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Plaza de la Legión.
Plaza de la Legión
Plaza de la Legión
Entre Marqués
de Paradas, Trastamara, Arjona, Torneo y puente del Cristo de la Expiración.
La amplia zona
sin urbanizar situada extramuros entre las puertas de Triana y Real y nombrada
por Ribera desde fines de la Edad Media, se conocía a lo largo del s. XIX como plaza
de Armas, Campo de Bailén, Campo de Paradas y Campo de Marte, por ser lugar
destinado a las maniobras y paradas del ejército; y también Perneo, por un
mercado de cerdos allí celebrado. Algún punto se llamó Muladar, en evidente
alusión a la insalubridad del sitio, lindante con el río y tal vez vertedero público.
En la década de
1860 todo este sector pasó a designarse plaza del Asistente Arjona, en homenaje
a José Manuel de Arjona (1781-1850), impulsor de importantes reformas urbanísticas
de la ciudad.
En 1868, tras
la revolución liberal, se rotuló como plaza de los Mártires de la Libertad, “en
memoria de los héroes inmolados en este sitio por su amor a la patria” (Sec.
10, 2-X-1868), pues allí tenían lugar las ejecuciones de reos civiles y
políticos en esa época.
En 1880 el
frente meridional de la plaza recibió el nombre de París, “como tributo al
noble desprendimiento y vivo interés demostrado por la capital de Francia con motivo
de la terrible inundación de las provincias de Levante”.
En 1898 ese
nombre se sustituye a su vez por el de Conde de Xiquena, en memoria de José Álvarez
de Toledo, ministro de Fomento e impulsor del ferrocarril a Sevilla. El
topónimo Paris no perdió su uso, pues vuelve a encontrarse en planos y
documentos de principios del XX y tiene oficialidad en 1936, cuando el
Ayuntamiento acuerda sustituirlo (sin mención alguna al de Conde de Xiquena)
por el de la Legión, en homenaje a este cuerpo del ejército.
A pesar de esta
variedad de nombres, el topónimo dominante en el uso popular ha sido y es el de
plaza de Armas, empleado también de modo oficial por la compañía Renfe para
designar la estación que en un principio se conoció como de Madrid-Zaragoza-Alicante,
por la compañía propietaria de la misma, y más popularmente estación de
Córdoba, que es como ordinariamente la conocían los sevillanos.
La
configuración dual de la plaza de la Legión es resultado de un largo proceso de
urbanización y progresiva construcción de edificios que a lo largo de la
segunda mitad del siglo XIX fue reduciendo considerablemente el primitivo
espacio extramuros.
Su trazado
empieza a planearse a comienzos de la década de los 50, en función de la proyectada
estación de ferrocarril, y se consolida a partir de la gran operación urbanística
diseñada en 1859 por el arquitecto Balbino Marrón. En su proyecto quedaba una
plaza mucho más amplia de lo que es hoy, de forma rectangular, situada entre la
actual Sánchez Arcaíztegui y las tapias de la estación.
A lo largo de
los años 70 y 80 los terrenos se revalorizaron notablemente, tal vez por el
propio interés municipal de extraer importantes rendimientos económicos. De ahí
que fuesen loteados y se trazasen seis manzanas entre esta plaza y Reyes
Católicos, atravesadas por Trastamara, que se prolongó entonces hasta la
mencionada calle Paris, frontera a la puerta principal de la estación.
Fue, pues, en
los últimos años del XIX cuando la plaza empieza a configurarse con sus
dimensiones actuales, como espacio en ángulo recto que se ensancha en la confluencia
con Marqués de Paradas y que en los primeros años del XX estaba todavía
arbolada. Su flanco oeste quedó también transformado en la década de 1950, tras
el aterramiento del río en la zona de Chapina, hasta entonces unida a la plaza
por la llamada Pasadera del Agua, que permitía también el tránsito de peatones.
Toda su acera
derecha está ocupada por la estación, cuyo emplazamiento se aprobó en 1855,
aunque el primer edificio no entró en funcionamiento hasta 1858.
Estación
En la acera izquierda de la plaza de la
Legión dominan las casas de escalera de fines del XIX y principios del XX, de tres
plantas, algunas muy deterioradas y desocupadas en sus pisos altos, con los
bajos ocupados por bares, pequeños comercios de alimentación, pensiones,
garajes, ete., propiciados por el movimiento de la estación, que ha
condicionado siempre la funcionalidad de este espacio.
Detalle de la acera izquierda
Detalle de la acera izquierda
La llegada del ferrocarril cambió, en efecto,
el carácter tradicional del lugar, las maniobras militares pasaron a efectuarse
en el prado de Santa Justa, aunque en 1855 se registran todavía paradas de la
Milicia Nacional, y en la segunda mitad del siglo aún se fusilaba allí a los
reos.
En 1851 la prensa describe este espacio
como solitario y peligroso de noche, por los rateros, y de día por los
timadores que pululaban entre los desocupados. Había puestos de leña y
comestibles y se celebraban exposiciones de ganado.
Desde el establecimiento de la estación
creció de modo notable el movimiento de peatones y el tráfico rodado, con
paradas de coches de punto y más tarde de taxis. Ocasionalmente el lugar
protagonizó importantes concentraciones humanas con motivo de la partida o
llegada de grandes personajes.
La prensa se hace eco, por ejemplo, de
visitas regias (duque de Montpensier, Isabel II, príncipes de Prusia, Alfonso
XII. .. ), de la llegada de los restos de Joselito el Gallo, etc.
La literatura se ha hecho con frecuencia eco del carácter y vicisitudes de este lugar, al que cita Fernández y González en su novela Don Miguel de Mañara. Luis Montoto evoca los “enormes maderos apilados” para la construcción de la estación, maderos que venían por el río desde la Sierra de Segura; o los fusilamientos políticos en los años que precedieron a la Primera República, y el novelista Alfonso Grosso habla del establecimiento Los Gabrieles , "bodega y fonda de arrieros y comisionistas (Giralda 1), o reconstruye la llegada del rey Alfonso XII a una plaza de Armas “con sus humos, sus mendigos, sus prostitutas, sus civiles, sus rateros, sus puestos de orosuz y de altramuces, chumbos y artopías .....” (La buena muerte). (Diccionario Histórico de las calles de Sevilla).
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