jueves, 17 de julio de 2025

 RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas 

San Juan Bosco.

Juan Bosco, cuyo nombre de nacimiento fue Giovanni Melchiorre Bosco y conocido popularmente como don Bosco, nació el 16 de agosto de 1815 en I Becchi, una pequeña aldea perteneciente a Castelnuovo d’Asti, cerca de Turín, en Italia.

Su padre, Francisco Bosco, viudo y vuelto a casar con Margarita Occhiena, falleció prematuramente a los 33 años a causa de una pulmonía, cuando Juan apenas contaba con dos años de edad. Esta pérdida marcó profundamente a la familia, que desde entonces enfrentó no solo penurias económicas, sino también tensiones en la convivencia familiar. En especial, Juan tuvo que soportar la hostilidad de su medio hermano Antonio, quien sentía celos y resentimiento hacia él.

La vida de don Bosco (1815-1888) transcurrió en plena época del llamado “Risorgimento”, el movimiento político y social que condujo a la unificación de Italia, proceso que abarcó desde 1815 hasta los primeros años del siglo XX. No fue sino hasta 1870, con la proclamación definitiva del Reino de Italia, que don Bosco pasó a ser oficialmente ciudadano italiano; antes de ello, había sido súbdito del Reino de Piamonte-Cerdeña.

Durante gran parte del siglo XIX, la península itálica estaba fragmentada en múltiples estados, muchos de ellos gobernados por casas reales extranjeras, como los Habsburgo y los Borbones. En contraste, el Reino de Piamonte-Cerdeña estaba bajo el control de la Casa de Saboya, considerada una dinastía genuinamente italiana. Esta legitimidad les permitió asumir el liderazgo del proceso unificador y, eventualmente, el título de reyes de Italia.

Al mismo tiempo, la Iglesia católica ejercía control político sobre una extensa franja central del territorio italiano, conocida como los Estados Pontificios. Estos fueron incorporados al nuevo Reino en 1870, junto con la ciudad de Roma, reclamada por los nacionalistas como capital de la Italia unificada. Don Bosco nació y creció en uno de los territorios clave de este proceso, bajo el gobierno directo de los Saboya, lo que influyó no solo en su visión social, sino también en su compromiso con la juventud en tiempos de grandes transformaciones nacionales.

En la capital del Reino de Piamonte-Cerdeña, la Revolución Industrial comenzaba a dejar sentir sus efectos. Las fábricas se multiplicaban y con ellas una nueva clase obrera, sometida a extensas jornadas laborales que llegaban hasta las 14 horas diarias, a cambio de sueldos irrisorios que apenas alcanzaban las 30 liras por semestre. En este contexto de creciente desigualdad, las cárceles de Turín también reflejaban el deterioro social: estaban sobrepobladas y en ellas se recluía incluso a menores de apenas 12 años, quienes vivían en condiciones de hacinamiento y abandono.

Esta foto de Jacob Riis muestra niños sin hogar en la calle Mulberry de Nueva York en 1890, situación común durante todo el siglo XIX en Europa y Estados Unidos, como en la actualidad lo es en América Latina, Asia y África. Niños como estos motivaron el apostolado de Don Bosco. (ver) (CC BY 3.0)


En 1825, cuando tenía apenas nueve años, Juan Bosco tuvo un sueño que marcaría profundamente el rumbo de su vida. Conocido más tarde como “el sueño de los nueve años”, él mismo lo consideró el paradigma de su vocación: una visión profética que anticipaba su misión como educador y guía de los niños y jóvenes más necesitados.

Don Bosco relató así aquella experiencia:

"Cuando tenía nueve años, tuve un sueño que me acompañó durante toda mi vida. Me parecía estar en un lugar cercano a mi casa, como un gran patio de escuela, donde había muchos muchachos. Algunos de ellos hablaban con groserías, y yo, indignado, me lancé sobre ellos con los puños. Entonces apareció un Personaje que me detuvo y me dijo: ‘No con golpes, sino con bondad y mansedumbre conquistarás a estos amigos’. Yo no entendía cómo podía pedirme algo así. Él añadió: ‘Yo soy el Hijo de Aquella a quien tu madre te enseñó a saludar tres veces al día. Pregunta mi nombre a mi Madre’.

