RUTAS POR SEVILLA: Ruta Artística. Pintores
José García Ramos
Rótulo de la calle García Ramos (ver)
Estudió en la
Escuela Provincial de Bellas Artes de Sevilla con Eduardo Cano de la Peña y después
completó su formación en el taller de José Jiménez Aranda, con el que
viajó a Roma en 1872, donde conoció a Mariano Fortuny que
influyó notablemente en su obra posterior.
En dicha
ciudad se ganó la vida con pinturas de pequeño formato de paisajes y personajes
andaluces.
En 1877 visitó
Nápoles y Venecia y en 1882 se instaló definitivamente en Sevilla,
donde fue nombrado presidente de la Escuela Libre de Bellas Artes y
académico de la de Santa Isabel. Trabajó y colaboró como ilustrador en La
Ilustración Española y Americana, La Ilustración Artística y Blanco
y Negro.
Su obra se
encuentra a caballo entre la caricatura y el folclore.
El Museo del
Prado guarda una gran colección de sus dibujos y dos pinturas procedentes del
Museo Nacional de Arte Moderno.
García Ramos en su estudio en 1910. Foto de Juan Barrera Gómez
Tenía su
taller en la actual Fernán Caballero, casa en la que vivió Cecilia Böhl de
Faber y Ruiz de Larrea, conocida por el seudónimo que da nombre a la
calle.
Se recuerda al
pintor sevillano con una lápida marmórea conmemorativa de su fallecimiento el
día 2 de abril de 1912.
Sus temas preferidos son
de carácter costumbrista, un costumbrismo realista, que reflejaba la Sevilla
cotidiana y real que, con gracia popular, aun se daba con frecuencia y
naturalidad en determinados enclaves urbanos.
Se le reconoce, en muchos ámbitos, como el más
importante exponente de la pintura regionalista andaluza de su tiempo, al
reflejar la vida diaria de la Sevilla de finales del siglo XIX.
Esta idea regionalista se mostró en el cambio de
siglo por José María Izquierdo, Mas y Prat o los hermanos Álvarez Quintero en
literatura, Blas Infante en política, Aníbal González en la arquitectura o
Castillo Lastrucci en la imaginería anterior a la Guerra Civil, acreditando así
un terreno que dará su mayor fruto en la Exposición Iberoamericana de 1929 en
el urbanismo y en la conciencia de la ciudad.
A su memoria se dedicó una glorieta en los
Jardines de Murillo en 1917, a propuesta de un grupo de artistas
sevillanos.
El Ayuntamiento aceptó la propuesta, siendo los
propios artistas los que financiaron las obras. La citada glorieta, diseñada
por Talavera y Heredia, se finalizó en 1923. En el arco de acceso se puede leer
el nombre del pintor y la dedicatoria (por desgracia el retrato que centraba la
composición se ha perdido con el paso del tiempo). Los bancos que rodean la
fuente tienen una serie de paneles de azulejos de la Fábrica Montalván que
recrean sus obras.
Éste es, sin
duda, uno de los mejores trabajos realizados por el pintor en el último período
de su vida, cuando su fama en el mercado sevillano estaba ya asegurada y era
considerado como uno de los más prestigiosos pintores andaluces de género del
momento.
“Posee un
dibujo particularmente riguroso y cuidado, colores elegantes, tonos brillantes
y suaves al mismo tiempo, y un logrado equilibrio compositivo, sobre todo
teniendo en cuenta el gran número de figuras en él incluidas, un reto que el
artista era experto en solucionar”.
Dispuesta casi
como un friso, en rigurosa frontalidad, la escena representa el momento en el
que la muchedumbre está abandonando un baile de máscaras propio de los
concursos de disfraces, tal como anuncia claramente un póster situado a la
entrada: "Baile de máscaras. Concurso de trajes".
En el centro,
una mujer disfrazada parece haberse desmayado, y es sostenida por la cintura
por una persona detrás de ella.
Mientras
tanto, un caballero en el extremo izquierdo de la composición desciende las
escaleras con una elegante dama, quien, aparentemente distraída, mira hacia el
espectador, mientras que dicho caballero, con la otra mano alcanza a una joven
que le devuelve la mirada.
“El artista no
olvida añadir una nota de contraste social en la representación de estos
elegantes personajes; magnífico ejemplo de su poder de observación y de su
conocimiento de las clases humildes, las cuales se encontraban entre sus temas
favoritos”.
Este cuadro, pintado
durante una breve estancia en Granada en 1883, y mencionado durante muchos años
como en paradero desconocido, es quizá una de las escenas costumbristas de
ambientación andaluza más famosas de todas las pintadas por este artista a lo
largo de su carrera, además de ser pieza extraordinariamente representativa de
su mejor arte en este género.
El lienzo ha sido recogido en alguna ocasión con el
título de “Pelando la Pava”, expresión castiza andaluza que alude al cortejo de
las parejas durante el noviazgo, prolongado en interminables conversaciones de
largos paseos o, como en este caso, a ambos lados de la reja de la casa de la
novia, muralla infranqueable para cualquier intento de escarceo de los amantes,
casi siempre vigilados estrechamente por amigos o parientes.
A la sombra de un fuerte sol de atardecer, un mozo
serrano, ataviado con sus mejores galas, y con su caballo ricamente enjaezado,
escucha ensimismado a su enamorada, acodado en los hierros de su reja.
