RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas
San Félix de Cantalicio.
Nació Félix en el año 1515 en Cantalicio, pueblo de los
antiguos Estados Pontificios, situado al pie del Apenino, en los límites de la
Sabina y de la Umbría, en el territorio de Città Ducale.
Sus padres eran
unos campesinos muy pobres y piadosos, que curiosamente se llamaban Santo de Carato
y Santa.
Cuando tenía doce años, entró a trabajar en la casa de
un rico propietario de Citta Ducale, llamado Marco Tulio Pichi o Picarelli,
quien le empleó primero como pastor y después como cultivador.
Era muy
devoto del santo Rosario, y en el campo, mientras pastoreaba, grababa una cruz en una encina, como un pequeño
tallista del símbolo del sacrificio, y ante ella rezaba muchos rosarios. Porque él pensaba que en cualquier oficio y
a cualquier hora, hay que “acordarse de Dios y ofrecer por Él todo lo que
se hace o sufre”.
Era tan piadoso,
en su infancia, que cuando sus amigos de juegos lo veían venir, decían: “¡Ahí
viene San Félix!”, y era tan constante en utilizar la frase "Gracias a
Dios", que las gentes sencillas al verlo decían: allá viene el hermanito
"Gracias a Dios".
Siempre
andaba muy alegre y ante la injuria o humillación, por su actitud piadosa, nunca
se sentía ofendido y siempre respondía diciendo: “Voy a pedir a Dios que te
haga un santo”.
Cuando
pasaba frente a las imágenes de María, repetía la frase de San Bernardo:
"Acuérdate que eres mi Madre". Y decía frecuentemente: "Yo soy
siempre un pobre niño y los niños no pueden andar sin la ayuda de la madre. No
me sueltes jamás de tus manos".
Cierto
día que estaba arando, su jefe se acercó a él, los animales se asustaron y derribaron
a Félix y el arado le pasó por encima, sintió que iba a morir, pero se levantó
ileso. Por ello, sintió un fuerte deseo de dedicarse a la oración y a la
penitencia y le preguntó a un amigo cuál era la comunidad religiosa más
exigente que existía en ese entonces. El amigo le dijo que eran los padres
Capuchinos, por lo que decidió pedir ser admitido como hermano lego en el convento
capuchino de Citta Ducale, cuando tenía 28 años.
El Padre Guardián pensó que era un pobre hombre que quería pan
y techo por lo que le dice: "veo
que vienes aquí para hartarte de comer, ¿no es cierto? Tienes pocas ganas de
trabajar y te gustaría mandar a los hermanos como antes mandabas a los
bueyes". El joven Félix respondió: "Es verdad, Padre, que no sirvo
para nada y que soy un pobre pecador; pero he venido hasta aquí, os lo aseguro,
con el único deseo de amar al Señor".
Entonces el superior intentó
disuadirle, y le describió de manera muy fuerte las penitencias que había que
hacer en aquella comunidad y la gran pobreza en que allí se vivía. Félix le
preguntó: "Padre, ¿en mi habitación hay un crucifijo?". "Sí, lo
habrá", le dijo el superior. "Pues bastará mirar a Cristo Crucificado
y su ejemplo me animará a sufrir con paciencia". El superior comprendió
que este joven amaba y lo admitió.
Comenzó el noviciado en Antícoli de Campania, dedicado a la
vida de oración, a la práctica de la penitencia y a la total imitación de San
Francisco, pues
amaba la pobreza, la humildad y la cruz. Aunque estaba persuadido de que todos
eran mejores que él, sus hermanos de religión le llamaban "el Santo",
como lo habían hecho antaño sus compañeros de juegos.
En 1545,
hacia los treinta años de edad, hizo los votos solemnes y cuatro años más
tarde, fue enviado a Roma, donde permanecería
por espacio de cuarenta años, casi hasta su muerte, como limosnero, saliendo diariamente a pedir
limosna para el mantenimiento de la comunidad y para ayudar a los necesitados. Asimismo,
con permiso de sus superiores, ayudaba a los pobres, visitaba a los enfermos y
consolaba a los moribundos.
San Félix de Cantalicio. Rubens, Pedro Pablo. 1623. Óleo
sobre lienzo. 105 x 72 cm.CCC BY 3.0)
Siempre viajaba descalzo por
calles y caminos. Dormía sobre una tabla. La mayor parte de la noche la pasaba
rezando. Se alimentaba con las sobras que quedaban de la mesa de los demás.
La figura de San Félix de Cantalicio
encarna en sí misma todo el espíritu de la Reforma Capuchina y de los primeros
capuchinos: humildad, pobreza, simplicidad, jovialidad, fervor intenso,
espíritu contemplativo y amor apasionado a Dios y al prójimo. Y con una fidelidad exacta cumple los tres votos monásticos de su vida
religiosa: obediencia, pobreza y castidad.
Son conocidas las muchas frases
en relación con su espíritu de entrega y fidelidad a Dios.
A su compañero
le decía: "Amigo: los ojos en el suelo, el espíritu en el cielo y en la
mano, el Santo Rosario". Y repetía: "O santo, o nada". "La
única tristeza es la de no ser santo".
