martes, 9 de septiembre de 2025

 RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas 

San Antonio Abad.

Antonio Abad, conocido también como Antonio el Grande o el Padre de los monjes, nació hacia el año 251 d. C. en Comas, una pequeña aldea próxima a Heracleópolis Magna, en el Bajo Egipto. Procedía de una familia acomodada, lo que le permitió recibir una sólida formación cristiana en su juventud.

Cuando contaba alrededor de veinte años, tras la muerte de sus padres, decidió renunciar a la herencia familiar, vendió sus bienes, repartió el dinero entre los pobres y se retiró para llevar una vida de penitencia y oración.

En un primer momento buscó la compañía de una comunidad ascética cercana, pero poco después optó por una soledad más radical, refugiándose en una antigua tumba excavada en la roca. Allí comenzó a practicar un riguroso ayuno, largas vigilias y mortificaciones, alimentándose, según la tradición, con el pan que cada día le llevaba un cuervo.

La fama de su santidad pronto atrajo discípulos y curiosos, pero también, según los relatos de san Atanasio y de san Jerónimo (que transmitieron su vida en textos como la Vita Antonii y que más tarde se difundieron en la Legenda Aurea de Santiago de la Vorágine), provocó violentas tentaciones diabólicas. El demonio lo acosaba bajo la apariencia de fieras salvajes y visiones seductoras. Estos combates espirituales, a menudo descritos con imágenes plásticas y estremecedoras, se han interpretado como proyecciones de su agotamiento físico y espiritual, fruto de sus prolongados ayunos y vigilias.

Las tentaciones de san Antonio. Paul Cézanne. 1875-1877. Óleo sobre lienzo. 47 x 56 cm. Museo Orsay. Paris (ver) (CC BY 3.0)

Entre los episodios legendarios que rodean su vida se recuerda el de una jabalina que se acercó a él con sus crías ciegas, en actitud suplicante. Antonio, conmovido, curó la ceguera de los pequeños, y desde entonces la madre permaneció a su lado, protegiéndolo de otros animales. Esta escena, cargada de simbolismo, refuerza su vinculación posterior como patrono de los animales.

Las semejanzas con la leyenda de Buda, quien, como san Antonio, fue hostigado por monstruos y después tentado por mujeres que desnudaban sus pechos, son más ingeniosas que probatorias. Se trata más bien de paralelismo que de copia.

Hacia el final de su vida, ya anciano, visitó al eremita san Pablo de Tebas, considerado el primero de los anacoretas. En aquella ocasión se produjo un signo prodigioso: el cuervo que habitualmente llevaba a Pablo un pan diario, aquel día llevó dos, en señal de hospitalidad divina. Tras la muerte de Pablo, Antonio lo sepultó con la ayuda de dos leones y de otros animales, un relato que explica su patronazgo sobre sepultureros y bestias domésticas.

Aunque se le atribuye la fundación de comunidades monásticas en Pispir y en Arsínoe, donde organizó a los ermitaños en torno a la oración y al trabajo manual, Antonio nunca abrazó plenamente la vida cenobítica. Prefirió siempre la soledad radical, retirándose al monte Colzim, cerca del mar Rojo. Con todo, su ejemplo inspiró el nacimiento del monaquismo cristiano, del que es considerado uno de sus padres espirituales.

Según la tradición, alcanzó los 105 años de edad y murió en el año 356. Antes de su fallecimiento pidió ser enterrado en un lugar secreto, sin señales externas, para evitar la profanación de su cuerpo. Sin embargo, siglos más tarde, el obispo Teófilo halló sus restos, envueltos en una túnica de fibras de palma que le había obsequiado san Pablo ermitaño. La leyenda añade que dos leopardos ayudaron a desenterrarlo y que un ave blanca con pico encarnado indicó el sitio de la sepultura.

Las reliquias del santo fueron trasladadas en el 561 a Alejandría y permanecieron allí hasta el siglo XII, momento en que se llevaron a Constantinopla. Tras la caída de la ciudad en 1453, pasaron a Francia, al Delfinado, donde se erigió la célebre abadía de Saint-Antoine-en-Viennois. En torno a ese traslado se consolidó la celebración litúrgica de su memoria el 17 de enero.

