RUTAS POR SEVILLA: Vírgenes
María Santísima de la Concepción. Hermandad de la Trinidad.
La advocación de María Santísima de la
Concepción se refiere a la creencia de la Iglesia Católica en la
Inmaculada Concepción de la Virgen María, es decir, que fue concebida sin
pecado original.
La Inmaculada Concepción es un
dogma de fe, lo que significa que es una verdad revelada por Dios y que debe
ser creída por todos los católicos
La advocación
de María Santísima de la Concepción alude a una de las creencias más profundas
y entrañables de la Iglesia Católica: la Inmaculada Concepción de la Virgen
María. Según este dogma, proclamado por el papa Pío IX en 1854, María fue
preservada del pecado original desde el primer instante de su existencia, por
una gracia singular concedida por Dios en previsión de los méritos redentores
de su Hijo, Jesucristo.
Este
misterio de fe, que obliga a todos los católicos a su aceptación y veneración,
encuentra respaldo en las palabras del ángel Gabriel durante la Anunciación:
“Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Esta expresión
revela la plenitud de gracia con la que María fue adornada desde su concepción,
subrayando su pureza única y su especial elección en el plan salvífico de Dios.
En la ciudad de
Sevilla, la devoción a la Inmaculada Concepción posee hondas raíces históricas.
Ya en 1615, mucho antes de su definición dogmática por el Papa Pío IX en 1854,
el cabildo hispalense realizó el “Voto Concepcionista”, testimonio elocuente
del arraigo popular y eclesial de esta creencia en tierras andaluzas.
Cada 8 de
diciembre, la Iglesia celebra solemnemente este misterio mariano, cuya fecha
litúrgica se sitúa simbólicamente nueve meses antes del nacimiento de la
Virgen, el 8 de septiembre.
Así, la advocación de la Concepción en el seno
de la Hermandad trinitaria refleja no solo una opción devocional, sino una
identificación teológica y espiritual con uno de los misterios más amados del
pueblo andaluz.
Cuando
la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, obra de Juan de Astorga realizada
en 1820, fue colocada en su paso de palio en el año 1924, una nueva imagen
mariana ocupó su lugar en el paso de misterio. Se trataba de una Dolorosa
tallada por Ángel Rodríguez Magaña, que recibió el título de María Santísima de
la Concepción.
Sin
embargo, la imagen que actualmente ostenta la cotitularidad de la Cofradía fue
donada el 28 de junio de 1959 por el primer prioste, José Ferrer Vera. Esta
talla, realizada en 1956 por el escultor Antonio Bidón Villar, vino a
enriquecer el patrimonio devocional y artístico de la Hermandad.
Se trata
de una imagen de candelero de tamaño natural (1,71 metros de altura), concebida
para ser vestida y realizada en madera policromada. Su mirada, elevada con
ternura hacia lo alto, parece contemplar a su Hijo en el momento de la
crucifixión. De sus ojos, compuestos por cristal y enmarcados con pestañas
postizas, brotan cuatro lágrimas, dos en cada mejilla, que acentúan la
intensidad de su dolor contenido. La Virgen inclina ligeramente la cabeza hacia
su derecha, orientando así su rostro hacia el Crucificado. El ceño, apenas
fruncido, suaviza la expresión de pena que domina el semblante.
Su
cabello, tallado en la madera, aparece peinado con una discreta raya al centro.
La boca
entreabierta, en un gesto de aflicción serena, deja ver parte de la dentadura
superior y la lengua, mientras que la nariz, de trazo clásico y firme, completa
la armonía de un rostro profundamente expresivo.
Las
manos, finamente modeladas y extendidas en un gesto de entrega, presentan dedos
delicadamente curvados por la tensión del dolor. En la derecha sostiene un
pañuelo, símbolo del llanto contenido de la Madre.
Viste
con sobria elegancia: negro sobre negro, lo que intensifica el dramatismo de su
presencia. El tocado de encaje, dispuesto con maestría, armoniza con las
tonalidades cálidas de su policromía. El manto, confeccionado en terciopelo
negro y ricamente bordado en oro, fue traspasado a un nuevo tejido en 1982 por
José María Sarmiento Martínez y Manuel Naranjo Daza, naturales de Villanueva
del Río. La imagen se corona con un resplandor o diadema de gran belleza, obra
de Eduardo Seco, realizada en 1946.
A lo
largo del tiempo, ha recibido diversas intervenciones: en 1971 fue restaurada
por Carlos Bravo Nogales, quien también trabajó sobre las figuras secundarias
del paso del Calvario. En 1984, Manuel Hernández León le incorporó un nuevo
candelero. La intervención más reciente tuvo lugar en 2013, cuando fue
restaurada por los técnicos del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. En
esta última actuación se procedió a la limpieza de la policromía y a la
consolidación estructural de la madera, asegurando su conservación para las
generaciones futuras.
María Santísima de la Concepción
Detalle del rostro y las manos
Procesionan en el paso del Cristo con los santos
varones José de Arimatea, Nicodemo y las tres Marías.
La
Virgen de la Concepción forma parte del paso de misterio que representa la
escena inmediatamente anterior al Descendimiento de Cristo. Esta composición
responde al modelo iconográfico del “Stabat Mater”,
que presenta a María en pie junto a la Cruz, firme en medio del supremo dolor,
tal como lo evoca la célebre secuencia atribuida al beato Jacopone de Todi. En
esta imagen se subraya la fortaleza interior de la Madre, que permanece erguida
ante el sacrificio redentor de su Hijo.
Allí, en
el Gólgota, al pie del madero, Jesús proclama a María como Madre de la Iglesia
al confiarla al cuidado del discípulo amado. En ese instante, María asume su
maternidad universal, acogiendo en Juan a toda la humanidad. A su vez,
representa al resto fiel de Israel que reconoce a Jesús como el Mesías
prometido, integrándose así en la naciente comunidad del Nuevo Israel.
La
Virgen, sobrecogida por el dolor, pero sin perder la dignidad, contempla cómo
Nicodemo, encaramado a una escalera, dispone la sábana sobre el “patibulum”
para iniciar el Descendimiento. El conjunto escultórico se completa con las
figuras de San Juan Evangelista, José de Arimatea y las tres Marías, quienes
acompañan este momento de profundo dramatismo y recogimiento.
Una clara alusión eucarística se expresa en la figura de María Magdalena, quien, arrodillada a los pies de la cruz, recoge en un cáliz la sangre redentora de Cristo. Esta escena no solo recrea un episodio de la Pasión, sino que también trasciende lo narrativo para convertirse en una catequesis visual del misterio de la redención y del papel central de María en la historia de la salvación.
Detalle del paso de
misterio
Detalle del paso de
misterio
Detalle de María Magdalena
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