La pareja es sorprendida por un alegre grupo de
mujeres que les miran con sonrisa burlona. Una de ellas se quita la sombrilla
para poder contemplar mejor a los novios, haciéndose sombra con su abanico,
mientras otra se adereza las flores que adornan su pelo y una tercera canta
haciendo sonar su pandereta.
Al fondo, entre las copas de los árboles, asoma el
caserío sobre una colina, identificado con el conocido barrio del Albaicín de
Granada.
“El cuadro muestra la especial habilidad de García
Ramos en la distribución espacial de la composición, situando los distintos
puntos de atención de la escena en tres planos diferentes muy marcados, que
sugieren la profundidad de la calle, proyectando hacia el primer término la
figura del caballo, en atrevido escorzo”.
“Por su parte, el grupo de las tres muchachas está
resuelto con una factura extremadamente delicada y primorosa, de colorido
encendido y brillante, consiguiendo efectos tan bellos como el rostro en
penumbra de la que se protege del sol con el abanico, los brillos del raso de
la sombrilla o los lunares del vestido de la mujer que toca el pandero”.
“Finalmente, el desarrollo del caserío y el celaje
demuestran las dotes de García Ramos para los paisajes urbanos, que pintó en
numerosas ocasiones, aunque casi siempre poblados de figuras.”
En ella, se representa una
galante escena mundana en un local público.
El costumbrismo de García Ramos se distancia ahora
del ámbito de lo local y folclórico para narrar lo cotidiano de la vida frívola
de la gran ciudad, que él ha conocido de manera directa durante su estancia en
París.
En esta escena describe el ambiente de un local o
salón recreativo de fin de siglo frecuentado por mujeres, militares y civiles
de extracción burguesa.
El grupo protagonista de la izquierda muestra el
momento de presentación y saludo de tres mujeres ataviadas a la moda, cubiertas
con llamativos sombreros, y tres hombres también vestidos a la moda, dos con
bombín y otro con chistera. El hombre y la mujer de perfil se saludan como si
acabases de ser presentados, mientras los restantes los observan con tono
sonriente. La joven de perfil, lleva una vestimenta bajo la que se adivina un
apretado corsé que potencia el volumen de sus pechos. La del centro, con el
brazo en jarras, mira sonriente, al igual que el risueño hombre con chistera.
Con un aire más apocado se recorta el rostro de la tercera joven, casi oculta
por las otras y más tímido parece también el tercero de los hombres, con
bombín, que mira con admiración a la chica.
Al situar el grupo protagonista en el primer plano
del lateral izquierdo, invita a una lectura diagonal de la obra.
Por el contrario, al fondo, a la derecha, describe
el ambiente relajado y desinhibido del local, en el que destaca una mesa con
mujeres y militares a su alrededor. La voluptuosidad es mucho más directa en
estas figuras del fondo. De entre ellas llama la atención la muchacha sentada
junto al velador, que de manera indolente aparece casi recostada, con un brazo
apoyado en la mesa sobre el que deja caer la cabeza, recreando en cierto
sentido una variante de la iconografía tan extendida en el fin de siglo de la
mujer postrada. Esta joven sonriente mira al espectador mientras escucha la
insinuación del militar que hay sentado a su lado.
“La técnica de aguada con toques de acuarela con que está abordada esta escena denota el perfecto dominio de la técnica de la pintura al agua por parte de García Ramos. En ella combina el minucioso acabado de las figuras con los toques de manchas más líquidas en el primer plano y el fondo para sugerir los reflejos del suelo y la atmosfera cargada del salón. A juzgar por las vestimentas y tono general, podría situarse esta obra hacia mediados de 1890. De hecho, podría relacionarse con el tono de algunas de sus ilustraciones para publicaciones periódicas”.
Museo Bellver (Casa Fabiola)
Nazareno dame un caramelo. García Ramos, José. Museo Bellver
Cigarreras murmurando “Dime Trini”. García Ramos, José. Tinta sobre papel. 34 x 26 cm. Museo Bellver
En el Molino. Gracia Ramos. José. Aguada sobre papel. 44
x 31 cm. Museo Bellver
Nazarenos del Silencio. García Ramos. José. Tinta sobre
papel. 36 x 27 cm. Museo Bellver
Salineras, García Ramos, José. Tinta sobre papel. 32 x
28. Museo Bellver
Procesión con la Manguilla. García Ramos, José. Tinta
sobre papel. 37 x 26. Museo Bellver
Malagueña y torero. García Ramos, José. Tinta sobre
papel. 37 x 27. Museo Bellver
Una desgracia: La muerte del marido. García Ramos, José. 1910.
Óleo sobre lienzo. 48 x 33 cm. Museo Bellver
Otra desgracia: La muerte del burro. García Ramos, José. 1910.
Óleo sobre lienzo. 49 x 34 cm. Museo Bellver
Prohibido arrojar a la plaza animales muertos. García y Ramos,
José. Óleo sobre lienzo. 49 x 43 cm. Museo Bellver.
El sacamuelas. García y Ramos, José. Óleo sobre tabla. 35
x 25 cm. Museo Bellver.
Un majo bebiendo vino. García y Ramos, José. Óleo sobre tabla.
57 x 33 cm. Museo Bellver.
El ventilador. García y Ramos, José. Óleo sobre lienzo. 64 x 44 cm. Museo Bellver.
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