miércoles, 20 de agosto de 2025

AREA DE SAN ROMAN

Orden Jerónima.

En los últimos siglos de la Edad Media se produjo un profundo movimiento de renovación religiosa. La relajación de las costumbres del clero, que repercutió en todos los estratos sociales, junto con la crisis del sistema feudal y de la economía, generó un clima de descontento que favoreció la búsqueda de reformas. En ese contexto surgieron dentro de las órdenes mendicantes (especialmente entre franciscanos y dominicos) las llamadas congregaciones de observancia, con el propósito de recuperar la fidelidad a los ideales fundacionales.

Paralelamente, se desarrolló un importante resurgimiento del eremitismo, entendido no solo como opción espiritual, sino también como una forma de protesta social ante la corrupción de la Iglesia: la decadencia moral del clero, la extrema pobreza de muchos conventos, los abusos de los abades comendatarios y la utilización de los cargos eclesiásticos para el beneficio de ciertas familias.

Inspirados en la vida solitaria de San Jerónimo en el desierto de Siria, a mediados del siglo XIV aparecieron pequeños grupos de ermitaños que buscaban imitar su estilo de vida. Destacaron entre ellos Pedro Fernández Pecha (ver) y Fernando Yáñez de Figueroa (ver), miembros de familias vinculadas a la corte de los reyes Alfonso XI (1312-1350) y Pedro I (1350-1369). Ambos se retiraron a la zona de Nuestra Señora de Villaescusa, en Orusco de Tajuña (Madrid), donde llevaron durante dos décadas una vida austera de soledad y oración.

Finalmente, comprendieron que sería más provechoso organizarse bajo una regla reconocida y optaron por la vida cenobítica.

En Lupiana (Guadalajara), junto a la ermita de San Bartolomé, se establecieron con el apoyo de Diego Martínez de la Cámara, tío de Pedro, quien les proporcionó tierras y asistencia espiritual. La fundación fue aprobada por el arzobispo de Toledo, Gómez Manrique (1362-1375).

En esta etapa desempeñó un papel decisivo Alfonso Fernández Pecha (ver), hermano de Pedro y antiguo obispo de Jaén. Retirado junto a los ermitaños, viajó a la corte papal de Aviñón y gestionó una entrevista de Pedro Fernández y Pedro Román con el papa Gregorio XI. 

El 18 de octubre de 1373, fiesta de San Lucas, el pontífice les otorgó la bula “Salvatoris humani generis”. Con ella se aprobaba su forma de vida bajo la regla de San Agustín, inspirada en el espíritu de San Jerónimo, con facultad de redactar sus propias constituciones. Además, se reconocía como casa matriz la ermita de San Bartolomé de Lupiana y se concedía licencia para fundar hasta cuatro monasterios jerónimos, cuyo superior recibiría el título de prior.

Según relata más tarde el historiador jerónimo, fray José de Sigüenza, tras recibir la bula, Pedro Fernández y Pedro Román viajaron a Florencia para conocer la disciplina del monasterio de Santa María del Santo Sepulcro. De allí tomaron doce constituciones que marcarían el desarrollo de la orden y serían progresivamente ampliadas en los capítulos generales.

La nueva orden comenzó pronto a extenderse por la península ibérica, respaldada por la monarquía y por numerosos nobles. Desde el reinado de Juan I de Castilla (1379-1390), se otorgaron privilegios y mercedes que consolidaron su crecimiento.

Paralelamente, en Toledo surgió una rama femenina. Mujeres piadosas como doña María García y doña Mayor Gómez adoptaron vida común de oración y penitencia, orientadas por Pedro Fernández Pecha, quien en 1374 había fundado el Monasterio de Santa María de la Sisla. Así nacieron las monjas jerónimas, bajo la misma regla que los frailes y siguiendo el ejemplo de santa Paula (ver) y santa Eustoquia, discípulas de San Jerónimo.

La fundación más decisiva fue la del Monasterio de Guadalupe, donde Fernando Yáñez de Figueroa se trasladó con treinta y dos religiosos, respondiendo a la llamada del obispo de Segovia, Juan Serrano. En pocos años, Guadalupe se convirtió en el centro más influyente y poderoso de la orden.

Durante los siglos siguientes, los jerónimos llegaron a ser una de las órdenes más prestigiosas de la península ibérica, presentes solo en España y Portugal, y particularmente favorecidos por la monarquía. Su monasterio más emblemático, San Lorenzo de El Escorial, fue elegido por Felipe II como panteón real. 

