ALGUNOS PERSONAJES HISTÓRICOS EN LAS CALLES DE SEVILLA
Manuel Ortega Juárez "Manolo Caracol"
Manuel Ortega Juárez, comúnmente conocido por su nombre artístico de Manolo Caracol, nació en el Corral de los Frailes, de la calle Lumbreras, el día 7 de julio de 1909.
Procedía de una larga estirpe gitana dedicada al mundo del flamenco y del toreo, era tataranieto de Antonio Monge el Planeta, uno de los primeros cantaores de flamenco, biznieto de Curro el Dulce y sobrino de Enrique el Mellizo. Estaba emparentado a través de Enrique Ortega el Gordo con una buena saga de matadores taurinos, era sobrino nieto del torero Paquiro. También el Fillo se cuenta entre sus ancestros y era tío del cantante Manzanita.
Su padre fue Manuel Ortega Fernández, conocido por Caracol el del Bulto, que trabajó algún tiempo como mozo de espadas de su primo hermano Joselito el Gallo y que también cantaba contratado en fiestas privadas.
Fue precisamente Gabriela Ortega Feria, la madre de Joselito, la que le puso el apodo porque tiró al suelo una olla de caracoles. “¡Anda, Caracol!”.
Cuando nació Caracol, la Alameda de Hércules era la Meca del flamenco, en su calle Lumbreras, vivían grandes figuras que se afincaron en esa época buscando el Novedades y los demás cafés que daban flamenco.
Cerca de donde vivía Caracol residían también los Pavón: Arturo, Pastora y Tomás, los tres prodigiosos hermanos, que eran ya una escuela importante. Sin olvidar a Frasco el Colorao, los Cagancho y Ramón el Ollero en Triana o la de Chacón, que junto con Manuel Torres revolucionaron el cante en la capital andaluza.
El Caracol empezó a cantar muy joven por las tabernas de la Alameda y triunfó cuando todavía era un niño de 12 años en el famoso Concurso de Cante Jondo de Granada de 1922, organizado entre otros por Manuel de Falla y Federico García Lorca, en el que participó como El Niño de Caracol. Ganó el primer premio (1.000 pesetas y un diploma acreditativo del premio que luego colgó en su tablao madrileño de Los Canasteros) compartido con Diego Bermúdez “El Tenazas”.
Tras su éxito en el Concurso, inició su participación en espectáculos, por primera vez en el teatro Reina Victoria de Sevilla y en Madrid debutó el 3 de agosto de 1922 en el transcurso de un festival flamenco desarrollado en la terraza de verano del teatro del Centro, hoy llamado Calderón. Se anunciaba como el niño Caracol, ganador del concurso de cante jondo de Granada.
En 1930 contrajo matrimonio con Luisa Gómez y grabó su primer disco. En 1935 se estableció en Madrid, y en la capital se ganó la vida, como antes en Sevilla, actuando en juergas flamencas pagadas.
Pudo escuchar a los más grandes de la época: Torre, Chacón, Pastora Pavón (la Niña de los Peines) y Tomás Pavón. Trabajó en diversos espectáculos de variedades e hizo giras por varias ciudades.
El estallido de la Guerra Civil provocó el fin de este tipo de fiestas, y entonces trató de sobrevivir con el teatro, haciendo equipo con la Niña de los Peines y Pepe Pinto.
Entre los tres diseñaron la estampa escenificada, donde se mezclaban baile, cante y teatro junto con una orquestación completa o, si el presupuesto no daba para más, con piano solo.
En 1943, coincidió en Sevilla con Lola Flores e iniciaron una gran colaboración artística. Debutaron en Valencia con “Zambra” en 1944 y obtuvieron un éxito arrollador, realizando rutas por toda España.
El éxito obtenido por estos espectáculos, les llevó a rodar dos películas en las que ambos compartían cartel, “Embrujo” en 1947 y “La niña de venta”, en 1951.
En ese mismo 1951, se produjo la separación artística y sentimental de la pareja, que comenzaron a trabajar por separado.
Tras su separación de Lola Flores realizó una gira por América junto a la bailaora Pilar López.
A su vuelta a España, estrenó el espectáculo "La copla nueva", en el que presentó como cantaora a su hija Luisa Ortega.
En 1958, publicó su antología "Una historia del cante" y marchó de nuevo a América donde permaneció durante tres años.
A su vuelta, en los años sesenta, trabajó en el tablao Torres Bermejas de Madrid y en 1963 inauguró el suyo propio en la calle Barbieri, Los Canasteros, al que dedicaría el resto de su vida y por el que pasaron los artistas más destacados de la época.
Durante ese periodo simultaneó la dirección de la sala con actuaciones junto a alguno de sus hijos en teatros y festivales, hasta su fallecimiento el 24 de febrero de 1973 en accidente de tráfico en Aravaca (Madrid).
