martes, 12 de agosto de 2025

RUTAS POR SEVILLA: Ruta Artística. Pintores  

Juan de Espinal

Juan de Espinal nació en Sevilla en 1714. Se inició en el arte de la pintura bajo la enseñanza de su padre, Gregorio Espinal, y más tarde ingresó en el taller del pintor más destacado de la primera mitad del siglo XVIII en la ciudad, Domingo Martínez. En 1734 contrajo matrimonio con Juana Martínez, hija de su maestro, siguiendo una costumbre frecuente en el ámbito artístico (recordemos que Velázquez se casó con la hija de Francisco Pacheco).

A la muerte de Domingo Martínez, en 1749, Espinal heredó su taller y, con él, la clientela que le permitió consolidar una posición prestigiosa en la Sevilla de su tiempo. Entre sus encargos figuran trabajos para el Ayuntamiento y para la jerarquía eclesiástica.

En 1771 participó activamente en la fundación de la Academia de Bellas Artes de Sevilla, denominada entonces Escuela de las Tres Nobles Artes y respaldada por Carlos III. Esta institución pretendía dar continuidad a la Academia de Dibujo creada el siglo anterior por Murillo, Herrera y Valdés Leal. En 1775 Espinal asumió la dirección de la sección de pintura.

Considerado la figura más relevante de la pintura sevillana en la segunda mitad del siglo XVIII, supo conjugar la tradición de la escuela local con las corrientes europeas del momento, en especial el estilo rococó, mientras que su maestro Martínez se mantuvo más próximo a la estética murillesca. No obstante, su estilo no tuvo continuidad tras su muerte.

Las valoraciones sobre su trayectoria difieren. Ceán Bermúdez, discípulo de Espinal, dejó un testimonio crítico, aludiendo a un estancamiento artístico en sus últimos años, mientras que Enrique Valdivieso destacó su capacidad para integrar el espíritu de Murillo con el lenguaje pictórico francés y el refinamiento del rococó, creando así una personalidad artística singular en la pintura española de su tiempo.

Sus últimos años estuvieron marcados por problemas de salud y por el progresivo desinterés hacia el rococó, desplazado por el auge del neoclasicismo. Empobrecido y enfermo, falleció en Sevilla en 1783.

Iglesia del Salvador

En 1778 decoró al temple la bóveda del presbiterio, representando la Gloria celestial presidida por el Espíritu Santo en forma de paloma.

Ayuntamiento de Sevilla

En 1759 recibió el encargo de representar a las Santas Justa y Rufina. 

En esta obra, de concepción novedosa, ambas santas aparecen como elegantes damas de corte, inspiradas en la moda francesa de mediados del siglo XVIII. 

Las representa sentadas y no sostienen la Giralda, sino que son coronadas por ángeles de estilo valdesiano, integrados en el discurso narrativo.

Santa Justa y Rufina. Juan de Espinal. 1760. Óleo sobre lienzo. 168 x 275 cm. Ayuntamiento de Sevilla. (ver) (CC BY 3.0)


Palacio Arzobispal de Sevilla

En 1778 ejecutó, por encargo del arzobispo Francisco Javier Delgado y Venegas, una serie de 15 pinturas para la escalera del palacio arzobispal sevillano, con temas como "El Arcángel San Miguel, San Gabriel, El Sacrificio de Isaac, El Sueño de Jacob y El Ángel anunciando la peste a David". 

También pintó nueve lienzos sobre la Pasión de Cristo, destinados inicialmente al palacio de verano que los arzobispos hispalenses poseían en la vecina localidad de Umbrete.

Real Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid

Allí se conserva una de sus obras maestras, su “Alegoría de la pintura sevillana”, que hubo de ser pintada por Espinal hacia 1770, una obra maestra donde se aprecia claramente el gusto rococó que impregna gran parte de su producción.

Alegoría de la pintura sevillana (Llegada de la pintura a Sevilla). Óleo sobre lienzo. 56 x 83 cm. Madrid. Museo de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. (ver) (CC BY 3.0)


Iglesia de San Nicolás de Bari

En este templo se halla “San Carlos Borromeo dando la comunión a los apestados de Milán, una de sus grandes pinturas.

San Carlos Borromeo dando la comunión a los apestados de Milán. Juan de Espinal. Mediados del siglo XVIII. Óleo sobre lienzo. 217,5 × 149,3 cm. Iglesia de san Nicolás de Bari.

