Su obra
conserva la sobriedad clásica propia del Renacimiento, con la profundidad de la
escultura del Barroco.
Su estancia en
Sevilla lo convirtió en el máximo exponente de la escuela sevillana de
imaginería, en la que tuvo como discípulo predilecto al cordobés Juan de
Mesa.
Prácticamente
toda su obra fue de tema religioso, en el campo profano solo se conocen las
estatuas orantes de Alonso Pérez de Guzmán y su esposa María Alfonso
Coronel, realizadas para la capilla mayor del monasterio de San Isidoro del Campo
en Santiponce, y el busto del rey Felipe IV, que junto con el retrato ecuestre
de Velázquez debían servir de modelo para una estatua de Pietro de
Tacca.
Sus esculturas
de carácter religioso podían tener como fin, la participación en cortejos
procesionales, o podía ser la decoración interior de una iglesia, tanto en
forma individual como formando parte de un retablo.
Su modelo de
retablo es el dominante en el periodo manierista. En los retablos mayores suele
predominar la estructura de dos cuerpos, con tres calles. Las columnas son
sencillas y acanaladas, no llegando nunca a emplear la columna salomónica y los
capiteles de estilo corintio.
Aunque trabajó
la piedra y el marfil, su material preferido fue siempre la madera
policromada.
En la policromía, que siempre supervisaba, contó con la
colaboración de grandes pintores, entre los que destacan Francisco Pacheco,
Juan de Uceda y Baltazar Quintero, predominando la encarnación mate más
cercana al efecto neutral.
Colaboró en
1.598 con Miguel de Cervantes, por orden del capítulo catedralicio, cuando se
realizó el túmulo de Felipe II, con motivo de su defunción. En esta obra
intervinieron, además, una gran parte de artistas sevillanos. A Montañés se le
encargaron diecinueve esculturas de gran medida y a Cervantes un escrito para
leer delante del túmulo, un soneto titulado: “Al túmulo del rey Felipe
II”, en tono satírico, que fue muy comentado entre el círculo cultural de
Sevilla.
Alrededor de
1.620, se ha llamado “decenio crítico” del maestro, marcado por diversas
circunstancias personales como el largo trabajo desarrollado a lo largo de los
años y la muerte de su hermana y de varios de sus colaboradores y amigos más
directos como Juan de Oviedo y Juan de Mesa, así como algunos pleitos
profesionales que mantuvo en torno a la ejecución de sus trabajos. A pesar de
ello, fue una etapa plenamente productiva.
Tras estos
conceptos básicos, se puede realizar un recorrido por su conexión con Sevilla y
con su obra indicando las iglesias, conventos y museos sevillanos que tienen la
suerte de albergar alguna de sus creaciones.
En la Parroquia de San Lorenzo (ver), siendo hermano del Dulce
Nombre, diseñó el Altar Mayor.
Las esculturas y relieves del mismo fueron
realizados por Felipe y Francisco Dionisio de Rivas entre 1645 y 1652.
Altar Mayor de la Iglesia de san Lorenzo
Para
el Convento de Santa Clara, en 1.661, diseñó su retablo mayor, y
en los retablos laterales, la talla de la Inmaculada, los Santos Juanes y
San Francisco, San Juan Bautista.
En el Convento
de Santa Ana (ver), en el segundo cuerpo del retablo mayor, el
grupo de Santa Ana y la Virgen, obra de 1.627, y la imagen San Juan Bautista de
1604, situada en uno de sus muros.

Santa Ana y la Virgen niña

Retablo e imagen de san Juan Bautista
En
el Convento de San Leandro ,
en el muro de la Epístola, los retablos de san Juan Bautista y san Juan
Evangelista.
En el Museo de Bellas Artes, en la sala de Zurbarán, la talla de Santo
Domingo de Guzmán de 1605.
Pertenecía al retablo del convento de
Portaceli. En esta escultura el santo se encuentra en éxtasis contemplativo,
con la cruz sujeta en una mano, y es destacable su anatomía musculosa.

Santo Domingo de Guzmán Penitente
San Bruno, de 1636, proceden de la Cartuja.

