RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas
San Juan Bosco.
Juan
Bosco, cuyo nombre de nacimiento fue Giovanni Melchiorre Bosco y conocido
popularmente como don Bosco, nació el 16 de agosto de 1815 en I Becchi, una
pequeña aldea perteneciente a Castelnuovo d’Asti, cerca de Turín, en Italia.
Su padre,
Francisco Bosco, viudo y vuelto a casar con Margarita Occhiena, falleció
prematuramente a los 33 años a causa de una pulmonía, cuando Juan apenas
contaba con dos años de edad. Esta pérdida marcó profundamente a la familia,
que desde entonces enfrentó no solo penurias económicas, sino también tensiones
en la convivencia familiar. En especial, Juan tuvo que soportar la hostilidad
de su medio hermano Antonio, quien sentía celos y resentimiento hacia él.
La vida
de don Bosco (1815-1888) transcurrió en plena época del llamado “Risorgimento”, el movimiento
político y social que condujo a la unificación de Italia, proceso que abarcó
desde 1815 hasta los primeros años del siglo XX. No fue sino hasta 1870, con la
proclamación definitiva del Reino de Italia, que don Bosco pasó a ser
oficialmente ciudadano italiano; antes de ello, había sido súbdito del Reino de
Piamonte-Cerdeña.
Durante gran
parte del siglo XIX, la península itálica estaba fragmentada en múltiples
estados, muchos de ellos gobernados por casas reales extranjeras, como los
Habsburgo y los Borbones. En contraste, el Reino de Piamonte-Cerdeña estaba
bajo el control de la Casa de Saboya, considerada una dinastía genuinamente
italiana. Esta legitimidad les permitió asumir el liderazgo del proceso
unificador y, eventualmente, el título de reyes de Italia.
Al mismo
tiempo, la Iglesia católica ejercía control político sobre una extensa franja
central del territorio italiano, conocida como los Estados Pontificios. Estos
fueron incorporados al nuevo Reino en 1870, junto con la ciudad de Roma,
reclamada por los nacionalistas como capital de la Italia unificada. Don Bosco
nació y creció en uno de los territorios clave de este proceso, bajo el
gobierno directo de los Saboya, lo que influyó no solo en su visión social,
sino también en su compromiso con la juventud en tiempos de grandes
transformaciones nacionales.
En la capital del Reino de Piamonte-Cerdeña, la Revolución Industrial comenzaba
a dejar sentir sus efectos. Las fábricas se multiplicaban y con ellas una nueva
clase obrera, sometida a extensas jornadas laborales que llegaban hasta las 14
horas diarias, a cambio de sueldos irrisorios que apenas alcanzaban las 30
liras por semestre. En este contexto de creciente desigualdad, las cárceles de
Turín también reflejaban el deterioro social: estaban sobrepobladas y en ellas
se recluía incluso a menores de apenas 12 años, quienes vivían en condiciones
de hacinamiento y abandono.
En 1825,
cuando tenía apenas nueve años, Juan Bosco tuvo un sueño que marcaría
profundamente el rumbo de su vida. Conocido más tarde como “el sueño de los nueve años”, él
mismo lo consideró el paradigma de su vocación: una visión profética que
anticipaba su misión como educador y guía de los niños y jóvenes más
necesitados.
Don Bosco
relató así aquella experiencia:
"Cuando
tenía nueve años, tuve un sueño que me acompañó durante toda mi vida. Me
parecía estar en un lugar cercano a mi casa, como un gran patio de escuela,
donde había muchos muchachos. Algunos de ellos hablaban con groserías, y yo,
indignado, me lancé sobre ellos con los puños. Entonces apareció un Personaje
que me detuvo y me dijo: ‘No con golpes, sino con bondad y mansedumbre
conquistarás a estos amigos’. Yo no entendía cómo podía pedirme algo así. Él
añadió: ‘Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres
veces al día. Pregunta mi nombre a mi Madre’.
En ese momento
apareció una Señora de porte majestuoso. El Personaje me llevó hacia ella y me
tomó de la mano. De repente, en lugar de los muchachos, vi animales salvajes:
perros, osos, lobos... La Señora me dijo: “Hazte humilde, fuerte y valiente, y
lo que ves que sucede con estos animales, tú lo harás con mis hijos”. Al mirar
de nuevo, los animales se habían transformado en mansos corderos. Asombrado, le
pedí a la Señora una explicación. Ella respondió: “A su debido tiempo lo
comprenderás todo”."
