RUTAS POR SEVILLA: Ruta Flamenca
Enrique Jiménez Mendoza "Enrique el Cojo".
Dibujo de Miguel Alcalá (Museo del baile flamenco). (CC
BY 3.0)
Enrique Jiménez Mendoza,
más conocido por Enrique el Cojo nació en Cáceres, el 31 de marzo de 1912. Hijo
de Enrique Jiménez Ávalos y de Julia Mendoza Espino, tenía dos hermanas.
Es larga la lista de bailaores
cojos que ha dado la Historia del flamenco, una singular pléyade que asombra
por su afán de superación y por el valor de sus aportaciones, así como por el
irresistible carisma de algunos de ellos.
En este sentido, Enrique Jiménez
Mendoza es quizá la persona con discapacidad física que ha llegado no sólo a
figura, sino a maestro del baile, demostrando claramente que la discapacidad física no es un freno para el arte.
Su familia se trasladó a vivir a Sevilla cuando
Enrique tenía tres años y a los ocho años sufrió un tumor en la pierna
izquierda que no terminó de sanar, dejándole como secuela una cojera
permanente.
Su madre le aplicaba un
ungüento conocido como el purgante de la calle Relator, por venderse en una
botica de esa calle Sevillana. Poco a poco sanó la calentura, pero su cuerpo
quedó contrahecho y en sus andares permaneció la cojera.
Intentó ganarse la vida como enfermero y fotógrafo, pero
desde muy temprana edad había sentido la llamada del flamenco, a pesar de que
su padre, empleado en una cervecería de la calle Sierpes, se negaba a respaldar
esta vocación por considerarla de baja categoría.
Así comentaba: "Cuando
yo tenía seis o siete años bailaba mucho con una chiquilla que se llamaba Angelita
la de la Escalera Ancha”
Se formó con Frasquillo y Pericet, pero con
un estilo propio y un fuerte toque
autodidacta lejos del academicismo. Para él, “El
baile sale de lo profundo de uno, y da lo mismo donde se exprese, porque su
expresión es válida siempre que uno la deje brotar”.
Enrique el cojo en una de sus actuaciones. (CC BY 3.0)
En 1925 ganó un concurso celebrado en el salón
sevillano Zapico (ver), cuyo premio consistía en un reloj de pulsera, donado
por el guitarrista, cantaor y escritor “Fernando el de Triana”. Este éxito constituyó su revelación artística.
Fue contratado para bailar en Salón Kursaal (ver),
alternó con grandes figuras, como “La
Macarrona” y “La
Pompi” y estuvo muy ligado a el tablao “El Guajiro”.
Su fama fue creciendo y comenzó a tener
propuestas de alumnos, por lo que compaginó
su presencia en los escenarios con la enseñanza.
Baile de Enrique “El Cojo”. (CC BY 3.0)
Así abrió su primera academia de baile en Sevilla
en la calle Peral (ver), y se trasladó
definitivamente a la calle Espíritu Santo (ver) donde
permaneció trabajando cincuenta y tres años, hasta su fallecimiento.
Durante más de
medio siglo formaría a algunas de las mayores figuras de su tiempo, desde Lola Flores a Cristina Hoyos, Merche
Esmeralda o Manuela Vargas, e incluso a alguna alumna ilustre,
como la Duquesa
de Alba.
Bailando con la Duquesa de Alba. (CC BY 3.0)
Bailó en Estoril para los Condes de Barcelona porque era requerido por
aristócratas y señoritos de manera constante, lo que reforzó con anécdotas una
vida que ya era rica en situaciones pintorescas y respuestas castizas.
Participó en la película “La
Carmen” (1976) del cineasta gaditano Julio
Diamante, protagonizada por Sara
Lezana y con banda sonora de Manolo
Sanlúcar.
También
trabajó bajo las órdenes del gran director italiano Francesco Rosi en una adaptación
del mito de la cigarrera, en la película “Carmen” (1984), compartiendo reparto
con Plácido Domingo y Ruggero Raimondi, que estuvo nominada a
los “Globos de Oro”.
Mito y memoria de los bailaores cojos. (CC BY 3.0)
Recibió multitud de
galardones a lo largo de su carrera: el Premio a la Enseñanza, la Medalla
de Oro de las Bellas Artes, la Medalla del Trabajo y el Premio Puente de
Plata, entre otros.
Alfredo Relaño, respecto a
su estilo, señaló que destacaba en el “movimiento de los brazos, el
dominio con ellos del espacio, el dibujo de arabescos según un concepto
personal y artístico de la geometría”.
El autor teatral Alejandro
Casona dijo de él: “Sevilla tiene un duende con ángel y un cojo con duende”.
Jose
Luis Ortiz Nuevo le dedicó un libro titulado “De
las danzas y andanzas de Enrique el Cojo: según la memoria del maestro”, en que evocaba a un hombre que
"no era un 'esaborío'" pero que cuando terminaba de bailar se iba a
su casa sin escuchar los requerimientos de los otros artistas para prorrogar la
fiesta, del que destacamos algunas frases:
“La
silueta, los brazos, la intención, la gracia, el desparpajo y la desvergüenza
están ahí”.
"No
debe ser considerado como una anécdota en la historia del baile flamenco".
“Sólo
por su dimensión humana se le debería conocer como artista".
"No
se puede decir que hay una escuela sevillana de baile por el braceo y por lo
femenino, cuando todo eso era Enrique El Cojo",
"Era
todo lo contrario del maestro Otero, que tapaba las procacidades del tango para
que no se vieran".
"Fue
un rebelde, un revolucionario con canon, y eso está en sus brazos y en ese
movimiento de las manos".
Enrique
El Cojo, además de serlo, era sordo, calvo, feo, gordo y bajito, pero cuando se
ponía a bailar hacía invisibles a sus compañeras de baile, por lo general
jóvenes bellísimas, espigadas y elegantes, de ahí que algún crítico describiera
como "un fabricante de milagros" al maestro sevillano.
Cristina
Hoyos, una de sus grandes alumnas, recuerda que “Curiosamente,
el hombre cuya cojera nunca supuso una limitación, ni mucho menos un complejo,
padeció por su homosexualidad, que acaso le pareció un estigma social demasiado
difícil de asumir. "Cuando salía a
bailar se transformaba, era impresionante; zapateaba a su manera, con el pie
cojo; en el fondo se creía una mujer y bailaba de una forma maravillosa".
Hoyos ha recordado, igualmente, la desbordante creatividad de Enrique, y
aquella vez que les hizo una coreografía para estrenar en Nueva York y tuvo la
ocurrencia de que las bailaoras salieran cubriéndose la cabeza con la falda
negra del vestido, como las antiguas "cobijadas" de Vejer de la Frontera
(cuya vestimenta heredada de los moriscos las cubría por completo para
protegerse del sol y el viento).
Murió en Sevilla, 29 de marzo de 1985, y está enterrado
en el Cementerio de San Fernando de Sevilla (ver).
En 1985, a propuesta de la Asociación de
Comerciantes Feria-Regina, se rotuló en su nombre una barreduela de la calle Espíritu
Santo (ver) donde tenía su academia
en la casa núm. 26 A.
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