RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas
San Antonio Abad.
Antonio Abad, conocido también como
Antonio el Grande o el Padre de los monjes, nació hacia el año 251 d. C. en
Comas, una pequeña aldea próxima a Heracleópolis Magna, en el Bajo Egipto.
Procedía de una familia acomodada, lo que le permitió recibir una sólida
formación cristiana en su juventud.
Cuando contaba alrededor de veinte
años, tras la muerte de sus padres, decidió renunciar a la herencia familiar, vendió
sus bienes, repartió el dinero entre los pobres y se retiró para llevar una
vida de penitencia y oración.
En un primer momento buscó la compañía
de una comunidad ascética cercana, pero poco después optó por una soledad más
radical, refugiándose en una antigua tumba excavada en la roca. Allí comenzó a
practicar un riguroso ayuno, largas vigilias y mortificaciones, alimentándose,
según la tradición, con el pan que cada día le llevaba un cuervo.
La fama de su santidad pronto atrajo
discípulos y curiosos, pero también, según los relatos de san Atanasio y de san
Jerónimo (que transmitieron su vida en textos como la Vita Antonii y que más tarde se
difundieron en la Legenda Aurea de Santiago de la
Vorágine), provocó violentas tentaciones diabólicas. El demonio lo acosaba bajo
la apariencia de fieras salvajes y visiones seductoras. Estos combates
espirituales, a menudo descritos con imágenes plásticas y estremecedoras, se
han interpretado como proyecciones de su agotamiento físico y espiritual, fruto
de sus prolongados ayunos y vigilias.
Entre los
episodios legendarios que rodean su vida se recuerda el de una jabalina que se
acercó a él con sus crías ciegas, en actitud suplicante. Antonio, conmovido,
curó la ceguera de los pequeños, y desde entonces la madre permaneció a su
lado, protegiéndolo de otros animales. Esta escena, cargada de simbolismo,
refuerza su vinculación posterior como patrono de los animales.
Las
semejanzas con la leyenda de Buda, quien, como san Antonio, fue hostigado por
monstruos y después tentado por mujeres que desnudaban sus pechos, son más
ingeniosas que probatorias. Se trata más bien de paralelismo que de copia.
Hacia el
final de su vida, ya anciano, visitó al eremita san Pablo de Tebas, considerado
el primero de los anacoretas. En aquella ocasión se produjo un signo
prodigioso: el cuervo que habitualmente llevaba a Pablo un pan diario, aquel
día llevó dos, en señal de hospitalidad divina. Tras la muerte de Pablo,
Antonio lo sepultó con la ayuda de dos leones y de otros animales, un relato
que explica su patronazgo sobre sepultureros y bestias domésticas.
Aunque se le atribuye la fundación de
comunidades monásticas en Pispir y en Arsínoe, donde organizó a los ermitaños
en torno a la oración y al trabajo manual, Antonio nunca abrazó plenamente la
vida cenobítica. Prefirió siempre la soledad radical, retirándose al monte
Colzim, cerca del mar Rojo. Con todo, su ejemplo inspiró el nacimiento del
monaquismo cristiano, del que es considerado uno de sus padres espirituales.
Según la
tradición, alcanzó los 105 años de edad y murió en el año 356. Antes de su
fallecimiento pidió ser enterrado en un lugar secreto, sin señales externas,
para evitar la profanación de su cuerpo. Sin embargo, siglos más tarde, el
obispo Teófilo halló sus restos, envueltos en una túnica de fibras de palma que
le había obsequiado san Pablo ermitaño. La leyenda añade que dos leopardos
ayudaron a desenterrarlo y que un ave blanca con pico encarnado indicó el sitio
de la sepultura.
Las reliquias del
santo fueron trasladadas en el 561 a Alejandría y permanecieron allí hasta el
siglo XII, momento en que se llevaron a Constantinopla. Tras la caída de la
ciudad en 1453, pasaron a Francia, al Delfinado, donde se erigió la célebre
abadía de Saint-Antoine-en-Viennois. En torno a ese traslado se consolidó la
celebración litúrgica de su memoria el 17 de enero.
Fue canonizado alrededor del año 491 o
a finales del siglo IV, aunque la canonización como proceso formal no
existía entonces; se trata más bien de una veneración establecida desde
los primeros siglos del cristianismo.
Su culto se extendió con rapidez. En Sevilla fue proclamado patrono del gremio
de cordoneros, y en muchas regiones de Europa y América se mantiene la
costumbre de bendecir animales el día de su fiesta, encender hogueras y
compartir dulces o licores populares.