Este sueño, que
se repetiría en varias ocasiones a lo largo de su vida, fue una especie de mapa
simbólico de su futura labor educativa y espiritual. Aunque al principio ni
Juan ni su familia lograban entender completamente su significado, con el
tiempo reconoció en esas palabras la raíz de su método pedagógico. La frase “no
con puños, sino con amabilidad vencerás a estos muchachos” se convirtió en la
piedra angular de lo que luego sería su “sistema preventivo” (ver), fundamento de
la espiritualidad salesiana y de su obra entre la juventud marginada.
En
febrero de 1827, Juan Bosco, con tan solo doce años, se vio obligado a dejar su
hogar en I Becchi para buscar trabajo. Se trasladó a Moncucco, un pueblo
situado a unos ocho kilómetros de distancia, donde fue acogido por la familia
Moglia. Esta familia, dedicada a la agricultura y la ganadería, poseía cierta
prosperidad y cultivaba viñedos, campos de cereales y cuidaba de bueyes y
vacas.
Allí, Juan
trabajó como mozo de cuadra y peón rural, colaborando tanto en el campo como en
los establos. A pesar de la dureza de las labores, supo aprovechar cada momento
libre para estudiar y rezar, manteniendo vivo su anhelo de superación personal
y su profunda fe. Este periodo, aunque marcado por el sacrificio, contribuyó a
fortalecer su carácter y su determinación para alcanzar el camino al que sentía
estar llamado.
El 5 de
noviembre de 1829, Juan Bosco tuvo un encuentro decisivo con el sacerdote Juan
Melchor Calosso, un anciano de casi setenta años, quien quedó profundamente
impresionado al ver cómo el joven era capaz de memorizar y recitar con
precisión el sermón del día. Conmovido por su inteligencia y dedicación,
Calosso decidió apoyarlo en su formación académica.
Pocos días
después, el 9 de noviembre, Margarita Occhiena, madre de Juan, habló con el
sacerdote y acordaron que el muchacho comenzaría a estudiar gramática italiana
bajo su tutela. Durante las fiestas navideñas de ese mismo año, Juan inició
también el aprendizaje del latín. Su progreso fue notable: para la Pascua del
11 de abril de 1830 ya traducía textos latinos, y en septiembre, don Calosso le
ofreció vivir en su casa para facilitar su formación.
Sin embargo, la
vida de Juan dio un nuevo giro el 4 de noviembre de 1831, cuando se trasladó a
la ciudad de Chieri, ubicada a unos 12 kilómetros de Castelnuovo d’Asti, para
comenzar sus estudios secundarios. Para costear su educación, no dudó en
trabajar en múltiples oficios: fue sastre, camarero, mozo, carpintero, zapatero
y herrero. Estos trabajos no solo le permitieron mantenerse, sino que, con el
tiempo, se convertirían en habilidades valiosas para formar a los jóvenes que
más adelante estarían bajo su cuidado.
Además de sus
estudios, Juan se destacó en diversas actividades recreativas. Se convirtió en
un apasionado del teatro, la música y la prestidigitación, y supo canalizar su
liderazgo fundando un grupo juvenil llamado “La Sociedad de la
Alegría”, que promovía la amistad, el buen comportamiento y la vida
cristiana entre los jóvenes.
En su lecho de
muerte, don Calosso, profundamente agradecido por el afecto y la confianza de
Juan, le entregó una llave: era la del cajón donde guardaba 6.000 liras, suma
que insinuó dejarle como herencia. Sin embargo, con nobleza y sentido del
deber, Juan decidió devolver la llave a la familia del sacerdote, renunciando a
aquel dinero.
Gracias
a la orientación del padre José Cafasso y al apoyo del padre Cinzano, Juan
Bosco ingresó el 30 de octubre de 1835, a los veinte años de edad, en el
Seminario Diocesano de Turín, recientemente establecido en la ciudad de Chieri.
Allí cursó sus estudios de filosofía y teología, preparándose con fervor para
el sacerdocio.
Al concluir su
formación, eligió como modelo espiritual a san Francisco de Sales, cuya
amabilidad, dulzura y caridad pastoral inspirarían profundamente el estilo
educativo y apostólico de don Bosco. Esta elección no fue casual: el santo
obispo de Ginebra representaba para él la encarnación de una espiritualidad
cercana, afectuosa y profundamente humana, cualidades que marcarían el futuro
carisma salesiano.
