lunes, 19 de mayo de 2025

 RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas Mártires 

Santa Inés de Roma.

Santa Inés. Massimo Stanzione. 1635-1640. Óleo sobre lienzo. 83,5 x 74,7 cm. Sala 033. Museo Nacional de Arte de Cataluña. (ver) (CC BY 3.0)


 

La vida de Santa Inés está envuelta en un halo de misterio y leyenda, en parte debido a la naturaleza incierta e incluso contradictoria de las fuentes que la relatan. La información que ha llegado hasta nosotros proviene principalmente de las “Actas de los Mártires”, redactadas en el siglo V, más de cien años después de los hechos que narran, lo cual contribuye a la dimensión legendaria de su figura.

Se cree que Santa Inés nació en Roma hacia el año 290 d.C., en el seno de una familia noble y cristiana. Desde pequeña, fue educada en la fe por sus padres, quienes le inculcaron los valores fundamentales del cristianismo. Movida por una profunda devoción, consagró su vida a Dios mediante un voto de virginidad.

Según este texto, como hemos comentado, Inés era una bella joven proveniente de una noble familia romana. Tuvo varios pretendientes, a los que rechazó por declararse fiel amante de Cristo.

Entre ellos, destaca el hecho de que, volviendo un día del colegio, a una edad temprana, entre los 12 y los 13 años, la niña se encontró con el hijo del Prefecto de Roma, el cual se enamoró de ella y le prometió grandes regalos a cambio de la promesa de matrimonio. Ella respondió: "He sido solicitada por otro Amante. Yo amo a Cristo. Seré la esposa de Aquel cuya Madre es Virgen; lo amaré y seguiré siendo casta".

Por ello, humillado y enfurecido, el joven la denunció a su padre por profesar la fe cristiana. En ese tiempo, durante las persecuciones del emperador Diocleciano, los cristianos eran obligados a renunciar a su fe y rendir culto a los dioses romanos, bajo pena de muerte.

Santa Inés fue juzgada y condenada a vivir en un prostíbulo, con la intención de quebrantar su voto de castidad. No obstante, según la tradición, ningún hombre pudo tocarla, y el único que intentó hacerlo quedó ciego. Inés, llena de compasión, oró por él y recobró la vista.

Según las Actas de su martirio, al ser expuesta desnuda en público, su cabello creció milagrosamente hasta cubrir su cuerpo como un manto, protegiéndola del ultraje.

Más adelante, fue sentenciada a morir en la hoguera, pero las llamas se rehusaron a dañarla. Finalmente, fue ejecutada por decapitación.

Santa Inés fue enterrada en la Vía Nomentana. Poco tiempo después, su hermana adoptiva, Santa Emerenciana, fue apedreada hasta la muerte mientras rezaba junto a su tumba.

Según la leyenda, Constantina, hija del emperador Constantino, fue sanada de una grave enfermedad gracias a la intercesión de Santa Inés. En agradecimiento, mandó construir una basílica sobre su sepultura, la cual se completó hacia el año 350 d.C.

En el siglo VII, el Papa Honorio I ordenó levantar, extramuros, una nueva iglesia, la “Basílica de Santa Inés”, sobre el lugar donde descansan sus restos, en sustitución de la ya deteriorada basílica constantiniana.

Cada 21 de enero, la Iglesia celebra la festividad de Santa Inés, recordando su martirio, pureza y fidelidad inquebrantable a Cristo. Es común representarla con un cordero, símbolo tanto de su nombre en latín (Agnus, que significa “cordero”) como de su pureza.

Ese día se lleva a cabo un rito tradicional: dos corderos provenientes de la abadía trapense de “Tre Fontane” en Roma son llevados a la iglesia de “Sant’Agnese in Agone, donde el Papa los bendice. Posteriormente, son entregados a las monjas benedictinas del convento de Santa Cecilia. El Jueves Santo, los corderos son esquilados y con su lana se confeccionan los “palios de los arzobispos.

El “palio” es un ornamento de lana blanca adornada con seis cruces negras que se coloca sobre los hombros, y tiene dos bandas que caen sobre el pecho y la espalda, de los arzobispos metropolitanos como símbolo de su autoridad pastoral y de su comunión con el Papa. Cada 29 de junio, solemnidad de San Pedro y San Pablo, los nuevos arzobispos reciben el palio, estableciendo un vínculo litúrgico entre su misión pastoral y la figura de Santa Inés.

Inspirado por su ejemplo, en 1858 el padre Caspar Rehrl, un misionero austriaco, fundó en Fond du Lac, Wisconsin (EE. UU.), la Congregación de las Hermanas de Santa Inés, una comunidad religiosa femenina dedicada al servicio bajo el patrocinio de la santa, a quien él profesaba una profunda devoción.

Santa Inés es la patrona de las vírgenes, las niñas y la castidad, y su medalla se convierte no solo en un símbolo de devoción, sino también en una conexión directa con los valores que ella representó.