En ese momento apareció una Señora de porte majestuoso. El Personaje me llevó hacia ella y me tomó de la mano. De repente, en lugar de los muchachos, vi animales salvajes: perros, osos, lobos... La Señora me dijo: “Hazte humilde, fuerte y valiente, y lo que ves que sucede con estos animales, tú lo harás con mis hijos”. Al mirar de nuevo, los animales se habían transformado en mansos corderos. Asombrado, le pedí a la Señora una explicación. Ella respondió: “A su debido tiempo lo comprenderás todo”."

Este sueño, que se repetiría en varias ocasiones a lo largo de su vida, fue una especie de mapa simbólico de su futura labor educativa y espiritual. Aunque al principio ni Juan ni su familia lograban entender completamente su significado, con el tiempo reconoció en esas palabras la raíz de su método pedagógico. La frase “no con puños, sino con amabilidad vencerás a estos muchachos” se convirtió en la piedra angular de lo que luego sería su “sistema preventivo” (ver), fundamento de la espiritualidad salesiana y de su obra entre la juventud marginada.

En febrero de 1827, Juan Bosco, con tan solo doce años, se vio obligado a dejar su hogar en I Becchi para buscar trabajo. Se trasladó a Moncucco, un pueblo situado a unos ocho kilómetros de distancia, donde fue acogido por la familia Moglia. Esta familia, dedicada a la agricultura y la ganadería, poseía cierta prosperidad y cultivaba viñedos, campos de cereales y cuidaba de bueyes y vacas.

Allí, Juan trabajó como mozo de cuadra y peón rural, colaborando tanto en el campo como en los establos. A pesar de la dureza de las labores, supo aprovechar cada momento libre para estudiar y rezar, manteniendo vivo su anhelo de superación personal y su profunda fe. Este periodo, aunque marcado por el sacrificio, contribuyó a fortalecer su carácter y su determinación para alcanzar el camino al que sentía estar llamado.

El 5 de noviembre de 1829, Juan Bosco tuvo un encuentro decisivo con el sacerdote Juan Melchor Calosso, un anciano de casi setenta años, quien quedó profundamente impresionado al ver cómo el joven era capaz de memorizar y recitar con precisión el sermón del día. Conmovido por su inteligencia y dedicación, Calosso decidió apoyarlo en su formación académica.

Pocos días después, el 9 de noviembre, Margarita Occhiena, madre de Juan, habló con el sacerdote y acordaron que el muchacho comenzaría a estudiar gramática italiana bajo su tutela. Durante las fiestas navideñas de ese mismo año, Juan inició también el aprendizaje del latín. Su progreso fue notable: para la Pascua del 11 de abril de 1830 ya traducía textos latinos, y en septiembre, don Calosso le ofreció vivir en su casa para facilitar su formación.

Sin embargo, la vida de Juan dio un nuevo giro el 4 de noviembre de 1831, cuando se trasladó a la ciudad de Chieri, ubicada a unos 12 kilómetros de Castelnuovo d’Asti, para comenzar sus estudios secundarios. Para costear su educación, no dudó en trabajar en múltiples oficios: fue sastre, camarero, mozo, carpintero, zapatero y herrero. Estos trabajos no solo le permitieron mantenerse, sino que, con el tiempo, se convertirían en habilidades valiosas para formar a los jóvenes que más adelante estarían bajo su cuidado.

Además de sus estudios, Juan se destacó en diversas actividades recreativas. Se convirtió en un apasionado del teatro, la música y la prestidigitación, y supo canalizar su liderazgo fundando un grupo juvenil llamado “La Sociedad de la Alegría”, que promovía la amistad, el buen comportamiento y la vida cristiana entre los jóvenes.

En su lecho de muerte, don Calosso, profundamente agradecido por el afecto y la confianza de Juan, le entregó una llave: era la del cajón donde guardaba 6.000 liras, suma que insinuó dejarle como herencia. Sin embargo, con nobleza y sentido del deber, Juan decidió devolver la llave a la familia del sacerdote, renunciando a aquel dinero.

Gracias a la orientación del padre José Cafasso y al apoyo del padre Cinzano, Juan Bosco ingresó el 30 de octubre de 1835, a los veinte años de edad, en el Seminario Diocesano de Turín, recientemente establecido en la ciudad de Chieri. Allí cursó sus estudios de filosofía y teología, preparándose con fervor para el sacerdocio.

Al concluir su formación, eligió como modelo espiritual a san Francisco de Sales, cuya amabilidad, dulzura y caridad pastoral inspirarían profundamente el estilo educativo y apostólico de don Bosco. Esta elección no fue casual: el santo obispo de Ginebra representaba para él la encarnación de una espiritualidad cercana, afectuosa y profundamente humana, cualidades que marcarían el futuro carisma salesiano.