Respecto a su muerte, un día le preguntaron al maestro, Manuel, cuando usted muera, ¿qué? Y don Manuel Ortega contestó: “Ojú, qué lío!”.
Las campanas de Sevilla
y de toda España entera,
replicando a gloria estuvieron
a la muerte de su mejor cantaor
llamado Manuel Ortega,
como para toda la afición
artísticamente Manolo Caracol,
para orgullo del mundo entero
queda en la historia del flamenco
como el mejor de los artistas,
admirado con mucha devoción,
por su arte de entrega y pasión,
siempre estará en el recuerdo
para todo el buen aficionao.
Es conocido que Manolo Caracol, para poder realizar la apertura de "Los Canasteros", en una fiesta donde acudió el Jefe del Estado (Francisco Franco) se puso de rodillas, y dando vivas al Generalísimo, al régimen franquista, y otras frases patrióticas, le imploró la apertura del local.
Tras su muerte, Los Canasteros, quedó cerrado durante cinco años. En 1979 se realizó su reinauguración y así se mantuvo hasta 1993. Tres años después, otro tablao flamenco abrió en el local con el nombre de "Patio La Carreta". En la actualidad, el local alberga la discoteca "Polana".
Su concepción del flamenco se sintetiza en sus palabras:
“Yo, cuando canto, no me acuerdo ni de Jerez, ni de Cádiz, ni de Triana, ni me acuerdo de nadie. Intento hacer los cantes a media voz, que es como duelen. Esa es la hondura. Porque el cante no es gritos ni pa sordos. El cante hay que hacerlo caricia honda, el pellizco chico. El que se pone a dar voces, ése no sirve”.
Cantaor excepcional, aunque bastante irregular, supo dotar de un toque personal a todos los géneros que abordó, y despertó en el público odios y amores extremos, pero nunca indiferencia. Orgulloso en todo momento de ese carácter peculiar de su arte, hubo quien no supo perdonar su heterodoxia, ya que su talante innovador le llevó a cantar con acompañamiento de piano, o de orquesta, algo verdaderamente novedoso por aquel entonces en el ámbito del flamenco.
Caracol era muy asiduo a La Venta de Vargas, de San Fernando e íntimo amigo de su propietario Juan Vargas. En 1972, con motivo del fallecimiento de Catalina, la madre de Vargas, Caracol acudió desde Madrid al entierro. Durante la noche del velatorio, Caracol se arrancó por seguiriyas desde el balcón, en un cante que ha quedado en el recuerdo, en consuelo a su amigo.
La primera vez, después de estar un tiempo en una compañía, acabó en Torres Bermejas, el tablao competencia de Los Canasteros de Manolo Caracol. Camarón comenzó a revolucionar el panorama flamenco madrileño y Caracol fue a la Venta de Vargas para que le pidieran al gitanito rubio que se fuera a trabajar con él. Camarón le contestó que prefería comerse las astillas del tablao antes que cantar profesionalmente para quien le había despreciado hacía cuatro años.
La segunda, durante la luna de miel de unos amigos íntimos de Camarón, que decidieron ir a verlo a Madrid, y una noche se lo llevaron a Los Canasteros. Caracol anunció la presencia del artista a bombo y platillo y lo único que pudo sacar de él fue que le cantase algo desde la mesa, no desde el escenario.
La tercera fue a finales de agosto de 1969. Caracol asistió con otros artistas al homenaje que le rendían en Cádiz a Pericón. Juan Vargas le pidió a Camarón que se pasara por la venta aquella noche. Habían pasado ya seis años desde que Manolo Caracol y él se habían encontrado en aquel mismo lugar, pero Camarón seguía sin querer relaciones con quien le había despreciado. Y Caracol se arrancó a cantar pidiéndole al Niño de los Rizos que pusiera la cejilla al tres. Después cedió el turno a Camarón, que la pidió al cuatro. Y Caracol entendió y pidió la cejilla al cinco. Demasiado para él. Cuentan quienes estaban allí que cerraba los puños con tanta fuerza que se clavaba las uñas. Remató el fandango y se sentó exhausto, aún en su trono, un trono que sabía que estaba a punto de perder ante aquel gitanito rubio que lo esperaba de pie. Camarón subió la apuesta y pidió un seis. Juan Vargas no daba crédito. Otros disfrutaban con el espectáculo. Y quienes querían a los dos, como era María Picardo, sufrió y disfrutó a partes iguales. Cantó Camarón al seis. Y, no contento, pidió un siete y ésta se la dedicó a Manolo Caracol. Cuando terminó, cuenta Antonio Lagares en su libro Venta de Vargas, apretó el hombro del maestro y se fue. La cuenta quedaba saldada.
Sevilla le ha dedicado una plaza.
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