RUTAS POR SEVILLA: Ruta Flamenca
Juan Peña "El Lebrijano".
Azulejo en recuerdo
y homenaje a Juan Peña “El Lebrijano”
Juan de
la Santísima Trinidad Peña Fernández nació en Lebrija el 8 de agosto de 1941, en la calle San Francisco 56, y
era miembro de la familia gitana de Perrate de Utrera, pues su madre María
Fernández Granados, era “María la Perrata”.
Placa instalada en su casa natal en 2017
Juan le confesó en público a
su hermana, la comunicadora Tere Peña, que su madre "siempre decía
que yo había llorado en su vientre y que los niños que lloraban traían un
don".
Comenzó su
carrera artística muy joven, con tan sólo 16 años, como
guitarrista de la Paquera de Jerez, junto a Paco Cepero, y también figuró en la
compañía de Juanito Valderrama.
A raíz
de su triunfo, como cantautor, en el concurso de Mairena del Alcor de
1964, decidió dedicarse en exclusividad al cante y tuvo ocasión de formarse en
la compañía de Antonio Gades, cantando como acompañante al baile, muy influenciado, en sus primeros tiempos, por el
magisterio de Antonio Mairena.
Juan Peña “El
Lebrijano”
En 1979,
recibió el Premio Nacional de Cante otorgado por la Catedra de Flamencología de
Jerez. En 1997, el Ministerio de Cultura le otorgó la Medalla de Oro al Mérito
en el Trabajo, una más de los múltiples premios, distinciones y galardones con
que ha sido galardonado a lo largo de su vida.
Fue cabecera
de cartel de los más importantes festivales, como reflejo de su presencia
activa e inexcusable en los nuevos rumbos que el flamenco tomó a partir de la
década de los setenta, ya sea con la recreación de estilos perdidos en el
tiempo, ya con significativas aproximaciones a otros lenguajes.
Protagonizó
una intensa actividad investigadora en el mundo del flamenco e impartió cursos
de flamenco en universidades como la de Salamanca, la Internacional Menéndez
Pelayo de Santander y otras de Francia y Gran Bretaña.
Fue innovador,
pero al mismo tiempo ortodoxo y purista del flamenco, y puede ser considerado como
uno de los grandes del cante "jondo" de la segunda mitad del siglo
XX.
Falleció en su casa de Sevilla el 13 de julio de 2016, guardando, como ha recordado María Ángeles Carrasco,
directora del Instituto Andaluz de Flamenco, un pañuelo de lunares que le
regaló la Niña de los Peines (ver).
Era
un profundo conocedor del cante ortodoxo, pero su inquietud artística le llevó
a buscar la introducción de algunas novedades, en un arte habitualmente
encorsetado por la tradición defendida por los puristas, y así, comenzó a despuntar por su afán innovador en “La palabra de Dios a un gitano” en 1972,
donde fue pionero a la hora de incorporar una orquesta
sinfónica al flamenco, al mismo tiempo que se planeaba
la lucha contra la discriminación de su raza. Y, fue el
primer cantaor que llevó el flamenco al Teatro Real de Madrid en 1979.
En el
mismo sentido, destaca el disco “Persecución”,
una obra rompedora con letras del poeta Félix Grande, que narra la
historia de los gitanos en España y en la que se atrevió a inventar
un palo de nuevo cuño, el cante por “Galeras”.
Con Paco Cepero
crea el “Reencuentro”, donde congeniaría el
flamenco con la música de Al Andalus, que ya había empezado a explorar con
José Heredia Maya, poco antes de “Macama jonda”. Una propuesta teatral que
abundaba en el mestizaje entre el mundo flamenco gitano-andaluz y la
música andalusí.
Respetuoso con la tradición flamenca, su
espíritu innovador, le llevó a plantear la fusión o diálogo con la música
arabigo-andalusí, colaborando con
las orquestas andalusíes del norte de Marruecos, cuyos directores
Tensamani o Chekara adquirieron dimensiones legendarias, o con el laudista
Amín Chachoo.
En el disco “Encuentros” se unió con la
Orquesta Andalusí de Tánger, redescubriendo las raíces árabes del flamenco, y
ahondando en esta vía posteriormente con discos como “Casablanca” o “Puertas abiertas” en donde
colaboró con el violinista marroquí Faiçal.
Con Paco Cepero y la Escuela Andalusí de Tánger
El
nombre de su álbum “Cuando
Lebrijano canta se moja el agua” es una frase que le dedicó Gabriel
García Márquez y que le sirvió de tributo al premio Nobel de
Literatura, con textos de Casto Márquez Ronchel, basados en los “Cuentos
Peregrinos” de García Márquez.
Para José Manuel Caballero
Bonald, el Lebrijano era: “Conocedor como pocos de los
recónditos manantiales gitanos del cante y dueño de un eco antiguo y
turbador, como quebrado a oscuros golpes de furia y de mansedumbre, El
Lebrijano incorpora siempre a su integridad flamenca toda la patética
memoria de su raza; cuando canta es como si se estuviera acordando de lo
que ha vivido, y por eso también su voz atenaza siempre con el
mismo poderío comunicativo y la misma humana verdad”.
Políticamente no eludió su compromiso socialista y con la causa andalucista o la del pueblo gitano y se sentía orgullosos de que era uno de los pocos artistas de su época que no habían participado en las convocatorias de Francisco Franco en el Palacio de El Pardo. Cada vez que era invitado, solía justificar su ausencia con un certificado médico que anunciaba gripes y otras indisposiciones de diverso rango: “Qué mala salud tiene este muchacho”, llegaba a ironizar el dictador, como el propio Lebrijano se encargaba de difundir.
Mi gran amigo, gran cirujano y gran guitarrista Nicolás
Gemio llegó a tener un gran relación con él y me cuenta la siguiente anécdota:
“Tuve la suerte un día de llevarlo en mi coche hasta la casa del letrista, que vivía en la antigua cárcel de Sevilla, y una vez que recogió todos los cantes que iba a grabar en el disco, en el camino desde Sevilla a Lebrija, me cantó a capela todo el disco y cuando llegamos me dice: tienes que darme por lo menos 100 duro porque esto solo te lo he cantado a ti”.
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