RUTAS POR SEVILLA: Vírgenes
Inmaculada Virgen del Alma Mía (hermandad del Silencio).
La imagen de la
Inmaculada, popularmente venerada como “Virgen del Alma Mía”,
pertenece a la Hermandad
del Silencio de Sevilla. Su
nombre proviene del profundo amor y devoción que los fieles le profesan,
expresado en la entrañable invocación “Virgen del alma mía”. Aunque las
representaciones de la Inmaculada son abundantes en Sevilla, esta advocación es
propia y característica de dicha cofradía.
La
imagen se venera en el lado de la
Epístola de la iglesia de San Antonio Abad, sede de la
Hermandad, en un retablo de la primera mitad del
siglo XVIII. La Virgen se alza sobre una peana de plata que perteneció a la Virgen del Rosario de
la desaparecida Parroquia de San Miguel (ver),
cerrada al culto por la Junta Revolucionaria Municipal el 28 de octubre de 1869, para su posterior
demolición. En el mismo cuerpo del retablo figuran las tallas de San Joaquín y Santa Ana, mientras que en el ático
se representan las imágenes de San Miguel,
Santa Bárbara y San Rafael.
Retablo de la Inmaculada “Virgen del Alma Mía”
Detalle de la peana
La
escultura fue encargada por los frailes del
convento franciscano de San Diego de Alcalá, situado
antiguamente en el actual Prado de San
Sebastián. Tras la Desamortización
de Mendizábal (1836) y la disolución de la comunidad, la imagen
fue donada a la Hermandad del Silencio.
Se trata de una
talla de madera para vestir,
que presenta las manos
unidas por las puntas de los dedos, en actitud devota. Es obra
del escultor Hernando
Gilmann, artista flamenco avecindado en Sevilla. Esta pieza
constituye la efigie
de bulto redondo más antigua de la ciudad que representa la Inmaculada Concepción,
ejerciendo una notable influencia iconográfica en
obras posteriores de artistas como Murillo y Martínez Montañés.
Ante ella se desarrolló, a comienzos del siglo XVII, el glorioso
movimiento concepcionista sevillano, que tanto marcó la
espiritualidad de la época.
Inmaculada “Virgen del Alma Mía”
Detalle de la Inmaculada con las manos unidas por la
punta de los dedos
Detalle del rostro
Detalle del rostro
Según
recogen los Anales de la Archicofradía,
en el año 1615 la imagen fue bendecida por el cardenal don Pedro de Castro y Cabeza de Vaca en
el propio taller del escultor. Fue entonces “primorosamente vestida y alhajada
por una vecina del maestro, que se ofreció a servir como camarera”. Poco
después de la ceremonia, el hijo de seis años de aquella mujer sufrió una
aparatosa caída desde el piso superior al patio, ante la mirada horrorizada del
propio Gilmann. En un grito de dolor y esperanza, el escultor exclamó: “¡Sálvalo,
Concepción del alma mía!” El niño fue
hallado ileso. Días más tarde, una hija del escultor enfermó gravemente, y tras
encomendarla de nuevo a la Virgen, sanó milagrosamente. El pueblo, maravillado
por estos prodigios, comenzó a llamar a la imagen “Virgen
del Alma Mía”.
Así, la
expresión “Virgen del alma mía” encierra una de las formas más hondas del
sentir mariano en la tradición hispánica. No es solo una invocación, sino una declaración de pertenencia
espiritual: decir “Virgen
del alma mía” equivale a reconocer a María como parte íntima del propio ser,
como aquella que acompaña al creyente en su interior más profundo.
Frecuente en la poesía
popular, en saetas, coplas o rezos antiguos, esta fórmula
refleja la fusión entre fe y sentimiento que
caracteriza la religiosidad de los pueblos de habla española: una devoción que
no se conforma con la distancia del culto, sino que busca la cercanía filial,
la confidencia del alma con su
Madre celestial.