En 1415 la orden contaba ya con 25 casas y alcanzó las 46 en España antes de la revolución liberal del siglo XIX.

En el siglo XIX, como otras órdenes religiosas, los jerónimos sufrieron duramente las exclaustraciones: primero durante la Guerra de la Independencia (1808-1813), después en el Trienio Liberal (1820-1823) y, finalmente, con la desamortización de 1836, que supuso la expropiación de todos sus monasterios y la disolución de la rama masculina. Las monjas jerónimas, aunque privadas del apoyo de los frailes, lograron subsistir.

En 1925, menos de un siglo después, obtuvieron de la Santa Sede el permiso para restaurar la orden. La madre Cristina de la Cruz de Arteaga y Falguera (1902-1984), gran promotora del resurgir de la rama femenina, impulsó la Federación Jerónima de Santa Paula, a raíz de la “Sponsa Christi” de Pío XII, y con su especial carisma llevó a la Orden a un nuevo florecimiento de vocaciones y de fidelidad a la tradición jerónima.

A pesar de las dificultades derivadas de la Segunda República, la Guerra Civil y tensiones internas, en 1969 se constituyó el Gobierno General de la Orden, consolidando su restauración.

Hoy la rama masculina es muy reducida: en 2020 contaba con apenas seis monjes y un único monasterio, Santa María del Parral (Segovia). La rama femenina, en cambio, mantiene 17 monasterios, entre ellos el célebre Convento de Santa Paula en Sevilla.

El hábito jerónimo consiste en una túnica blanca con escapulario y capucha marrones, semejante al de los carmelitas. Los monjes combinan el trabajo manual e intelectual con la vida litúrgica y la oración, celebrando de forma solemne la Liturgia de las Horas y la misa conventual.

Las jerónimas, por su parte, cultivan una vida de clausura, oración y trabajo. Además, son reconocidas por la elaboración artesanal de dulces y repostería, que constituye un rasgo característico de sus monasterios.

Cada comunidad femenina es autónoma y, aunque todas comparten el mismo carisma, existen diferencias en la observancia del hábito, la liturgia o las formas de clausura.

RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas  

Santa Paula.

La vida de Santa Paula nos es conocida principalmente gracias a los escritos de San Jerónimo, en especial a la Carta CVIII, aunque también se la menciona en otras epístolas (XXII, XXX, XXXI, XXXIII, XXXVIII, XXXIX, LXVI y CVII).

Paula nació en Roma el 5 de mayo del año 347, en el seno de una de las familias más distinguidas y ricas de la ciudad. Sus padres, Rogatus y Blaesilla, eran cristianos y pertenecían a la nobleza senatorial, descendientes de los Gracos y de los Escipiones, célebres conquistadores de Hispania. Como recuerda San Jerónimo, Paula llevó en su juventud una vida de lujo y ostentación: vestía sedas finas y recorría la ciudad acompañada de esclavos eunucos, signo de su alto rango social.

A los 15 años fue dada en matrimonio al noble patricio Julio Toxocio, convertido al cristianismo. De esta unión nacieron cinco hijos: Blesila, Paulina, Eustoquia, Rufina y Toxocio.

Se hija Blesila pronto se quedó viuda y murió en 384. Paulina se casó con el senador san Pamaquio. Eustoquia quedó soltera y acompañó a su madre a Oriente donde murió en 419. Rufina murió en 386. Su hijo, Toxocio, bautizado en 385, se casó en 389 con Leta, hija del sacerdote pagano Albino. De este matrimonio nació Paula la Menor, quien en 404 se reunió con Eustoquia en Tierra Santa y en 420 cerró los ojos de san Jerónimo.

A los 32 años, tras la muerte de su esposo, Paula se dedicó al cuidado y educación de sus hijos. Su duelo fue acompañado y consolado por Santa Marcela, una piadosa viuda romana que reunía en su palacio del Aventino a mujeres consagradas a la oración y la caridad. Paula se unió con entusiasmo a este grupo, adoptando un estilo de vida austero y espiritual.

En 382, conoció a San Jerónimo, que había llegado a Roma como secretario del papa Dámaso, acompañado por San Epifanio y el obispo Paulino de Antioquía. Tras la muerte del pontífice, Jerónimo decidió regresar a Oriente, estableciéndose en Belén en el año 386, donde emprendió su célebre traducción de la Biblia al latín, la Vulgata.