San Bruno
En la Iglesia de San Antonio Abad, el Silencio, en la calle Alfonso XII, las imágenes
de San José y la Virgen sobre peanas, en los muros laterales de la capilla
Hospitalaria, de 1605.
En la Parroquia del Salvador, la imagen de Jesús de la Pasión, nazareno realizado en 1615, para el
convento de la Merced.
La imagen de San Cristóbal, de 1597, contratada para el gremio de los
guanteros. Es una pieza de gran tamaño, 2,2 metros de altura, sus
atléticas proporciones muestran una ya temprana tendencia al naturalismo, fue
concebida como imagen de carácter procesional y se conoce que salió en cortejos
de 1598.
Proske manifiesta que la escultura del Niño no corresponde al
maestro y que pudo ser ejecutada por algún ayudante.
Esta obra supone un
trabajo destacable de dibujo, modelado y composición, y en él se encuentran
profundas huellas de la influencia de Miguel Ángel de Buonarroti.
En el
altar de la Virgen de las Aguas, un Niño Jesús.
En la Iglesia
del Santo Ángel, en la calle Rioja, en la capilla sacramental, el
crucificado Cristo de los Desamparados de 1617 (ver). Es una copia del Cristo de los
Cálices, por lo que pudo ser una imagen encargada por los Carmelitas Descalzos.
En la Parroquia
de la Magdalena, en la hoy Plaza de la Magdalena, fue
enterrado en 1649, pero su tumba ha desaparecido.
En la actual iglesia se le
atribuye la imagen de San Pablo del altar mayor, habiendo sido hermano de la
Hermandad de la hermandad de la Quinta Angustia.
En la Capilla
del Museo, bajo el retablo de la Virgen del Rosario, hay
un pequeño Nazareno considerado el boceto de Jesús de la Pasión.
En la Capilla
de San Onofre, en la Plaza Nueva, en su muro izquierdo se
encuentra el retablo del titular, diseñado por el escultor en 1.604. Constituyó
su primer encargo para la arquitectura de un retablo.
En la Capilla
del Sagrario, en la Avenida de la Constitución, anexa a la
Catedral, en el muro derecho (capilla de la Inmaculada) se encuentra la imagen
del Niño Jesús de 1.606, encargado por la Cofradía del Santísimo Sacramento y
que creó un modelo repetido por todo el país.
Se realizaron numerosas réplicas
e imitaciones, construyéndose vaciados en plomo de varias de estas
representaciones para colmar la demanda existente en su día.
En la Catedral.
En
la Capilla de la Inmaculada, el retablo diseñado en 1629, está presidido por
una magnifica escultura que representa a la Inmaculada de 1.630, llamada la
Cieguecita, por aparecer con los ojos levemente cerrados.
La escultura se
caracteriza por la abundancia de ropajes y ladeamiento de cabeza y manos, el
policromado corresponde de nuevo a Pacheco, después de haber mantenido un
pleito profesional con Montañés por motivo de competencias profesionales.
En la Capilla
de San Andrés, en la zona sur del recinto,
el crucificado vivo Cristo de la Clemencia (ver), de 1603, constituye una
de las cumbres del arte del imaginero. Esta imagen es más conocida como Cristo
de los Cálices, por haber estado en la sacristía de ese nombre de la catedral.
El
encargo fue realizado por Mateo Vázquez de Leca, canónigo de la catedral y
arcediano de Carmona en 1602. El contrato fue muy detallado en lo relativo a la
figura del Crucificado, que debía realizarse así: "Ha de estar vivo antes
de haber expirado, con la cabeza inclinada sobre el lado derecho, mirando a
cualquier persona que estuviese orando al pie de él, como que está el mismo
Cristo hablándole y como quejándose de que aquello que padece es por él".
La policromía, de tono mate, fue realizada por Francisco Pacheco, con el que
trabajaría en diversas ocasiones. Esta obra tuvo su precedente en Cristo del
Auxilio de Lima, obra del propio año 1603.
En la Iglesia del Hospital de los Venerables, son atribuidas al autor las tallas de San Rafael y San
Miguel.
En el Convento
de San José, las Teresitas, en el barrio de Santa
Cruz, el retablo de la Adoración de los Pastores de 1.627 y la imagen de San
José con el niño.
En la Casa
Palacio de los Pinelos, sede de la Academia de Bellas Artes,
donde podemos ver su retrato.
En la Iglesia de san Ildefonso, en su capilla bautismal, el excelente relieve de las Dos Trinidades, de 1.609.
En la Iglesia
del Buen Suceso, calle Mercedes de Velilla, en el muro derecho
el conjunto Santa Ana y la Virgen de 1632.