Junto a él,
otras figuras influyeron en su visión pastoral y teológica. San Felipe Neri,
conocido como el apóstol de Roma y fundador de la Congregación del Oratorio, le
ofrecía un ejemplo de alegría cristiana y trato cercano con la juventud. Por
otro lado, san Alfonso María de Ligorio, fundador de los redentoristas, reforzó
en Juan Bosco la idea de una pastoral centrada en la misericordia, accesible al
pueblo y comprometida con las misiones populares.
Finalmente, el
5 de junio de 1841, cuando contaba 26 años, Juan Bosco fue ordenado sacerdote
por monseñor Franzoni, arzobispo de Turín, en la capilla privada del
arzobispado. Al día siguiente, celebró su primera misa en la iglesia de San
Francisco de Asís, en Turín, ante el altar dedicado al Ángel de la Guarda,
dando inicio así a una vida sacerdotal que marcaría profundamente la historia
de la Iglesia y de la juventud marginada de su tiempo.
Tras su
ordenación sacerdotal, Juan Bosco se trasladó a Turín, donde siguió el consejo
de su confesor, el padre José Cafasso, e ingresó al “Convitto Ecclesiastico”, un
instituto pastoral fundado por el mismo Cafasso, ubicado cerca de la iglesia de
San Francisco de Asís. Allí continuó su formación entre noviembre de 1841 y
octubre de 1844.
Este período de
estudios tenía como objetivo perfeccionar su preparación sacerdotal,
especialmente en áreas como la teología moral, la predicación y la dirección
pastoral. Pero más allá de la formación académica, el “Convitto” ofrecía una dimensión
práctica: los jóvenes sacerdotes colaboraban activamente en las obras
pastorales de la ciudad. Así, don Bosco comenzó a conocer de cerca la dura
realidad social de Turín, especialmente la situación de abandono, pobreza y
marginación que vivían muchos niños y adolescentes. Este contacto directo con
la juventud más necesitada sería decisivo en la configuración de su vocación
apostólica y en el origen de su misión salesiana.
A poco
de haber ingresado al Instituto Pastoral dirigido por el padre Cafasso, Juan
Bosco fue asignado a celebrar misa en la iglesia de San Francisco de Asís.
Allí, un episodio aparentemente trivial marcaría el inicio de su gran obra con
los jóvenes. Al llegar, presenció cómo el sacristán, José Comotti, reprendía
con dureza a un adolescente por no saber servir el altar. El muchacho, de
apenas dieciséis años, se llamaba Bartolomé Garelli.
Don Bosco
intervino de inmediato, alzando la voz para detener el castigo:
“¿Qué haces? ¿Por qué lo golpeas así? ¡Déjalo, se trata de un amigo mío!” exclamó,
asumiendo sin dudar la defensa del joven.
A solas, don
Bosco conversó con Garelli y descubrió que era huérfano, oriundo de Asti, sin
instrucción ni empleo fijo. Había intentado trabajar como albañil, pero su
falta de formación lo convertía en blanco de desconfianza. Él mismo confesó: “Como
no sé nada y casi no voy a la iglesia, nadie quiere contratarme”.
Ese encuentro
fue decisivo. Terminada la misa, don Bosco lo invitó a aprender catecismo,
iniciando así una relación que sería el germen de una gran obra educativa. Al
domingo siguiente, Garelli regresó acompañado de otros muchachos, y en pocas
semanas el número se multiplicó: para marzo del año siguiente, ya eran más de
ochenta los jóvenes que acudían a escuchar y aprender.
Inspirado por
el ejemplo de san Felipe Neri, quien había trabajado con los jóvenes en la Roma
del siglo XVI, el 8 de diciembre de 1844 don Bosco fundó su primer oratorio, al
que dio el nombre de san Francisco de Sales, en honor al santo que había
elegido como modelo de dulzura y caridad pastoral. Este oratorio, que más tarde
se establecería en Valdocco, se convertiría en el corazón de su misión
educativa y espiritual.
La
llamada “Casa Pinardi”, situada en el barrio de Valdocco, había tenido un
pasado cuestionable, pues se decía que había funcionado anteriormente como casa
de citas. Sin embargo, en 1846, don Bosco alquiló por tres años un antiguo
cobertizo anexo a la propiedad, con el fin de establecer allí un espacio fijo
para el Oratorio. Aquel lugar, aunque modesto, se convirtió en el punto de
partida de una obra que marcaría profundamente la historia de la educación
popular.