Bajo su advocación
nació en 1095 la Orden de los Hermanos Hospitalarios de San Antón, dedicada
especialmente al cuidado de enfermos aquejados de males contagiosos como la
lepra, la sarna, enfermedades
venéreas o el ergotismo (conocido
también como “fuego de San Antón”, “fuego sagrado” o “culebrilla”).
Los monjes
antonianos, reconocibles por el hábito
de la orden, consistente en una túnica de sayal con capuchón y por la cruz en
forma de tau que lucían en su hábito, se establecieron en numerosos enclaves
del Camino de Santiago, a las afueras de las ciudades, para asistir a
peregrinos y pobres.
Una curiosa
costumbre medieval vinculada a la orden consistía en dejar cerdos marcados con
el signo de la tau sueltos por las calles. Los vecinos los alimentaban y,
cuando llegaba el momento, se destinaban a los hospitales o se vendían para
obtener recursos en favor de los enfermos.
La iconografía de
San Antonio Abad lo representa como un anciano de barba blanca, vestido con el
hábito oscuro de los antonianos, portando un báculo en forma de tau, acompañado
de un cuervo y de un cerdito, símbolos de su vida ascética y de su patronazgo
sobre los animales. A menudo aparece también con una campanilla y con llamas a
su alrededor, aludiendo al fuego del ergotismo que los monjes de su orden se
esforzaban en curar. Las llamas salen de sus pies o del libro que tiene
en la mano: alusión a la enfermedad curada por los antonitas. A veces las
llamas salen de los dedos de los enfermos.
Museo del Prado
Aunque se desconoce el destino
inicial de esta tela, la suponemos procedente de Toledo, de donde debió
de llegar para formar parte del Museo de la Trinidad,
creado en el siglo XIX para custodiar las obras procedentes de las iglesias y monasterios
de las provincias próximas a Madrid que fueron
desamortizados en 1835.
San Antonio fue un anacoreta nacido en los
confines de la Tebaida hacia el año 250 de
nuestra era; practicó una vida de total desapego a los bienes terrenales y
durante veinte años se retiró a una gruta donde se entregó a la oración y la
penitencia. Los rigores de su retiro llegaron a convertir a San Antonio en el
ermitaño por excelencia, cuyo ejemplo fue seguido por otros cristianos.
Las Tentaciones
de san Antonio tenían en origen un
remate de medio punto y mostraban un paisaje más abierto y con árboles menos
frondosos. En fecha desconocida la obra debió de sufrir una serie de daños que
afectaron a la capa pictórica y produjeron pérdidas en la figura de san Antonio
y en el fondo. Posiblemente a consecuencia de ello se intervino sobre la
superficie y se repintaron ambas zonas.
Posteriormente, ya en el siglo XIX, el formato
de la obra se hizo rectangular mediante la adición de piezas de madera de roble
en las esquinas. En la actualidad, se han ocultado estos añadidos y se ha
devuelto así a la escena su inicial formato de medio punto.
De forma totalmente original y
única entre las versiones que dio del santo, el pintor le muestra absorto,
sumido en sus pensamientos en la soledad de la naturaleza, encarnada en ese
tronco de árbol hueco que le cobija y que está magistralmente traducido. Ni
siquiera sostiene un libro en las manos; lo tiene cerrado, colgado de su
cinturón. Nada parece alejarle de esa concentración interior, y lo mismo puede
decirse de su atributo, el cerdo con la campanilla en la oreja que descansa a
sus pies, ajeno al ataque del diablo que está a punto de golpearlo.
El Bosco representa
al santo en el centro de la composición y con su escala reducida en relación al
paisaje. Otro rasgo de originalidad de estas Tentaciones es el hecho de que el
artista no muestre a los demonios atacando a san Antonio. Por el contrario, aparecen
dispersos por el espacio que limita la cerca a la derecha, como si estuvieran
organizándose para hacerlo, llevando escaleras, ocultándose tras las colinas o
el escudo.
Dignos de reseñar son asimismo
los demonios que echan agua al fuego que se ha iniciado en la parte trasera del
árbol que cobija a san Antonio, que no se percibía antes de la restauración y
ahora se evidencia solo por las chispas y el humo. Con este detalle sin duda se
quiere aludir al fuego de san Antón.
Y el pequeño monstruo de la izquierda, que parece relamerse ante su
inminente acometida contra él.