Fue canonizado alrededor del año 491 o a finales del siglo IV, aunque la canonización como proceso formal no existía entonces; se trata más bien de una veneración establecida desde los primeros siglos del cristianismo. 

Su culto se extendió con rapidez.  En Sevilla fue proclamado patrono del gremio de cordoneros, y en muchas regiones de Europa y América se mantiene la costumbre de bendecir animales el día de su fiesta, encender hogueras y compartir dulces o licores populares.

Bajo su advocación nació en 1095 la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Antón, dedicada especialmente al cuidado de enfermos aquejados de males contagiosos como la lepra, la sarna, enfermedades venéreas o el ergotismo (conocido también como “fuego de San Antón”, “fuego sagrado” o “culebrilla”).

Los monjes antonianos, reconocibles por el hábito de la orden, consistente en una túnica de sayal con capuchón y por la cruz en forma de tau que lucían en su hábito, se establecieron en numerosos enclaves del Camino de Santiago, a las afueras de las ciudades, para asistir a peregrinos y pobres.

Una curiosa costumbre medieval vinculada a la orden consistía en dejar cerdos marcados con el signo de la tau sueltos por las calles. Los vecinos los alimentaban y, cuando llegaba el momento, se destinaban a los hospitales o se vendían para obtener recursos en favor de los enfermos.

La iconografía de San Antonio Abad lo representa como un anciano de barba blanca, vestido con el hábito oscuro de los antonianos, portando un báculo en forma de tau, acompañado de un cuervo y de un cerdito, símbolos de su vida ascética y de su patronazgo sobre los animales. A menudo aparece también con una campanilla y con llamas a su alrededor, aludiendo al fuego del ergotismo que los monjes de su orden se esforzaban en curar. Las llamas salen de sus pies o del libro que tiene en la mano: alusión a la enfermedad curada por los antonitas. A veces las llamas salen de los dedos de los enfermos.

Museo del Prado

San Antonio Abad. Tristán, Luis. Óleo sobre lienzo. 167 x 110 cm. Museo del Prado. Depósito en otra institución. (ver) (CC BY 3.0)

Aunque se desconoce el destino inicial de esta tela, la suponemos procedente de Toledo, de donde debió de llegar para formar parte del Museo de la Trinidad, creado en el siglo XIX para custodiar las obras procedentes de las iglesias y monasterios de las provincias próximas a Madrid que fueron desamortizados en 1835.

San Antonio fue un anacoreta nacido en los confines de la Tebaida hacia el año 250 de nuestra era; practicó una vida de total desapego a los bienes terrenales y durante veinte años se retiró a una gruta donde se entregó a la oración y la penitencia. Los rigores de su retiro llegaron a convertir a San Antonio en el ermitaño por excelencia, cuyo ejemplo fue seguido por otros cristianos.

Las tentaciones de San Antonio Abad. El Bosco. 1510 - 1515. Óleo sobre tabla de roble del báltico. 73 x 52,5 cm. Museo del Prado. Sala 056A. (ver) (CC BY 3.0)

Las Tentaciones de san Antonio tenían en origen un remate de medio punto y mostraban un paisaje más abierto y con árboles menos frondosos. En fecha desconocida la obra debió de sufrir una serie de daños que afectaron a la capa pictórica y produjeron pérdidas en la figura de san Antonio y en el fondo. Posiblemente a consecuencia de ello se intervino sobre la superficie y se repintaron ambas zonas.

 Posteriormente, ya en el siglo XIX, el formato de la obra se hizo rectangular mediante la adición de piezas de madera de roble en las esquinas. En la actualidad, se han ocultado estos añadidos y se ha devuelto así a la escena su inicial formato de medio punto.

