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Orden Hospitalaria de san Antonio Abad o "Antoninos".
La Congregación
de los Hermanos Hospitalarios de San Antonio, conocidos comúnmente como “antonianos”, tuvo su origen hacia el
año 1095 en el Delfinado, dentro
del entonces Reino de Arlés,
integrado en el Sacro Imperio Romano Germánico. Su fundador fue Gastón de Valloire, un noble de la
región, quien junto con su hijo Girondo
estableció la comunidad en gratitud por la curación milagrosa de este último.
Girondo había padecido la terrible enfermedad conocida como “Fuego de San Antón”, una forma de
ergotismo causada por el consumo de pan elaborado con centeno contaminado con
cornezuelo. Según la tradición, sanó gracias a la intercesión y a las reliquias
de san Antonio Abad, eremita
egipcio venerado como protector contra dicha dolencia.
Desde sus
comienzos, el carisma de la naciente comunidad se centró en atender a los enfermos y necesitados,
en particular a quienes sufrían de ergotismo, muy extendido en la Europa
medieval debido a las malas cosechas y a las deficientes condiciones de
alimentación e higiene.
El papa Urbano II confirmó la
congregación en 1095, y más tarde, en 1218, el papa Honorio III la sancionó
oficialmente como orden religiosa, permitiendo a sus miembros profesar los
votos de pobreza, obediencia y castidad.
En 1248, la comunidad adoptó la Regla de San Agustín,
pasando a constituirse en canónigos regulares,
es decir, clérigos que vivían en comunidad bajo una estricta observancia.
Finalmente, en 1298, el papa Bonifacio VIII
otorgó a los antonianos la plena condición de Orden
de Canónigos Regulares de San Agustín.
El hospital de La Motte-Saint-Didier
Los primeros antonianos establecieron un hospital
junto a la iglesia de San Antonio de La
Mota (actual Saint-Antoine-l’Abbaye,
en el departamento francés de Isère). En este lugar se conservaban las
reliquias del santo, custodiadas originalmente por monjes benedictinos de un
priorato. El hospital recibía peregrinos y enfermos atraídos por el prestigio
del santuario y la fama taumatúrgica de san Antonio.
No obstante, las tensiones con los benedictinos
derivaron en disputas que terminaron con la intervención papal: los monjes de
San Benito fueron trasladados a la abadía de Montmajour, mientras que la custodia de las reliquias y la
dirección del hospital quedaron en manos de los antonianos.
En este hospital primitivo, se cuidaba a los peregrinos
que visitaban el santuario de la Iglesia
de San Antonio y de los enfermos, particularmente de aquellos
afligidos por el Fuego de San Antón, que fue una enfermedad muy común en
la Edad Media, particularmente entre los pobres, por el consumo de
cereales contaminados con cornezuelo de centeno y la falta de higiene corporal.
Expansión y auge de la Orden
Gracias a su eficacia y prestigio, la congregación se
extendió rápidamente por toda Europa. Hacia el siglo XIII los antonianos ya
estaban presentes en Castilla y Navarra,
donde contaban con dos grandes encomiendas
generales que coordinaban las casas y hospitales de toda la península
ibérica. En su apogeo, durante los siglos XIV y XV, la Orden llegó a
administrar cerca de 370 hospitales y
encomiendas, con más de 10.000
religiosos. Además de atender a los enfermos de ergotismo, se ocuparon
también de los contagiados por la peste
negra, convirtiéndose en una institución de referencia en la asistencia
hospitalaria medieval.
Los antonianos gozaron de prestigio en la curia romana
y obtuvieron el privilegio de atender a los enfermos de la Casa Pontificia. Asimismo, algunos de
sus miembros destacaron como eruditos y
prelados.
Recursos y símbolos distintivos
El sustento económico de la Orden procedía en gran
medida de la crianza de cerdos,
animales que podían deambular libremente por calles y campos gracias a un
privilegio concedido a los antonianos. Estos cerdos se distinguían por la esquila o campanilla que llevaban al
cuello, lo que los hacía fácilmente reconocibles. La práctica despertó recelos
entre otras órdenes religiosas, que intentaron imitar el privilegio, provocando
frecuentes disputas legales.
También, el papa los había
autorizado a servirse de una campanilla para reunir a los transeúntes en las
plazas públicas o en las calles, y solicitar limosnas.
Los frailes vestían un hábito negro adornado en el pecho con la cruz tau de color azul, símbolo asociado a san Antonio y figura
que evocaba protección contra enfermedades. De esa cruz pendía, en ocasiones,
una campanilla (Antoniusglocklein), atributo vinculado a la lucha
espiritual contra las tentaciones. El inseparable compañero del santo y de la
Orden era el cerdo con esquila,
convertido en emblema popular de los antonianos.
San Antonio y sus devociones
La figura de san Antonio Abad fue adoptada como
patrono por múltiples oficios y corporaciones. Los cesteros lo veneraban por su relación con los eremitas de la
Tebaida que tejían canastos; los sepultureros
lo reconocían porque, según la tradición, dio sepultura a san Pablo ermitaño;
mientras que porquerizos, carniceros,
chacineros y fabricantes de cepillos lo tomaron como protector por el
vínculo con los cerdos. En distintas regiones de Europa adquirió otras
advocaciones: en Bretaña como
patrono de los alfareros, en Saint-Omer
de los curtidores y en Reims de
los arcabuceros.
Decadencia y supresión
La Reforma
protestante y, posteriormente, el descubrimiento de la verdadera causa
del ergotismo (la intoxicación por cornezuelo del centeno) redujeron
considerablemente la relevancia de la Orden. Al disminuir drásticamente la
enfermedad, también decayó su función asistencial y, con ello, sus rentas y
número de miembros.
En 1777,
el papa Pío VI unió canónicamente la Orden
de San Antonio a la Orden de Malta.
Diez años más tarde, mediante bula fechada el 24 de agosto de 1787, el mismo
pontífice decretó su supresión definitiva.
La Revolución francesa (1789) y la posterior secularización en el Sacro Imperio
(1803) acabaron con sus últimos monasterios. En España,
la disolución se produjo en 1791 a petición de Carlos
III, repartiéndose sus bienes entre hospitales, parroquias y
ayuntamientos, que debían continuar con la labor asistencial que habían
desarrollado los antonianos durante casi siete siglos.
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