Aunque en menor número que en
otras obras, se aprecian algunos significativos, como el reseñado en el árbol
hueco que cobija al santo o los cambios en los dos edificios situados a la
izquierda. La tau sobre la puerta de acceso desde el puente los identifica como
la morada del santo y su capilla.
Es probable que fuera encargada para la ermita de San Pablo, una de las ermitas construidas en los jardines del palacio del Buen Retiro, cuyo retablo, que incluía una escultura de San Pablo ermitaño del italiano Giovanni Antonio Ceroni, se terminó en mayo de 1633 (perdido). Al reformarse esa ermita, entre 1659 y 1661, es probable que el cuadro se trasladara a la ermita de San Antonio de los Portugueses, donde está bien documentado en 1701.
El asunto está tomado de La leyenda dorada de Jacobo de la Vorágine (siglo XIII), donde se
narra el viaje de san Antonio Abad para visitar a san Pablo, el primer ermitaño
cristiano (siglo IV), en el desierto de Egipto. San Antonio, a quien Velázquez
presenta vistiendo el hábito marrón con capa negra de los hospitalarios de San
Antonio, aparece cinco veces en el cuadro: a lo lejos se le ve preguntando el
camino a un centauro y también en conversación con un sátiro. Por una oquedad
de la peña, que recuerda la gran formación rocosa del Paisaje con San Jerónimo de Patinir (ya entonces
en la colección real y ahora en el Prado), le vemos llamar a la puerta del santo
anacoreta. En el primer término conversan los dos, y Antonio manifiesta su
sorpresa a la visita del cuervo que cada día trae a san Pablo su ración de pan.
El último episodio de la historia se muestra a la izquierda, donde Antonio ha
vuelto al enterarse de la muerte de Pablo y encuentra a dos leones cavándole la
tumba.
Se incluye en primer plano, a
escala adecuada a las proporciones de la tabla, a tres mujeres tentando al
santo, en lo alto de una colina. Debido a su forma irregular, se puede disponer
a un nivel más bajo (con el cuerpo parcialmente oculto) a la vieja, con los
senos al descubierto, que no participa directamente en la tentación.
En el plano medio, a un nivel
muy inferior (salvo la elevación rocosa con la ermita, a la izquierda),
transcurren los ataques de los demonios a san Antonio, incluso en el cielo,
entre las nubes amenazadoras, que oscurecen el lado izquierdo de la tabla.
Al fondo, lejos de las tierras
en las que habita el santo, tiene lugar la actividad terrena. Evocando su
tierra natal en torno al río Mosa, Patinir dispone en el centro un amplio río con
unas rocas grises sin vegetación en su orilla izquierda, recortando su
imponente masa bajo el cielo ensombrecido, con la ciudad fortificada a sus
pies.
Obra en colaboración de Patinir
y Massys (autor de las figuras de primer plano), firmada sólo por Patinir cerca
del ángulo inferior derecho.
La tentación que sufre san
Antonio por la intervención de tres mujeres jóvenes ricamente vestidas que
tratan de apartarle del camino de la virtud, incitándole a la lujuria, en
presencia de la joven alcahueta. De forma totalmente original, se representa
una tentación carnal de modo general. La manzana que le ofrece una de las
jóvenes (como moderna Eva) al santo alude al pecado original, mientras que la
que está a su espalda, acariciándole el cuello, deja ya ver su naturaleza
demoníaca en la forma de la cola de su traje, y el mono, símbolo del demonio,
tira de san Antonio (identificado como tal por el nimbo).
En el extremo derecho de la
tabla, el santo es tentado por la reina y las tres jóvenes que la acompañan en
un riachuelo. Patinir muestra al santo en el claro de un bosque, haciendo un
signo de exorcismo con la mano, mientras se aleja del agua donde pretendía
llenar su jarro, al encontrar allí a cuatro mujeres semidesnudas invitándole a
acompañarlas, dos en el agua y otras dos sentadas en una barca -la reina, a la
derecha- ante una mesa de comida y bebida.
En la barca, ocultos a la vista
del santo, hay dos animales bosquianos, que evidencian la condición demoníaca
de las jóvenes, una especie de lagarto alado apoyado en el borde exterior y un
sapo en su interior sosteniendo en la cabeza una fuente con comida.