De forma totalmente original y única entre las versiones que dio del santo, el pintor le muestra absorto, sumido en sus pensamientos en la soledad de la naturaleza, encarnada en ese tronco de árbol hueco que le cobija y que está magistralmente traducido. Ni siquiera sostiene un libro en las manos; lo tiene cerrado, colgado de su cinturón. Nada parece alejarle de esa concentración interior, y lo mismo puede decirse de su atributo, el cerdo con la campanilla en la oreja que descansa a sus pies, ajeno al ataque del diablo que está a punto de golpearlo.

El Bosco representa al santo en el centro de la composición y con su escala reducida en relación al paisaje. Otro rasgo de originalidad de estas Tentaciones es el hecho de que el artista no muestre a los demonios atacando a san Antonio. Por el contrario, aparecen dispersos por el espacio que limita la cerca a la derecha, como si estuvieran organizándose para hacerlo, llevando escaleras, ocultándose tras las colinas o el escudo.

Dignos de reseñar son asimismo los demonios que echan agua al fuego que se ha iniciado en la parte trasera del árbol que cobija a san Antonio, que no se percibía antes de la restauración y ahora se evidencia solo por las chispas y el humo. Con este detalle sin duda se quiere aludir al fuego de san Antón. Y el pequeño monstruo de la izquierda, que parece relamerse ante su inminente acometida contra él.

Aunque en menor número que en otras obras, se aprecian algunos significativos, como el reseñado en el árbol hueco que cobija al santo o los cambios en los dos edificios situados a la izquierda. La tau sobre la puerta de acceso desde el puente los identifica como la morada del santo y su capilla. 

San Antonio Abad y san Pedro, primer ermitaño. Velázquez, Diego Rodríguez de Silva y. Hacia 1634. Óleo sobre lienzo. 261 x 192,5 cm. Museo del Prado. Sala 014. (ver) (CC BY 3.0)

Es probable que fuera encargada para la ermita de San Pablo, una de las ermitas construidas en los jardines del palacio del Buen Retiro, cuyo retablo, que incluía una escultura de San Pablo ermitaño del italiano Giovanni Antonio Ceroni, se terminó en mayo de 1633 (perdido). Al reformarse esa ermita, entre 1659 y 1661, es probable que el cuadro se trasladara a la ermita de San Antonio de los Portugueses, donde está bien documentado en 1701.

El asunto está tomado de La leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine (siglo XIII), donde se narra el viaje de san Antonio Abad para visitar a san Pablo, el primer ermitaño cristiano (siglo IV), en el desierto de Egipto. San Antonio, a quien Velázquez presenta vistiendo el hábito marrón con capa negra de los hospitalarios de San Antonio, aparece cinco veces en el cuadro: a lo lejos se le ve preguntando el camino a un centauro y también en conversación con un sátiro. Por una oquedad de la peña, que recuerda la gran formación rocosa del Paisaje con San Jerónimo de Patinir (ya entonces en la colección real y ahora en el Prado), le vemos llamar a la puerta del santo anacoreta. En el primer término conversan los dos, y Antonio manifiesta su sorpresa a la visita del cuervo que cada día trae a san Pablo su ración de pan. El último episodio de la historia se muestra a la izquierda, donde Antonio ha vuelto al enterarse de la muerte de Pablo y encuentra a dos leones cavándole la tumba.

Las tentaciones de San Antonio Abad. Patinir, Joachim y Massys, Quinten. 1520 - 1524. Óleo sobre tabla. 155 x 173 cm. Museo del Prado. Sala 055A. (ver) (CC BY 3.0)

Se incluye en primer plano, a escala adecuada a las proporciones de la tabla, a tres mujeres tentando al santo, en lo alto de una colina. Debido a su forma irregular, se puede disponer a un nivel más bajo (con el cuerpo parcialmente oculto) a la vieja, con los senos al descubierto, que no participa directamente en la tentación.

En el plano medio, a un nivel muy inferior (salvo la elevación rocosa con la ermita, a la izquierda), transcurren los ataques de los demonios a san Antonio, incluso en el cielo, entre las nubes amenazadoras, que oscurecen el lado izquierdo de la tabla.