Entre 1576 y 1578, la ciudad de Milán sufrió una devastadora epidemia de peste que segó incontables vidas y colapsó los hospitales con enfermos y moribundos. En medio de aquella tragedia, san Carlos Borromeo (que residía en la ciudad desde 1556) entregó por completo sus fuerzas y recursos al cuidado de los afectados. No se limitó a ofrecer ayuda material, destinando a ello todos sus bienes, sino que organizó la atención espiritual de los hospitalizados, visitándolos personalmente para confesarles y llevarles la comunión.

Este gesto heroico es el que recoge la pintura donada a la Hermandad Sacramental en 1778 por el canónigo Carlos Villa. La obra, realizada por el pintor sevillano Juan de Espinal (1714-1783) y fechable hacia 1760, representa a san Carlos administrando la comunión a los apestados de Milán. Con marcado dramatismo, la escena sitúa al santo arzobispo a las afueras de la ciudad, en el instante de dar el viático a un enfermo postrado a sus pies, acompañado por varios sacerdotes y un monaguillo que sostiene un cirio,  lo que refuerzan la dimensión litúrgica del acto: el viático/ comunión para los moribundos como sacramento que ilumina y sana espiritualmente en el tránsito.

El santo aparece con los rasgos físicos que la tradición iconográfica le atribuye: rostro alargado y nariz prominente.

La composición se enriquece con distintos grupos de enfermos y cadáveres, cuyas expresiones transmiten un profundo patetismo. En el fondo, se vislumbran escenas de entierros, que acentúan el tono sombrío. Espinal logra plasmar la crudeza de la epidemia con un cielo encapotado y una paleta de tonos apagados en los cuerpos de los enfermos, rota únicamente por el rojo intenso de las vestiduras episcopales del santo y por la delicada figura de una madre que sostiene a su hijo, situada a su izquierda, que aporta un contrapunto afectivo: simboliza la fragilidad de la vida inocente y la dimensión protectora que la piedad y la Eucaristía buscan garantizar frente a la amenaza de la muerte.

El punto central de la escena es la Sagrada Forma que san Carlos sostiene en su mano derecha, a punto de entregarla al enfermo. Su blancura, reforzada por el fondo claro de las vestiduras del sacerdote que acompaña al arzobispo, contrasta con las tonalidades oscuras del resto de la obra, y simboliza la presencia redentora de Cristo, esperanza y consuelo espiritual frente a la muerte y la enfermedad.

Museo de Bellas Artes

Por su carácter profano, raro en su producción, es interesante mencionar la escena de “Venus y Vulcano” que actualmente se conserva en el Museo de Bellas Artes de Sevilla y que es un evidente testimonio de la dedicación de este artista a temas procedentes de la mitología o de la historia, que lamentablemente no son conocidos en nuestros días.

San Jerónimo abandonando a su familia. Juan de Espinal. Hacia 1770. Óleo sobre lienzo. 179,50 X 316 cm. Museo de Bellas Artes de Sevilla. Sala IX. Procedente del monasterio de Buenavista.

El eje central de la composición es San Jerónimo en escorzo, junto a quien aparece su madre y la figura de una joven, ambas vestidas a la usanza del siglo XVIII, con la niña que llora desconsolada en el extremo izquierdo del lienzo. Tras ella asciende una escalera con balaustrada, en cuyo remate el pintor ha elaborado una gran rocalla escultórica.

Arcángel san Miguel. Juan de Espinal. Hacia 1780. Óleo sobre tela. 91x 6,45 cm. Museo de Bellas Artes. Sala IX. Adquisición de la Junta de Andalucía en 1990.

Detalle de un pie calzado

Venus y Vulcano. Juan de Espinal. 1760. Óleo sobre lienzo. 111 x 161,70 cm. Museo de Bellas Artes. Sala XI. Procedente de la Desamortización de 1840

Se representa el momento en que Venus se presenta en la fragua de Vulcano. Vulcano se presenta en su taller, junto a su yunque, con los atributos del herrero divino (yunque, martillos, utillaje), interrumpiendo su trabajo por un momento. Venus, parcialmente desnuda, vestida con una túnica blanca y un manto azul solicita o recibe armas/objetos. Junto a los dos dioses en el suelo aparecen varios escudos y armaduras.

