lunes, 28 de julio de 2025

 RUTAS POR SEVILLA: Vírgenes

María Santísima de la Concepción. Hermandad de la Trinidad.

La advocación de María Santísima de la Concepción se refiere a la creencia de la Iglesia Católica en la Inmaculada Concepción de la Virgen María, es decir, que fue concebida sin pecado original. 

La Inmaculada Concepción es un dogma de fe, lo que significa que es una verdad revelada por Dios y que debe ser creída por todos los católicos

La advocación de María Santísima de la Concepción alude a una de las creencias más profundas y entrañables de la Iglesia Católica: la Inmaculada Concepción de la Virgen María. Según este dogma, proclamado por el papa Pío IX en 1854, María fue preservada del pecado original desde el primer instante de su existencia, por una gracia singular concedida por Dios en previsión de los méritos redentores de su Hijo, Jesucristo.

Este misterio de fe, que obliga a todos los católicos a su aceptación y veneración, encuentra respaldo en las palabras del ángel Gabriel durante la Anunciación: “Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo” (Lc 1,28). Esta expresión revela la plenitud de gracia con la que María fue adornada desde su concepción, subrayando su pureza única y su especial elección en el plan salvífico de Dios.

En la ciudad de Sevilla, la devoción a la Inmaculada Concepción posee hondas raíces históricas. Ya en 1615, mucho antes de su definición dogmática por el Papa Pío IX en 1854, el cabildo hispalense realizó el “Voto Concepcionista”, testimonio elocuente del arraigo popular y eclesial de esta creencia en tierras andaluzas.

Cada 8 de diciembre, la Iglesia celebra solemnemente este misterio mariano, cuya fecha litúrgica se sitúa simbólicamente nueve meses antes del nacimiento de la Virgen, el 8 de septiembre.

Así, la advocación de la Concepción en el seno de la Hermandad trinitaria refleja no solo una opción devocional, sino una identificación teológica y espiritual con uno de los misterios más amados del pueblo andaluz.


Papa Pio IX fotografiado por Adolphe Braun en Conmemoración del 83 cumpleaños de Su Santidad. 8ver) (CC BY 3.0)

Cuando la imagen de Nuestra Señora de la Esperanza, obra de Juan de Astorga realizada en 1820, fue colocada en su paso de palio en el año 1924, una nueva imagen mariana ocupó su lugar en el paso de misterio. Se trataba de una Dolorosa tallada por Ángel Rodríguez Magaña, que recibió el título de María Santísima de la Concepción.

Sin embargo, la imagen que actualmente ostenta la cotitularidad de la Cofradía fue donada el 28 de junio de 1959 por el primer prioste, José Ferrer Vera. Esta talla, realizada en 1956 por el escultor Antonio Bidón Villar, vino a enriquecer el patrimonio devocional y artístico de la Hermandad.

Se trata de una imagen de candelero de tamaño natural (1,71 metros de altura), concebida para ser vestida y realizada en madera policromada. Su mirada, elevada con ternura hacia lo alto, parece contemplar a su Hijo en el momento de la crucifixión. De sus ojos, compuestos por cristal y enmarcados con pestañas postizas, brotan cuatro lágrimas, dos en cada mejilla, que acentúan la intensidad de su dolor contenido. La Virgen inclina ligeramente la cabeza hacia su derecha, orientando así su rostro hacia el Crucificado. El ceño, apenas fruncido, suaviza la expresión de pena que domina el semblante.

Su cabello, tallado en la madera, aparece peinado con una discreta raya al centro.

La boca entreabierta, en un gesto de aflicción serena, deja ver parte de la dentadura superior y la lengua, mientras que la nariz, de trazo clásico y firme, completa la armonía de un rostro profundamente expresivo.

Las manos, finamente modeladas y extendidas en un gesto de entrega, presentan dedos delicadamente curvados por la tensión del dolor. En la derecha sostiene un pañuelo, símbolo del llanto contenido de la Madre.

Viste con sobria elegancia: negro sobre negro, lo que intensifica el dramatismo de su presencia. El tocado de encaje, dispuesto con maestría, armoniza con las tonalidades cálidas de su policromía. El manto, confeccionado en terciopelo negro y ricamente bordado en oro, fue traspasado a un nuevo tejido en 1982 por José María Sarmiento Martínez y Manuel Naranjo Daza, naturales de Villanueva del Río. La imagen se corona con un resplandor o diadema de gran belleza, obra de Eduardo Seco, realizada en 1946.

A lo largo del tiempo, ha recibido diversas intervenciones: en 1971 fue restaurada por Carlos Bravo Nogales, quien también trabajó sobre las figuras secundarias del paso del Calvario. En 1984, Manuel Hernández León le incorporó un nuevo candelero. La intervención más reciente tuvo lugar en 2013, cuando fue restaurada por los técnicos del Instituto Andaluz del Patrimonio Histórico. En esta última actuación se procedió a la limpieza de la policromía y a la consolidación estructural de la madera, asegurando su conservación para las generaciones futuras.

María Santísima de la Concepción

Detalle del rostro y las manos

Detalle del rostro 
Detalle del rostro 

Procesionan en el paso del Cristo con los santos varones José de Arimatea, Nicodemo y las tres Marías.

La Virgen de la Concepción forma parte del paso de misterio que representa la escena inmediatamente anterior al Descendimiento de Cristo. Esta composición responde al modelo iconográfico del Stabat Mater”, que presenta a María en pie junto a la Cruz, firme en medio del supremo dolor, tal como lo evoca la célebre secuencia atribuida al beato Jacopone de Todi. En esta imagen se subraya la fortaleza interior de la Madre, que permanece erguida ante el sacrificio redentor de su Hijo.

Allí, en el Gólgota, al pie del madero, Jesús proclama a María como Madre de la Iglesia al confiarla al cuidado del discípulo amado. En ese instante, María asume su maternidad universal, acogiendo en Juan a toda la humanidad. A su vez, representa al resto fiel de Israel que reconoce a Jesús como el Mesías prometido, integrándose así en la naciente comunidad del Nuevo Israel.

La Virgen, sobrecogida por el dolor, pero sin perder la dignidad, contempla cómo Nicodemo, encaramado a una escalera, dispone la sábana sobre el “patibulum” para iniciar el Descendimiento. El conjunto escultórico se completa con las figuras de San Juan Evangelista, José de Arimatea y las tres Marías, quienes acompañan este momento de profundo dramatismo y recogimiento.

Una clara alusión eucarística se expresa en la figura de María Magdalena, quien, arrodillada a los pies de la cruz, recoge en un cáliz la sangre redentora de Cristo. Esta escena no solo recrea un episodio de la Pasión, sino que también trasciende lo narrativo para convertirse en una catequesis visual del misterio de la redención y del papel central de María en la historia de la salvación.

Detalle del paso de misterio

Detalle del paso de misterio

Detalle de María Magdalena

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