Al fondo, lejos de las tierras en las que habita el santo, tiene lugar la actividad terrenaEvocando su tierra natal en torno al río Mosa, Patinir dispone en el centro un amplio río con unas rocas grises sin vegetación en su orilla izquierda, recortando su imponente masa bajo el cielo ensombrecido, con la ciudad fortificada a sus pies.

Obra en colaboración de Patinir y Massys (autor de las figuras de primer plano), firmada sólo por Patinir cerca del ángulo inferior derecho.

La tentación que sufre san Antonio por la intervención de tres mujeres jóvenes ricamente vestidas que tratan de apartarle del camino de la virtud, incitándole a la lujuria, en presencia de la joven alcahueta. De forma totalmente original, se representa una tentación carnal de modo general. La manzana que le ofrece una de las jóvenes (como moderna Eva) al santo alude al pecado original, mientras que la que está a su espalda, acariciándole el cuello, deja ya ver su naturaleza demoníaca en la forma de la cola de su traje, y el mono, símbolo del demonio, tira de san Antonio (identificado como tal por el nimbo).

En el extremo derecho de la tabla, el santo es tentado por la reina y las tres jóvenes que la acompañan en un riachuelo. Patinir muestra al santo en el claro de un bosque, haciendo un signo de exorcismo con la mano, mientras se aleja del agua donde pretendía llenar su jarro, al encontrar allí a cuatro mujeres semidesnudas invitándole a acompañarlas, dos en el agua y otras dos sentadas en una barca -la reina, a la derecha- ante una mesa de comida y bebida.

En la barca, ocultos a la vista del santo, hay dos animales bosquianos, que evidencian la condición demoníaca de las jóvenes, una especie de lagarto alado apoyado en el borde exterior y un sapo en su interior sosteniendo en la cabeza una fuente con comida.

En un plano más alejado, casi en el centro de la tabla, tiene lugar el ataque de los demonios. Al modo habitual, Patinir no lo representa en la tumba en la que vivía el santo, sino en una cabaña. Sobre la cabaña construye otra en lo alto de un tronco seco, accesible sólo a través de una escalera. Los demonios incendian la cabaña del árbol y los cabellos del santo, que finalmente es atacado por animales con formas monstruosas. Los que asaltan a san Antonio, tumbándole en tierra y mordiéndole, preceden al ejército de demonios que se dirige a la cabaña y cuya avanzadilla ha llegado ya a su parte posterior.

Además del ataque en tierra, Patinir incluye en la parte superior del cuadro el que protagonizan los demonios en el aire, más bosquiano si cabe que el anterior.

En un plano más atrás, en el centro de la composición, a escala diminuta, transcurre el encuentro entre Cristo y el santo, tendido en el suelo tras los ataques.

A la izquierda, en el exterior de la capilla construida sobre un promontorio rocoso, Patinir representa a san Antonio sentado en un banco con un libro abierto en las manos. Como Durero, el maestro de Núremberg, Patinir evidencia también con esta imagen los peligros que entraña la interpretación personal de la Biblia, convertida en una nueva tentación para el cristiano.

 

San Antonio Abad. Reixach, Joan. 1450 - 1460. Temple sobre tabla. 91 x 64 cm. Museo del Prado. Sala 052A. (ver) (CC BY 3.0)

Reixach muestra al santo nimbado, de cuerpo entero y ante un tapiz de brocado en el interior de una estancia de suelo embaldosado. Representado como un anciano de cabellos y barba grises, san Antonio lleva la túnica blanca, el escapulario azulado y el manto parduzco con capucha de los antonianos en cuyo hombro está bordada la tau en azul que le identifica. Además de este atributo, el autor incluye en la composición otros elementos que permiten reconocer al santo: el libro de la regla de la orden de los antonianos y la campana para ahuyentar a los demonios en la mano derecha, el bordón -casi un báculo- en la mano izquierda, el cerdo y, a sus pies, las llamas que brotan del suelo, conocidas como "fuego de san Antón", relativas a la enfermedad que los miembros de la orden se dedicaban a curar.

