RUTAS POR SEVILLA: Ruta Flamenca
Manuel Centeno.
La historia del
flamenco y la tauromaquia ha corrido muchas veces en paralelo durante los
últimos dos siglos. No resulta extraño encontrar sagas familiares en las que se
alternan toreros, banderilleros, cantaores, bailaores y guitarristas. En esa
tradición se inscriben linajes célebres como el de los Ortega, donde
convivieron la gloria taurina de Joselito “El Gallo” y el genio cantaor de
Manolo Caracol.
En ese cruce de
caminos aparece la figura de Manuel Jiménez Centeno,
conocido artísticamente como Manuel Centeno, nacido en el
sevillano barrio de la Puerta de la Carne el 11 de octubre de 1885. Era
sobrino del torero José Centeno, lo que marcó su
primera inclinación hacia el mundo de los ruedos.
Manuel
con su tío el matador José Centeno. (ver) (CC BY 3.0)
De joven
trabajó como aprendiz de taponero en una de las muchas fábricas de corcho que
florecían en la Sevilla de finales del XIX, oficio humilde que abandonó pronto
para seguir la tradición familiar. Su debut como banderillero tuvo lugar en
Sevilla el 7 de
octubre de 1907, con
apenas veintidós años, integrado en la cuadrilla de su tío José. Con él viajó a
México, donde permaneció una temporada. Llegó incluso a probar fortuna como
novillero, aunque sin demasiado éxito: toreó seis novilladas y sufrió dos
graves cornadas que precipitaron su retirada en 1910.
Fue
entonces cuando se refugió en el cante. Al principio lo hizo sin excesiva
fortuna, cantando en reuniones privadas, fiestas y modestos espectáculos.
Centeno carecía de esa hondura y pellizco que distingue a los grandes, y era
consciente de ello hasta el punto de autodefinirse en su tarjeta de visita con
ironía: “Manuel Centeno, cantaor fino sin duende”.
Aprendió sobre todo escuchando cilindros de fonógrafo, lo que explica en parte
su estilo pulcro, pero algo carente de espontaneidad.
Sin embargo, el
destino le tenía reservado un lugar especial en la historia del flamenco. El
flamencólogo Hipólito Rossy
relata un episodio decisivo: un Domingo de
Resurrección de 1919, desde un balcón sevillano, Centeno entonó
una saeta por seguiriyas que sobrecogió al público.
Aquel momento marcó un antes y un después, pues muchos consideran que allí
nació la saeta moderna, desgajada de los tonos más populares y acercada al
cante jondo.
A partir
de entonces su carrera cambió radicalmente. Desde 1922 se convirtió en el saetero más célebre de
Sevilla y su provincia, reclamado cada Semana Santa. En 1923 ya
compartía cartel en plazas de toros con figuras como Don Antonio Chacón, Manuel Torre, El Gloria o
el joven Manolo Caracol. Su éxito le permitió girar por gran
parte de España, integrándose en compañías flamencas de renombre y participando
en obras de teatro musical como La
copla andaluza, Los Chatos, La mala uva, Fiesta andaluza o Herencia
de arte.
La gran
oportunidad le llegó en 1926, cuando obtuvo el Trofeo Pavón
al imponerse en concurso a rivales de la talla de Manuel Escacena, José Cepero,
El Cojo de Málaga, El Niño de las Marianas y el propio Manuel Vallejo,
arrebatándole la victoria con una impresionante saeta por martinetes. Desde
entonces fue proclamado como “el rey de la saeta”, en pleno
auge de la llamada ópera flamenca.
En esos años
también grabó sus primeros discos, ampliando su repertorio con cantes de
levante y malagueñas, que
aprendió con dedicación y rigor, además de los estilos que ya cultivaba. Aunque
su fama siempre estuvo más ligada a la saeta, supo dejar huella en estos otros
palos.
Su vida
artística se prolongó durante décadas, siempre con altibajos pero manteniendo
un nombre respetado en el circuito flamenco. El 12
de agosto de 1961, mientras actuaba en el espectáculo “Así canta Andalucía” de Pepe Marchena, en el Cinema Mery de
La Unión (Murcia), se sintió
indispuesto y fue trasladado a un hospital de Cartagena, donde falleció.
El propio Pepe Marchena costeó los gastos del sepelio, con
la intención de trasladar el cuerpo a Sevilla. Pero la segunda esposa de
Centeno, Josefa Pacheco, pidió que el dinero se le enviara
a ella para sostener a su familia. Marchena accedió, y finalmente Manuel
Centeno quedó enterrado en tierras murcianas, lejos de la Sevilla que lo vio
nacer y donde tantas saetas le habían dado gloria.
Manuel
Centeno dejó una escuela propia en la interpretación de la saeta, pasando a la
historia del flamenco como uno de sus más grandes maestros y siendo considerado
su fundador.
José Blas Vega y Fernando Quiñones, en Toros y
Flamenco, destacan así su personalidad artística: “Centeno, cuyo
renombre de cantaor llega hasta nuestros días, ya cantaba desde sus tiempos
toreros. Se sentía orgulloso de ambas dedicaciones y contó en su tiempo como
uno de los estilistas flamencos más valorados y requeridos, llegando a
llamársele emperador de la saeta, aunque dominó otros muchos estilos”.
Su legado lo
consagra como creador de una forma propia de cantar la saeta y como uno de los
saeteros más reconocidos y admirados de todos los tiempos.
Azulejo situado en el lateral de la puerta de la Iglesia de san Antonio Abad de la calle Silencio “Silencio pueblo cristiano”. Saeta de Manuel Centeno