Junto a él, otras figuras influyeron en su visión pastoral y teológica. San Felipe Neri, conocido como el apóstol de Roma y fundador de la Congregación del Oratorio, le ofrecía un ejemplo de alegría cristiana y trato cercano con la juventud. Por otro lado, san Alfonso María de Ligorio, fundador de los redentoristas, reforzó en Juan Bosco la idea de una pastoral centrada en la misericordia, accesible al pueblo y comprometida con las misiones populares.

Finalmente, el 5 de junio de 1841, cuando contaba 26 años, Juan Bosco fue ordenado sacerdote por monseñor Franzoni, arzobispo de Turín, en la capilla privada del arzobispado. Al día siguiente, celebró su primera misa en la iglesia de San Francisco de Asís, en Turín, ante el altar dedicado al Ángel de la Guarda, dando inicio así a una vida sacerdotal que marcaría profundamente la historia de la Iglesia y de la juventud marginada de su tiempo.

Tras su ordenación sacerdotal, Juan Bosco se trasladó a Turín, donde siguió el consejo de su confesor, el padre José Cafasso, e ingresó al “Convitto Ecclesiastico”, un instituto pastoral fundado por el mismo Cafasso, ubicado cerca de la iglesia de San Francisco de Asís. Allí continuó su formación entre noviembre de 1841 y octubre de 1844.

Este período de estudios tenía como objetivo perfeccionar su preparación sacerdotal, especialmente en áreas como la teología moral, la predicación y la dirección pastoral. Pero más allá de la formación académica, el “Convitto” ofrecía una dimensión práctica: los jóvenes sacerdotes colaboraban activamente en las obras pastorales de la ciudad. Así, don Bosco comenzó a conocer de cerca la dura realidad social de Turín, especialmente la situación de abandono, pobreza y marginación que vivían muchos niños y adolescentes. Este contacto directo con la juventud más necesitada sería decisivo en la configuración de su vocación apostólica y en el origen de su misión salesiana.

A poco de haber ingresado al Instituto Pastoral dirigido por el padre Cafasso, Juan Bosco fue asignado a celebrar misa en la iglesia de San Francisco de Asís. Allí, un episodio aparentemente trivial marcaría el inicio de su gran obra con los jóvenes. Al llegar, presenció cómo el sacristán, José Comotti, reprendía con dureza a un adolescente por no saber servir el altar. El muchacho, de apenas dieciséis años, se llamaba Bartolomé Garelli.

Don Bosco intervino de inmediato, alzando la voz para detener el castigo:
“¿Qué haces? ¿Por qué lo golpeas así? ¡Déjalo, se trata de un amigo mío!” exclamó, asumiendo sin dudar la defensa del joven.

A solas, don Bosco conversó con Garelli y descubrió que era huérfano, oriundo de Asti, sin instrucción ni empleo fijo. Había intentado trabajar como albañil, pero su falta de formación lo convertía en blanco de desconfianza. Él mismo confesó: “Como no sé nada y casi no voy a la iglesia, nadie quiere contratarme”.

Ese encuentro fue decisivo. Terminada la misa, don Bosco lo invitó a aprender catecismo, iniciando así una relación que sería el germen de una gran obra educativa. Al domingo siguiente, Garelli regresó acompañado de otros muchachos, y en pocas semanas el número se multiplicó: para marzo del año siguiente, ya eran más de ochenta los jóvenes que acudían a escuchar y aprender.

Inspirado por el ejemplo de san Felipe Neri, quien había trabajado con los jóvenes en la Roma del siglo XVI, el 8 de diciembre de 1844 don Bosco fundó su primer oratorio, al que dio el nombre de san Francisco de Sales, en honor al santo que había elegido como modelo de dulzura y caridad pastoral. Este oratorio, que más tarde se establecería en Valdocco, se convertiría en el corazón de su misión educativa y espiritual.

La llamada “Casa Pinardi”, situada en el barrio de Valdocco, había tenido un pasado cuestionable, pues se decía que había funcionado anteriormente como casa de citas. Sin embargo, en 1846, don Bosco alquiló por tres años un antiguo cobertizo anexo a la propiedad, con el fin de establecer allí un espacio fijo para el Oratorio. Aquel lugar, aunque modesto, se convirtió en el punto de partida de una obra que marcaría profundamente la historia de la educación popular.