En un plano más alejado, casi
en el centro de la tabla, tiene lugar el ataque de los demonios. Al modo
habitual, Patinir no lo representa en la tumba en la que vivía el santo, sino
en una cabaña. Sobre la cabaña construye otra en lo alto de un tronco seco,
accesible sólo a través de una escalera. Los demonios incendian la cabaña del
árbol y los cabellos del santo, que finalmente es atacado por animales con
formas monstruosas. Los que asaltan a san Antonio, tumbándole en tierra y
mordiéndole, preceden al ejército de demonios que se dirige a la cabaña y cuya
avanzadilla ha llegado ya a su parte posterior.
Además del ataque en tierra,
Patinir incluye en la parte superior del cuadro el que protagonizan los
demonios en el aire, más bosquiano si cabe que el anterior.
En un plano más atrás, en el centro
de la composición, a escala diminuta, transcurre el encuentro entre Cristo y el
santo, tendido en el suelo tras los ataques.
A la izquierda, en el exterior
de la capilla construida sobre un promontorio rocoso, Patinir representa a san
Antonio sentado en un banco con un libro abierto en las manos. Como Durero, el
maestro de Núremberg, Patinir evidencia también con esta imagen los peligros
que entraña la interpretación personal de la Biblia, convertida en una nueva
tentación para el cristiano.
Reixach
muestra al santo nimbado, de cuerpo entero y ante un tapiz de brocado en el
interior de una estancia de suelo embaldosado. Representado como un anciano de
cabellos y barba grises, san Antonio lleva la túnica blanca, el escapulario
azulado y el manto parduzco con capucha de los antonianos en cuyo hombro está
bordada la tau en azul que le identifica. Además de este atributo, el autor
incluye en la composición otros elementos que permiten reconocer al santo: el
libro de la regla de la orden de los antonianos y la campana para ahuyentar a
los demonios en la mano derecha, el bordón -casi un báculo- en la mano izquierda,
el cerdo y, a sus pies, las llamas que brotan del suelo, conocidas como
"fuego de san Antón", relativas a la enfermedad que los miembros de
la orden se dedicaban a curar.
Esta tabla se ha tenido siempre como
obra de la escuela o círculo de Fra Angélico, pero tras
su estudio y restauración en el Museo del Prado, puede
afirmarse que fue pintada por el propio Angelico. Respecto a su
cronología, parece adecuado sugerir una fecha de realización próxima a la
de La Virgen de la granada, en los
años finales de la década de 1420.
El formato original de la obra ha
sido manipulado (la predela debía ser una sola pieza con diferentes escenas) y
presenta un desigual estado de conservación, estando mejor preservada la parte
derecha que la izquierda, donde debió recibir, probablemente durante la Guerra Civil, un golpe que
afectó a los rostros de los monjes y a los pies del santo.
Como La Virgen de la granada, Funeral de san Antonio Abad fue adquirido en Florencia en 1817 por Carlos Miguel Fitz-James Stuart y Silva, XIV duque de Alba de Tormes, y desde entonces ha estado en posesión de la familia.
Su estilo y los modelos empleados por el artista, similares a los de las pinturas que fueron del convento madrileño de franciscanas menores de Nuestra Señora de los Ángeles (hoy en el Museo del Prado), hacen pensar que posean una cronología muy próxima, situada dentro de su etapa de producción tardía en torno a 1665.
Ya Angulo sospechó que, a
juzgar por sus alargadas proporciones, podrían proceder de las calles laterales
de un retablo de pequeño formato o, en el caso de haber sido utilizadas como
decoración de pedestales, aquél debería haber sido uno de grandes proporciones.
Esta tabla se considera que formó
parte de un retablo dedicado a la vida de San Antonio Abad, Se
puede constatar en ellas el interés del pintor en representar los plegados
angulosos de las telas además de mostrar a las figuras con un carácter un tanto
rudo, aisladas y fuertemente modeladas con rostros realistas dotados de gran
expresividad.
Durante su
ascético retiro en el desierto, san Antonio sufrió numerosas tentaciones del
diablo. En una de ellas, este se disfrazó de una seductora mujer para hacerle
caer en el pecado de la lujuria. En otra, el monje egipcio fue atormentado
violentamente por un grupo de criaturas demoniacas, aquí representados con
diferentes formas y colores, tal y como a menudo solicitaban los clientes.