Funeral de san Antonio Abad. Angélico, Fray. 1426 - 1430. Temple sobre tabla de madera de chopo, 19,7 x 29,3 cm. Museo del Prado. Sala 056B. (ver) (CC BY 3.0)


Esta tabla se ha tenido siempre como obra de la escuela o círculo de Fra Angélico, pero tras su estudio y restauración en el Museo del Prado, puede afirmarse que fue pintada por el propio Angelico. Respecto a su cronología, parece adecuado sugerir una fecha de realización próxima a la de La Virgen de la granada, en los años finales de la década de 1420.

El formato original de la obra ha sido manipulado (la predela debía ser una sola pieza con diferentes escenas) y presenta un desigual estado de conservación, estando mejor preservada la parte derecha que la izquierda, donde debió recibir, probablemente durante la Guerra Civil, un golpe que afectó a los rostros de los monjes y a los pies del santo.

Como La Virgen de la granadaFuneral de san Antonio Abad fue adquirido en Florencia en 1817 por Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, XIV duque de Alba de Tormes, y desde entonces ha estado en posesión de la familia.

San Antonio Abad. Rizi, Francisco. Hacia 1665. Óleo sobre lienzo, 96,5 x 42,5 cm. Museo del Prado. No expuesto. (ver) (CC BY 3.0)

Su estilo y los modelos empleados por el artista, similares a los de las pinturas que fueron del convento madrileño de franciscanas menores de Nuestra Señora de los Ángeles (hoy en el Museo del Prado), hacen pensar que posean una cronología muy próxima, situada dentro de su etapa de producción tardía en torno a 1665.

Ya Angulo sospechó que, a juzgar por sus alargadas proporciones, podrían proceder de las calles laterales de un retablo de pequeño formato o, en el caso de haber sido utilizadas como decoración de pedestales, aquél debería haber sido uno de grandes proporciones. 

Escenas de la vida de san Antonio Abad. Abadía el Viejo, Juan de la. Hacia 1490. Óleo sobre tabla, 190 x 57 cm. Museo del Prado. Sala 051A. (ver) (CC BY 3.0)

Esta tabla se considera que formó parte de un retablo dedicado a la vida de San Antonio Abad, Se puede constatar en ellas el interés del pintor en representar los plegados angulosos de las telas además de mostrar a las figuras con un carácter un tanto rudo, aisladas y fuertemente modeladas con rostros realistas dotados de gran expresividad.

Durante su ascético retiro en el desierto, san Antonio sufrió numerosas tentaciones del diablo. En una de ellas, este se disfrazó de una seductora mujer para hacerle caer en el pecado de la lujuria. En otra, el monje egipcio fue atormentado violentamente por un grupo de criaturas demoniacas, aquí representados con diferentes formas y colores, tal y como a menudo solicitaban los clientes.

San Antonio Abad y San Cristóbal. Anónimo. Escuela sevillana. Circulo de Juan Sánchez de Castro. Siglo XV. Óleo y temple sobre tabla. 167 x 116 cm. Museo de Bellas Artes. Depósito de las Ordenes Militares. Procede del convento de san Benito de Calatrava. (ver) (CC BY 3.0)


El santo representado a la izquierda es San Antonio Abad, con el báculo en forma de tau griega, la campana con la que los eremitas ahuyentaban a los demonios y el cerdo, en alusión al tocino que utilizaban los monjes para remediar la enfermedad conocida como fuego de San Antonio. Aparece como un hombre de avanzada edad, con frondosa barba, ataviado con un gran manto oscuro que le cubre todo el cuerpo y portando el libro o regla de la Orden Hospitalaria de los Antoninos. Sobre el nimbo dorado se lee "San Antón, ermitaño". 