Santa Ana con la Virgen Niña
En la Iglesia de la Anunciación, en la calle Laraña, en la parte inferior del retablo mayor las esculturas de San Ignacio y San Francisco de Borja, de 1.610 y 1.625.
La imagen de la Inmaculada Concepción de 1.630, brazo derecho del crucero.
En el Muro lateral derecho el retablo de San Juan Bautista de 1.620.
En la Parroquia de San Andrés, se le atribuye la imagen de la Inmaculada del altar mayor.
En la Iglesia de San Buenaventura, en la plaza Nueva, el relieve de la Estigmación de San Francisco, atribuido al escultor.
En el Convento de Santa Paula, en el muro izquierdo de su iglesia, cercano al presbiterio, el retablo de San Juan Evangelista, con imagen de 1637, muestra al santo en actitud de inspiración para la escritura del Apocalipsis.
En el Convento de Santa Isabel, el retablo del Juicio
final de 1611, actualmente cobija al Cristo de las Misericordias (ver).
En la Parroquia de San Julián, se le atribuye la
imagen de la Inmaculada.
En la Iglesia de San Hermenegildo, preside el altar mayor
la imagen del Santo, atribuida al escultor.
En la Capilla de la Virgen de la
Estrella, en la calle San
Jacinto, su titular es atribuida a este gran autor, aunque los expertos dicen
que es posterior.
En el Monasterio de San Isidoro del
Campo, en Santiponce, perteneciente
a la orden de los Jerónimos, en 1.609 comenzó la ejecución del que sería uno de
sus trabajos más destacado, el retablo de la iglesia.
En ella intervinieron
varios artistas ensambladores y escultores, casi con toda seguridad Juan de
Mesa y Francisco de Ocampo.
Destacan las esculturas de San Isidoro, y San
Jerónimo, que por contrato debía ser elaborada directamente por el maestro
sin ayuda de ninguno de sus colaboradores, y que se inspira en la figura
homónima de Pietro Torrigiano y Jerónimo Hernández. En los laterales
los Santos Juanes. En el presbiterio los sepulcros con las figuras de
Guzmán el Bueno y su esposa Dª María Alonso Coronel. El retablo barroco de la
capilla del Reservado está presidido por la Virgen con el Niño, Santa Ana y San
Joaquín.
En el museo de la Colegiata de Osuna, hay una imagen de San Francisco atribuida al maestro, procedente del desaparecido convento de Santa Clara.
En la Iglesia de San Miguel de Jerez, el retablo fue una obra accidentada que se
contrató en cuatro ocasiones.
Las obras se iniciaron en 1.601, concertadas con
Juan de Oviedo el Joven, Montañés y Gaspar de Águila, pero los trabajos
más importantes no empezaron hasta 1617, año en que Montañés asumió plenamente
la obra.
Las obras se prolongaron hasta 1.643 debido a la falta de recursos
financieros.
En el año 1.638 el proyecto también tuvo una variación
significativa, cuando se decidió la sustitución de los cuatro lienzos
pictóricos de las calles laterales por relieves escultóricos, ejecutados por
José de Arce, al igual que las estatuas de san Juan Bautista y san Juan
evangelista.
De este retablo destaca el relieve de la Batalla de los ángeles,
ejecutado en 1.641, siendo también de gran interés el relieve de la Ascensión y
las figuras de Santiago y una de san Juan evangelista, realizadas entre 1.630 y
1.638, y las figuras de san Pedro y san Pablo, ejecutadas en 1.633, y la
Transfiguración, terminada en 1.643.
El conjunto arquitectónico del retablo, con
sus dos alas laterales adelantadas y las esculturas en posición muy
sobresaliente, supone una obra atrevida y de efecto espectacular, que
constituye una de las más barrocas de Martínez Montañés.
Gracias al afán de expansionismo religioso, de entre
otros la Compañía de Jesús, en las colonias de América fueron rápidamente
conocidas las obras de Montañés, y hasta allí se enviaron decenas de ellas, así
ocurre con el Retablo de la Concepción de Lima, de 1.607, la hornacina principal
del retablo la dedica a un Crucificado. El modelo de retablo que crea para este
encargo le serviría para posteriores obras.