Al fondo, en una cueva, aparecen varios de los cíclopes, sus ayudantes, los que siguen trabajando, ocupados con sus martillos en forjar las armas de hierro. Esta segunda escena marca la perspectiva y profundidad de la obra.

Un estudio reciente propone que Espinal representa el momento en que Vulcano entrega a Venus las armas que ella solicita para su hijo Eneas (episodio derivado de la Eneida). Esa interpretación conecta la pintura con la iconografía épica y con la idea del favor divino para la fundación de un nuevo pueblo.

Venus encarna la belleza y el poder seductor, pero aquí aparece también en clave protectora/maternal, puesto que su petición de armas se dirige a asegurar el destino militar de Eneas. Su desnudez parcial cumple la tradición pictórica de mostrar belleza idealizada, pero su gesto implica intención y protección filial.

Vulcano simboliza la artesanía, la materia transformada por el fuego y la técnica que convierte lo bruto en instrumento armado. En el contexto simbólico del siglo XVIII, la forja puede leerse también como metáfora de creación artística: el pintor (Espinal) recrea la transformación material (pintura) con la misma dignidad del artesano divino.

Si la escena remite a la forja de armas para Eneas, las piezas que aparecen (yunque, escudos/armaduras) no son sólo objetos bélicos sino emblemas del destino histórico (la ayuda divina en la construcción de un linaje/estado). Esto inscribe la obra en una lectura noble/epopéyica más que en una mera escena amorosa.

En el siglo XVIII andaluz la mitología clásica se usaba con doble propósito: exhibir erudición y ofrecer ejemplos morales o políticas veladas (protección del héroe, la unión de técnica y belleza, etc.). Espinal acude a ese repertorio y lo adapta a un gusto neoclásico/rococó sobrio, donde la escena mitológica vale tanto por su anécdota como por su alto acabado pictórico.

Museo Lázaro Galdiano de Madrid

En su estancia madrileña, en 1777, Espinal debió de realizar algunas pinturas destinadas a la devoción doméstica, como “la Inmaculada”que se conserva en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, y otras dos versiones de esta misma iconografía que se guardan en colecciones particulares de Madrid.

La Inmaculada del zodiaco. Espinal, Juna de. 1783. Óleo sobre lienzo. 45 x 62 cm. Museo Lázaro Galdiano. Madrid. 

La Virgen, en pie sobre el creciente de la luna y con el sol rodeando su cabeza, aparece coronada de doce estrellas y encima, en una cinta en forma de anillo, van los doce signos del zodiaco. 

A sus pies aparece la serpiente infernal. Pero lo más nuevo es la presencia del Espíritu Santo, no volando sobre su cabeza, como es habitual, sino entre las manos de la Virgen, y ofreciéndole con el pico un anillo de desposorios. 

Del ángulo superior derecho, donde se sitúa un triángulo equilátero, símbolo de la Trinidad, parte un haz de luz que, tras atravesar a la Virgen se refleja en un espejo que, a la izquierda, sostienen unos ángeles niños, y enciende una vela que aparece a la derecha rodeada también de ángeles.

Santa Casa de Loyola en Guipúzcoa

También se le ha atribuido una serie de trece pinturas de formato circular, conservadas ahora en la Santa Casa de Loyola en Guipúzcoa, que narran distintas escenas pertenecientes a la vida de san Ignacio de Loyola, copias posiblemente de la serie de historias jesuíticas que para el Noviciado de Madrid pintó el jesuita flamenco Ignacio Raeth.

Convento de Santa Rosalía de Sevilla (ver)

Hacia 1762, Espinal ejecutó las pinturas murales que recubren el presbiterio de la iglesia del convento de Santa Rosalía de Sevilla, donde, bajo el Padre Eterno, aparecen diversos santos. También en este convento son de Espinal las dos representaciones murales con escenas de la vida de santa Clara que aparecen en los muros laterales de dicho presbiterio.

Convento de Nuestra Señora de la Asunción de Sevilla

Una curiosa composición de interesante contenido iconográfico fue pintada por Espinal en 1765 para el convento de Nuestra Señora de la Asunción de Sevilla; representa esta pintura a “La divina providencia”, obra de notable riqueza iconográfica. 

Hermandad de San Onofre de Sevilla

Hacia 1760, deben de ser la representación de “La Virgen del Carmen”que pertenece a la Hermandad de San Onofre de Sevilla, y “La Virgen de la Merced”que se conserva en una colección particular madrileña.