En 1851, don Bosco logró adquirir toda la propiedad. A partir de entonces, comenzó a habilitar habitaciones para alojar a muchachos sin hogar y acondicionó salas donde pudieran aprender distintos oficios. Con el tiempo, Valdocco pasó a ser un referente del naciente carisma salesiano, atrayendo a otras figuras clave en la misión que acompañaron a don Bosco en sus inicios.

El 12 de abril de 1846 se inauguró la primera capilla del Oratorio. Don Bosco la bendijo y la consagró al culto, tras recibir la autorización del arzobispo para celebrar misa, administrar los sacramentos y cumplir con las obligaciones pascuales. Con el paso del tiempo, la cantidad de jóvenes que acudía al Oratorio, especialmente los domingos, creció considerablemente.

Sin embargo, su labor no fue bien vista por todos. El conde Camilo de Cavour, preocupado por la posible influencia social y religiosa del Oratorio, temía que se tratara del inicio de una contrarrevolución liderada por don Bosco, y buscó cerrar la obra. Fue la intervención del rey Carlos Alberto lo que impidió la clausura, permitiendo que el proyecto continuara.

Con el tiempo, el Oratorio se convirtió en un verdadero hogar: no solo ofrecía alojamiento, sino también formación humana, espiritual y profesional. A partir de 1853 comenzaron a funcionar talleres de zapatería, sastrería, carpintería, imprenta y metalistería, que permitieron a cientos de jóvenes abandonar los duros trabajos fabriles. Gracias a estas iniciativas, para 1869 ya se contaban 375 internos, y más de 800 muchachos habían pasado por la residencia desde 1854.

El Oratorio de don Bosco rápidamente alcanzó un reconocido prestigio entre las autoridades civiles, gracias a su compromiso con la promoción social de jóvenes en situación de vulnerabilidad. Este enfoque integral, que combinaba educación, formación profesional y acompañamiento espiritual, despertó el interés y la confianza de quienes velaban por el bienestar de la comunidad.

A su vez, el Oratorio se convirtió en un verdadero refugio para la Iglesia, un espacio donde numerosos seminaristas diocesanos y miembros de congregaciones religiosas fueron enviados para completar su formación sacerdotal bajo la guía de don Bosco. Fruto de esta labor, en 1861, treinta y cuatro jóvenes formados en este entorno fueron ordenados sacerdotes para servir en la arquidiócesis de Turín.

Tras una enfermedad y un tiempo de reposo en su pueblo natal, don Bosco regresó a Turín el 3 de noviembre de 1846, acompañado de su madre, Margarita Occhiena, una mujer de 58 años dispuesta a apoyar decididamente la misión de su hijo. Su presencia marcó profundamente la vida del Oratorio.

Margarita Occhiena, madre de don Bosco.(ver) (CC BY 3.0)


Mujer sencilla, de fe profunda y carácter firme, Margarita asumió con generosidad el cuidado de los jóvenes que don Bosco acogía, muchos de ellos huérfanos o en extrema pobreza. Pronto, los muchachos comenzaron a llamarla afectuosamente “Mamá Margarita”, nombre con el que ha pasado a la memoria de la Familia Salesiana.

Durante una década, fue el corazón maternal del Oratorio, entregándose con abnegación a la atención de los jóvenes y acompañando el crecimiento de la obra salesiana. Falleció el 25 de noviembre de 1856, dejando una huella imborrable en quienes la conocieron.

En 1854, don Bosco dio inicio a la fundación de la Sociedad de San Francisco de Sales, más conocida como la Congregación Salesiana,  con el objetivo de garantizar la continuidad y solidez de su obra educativa y pastoral, dotándola de una estructura que no generara fricciones con la sociedad civil. Desde sus orígenes, el proyecto tuvo características innovadoras que reflejaban el estilo práctico y pedagógico de su fundador.

A diferencia de otras congregaciones religiosas de la época, don Bosco optó por un lenguaje sencillo y accesible. A los laicos consagrados no los llamó “fray” ni “hermano”, sino simplemente “señor”, y evitó imponerles un hábito distintivo. Del mismo modo, renunció a los títulos tradicionales de la jerarquía religiosa, como prior, provincial o superior general, y los reemplazó por términos más cercanos al mundo civil: director, inspector y rector mayor. Asimismo, en vez de hablar de conventos o provincias, empleó las palabras casas e inspectorías, reafirmando su enfoque práctico y moderno.

