jueves, 23 de octubre de 2025

RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas  

San Telmo.

San Telmo en un retablo del Alcázar. (ver) (CC BY 3.0)

Una de las familias nobles que residían en Frómista durante el siglo XII era la de los Gundisalvi, descendientes de González. Se trataba de cristianos viejos, de sólida posición económica y profunda fe. En el seno de esa familia nació Pedro González, hacia los años 1180 o 1191.

Fue bautizado en la parroquia de San Martín y recibió el nombre de Pedro González, aunque con el tiempo sería conocido como Telmo, pues los hombres del mar lo adoptarían como su patrón y protector ante Dios.

Su primera educación la recibió en el hogar, donde aprendió a leer y escribir, a rezar y a conocer los fundamentos de la fe cristiana. Dada la condición de su familia, es probable que contara con un maestro particular, y que completara su formación en una escuela monástica benedictina. Allí cursó las disciplinas del trivium—gramática, dialéctica y retórica—y del quadrivium—aritmética, geometría, astronomía y música—. Quienes destacaban en estos estudios podían continuar su preparación en centros de enseñanza superior.

Pedro fue enviado a la recién fundada Universidad de Palencia, no solo por su cercanía y prestigio, sino también porque su tío, el obispo Tello Téllez de Meneses, era uno de sus impulsores. En aquel tiempo ya se impartía allí la teología, orientada especialmente a la formación pastoral del clero.

Su profundo conocimiento de la Biblia, la teología y las leyes le permitió ejercer en la catedral, donde trabajó junto a otros clérigos. Fue nombrado canónigo, y gracias a una bula especial, alcanzó el cargo de deán antes de la edad reglamentaria.

Deseoso de celebrar su nombramiento, organizó una fiesta y recorrió la ciudad vestido con sus mejores galas y montado en un caballo ricamente enjaezado. Sin embargo, el animal se desbocó y lo arrojó a un lodazal, provocando las burlas de los presentes. Aquella humillación fue decisiva: le llevó a reflexionar sobre su vida y a tomar un nuevo rumbo espiritual.

Decidió ingresar en la Orden de Predicadores, recientemente fundada por santo Domingo de Guzmán, y se incorporó al convento de San Pablo de Palencia. Tras superar el noviciado, profesó como fraile dominico y, tras algunos años de formación, comenzó su labor como predicador itinerante. Recorrió las diócesis de Palencia y otras regiones de Castilla, León, Navarra, el País Vasco, Aragón y Cataluña.

Su fama de orador y hombre de Dios llegó hasta la corte del rey Fernando III, quien lo invitó a acompañarlo en las campañas de la Reconquista en Andalucía como confesor y guía espiritual de sus tropas. Participó en las conquistas de Córdoba y Sevilla, consagrando como templos cristianos las mezquitas de las ciudades tomadas.

Al término de las campañas, abandonó la corte para dedicarse nuevamente a la predicación en Asturias, Galicia y el norte de Portugal. En Santiago de Compostela fundó el convento de Bonaval, más tarde conocido como convento de Santo Domingo.

A esta etapa pertenecen la mayoría de los milagros que se le atribuyen, muchos de ellos en favor de marineros y pescadores, por quienes sentía especial afecto. En la ciudad de Tuy creció su fama de profeta y hombre santo. Ya anciano, durante la Pascua de 1246, enfermó mientras peregrinaba a la tumba del apóstol Santiago y falleció poco después. Fue sepultado en la catedral de Tuy.

En 1258, el obispo de Tuy, Gil Pérez de Cerveira, remitió al capítulo general de los dominicos en Toulouse una relación con 180 milagros atribuidos a su intercesión. En 1741, el papa Benedicto XIV, a petición del maestro general de la Orden, Tomás Ripoll, lo reconoció oficialmente como beato y autorizó su culto mediante la llamada canonización equivalente.

En tiempos recientes, la diócesis de Tuy-Vigo ha reanudado el proceso formal de canonización. En 2016, las cofradías de Tuy, Oporto y Frómista unieron esfuerzos para solicitar al papa Francisco —antiguo obispo del barrio de San Telmo en Buenos Aires— la canonización de Pedro González.

En el arte y la devoción popular, se le representa vestido con el hábito dominico, sosteniendo un cirio azul que simboliza el fuego de San Telmo, o con un pequeño barco entre las manos. En otras ocasiones se le muestra asistiendo o alimentando a los pescadores, en recuerdo de su especial protección sobre quienes viven del mar.

Anónimo Sevillano. San Telmo. Siglo XVI. Óleo sobre tabla. 1,56 x 0,87 cm. Museo de Bellas Artes. Sala II. Procede de la Universidad Literaria de Sevilla, en depósito desde 1908.

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