En 1851, don
Bosco logró adquirir toda la propiedad. A partir de entonces, comenzó a habilitar
habitaciones para alojar a muchachos sin hogar y acondicionó salas donde
pudieran aprender distintos oficios. Con el tiempo, Valdocco pasó a ser un
referente del naciente carisma salesiano, atrayendo a otras figuras clave en la
misión que acompañaron a don Bosco en sus inicios.
El 12 de abril
de 1846 se inauguró la primera capilla del Oratorio. Don Bosco la bendijo y la
consagró al culto, tras recibir la autorización del arzobispo para celebrar
misa, administrar los sacramentos y cumplir con las obligaciones pascuales. Con
el paso del tiempo, la cantidad de jóvenes que acudía al Oratorio,
especialmente los domingos, creció considerablemente.
Sin embargo, su
labor no fue bien vista por todos. El conde Camilo de Cavour, preocupado por la
posible influencia social y religiosa del Oratorio, temía que se tratara del
inicio de una contrarrevolución liderada por don Bosco, y buscó cerrar la obra.
Fue la intervención del rey Carlos Alberto lo que impidió la clausura,
permitiendo que el proyecto continuara.
Con el tiempo,
el Oratorio se convirtió en un verdadero hogar: no solo ofrecía alojamiento,
sino también formación humana, espiritual y profesional. A partir de 1853
comenzaron a funcionar talleres de zapatería, sastrería, carpintería, imprenta
y metalistería, que permitieron a cientos de jóvenes abandonar los duros
trabajos fabriles. Gracias a estas iniciativas, para 1869 ya se contaban 375
internos, y más de 800 muchachos habían pasado por la residencia desde 1854.
El
Oratorio de don Bosco rápidamente alcanzó un reconocido prestigio entre las
autoridades civiles, gracias a su compromiso con la promoción social de jóvenes
en situación de vulnerabilidad. Este enfoque integral, que combinaba educación,
formación profesional y acompañamiento espiritual, despertó el interés y la
confianza de quienes velaban por el bienestar de la comunidad.
A su vez, el
Oratorio se convirtió en un verdadero refugio para la Iglesia, un espacio donde
numerosos seminaristas diocesanos y miembros de congregaciones religiosas
fueron enviados para completar su formación sacerdotal bajo la guía de don
Bosco. Fruto de esta labor, en 1861, treinta y cuatro jóvenes formados en este
entorno fueron ordenados sacerdotes para servir en la arquidiócesis de Turín.
Tras una
enfermedad y un tiempo de reposo en su pueblo natal, don Bosco regresó a Turín
el 3 de noviembre de 1846, acompañado de su madre, Margarita Occhiena, una
mujer de 58 años dispuesta a apoyar decididamente la misión de su hijo. Su
presencia marcó profundamente la vida del Oratorio.
Margarita Occhiena, madre de don Bosco.(ver)
(CC BY 3.0)
Mujer
sencilla, de fe profunda y carácter firme, Margarita asumió con generosidad el
cuidado de los jóvenes que don Bosco acogía, muchos de ellos huérfanos o en
extrema pobreza. Pronto, los muchachos comenzaron a llamarla afectuosamente
“Mamá Margarita”, nombre con el que ha pasado a la memoria de la Familia
Salesiana.
Durante
una década, fue el corazón maternal del Oratorio, entregándose con abnegación a
la atención de los jóvenes y acompañando el crecimiento de la obra salesiana.
Falleció el 25 de noviembre de 1856, dejando una huella imborrable en quienes
la conocieron.
En 1854,
don Bosco dio inicio a la fundación de la Sociedad de San Francisco de Sales, más
conocida como la Congregación Salesiana, con el objetivo de garantizar la continuidad y
solidez de su obra educativa y pastoral, dotándola de una estructura que no
generara fricciones con la sociedad civil. Desde sus orígenes, el proyecto tuvo
características innovadoras que reflejaban el estilo práctico y pedagógico de
su fundador.
A diferencia de
otras congregaciones religiosas de la época, don Bosco optó por un lenguaje
sencillo y accesible. A los laicos consagrados no los llamó “fray” ni “hermano”,
sino simplemente “señor”, y evitó imponerles un hábito distintivo. Del mismo
modo, renunció a los títulos tradicionales de la jerarquía religiosa, como
prior, provincial o superior general, y los reemplazó por términos más cercanos
al mundo civil: director, inspector y rector mayor. Asimismo, en vez de hablar
de conventos o provincias, empleó las palabras casas e inspectorías,
reafirmando su enfoque práctico y moderno.