Museo Julio Romero de Torres. Córdoba

La muerte de santa Inés.  Romero de Torres, Julio. 1920. Óleo y temple sobre lienzo. 152 x 258 cm. Museo Julio Romero de Torres de Córdoba. (ver) (CC BY 3.0)

Junto a la santa, que yace sobre una losa de mármol, dos jóvenes mujeres que la cubren con sus cuerpos curvos y sinuosos. Una es santa Emerenciana, amiga y cuidadora de santa Inés, de cuya mano sale un haz de luz que irradia sobre la santa yacente e hierática. Como muestra de respeto, Romero ciñe el cuerpo de la santa con una túnica blanca. Solo deja al descubierto sus pies, sus brazos y su cara, que muestran el rigor de la muerte.

La otra mujer, de rasgos andaluces y gitanos, es un personaje repetido en sus cuadros. Su gesto es de silencio, con el que pretende proteger a la santa muerta.

En la pequeña imagen superior, se presentan dos fragmentos sobre la vida y martirio de Santa Inés. Ante otras jóvenes de su clase nobiliaria, el hijo del prefecto de Roma suplica su amor a Inés, que virtuosa da la espalda al joven pretendiente. En la segunda imagen, a la derecha, Inés mantiene su virtud incluso en un lupanar, donde es encerrada por orden del prefecto romano.

Museo del Prado

Santa Inés. Cherubini Preciado, Caterina. 1769. Óleo sobre lámina de cobre, 24,5 x 18,5 cm. Museo del Prado. No expuesto. (ver) (CC BY 3-0)

Martirio de santa Inés. Macip, Vicente. 1540-1545. Óleo sobre tabla. Museo del Prado. Sala 051 (ver) (CC BY 3.0)

Masip ha representado el segundo martirio de la santa romana (siglo IV), cuando tras haber sido condenada a la hoguera, milagrosamente, las llamas no tocaron su cuerpo y fue finalmente condenada a morir decapitada. A los pies de la mártir podemos ver los leños aún prendidos y humeantes. El cordero que sostiene entre sus brazos simboliza su condición de virgen en el momento de su muerte, que será premiada con la corona y la palma de mártir que dos ángeles bajan del Cielo.

Santa Inés. Rizi, Francisco. Hacia 1665. Óleo sobre lienzo, 95 x 41 cm. Museo del Prado. No expuesto. (ver) (CC BY 3.0)

Fundación Focus. Centro Velázquez. Hospital de los Venerables

Santa Inés. Pacheco, Francisco. 1608. Óleo sobre tabla, 103 x 44 cm. Museo del Prado. Depósito en otra institución. (ver) (CC BY 3.0)

Esta obra, junto a su compañera Santa Catalina, formaba parte del retablo encargado por doña Francisca de León para la iglesia del convento sevillano del Santo Ángel. El conjunto fue contratado al pintor en 1605 y ambas piezas comparten un destino histórico común. Sin embargo, esta pintura se distingue por ser la única del conjunto que está firmada y fechada, concretamente en 1608.

En 1804, ambas tablas fueron adquiridas por el Deán López Cepero, quien posteriormente las donó en 1821 a la colección del rey Fernando VII. Finalmente, ingresaron en el Museo en 1829.

Pacheco representa a la santa de pie, con una expresión introspectiva, enmarcada por un paisaje montañoso.

Porta sus atributos iconográficos más característicos: la palma del martirio, símbolo de aquellos que han entregado la vida por Cristo, y un cordero, que remite tanto a la humildad y mansedumbre de la santa como a la etimología de su nombre en latín, en alusión directa al Agnus Dei, el Cordero de Dios.

La santidad de la figura queda subrayada por la aureola que circunda su cabeza, mientras que su virginidad se simboliza mediante la corona de oro engastada con piedras preciosas.

El artista se inspira en un episodio narrado en la Leyenda Dorada, según el cual la santa habría rechazado las joyas ofrecidas por el hijo del prefecto de Roma, su pretendiente, afirmando que no podía aceptarlas porque estaba desposada con un esposo celestial. Este le habría colocado un anillo en la mano derecha (como se observa en la pintura), adornado su cuello con una sarta de piedras preciosas y la habría revestido con un manto tejido en hilos de oro. De ahí la meticulosa atención del pintor a la descripción de las joyas y los ricos bordados, con los que enfatiza tanto la pureza como la dignidad espiritual de la santa.

Detalle del rostro

Detalle del cordero

Detalle de la mano con el anillo de compromiso y la palma del martirio

Museo de Bellas Artes de Sevilla

Santa Inés. Taller de Zurbarán. Hacia 1650. Óleo sobre lienzo. 173 x 102 cm. Museo de Bellas Artes. Sala VI. Procede de la desamortización del Hospital de las Cinco Llagas

En este lienzo se representa a Santa Inés de pie, de tres cuartos de perfil. La cabeza de castaños cabellos, levemente baja, se gira para mirar al cordero que porta en su regazo mientras sostiene con ambas manos un libro. El ropaje es sencillo y de apagados colores: El vestido es rojo burdeos y el manto que la envuelve a manera de toga, de un suave amarillo, colores que encajan con las tonalidades verdosas del fondo. La luz penetra por la derecha iluminando la figura. En el ángulo inferior izquierdo del lienzo se lee la inscripción: "S.Inés".

Detalle de Santa Inés

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