El santo
representado a la izquierda es San Antonio Abad, con el báculo en forma de tau
griega, la campana con la que los eremitas ahuyentaban a los demonios y el
cerdo, en alusión al tocino que utilizaban los monjes para remediar la
enfermedad conocida como fuego de San Antonio. Aparece como un hombre de
avanzada edad, con frondosa barba, ataviado con un gran manto oscuro que
le cubre todo el cuerpo y portando el libro o regla de la Orden Hospitalaria de
los Antoninos. Sobre el nimbo dorado se lee "San Antón, ermitaño".
A la derecha
aparece San Cristóbal, representado como un hombre joven y fuerte, en el
momento de cruzar el río, llevando al Niño Jesús sobre su hombro izquierdo y
dos peregrinos en el cinturón. Jesús lleva en su mano izquierda el globo terráqueo
mientras que eleva la derecha en actitud de bendecir. En el brazo derecho
lleva un árbol que le sirve de bastón y en el izquierdo una rueda de molino en
alusión a su martirio. Destaca su cabeza de minucioso acabado y gran
delicadeza de color, así como el fino plegado del paño que la cubre.
La parte superior de la tabla está decorada con dibujos de cardinas
dorados sobre fondo oscuro imitando brocados góticos. Bajo los arcos se cobijan
las parejas de santos, de pie, sobre pavimentos polícromos de dibujos
geométricos destacando sobre fondos dorados y grabados.
Tríptico de las tentaciones de San Antonio. El Bosco.
Sobre 1501. Óleo sobre tabla. El panel central mide 131, 5 x 119 cm. Las alas
miden 131, 5 x 53 cm. Museo Nacional de Arte Antiguo. Lisboa. (ver) (CC BY 3.0).
Tríptico de las tentaciones de San Antonio. El Bosco.
Sobre 1501. Óleo sobre tabla. El panel central mide 131, 5 x 119 cm. Las alas
miden 131, 5 x 53 cm. Museo Nacional de Arte Antiguo. Lisboa. (ver) (CC BY 3.0).
Museos Reales de Bellas Artes de Bélgica
En el cuadro se muestra en el ángulo
inferior izquierdo a San Antonio Abad ante un vasto desierto con el
horizonte bajo, de espaldas arrodillado y sosteniendo una cruz hecha con dos
varitas para protegerse de las tentaciones que se acercan, con el antiguo gesto
del exorcismo. Estas son representadas por un caballo y una fila de
elefantes gigantescos, todos estos con sus patas alargadas de forma grotesca y
cada uno cargando con una tentación. San Antonio aparece representado como un
mendigo, desnudo, con el pelo revuelto y apoyado con la mano izquierda sobre
una piedra. Delante de él hay una calavera.
El cuadro describe literalmente
las tentaciones a las que el hombre normalmente cae:
Felicidad, representado con el
caballo, el cual tiene sus pezuñas desgastadas y llenas de polvo. Este animal
recuerda a los jumentos esqueléticos de los primeros cuadros surrealistas del
autor.
Placer, representado por la
mujer sobre el primer elefante.
Oro y riquezas, representados
por los dos elefantes sobre los que hay una pirámide y un palacio de oro y
dentro de este último, un torso femenino lo aguarda.
Más atrás, otro elefante carga un
altísimo monolito sobre su espalda, de reminiscencias fálicas. Detrás de este y
sobre las nubes tormentosas, hay un castillo.
En el paisaje desértico unas figuras
diminutas: dos hombres discuten y al fondo, un hombre lleva de la mano a su
hijo. Este último par de personajes también es representado en Vestigios atávicos después de la lluvia.
Un ángel blanco de perfil vuela sobre el horizonte del desierto.
Las tentaciones son dirigidas por
Satanás en forma de caballo blanco que se encabrita, alejándose de la tosca
cruz de madera que muestra así su poder, protegiendo al débil anciano. Dalí lo
representa hermoso, terrible e imposible a un tiempo, con las herraduras al
revés, siguiendo la tradición medieval de representar lo no cristiano del revés
o al revés. El elefante que le sigue, portando en su lomo la copa de la Lujuria
con una mujer desnuda, enfatiza el erotismo de la obra. Los otros elefantes
cargan edificios, el primero un obelisco inspirado en el
de Bernini en Roma, y los otros palacetes venecianos de estilo
palladiano.
Iglesia de san Antonio Abad. Hermandad del Silencio.
En el primer cuerpo del Altar Mayor, se sitúa la imagen de San Antón, realizada por Francisco Antonio Gijón en 1676, fue titular del gremio de cordoneros de las Redes, y la del beato Juan de Prado, que es de la época de realización del retablo.
San Antón
Detalle de san Antón
Detalle del cerdo