El 25 de marzo
de 1855, Miguel Rúa fue el primero en emitir sus votos religiosos en esta
naciente comunidad, seguido poco a poco por otros jóvenes comprometidos con la
misión salesiana. Para el 9 de diciembre de 1856, don Bosco ya hablaba
abiertamente de su Congregación, que recibiría la aprobación oficial del Papa
Pío IX en 1858.
Para el 14 de mayo de 1862 don Bosco
recibió los votos de 22 jóvenes entre los cuales dos lo hacían como coadjutores,
la manera en la que don Bosco llamó a los laicos consagrados salesianos.
La
expansión de la obra salesiana comenzó con la apertura de nuevas casas dentro
del territorio del Piamonte. En 1864 se fundó la casa de Lanzo, seguida por las
de Cherasco y Alassio en 1869, Valsalice en 1872 y Vallecrosia en 1875. Estas
fundaciones respondían a la creciente demanda de educación y formación
cristiana para la juventud, y consolidaban el modelo pedagógico y pastoral
impulsado por don Bosco.
El primer paso
hacia la internacionalización de la Congregación tuvo lugar en 1875, cuando los
salesianos llegaron a Francia y establecieron su primera presencia fuera de
Italia, con una casa en Niza. Posteriormente, se abrieron nuevas obras en
Marsella (1878) y París (1884), lo que marcó el inicio de una expansión que no
se detendría.
El crecimiento
de la Congregación fue notable: en enero de 1863 contaba con 39 miembros; para
1865 ya eran 80; en 1874, la cifra ascendía a 320; y al momento de la muerte de
don Bosco, en 1888, la familia salesiana sumaba 768 religiosos comprometidos
con su misión.
Inspirado
por un sueño en el que la Virgen María le pedía extender su labor también a las
jóvenes, don Bosco vio una oportunidad concreta para hacerlo realidad al
conocer al padre Domingo Pestarino. Este sacerdote le habló de María Dominga
Mazzarello, una joven de la parroquia de Mornese, en Alessandria, reconocida
por su profunda fe y su dedicación a las muchachas más vulnerables.
El 8 de octubre
de 1864, don Bosco se reunió por primera vez con María Mazzarello en Mornese.
Aquel encuentro marcó el inicio de una nueva etapa en su misión educativa.
Fruto de ese diálogo y del deseo compartido de ofrecer una formación integral
también a las jóvenes, nació el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora,
conocido como las salesianas, que asumió el carisma de don Bosco y lo adaptó a
la realidad femenina.
Precisamente, La
primera expedición misionera parte para Argentina en el año 1875 y está formada
por salesianos e Hijas de María Auxiliadora. En este mismo año nacen los
Cooperadores, considerados por don Bosco como “Salesianos Externos”.
Extenuado y
casi ciego, don Bosco fue por última vez a Roma en 1887 para la consagración
del santuario erigido en honor del Sagrado Corazón de Jesús en el barrio de
Castro Petrorio y falleció el día 31 de enero de 1888 en su
habitación del Oratorio de Valdocco. Tenía 72 años, 5 meses y 14 días de edad.
Su
cuerpo permaneció en la Basílica de María Auxiliadora y después fue
sepultado el 6 de febrero en la casa salesiana de Valsalice, pero sus
restos serían posteriormente trasladados a la Basílica en donde permanecen en
la actualidad.
Pío XI lo beatificó en 1929 y lo canonizó en 1934 y San
Juan Pablo II lo declaró "padre y maestro de la juventud" en el
centenario de su muerte.
Iglesia de la Trinidad
En
el exterior, en un ensanche de esta acera se ha colocado una estatua de
fundición que representa a San Juan Bosco acompañado de un niño, El grupo,
financiado por antiguos alumnos salesianos, es obra de Fernández Parra e hijo,
realizado en 1.993 para la celebración del Centenario del colegio de los
Salesianos.
Estatua
de san Juan Bosco
Detalle de san Juan Bosco
Detalle
del niño
Al fondo del compás (prácticamente es una
calle), a la derecha de la entrada del templo, una nueva efigie. En esta
ocasión se trata de Mamá Margarita, la madre de don Bosco.
Estatua de Mamá Margarita
Detalle
de Mamá Margarita
En el brazo del crucero del lado de la epístola, encontraremos el
retablo de San Juan Bosco acompañado de un niño, imagen de Guzmán Bejarano o de José
Pérez Conde, con la imagen de San Miguel en el ático, del siglo XVIII.
Retablo
de San Juan Bosco
San
Juan Bosco
Detalle de San Juan Bosco
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