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Calle Gravina.
De la confluencia de Alfonso XII,
Antonio Salado y Puerta Real a la de san Pablo y Zaragoza. Está cruzada por Pedro
del Toro y Canalejas. Por la derecha desemboca en ella Aguiar, y por la
izquierda San Pedro Mártir.
Se llamó en lo antiguo Cantarranas. Con
esta denominación aparece ya en un documento municipal de 1408 y en sucesivos
padrones del s. XV. El origen de ese nombre es, sin embargo, incierto, si bien
muy indicativo del lugar. González de León (ver) lo atribuye al espacio pantanoso por
el que discurría la calle, un lugar lleno de ranas situado junto a la muralla
de poniente. Pero varios siglos antes Juan Mal Lara, en su Recibimiento que
hizo la muy noble y leal ciudad de Sevilla a la CR.M. del Rey Don Phelipe N.S.,
había escrito que la calle se llamaba así por unos caños y husillos que tiene
por donde se limpia la ciudad, llamados al parecer “cantarranas”.
El topónimo se mantuvo hasta la segunda
mitad del s. XIX, en que se sustituyó por el actual, en memoria del almirante
español Federico Carlos Gravina (1756-1806), muerto tras la batalla de Trafalgar.
Esa rotulación se decidió muy probablemente en 1868, pues aparece en la planimetría
de finales de siglo. No obstante, es posible que en un principio se mantuvieran
los dos topónimos: Cantarranas hasta el cruce con San Pedro Mártir, y Gravina
para el resto de la calle, hasta San Pablo. Así parece deducirse de un plano de
1870, aunque no hay otra documentación que lo confirme.
En 1935 se acordó ampliar el nombre a
Almirante Gravina, acuerdo que fue pronto revocado para volver de nuevo a la
simple formulación del apellido. Santiago Montoto la designa también con el
nombre de Comendador.
Es una calle larga y estrecha, que
discurre rectilínea hasta las proximidades de Pedro del Toro, donde empieza a
describir una ligera curva tura que vuelve a acentuarse a partir de San Pedro
Mártir.
Lo que en el pasado ha definido
urbanísticamente a esta vía ha sido el hecho de discurrir siguiendo la línea de
la muralla, paralela a ésta y entre las puertas Real y de Triana. Por eso
servía y sirve de apoyo a muchas de sus viviendas.
A juzgar por las numerosas alineaciones
que se suceden en el tiempo, y muy específicamente desde 1847 en adelante,
debía ser un espacio más estrecho y sinuoso de lo que hoy es.
No existían, además, ni la calle
Aguiar, abierta a raíz de la creación del mercado de la Puerta Real, ni la
parte final de Pedro del Toro, abierta según un proyecto de 1889. Si la línea
de muralla marcaba la fisonomía urbanística de Gravina, su ambiente estaba en
gran medida condicionado por la existencia en ella de uno de los más grandes
husillos de la ciudad, pues la calle, por su proximidad al río y a la muralla,
estaba siempre amenazada par las avenidas e incluso por las aguas de lluvias,
que formaban lagunas e infectaban el aire de malos olores.
Desde el s. XVI y hasta finales del XIX
se suceden las quejas y peticiones de los vecinos para que se proceda una y
otra vez a la limpieza del gran husillo, situado en las inmediaciones de la
Puerta de Triana. Y cada vez que la ciudad se inundaba con las crecidas del
río, esta calle era siempre de las más afectadas. En la de 1684 “el agua del
husillo de la Laguna llegaba hasta la mitad de la calle de la Mar y se juntaba
en el husillo de Cantarranas y llegaba cerca de la plaza de la Magdalena,
inundaba las calles de San Pedro Mártir y de Pedro del Toro, y se juntaba con
el husillo de la Puerta Real...” (Sec. 11, t 20, núm. 3).
Con frecuencia el Ayuntamiento ha de proveer
de lanchas a los vecinos, y son numerosísimas las informaciones de prensa que
todavía en la segunda mitad del XIX denuncian la insalubridad y malos olores de
las charcas y lagunas formadas en la calle. Ese mismo estado propició ya desde el
mismo s. XV continuas peticiones y proyectos de empedrado, que se suceden repetidamente.
La tipología de su caserío es variada,
aunque abundan las casas de principios de siglo, con patio, cancela, cierras a
la calle y tres plantas, al ternando con otras de escalera y varios edificios
de moderna construcción.
Cumple Gravina una función marcadamente residencial, aunque abundan los establecimientos hoteleros, como es frecuente en toda la zona próxima a la desaparecida estación de Plaza de Armas.
En Gravina tuvo probablemente su taller
el impresor del s. XVI Juan Pérez. A mediados del XIX poseía allí una escuela o
academia la Sociedad Económica de Amigos del País. Por los mismos años existió
un picadero en el que se celebraban bailes, carreras de cintas y corridas de
becerros. En 1871 tuvo su sede la Sociedad Francesa de Beneficencia de Sevilla,
fundada ese mismo año “para favorecer con los beneficios de la caridad a los
franceses” que se hallaban en la ciudad. Y en Gravina vivió un
“enigmático" ser del que habla, para nosotros misteriosamente, Álvarez- Benavides
en su Practico ... : “En la casa núm. 43 nació el 14 de enero del año 1821 un Hombre
notabilísimo por el gran cúmulo de adversidades y desgracias que siempre le
rodearon, sin embargo de su honradez y extraordinaria laboriosidad. De todos su
afane s, trabajos y desvelos, sacó por resultado lo que el negro del sermón"
(p. 118).
Del “barrio de Cantarranas” se hizo eco
Tirso de Malina en El burlador de Sevilla y convidado de piedra, con este
diálogo entre Don Juan y el marqués de la Mota:
"El barrio de Cantarranas,
¿tiene buena población?
Ranas las más de ellas son" .
(Diccionario
Histórico de las Calles de Sevilla)
Casa
numero 9
En esta casa vivió
Gertrudis Gómez de Avellaneda, escritora cubana, figura clave del Romanticismo
español.
Casa numero 9
Azulejo en memoria de Gertrudis Gómez de Avellaneda
Casa número 31
Es especialmente interesante la núm.
31, de dos plantas, con bella portada compuesta por pilastras toscanas y patio
con galerías en ambos pisos. En ella vivió y murió el erudito losé Gestoso (ver), y hoy tiene allí su sede la Compañía
de Electricidad del Condado.
Casa
numero 31
Azulejo en memoria de José Gestoso
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