicto XII, se autoriza a la Orden a cambiar de hábito, a tal tenor se lee en ella la cláusula siguiente:

“ … Del tenor que una petición que ante Nos, de vuestra parte fue presentada, hemos entendido que según los estatutos regulares de la Orden del Cister que profesáis (para que mejor se conozca el estado y condición de vuestra Orden de Caballería de Alcántara), acostumbrasteis a traer debajo de vuestras ropas unos escapularios con unas capillas asidas a ellos que salían hacia arriba sobre las demás ropas …” 

Puede deducirse de este párrafo que el hábito de Alcántara era prácticamente análogo al de Calatrava.

En la misma época obtuvieron ambas Órdenes bula para derogar la anterior y cambiar el escapulario por la cruz de cuatro brazos iguales rematados en los extremos por flores de lis, pasando a ser la de Calatrava de color grana y la de Alcántara de color verde. 

Cruz de Alcántara

Mariano Frías Salazar. Marqués de Huarte (CC BY 3.0)