domingo, 5 de octubre de 2025

RUTAS POR SEVILLA: Vírgenes

Inmaculada Virgen del Alma Mía (hermandad del Silencio).

La imagen de la Inmaculada, popularmente venerada como “Virgen del Alma Mía”, pertenece a la Hermandad del Silencio de Sevilla. Su nombre proviene del profundo amor y devoción que los fieles le profesan, expresado en la entrañable invocación “Virgen del alma mía”. Aunque las representaciones de la Inmaculada son abundantes en Sevilla, esta advocación es propia y característica de dicha cofradía.

La imagen se venera en el lado de la Epístola de la iglesia de San Antonio Abad, sede de la Hermandad, en un retablo de la primera mitad del siglo XVIII. La Virgen se alza sobre una peana de plata que perteneció a la Virgen del Rosario de la desaparecida Parroquia de San Miguel (ver), cerrada al culto por la Junta Revolucionaria Municipal el 28 de octubre de 1869, para su posterior demolición. En el mismo cuerpo del retablo figuran las tallas de San Joaquín y Santa Ana, mientras que en el ático se representan las imágenes de San Miguel, Santa Bárbara y San Rafael.

Retablo de la Inmaculada “Virgen del Alma Mía”

Detalle de la peana

 

La escultura fue encargada por los frailes del convento franciscano de San Diego de Alcalá, situado antiguamente en el actual Prado de San Sebastián. Tras la Desamortización de Mendizábal (1836) y la disolución de la comunidad, la imagen fue donada a la Hermandad del Silencio.

Se trata de una talla de madera para vestir, que presenta las manos unidas por las puntas de los dedos, en actitud devota. Es obra del escultor Hernando Gilmann, artista flamenco avecindado en Sevilla. Esta pieza constituye la efigie de bulto redondo más antigua de la ciudad que representa la Inmaculada Concepción, ejerciendo una notable influencia iconográfica en obras posteriores de artistas como Murillo y Martínez Montañés.
Ante ella se desarrolló, a comienzos del siglo XVII, el glorioso movimiento concepcionista sevillano, que tanto marcó la espiritualidad de la época.

Inmaculada “Virgen del Alma Mía”

Detalle de la Inmaculada con las manos unidas por la punta de los dedos

Detalle del rostro

Detalle del rostro


Según recogen los Anales de la Archicofradía, en el año 1615 la imagen fue bendecida por el cardenal don Pedro de Castro y Cabeza de Vaca en el propio taller del escultor. Fue entonces “primorosamente vestida y alhajada por una vecina del maestro, que se ofreció a servir como camarera”. Poco después de la ceremonia, el hijo de seis años de aquella mujer sufrió una aparatosa caída desde el piso superior al patio, ante la mirada horrorizada del propio Gilmann. En un grito de dolor y esperanza, el escultor exclamó: “¡Sálvalo, Concepción del alma mía!” El niño fue hallado ileso. Días más tarde, una hija del escultor enfermó gravemente, y tras encomendarla de nuevo a la Virgen, sanó milagrosamente. El pueblo, maravillado por estos prodigios, comenzó a llamar a la imagen “Virgen del Alma Mía”.

Así, la expresión “Virgen del alma mía” encierra una de las formas más hondas del sentir mariano en la tradición hispánica. No es solo una invocación, sino una declaración de pertenencia espiritual: decir “Virgen del alma mía” equivale a reconocer a María como parte íntima del propio ser, como aquella que acompaña al creyente en su interior más profundo.
Frecuente en la poesía popular, en saetas, coplas
o rezos antiguos, esta fórmula refleja la fusión entre fe y sentimiento que caracteriza la religiosidad de los pueblos de habla española: una devoción que no se conforma con la distancia del culto, sino que busca la cercanía filial, la confidencia del alma con su Madre celestial.