Ese mismo año, Paula emprendió una peregrinación por Tierra Santa, visitando con devoción los lugares santos, y más tarde viajó a Egipto para aprender de los anacoretas y cenobitas. Finalmente, fijó su residencia en Belén, junto a San Jerónimo y su hija Eustoquia. Con sus bienes fundó allí un hospital y dos monasterios (uno masculino y otro femenino, este último bajo su dirección).

La vida en el monasterio femenino era de gran austeridad: las religiosas vestían hábito sencillo, practicaban ayunos frecuentes, compartían el mismo régimen de oración y trabajo, y además se dedicaban a labores útiles tanto para la comunidad como para los necesitados.

Paula, formada en el griego desde niña, llegó a aprender también hebreo durante su estancia en Palestina. Junto con su hija Eustoquia, colaboró activamente con San Jerónimo en sus trabajos de traducción y exégesis bíblica.

Murió en Belén el 26 de enero del año 404, a los 56 años, tras haber perdido la vista. Fue sepultada en la gruta de la Natividad de Belen, aunque, debido a los saqueos posteriores, solo queda hoy su sepulcro vacío. Su generosidad en obras de caridad hizo que dejara numerosas deudas, que heredó su hija Eustoquia. Esta continuó la obra junto a Jerónimo y fue sucedida en el gobierno de los monasterios por su sobrina Paula la Menor, nieta de Paula al ser hija de Toxocio.

Santa Paula es considerada precursora del ideal monástico de “ora et labora” que luego desarrollaría San Benito, aunque bajo una austeridad aún más rigurosa que la de la Regla benedictina. Es venerada como copatrona de la Orden de San Jerónimo y patrona de las viudas.

Santa Paula fue canonizada en la época anterior, antes del establecimiento del proceso formal de canonización de la Iglesia Católica, es decir, fue canonizada "pre-congregación". Esto significa que su culto y reconocimiento como santa se establecieron a través de la tradición y la devoción popular a lo largo del tiempo, no a través de un proceso formal de canonización. Su festividad se celebra el 26 de enero, según el santoral católico. 

Museos

Santa Paula de Roma. Valdés Leal, Juan de. Óleo sobre tela. Museo de Tessé. Le Mans. Francia. (ver) (CC BY 3.0)

Santa Paula con las Monjas. Reinoso, André. Monasterio de los Jerónimos. Belem. Lisboa. (ver) (CC VY 3.0)

San Jerónimo con Santa Paula y Santa Eustaquio. Zurbarán, Francisco de. 1640. Óleo sobre lienzo. 245 x 173 cm. Museo Col. Samuel H. Kress. (ver) (CC BY 3.0)

El embarco de santa Paula de Roma. Lorena, Claudio de. Hacia 1639. Óleo sobre lienzo. 211 x 145 cm. Museo del Prado. Sala 002. (ver) (CC BY 3.0)

Representa la histórica escena del embarco de Santa Paula en el puerto de Ostia, despidiéndose de sus hijos antes de partir hacia Antioquía, donde vivirá una vida eremítica bajo la guía de San Jerónimo. Esta obra maestra fue un encargo personal del rey Felipe IV para adornar el Palacio del Buen Retiro de Madrid. La figura de Santa Paula se muestra en un tamaño pequeño, lo que enfatiza la grandeza del entorno. 

San Jerónimo y Santa Paula fundan conventos en Belén. Espinal, Juan de. 1775.Óleo sobre lienzo. 169,50 x 316 cm. Museo de Bellas Artes. Procede del Monasterio de san Jerónimo de Buenavista

Santa Paula y San Jerónimo aparecen en los extremos de la composición rodeados de monjas y religiosos, para aprovechar el formato horizontal de la obra y presentarnos de fondo un dilatado paisaje urbano. En esta obra, Juan de Espinal los representa a llegando a la ciudad palestina de Belén para fundar conventos. Ambos religiosos se instalan así en la ciudad de Belén, donde fundan varios conventos que serán la base de la orden jerónima, dedicada a la lectura de las Sagradas Escrituras y el cultivo del silencio y la soledad.

Convento-Iglesia de Santa Paula

Fachada exterior

Presidiendo el Altar Mayor