RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas
San Telmo.
San Telmo en un retablo del Alcázar. (ver) (CC BY 3.0)
Una de las familias nobles que residían
en Frómista durante el siglo XII era la de los Gundisalvi, descendientes de
González. Se trataba de cristianos viejos, de sólida posición económica y
profunda fe. En el seno de esa familia nació Pedro González, hacia los años
1180 o 1191.
Fue bautizado en la parroquia de San
Martín y recibió el nombre de Pedro González, aunque con el tiempo sería
conocido como Telmo, pues los hombres del mar lo adoptarían como su patrón y
protector ante Dios.
Su primera
educación la recibió en el hogar, donde aprendió a leer y escribir, a rezar y a
conocer los fundamentos de la fe cristiana. Dada la condición de su familia, es
probable que contara con un maestro particular, y que completara su formación
en una escuela monástica benedictina. Allí cursó las disciplinas del trivium—gramática, dialéctica y retórica—y del quadrivium—aritmética, geometría,
astronomía y música—. Quienes destacaban en estos estudios podían continuar su
preparación en centros de enseñanza superior.
Pedro fue enviado a la recién fundada
Universidad de Palencia, no solo por su cercanía y prestigio, sino también
porque su tío, el obispo Tello Téllez de Meneses, era uno de sus impulsores. En
aquel tiempo ya se impartía allí la teología, orientada especialmente a la
formación pastoral del clero.
Su profundo conocimiento de la
Biblia, la teología y las leyes le permitió ejercer en la catedral, donde
trabajó junto a otros clérigos. Fue nombrado canónigo, y gracias a una bula
especial, alcanzó el cargo de deán antes de la edad reglamentaria.
Deseoso de
celebrar su nombramiento, organizó una fiesta y recorrió la ciudad vestido con
sus mejores galas y montado en un caballo ricamente enjaezado. Sin embargo, el
animal se desbocó y lo arrojó a un lodazal, provocando las burlas de los
presentes. Aquella humillación fue decisiva: le llevó a reflexionar sobre su
vida y a tomar un nuevo rumbo espiritual.
Decidió ingresar en la Orden de
Predicadores, recientemente fundada por santo Domingo de Guzmán, y se incorporó
al convento de San Pablo de Palencia. Tras superar el noviciado, profesó como
fraile dominico y, tras algunos años de formación, comenzó su labor como
predicador itinerante. Recorrió las diócesis de Palencia y otras regiones de
Castilla, León, Navarra, el País Vasco, Aragón y Cataluña.
Su fama de orador y hombre de Dios
llegó hasta la corte del rey Fernando III, quien lo invitó a acompañarlo en las
campañas de la Reconquista en Andalucía como confesor y guía espiritual de sus
tropas. Participó en las conquistas de Córdoba y Sevilla, consagrando como
templos cristianos las mezquitas de las ciudades tomadas.
Al término de las campañas, abandonó la
corte para dedicarse nuevamente a la predicación en Asturias, Galicia y el norte
de Portugal. En Santiago de Compostela fundó el convento de Bonaval, más tarde
conocido como convento de Santo Domingo.
A esta etapa pertenecen la mayoría de
los milagros que se le atribuyen, muchos de ellos en favor de marineros y
pescadores, por quienes sentía especial afecto. En la ciudad de Tuy creció su
fama de profeta y hombre santo. Ya anciano, durante la Pascua de 1246, enfermó
mientras peregrinaba a la tumba del apóstol Santiago y falleció poco después.
Fue sepultado en la catedral de Tuy.
En 1258, el obispo de Tuy, Gil Pérez de
Cerveira, remitió al capítulo general de los dominicos en Toulouse una relación
con 180 milagros atribuidos a su intercesión. En 1741, el papa Benedicto XIV, a
petición del maestro general de la Orden, Tomás Ripoll, lo reconoció
oficialmente como beato y autorizó su culto mediante la llamada canonización
equivalente.
En tiempos
recientes, la diócesis de Tuy-Vigo ha reanudado el proceso formal de
canonización. En 2016, las cofradías de Tuy, Oporto y Frómista unieron esfuerzos
para solicitar al papa Francisco —antiguo obispo del barrio de San Telmo en
Buenos Aires— la canonización de Pedro González.
En el arte y la devoción popular, se le
representa vestido con el hábito dominico, sosteniendo un cirio azul que
simboliza el fuego de San Telmo, o con un pequeño barco entre las manos. En
otras ocasiones se le muestra asistiendo o alimentando a los pescadores, en
recuerdo de su especial protección sobre quienes viven del mar.
Anónimo Sevillano. San Telmo. Siglo XVI. Óleo sobre tabla. 1,56 x 0,87 cm. Museo de Bellas Artes. Sala II. Procede de la Universidad Literaria de Sevilla, en depósito desde 1908.

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