El 25 de marzo de 1855, Miguel Rúa fue el primero en emitir sus votos religiosos en esta naciente comunidad, seguido poco a poco por otros jóvenes comprometidos con la misión salesiana. Para el 9 de diciembre de 1856, don Bosco ya hablaba abiertamente de su Congregación, que recibiría la aprobación oficial del Papa Pío IX en 1858.

Para el 14 de mayo de 1862 don Bosco recibió los votos de 22 jóvenes entre los cuales dos lo hacían como coadjutores, la manera en la que don Bosco llamó a los laicos consagrados salesianos.

La expansión de la obra salesiana comenzó con la apertura de nuevas casas dentro del territorio del Piamonte. En 1864 se fundó la casa de Lanzo, seguida por las de Cherasco y Alassio en 1869, Valsalice en 1872 y Vallecrosia en 1875. Estas fundaciones respondían a la creciente demanda de educación y formación cristiana para la juventud, y consolidaban el modelo pedagógico y pastoral impulsado por don Bosco.

El primer paso hacia la internacionalización de la Congregación tuvo lugar en 1875, cuando los salesianos llegaron a Francia y establecieron su primera presencia fuera de Italia, con una casa en Niza. Posteriormente, se abrieron nuevas obras en Marsella (1878) y París (1884), lo que marcó el inicio de una expansión que no se detendría.

El crecimiento de la Congregación fue notable: en enero de 1863 contaba con 39 miembros; para 1865 ya eran 80; en 1874, la cifra ascendía a 320; y al momento de la muerte de don Bosco, en 1888, la familia salesiana sumaba 768 religiosos comprometidos con su misión.

Inspirado por un sueño en el que la Virgen María le pedía extender su labor también a las jóvenes, don Bosco vio una oportunidad concreta para hacerlo realidad al conocer al padre Domingo Pestarino. Este sacerdote le habló de María Dominga Mazzarello, una joven de la parroquia de Mornese, en Alessandria, reconocida por su profunda fe y su dedicación a las muchachas más vulnerables.

El 8 de octubre de 1864, don Bosco se reunió por primera vez con María Mazzarello en Mornese. Aquel encuentro marcó el inicio de una nueva etapa en su misión educativa. Fruto de ese diálogo y del deseo compartido de ofrecer una formación integral también a las jóvenes, nació el Instituto de las Hijas de María Auxiliadora, conocido como las salesianas, que asumió el carisma de don Bosco y lo adaptó a la realidad femenina.

Precisamente, La primera expedición misionera parte para Argentina en el año 1875 y está formada por salesianos e Hijas de María Auxiliadora. En este mismo año nacen los Cooperadores, considerados por don Bosco como “Salesianos Externos”.

Extenuado y casi ciego, don Bosco fue por última vez a Roma en 1887 para la consagración del santuario erigido en honor del Sagrado Corazón de Jesús en el barrio de Castro Petrorio y falleció el día 31 de enero de 1888 en su habitación del Oratorio de Valdocco. Tenía 72 años, 5 meses y 14 días de edad.

Su cuerpo permaneció en la Basílica de María Auxiliadora y después fue sepultado el 6 de febrero en la casa salesiana de Valsalice, pero sus restos serían posteriormente trasladados a la Basílica en donde permanecen en la actualidad.

Pío XI lo beatificó en 1929 y lo canonizó en 1934 y San Juan Pablo II lo declaró "padre y maestro de la juventud" en el centenario de su muerte.

Iglesia de la Trinidad

En el exterior, en un ensanche de esta acera se ha colocado una estatua de fundición que representa a San Juan Bosco acompañado de un niño, El grupo, financiado por antiguos alumnos salesianos, es obra de Fernández Parra e hijo, realizado en 1.993 para la celebración del Centenario del colegio de los Salesianos.

Estatua de san Juan Bosco

Detalle de san Juan Bosco

Detalle del niño

Al fondo del compás (prácticamente es una calle), a la derecha de la entrada del templo, una nueva efigie. En esta ocasión se trata de Mamá Margarita, la madre de don Bosco.

Estatua de Mamá Margarita

Detalle de Mamá Margarita


En el brazo del crucero del lado de la epístola, encontraremos el retablo de San Juan Bosco acompañado de un niño, imagen de Guzmán Bejarano o de José Pérez Conde, con la imagen de San Miguel en el ático, del siglo XVIII.

Retablo de San Juan Bosco

San Juan Bosco

Detalle de San Juan Bosco

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