A la derecha aparece San Cristóbal, representado como un hombre joven y fuerte, en el momento de cruzar el río, llevando al Niño Jesús sobre su hombro izquierdo y dos peregrinos en el cinturón. Jesús lleva en su mano izquierda el globo terráqueo mientras que eleva la derecha en actitud de bendecir.  En el brazo derecho lleva un árbol que le sirve de bastón y en el izquierdo una rueda de molino en alusión a su martirio. Destaca su cabeza de minucioso acabado y gran delicadeza de color, así como el fino plegado del paño que la cubre. 

La parte superior de la tabla está decorada con dibujos de cardinas dorados sobre fondo oscuro imitando brocados góticos. Bajo los arcos se cobijan las parejas de santos, de pie, sobre pavimentos polícromos de dibujos geométricos destacando sobre fondos dorados y grabados. 

 

Tríptico de las tentaciones de San Antonio. El Bosco. Sobre 1501. Óleo sobre tabla. El panel central mide 131, 5 x 119 cm. Las alas miden 131, 5 x 53 cm. Museo Nacional de Arte Antiguo. Lisboa. (ver) (CC BY 3.0)Vuelo y caída del Santo

Tríptico de las tentaciones de San Antonio. El Bosco. Sobre 1501. Óleo sobre tabla. El panel central mide 131, 5 x 119 cm. Las alas miden 131, 5 x 53 cm. Museo Nacional de Arte Antiguo. Lisboa. (ver) (CC BY 3.0)La tentación de san Antonio

Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica

Las tentaciones de san Antonio. Salvador Dalí. 1946. Óleo sobre lienzo. 90 x 119,5 cm. Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica. Bruselas. (ver) (CC BY 3.0)

En el cuadro se muestra en el ángulo inferior izquierdo a San Antonio Abad ante un vasto desierto con el horizonte bajo, de espaldas arrodillado y sosteniendo una cruz hecha con dos varitas para protegerse de las tentaciones que se acercan, con el antiguo gesto del exorcismo. Estas son representadas por un caballo y una fila de elefantes gigantescos, todos estos con sus patas alargadas de forma grotesca y cada uno cargando con una tentación. San Antonio aparece representado como un mendigo, desnudo, con el pelo revuelto y apoyado con la mano izquierda sobre una piedra. Delante de él hay una calavera.

El cuadro describe literalmente las tentaciones a las que el hombre normalmente cae:

Felicidad, representado con el caballo, el cual tiene sus pezuñas desgastadas y llenas de polvo. Este animal recuerda a los jumentos esqueléticos de los primeros cuadros surrealistas del autor.

Placer, representado por la mujer sobre el primer elefante.

Oro y riquezas, representados por los dos elefantes sobre los que hay una pirámide y un palacio de oro y dentro de este último, un torso femenino lo aguarda.

Más atrás, otro elefante carga un altísimo monolito sobre su espalda, de reminiscencias fálicas. Detrás de este y sobre las nubes tormentosas, hay un castillo.

En el paisaje desértico unas figuras diminutas: dos hombres discuten y al fondo, un hombre lleva de la mano a su hijo. Este último par de personajes también es representado en Vestigios atávicos después de la lluvia. Un ángel blanco de perfil vuela sobre el horizonte del desierto.

Las tentaciones son dirigidas por Satanás en forma de caballo blanco que se encabrita, alejándose de la tosca cruz de madera que muestra así su poder, protegiendo al débil anciano. Dalí lo representa hermoso, terrible e imposible a un tiempo, con las herraduras al revés, siguiendo la tradición medieval de representar lo no cristiano del revés o al revés. El elefante que le sigue, portando en su lomo la copa de la Lujuria con una mujer desnuda, enfatiza el erotismo de la obra. Los otros elefantes cargan edificios, el primero un obelisco inspirado en el de Bernini en Roma, y los otros palacetes venecianos de estilo palladiano.

Iglesia de san Antonio Abad. Hermandad del Silencio.

En el primer cuerpo del Altar Mayor,  se sitúa la imagen de San Antón, realizada por Francisco Antonio Gijón en 1676, fue titular del gremio de cordoneros de las Redes, y la del beato Juan de Prado, que es de la época de realización del retablo.

San Antón

Detalle de san Antón

Detalle del cerdo