“Todas las criaturas pueden
llevarnos a Dios, con tal de que sepamos mirarlas con ojos sencillos”, dijo una
vez el Santo a un religioso que le preguntó cómo hacía para vivir en presencia
de Dios en medio del trabajo y otras distracciones.
Un fraile que le acompañaba en
cierta ocasión, en visita al cardenal de Santa Severina, dijo a éste que
mandase a fray Félix descargar la limosna. “Señor, respondió el lego, el
soldado ha de morir con la espada en la mano y el asno con la carga a cuestas.
No permita Dios que yo alivie jamás a un cuerpo que sólo es de provecho para
que se le mortifique”.
Durante las jornadas frías, algunos
religiosos se acercaban al fuego para entrar en calor, pero fray Félix decía: “Lejos,
lejos del fuego, hermano asno, porque San Pedro, estando junto a una hoguera,
negó a su Maestro”.
La gente se admiraba de sus
buenos consejos y le preguntaba en qué libro había aprendido tanta sabiduría y
él respondía: "En un libro que tiene seis páginas: cinco son las heridas
de Cristo Crucificado, y la sexta es la Santísima Virgen María”.
A pesar de su ignorancia y de ser un
simple lego limosnero, era admirado y apreciado por Cardenales, obispos, santos
como San Carlos Borromeo, San Felipe Neri, e incluso hasta el mismo Papa.
Cuando ya estaba anciano, un
cardenal le dijo: "Fray Félix, ya no cargue más esa maleta de
mercados que recoge para los pobres. Ya es tiempo de descansar", y el
santo le respondió: "Monseñor: el burro se hizo para llevar cargas. Mi
cuerpo es un borriquillo y si lo dejó descansar le puede hacer daño al
alma".
El sabio obispo
de Milán, luego San Carlos Borromeo le pidió
unos consejos para conseguir que sus sacerdotes se hicieran más santos y le
respondió: "Que cada sacerdote se preocupe por celebrar muy bien la misa y
por rezar muy devotamente los salmos que tiene que rezar cada día, el
Oficio Divino".
Un día, San Felipe Neri le
dijo: "Fray Félix, que te quemen vivo los herejes, para que te consigas un
gran puesto en el cielo". Fray Félix le respondió: "Padre Felipe: que
lo picadillen los enemigos de la religión para que así consiga una gran gloria
en la eternidad".
Al franciscano Felipe Peretti,
Padre Montalto, en vísperas de ser elegido Sumo Pontífice le dijo: "Si un
día lo nombran Papa, esmérese por ser un verdadero santo, porque si no es así,
sería mucho mejor que se quedara como sencillo fraile en un convento".
Cuando era papa Montalto, con el nombre de Sixto V, en Trinitá dei Monti, le pidió al lego un poco
de pan. Fray Félix busca para el Padre Santo el mejor panecillo, pero el Papa
le replica: “No haga distinción, hermanito: déme lo primero que salga”. Lo
primero que salió fue un mendruguillo negro. El lego toma el regojo y se lo
entrega a Su Santidad con estas palabras: “Tenga paciencia, Santo Padre;
también Vuestra Santidad ha sido fraile”.
Siempre el humor junto al amor, siempre la gracia
junto a la gracia. En actitud poéticamente franciscana, repartía pedacitos de
pan a los pobres, a los perros, a los pájaros.
Se dice que una vez el santo
fraile estaba rezando ante un cuadro mariano y le pidió a la Virgen sostener en
sus brazos al Niño Jesús. De pronto la obra artística cobró vida y la Madre de
Dios le entregó a su Hijo. El religioso lo recibió emocionado y entre lágrimas.
Por ello, iconográficamente se representa con el niño Jesús en brazos del santo.
Murió el 18 de mayo de 1587 a
los 72 años y pocos minutos antes de morir se llenó de alegría y de emoción y
exclamó: “Veo a mi Madre, la
Virgen María, que viene rodeada de ángeles a llevarme”.
El papa Sixto V, que testificaba dieciocho milagros,
quiso beatificar a fray Félix, pero no tuvo tiempo. Paulo V inició el proceso
de beatificación, que solemnemente seria verificado por Urbano VIII y en 1712,
Clemente XI canonizó a fray Félix de Cantalicio.
Museo de Bellas Artes
San Félix de
Cantalicio con el Niño. Murillo, Bartolomé Esteban. Óleo sobre lienzo. Hacia
1665-1666. Museo de Bellas Artes. Sala V. Desamortización del convento de
Capuchinos. Es parte del antiguo Retablo Mayor
San Félix de Cantalicio con la Virgen y el Niño. Murillo,
Bartolomé Esteban. Hacia 1668-1669. Óleo sobre Lienzo. 283 x 188 cm. Museo de
Bellas Artes de Sevilla. Sala V. Desamortización del convento de los Capuchinos
En esta obra de Murillo aparecen, a tamaño
natural, las figuras de san Félix, la Virgen y el Niño.
San Félix, ya anciano, aparece arrodillado sosteniendo en
sus brazos al Niño y
dirigiendo su mirada, llena de ternura y de agradecimiento, hacia la Virgen. Ésta se encuentra
situada en el extremo superior izquierdo del lienzo, flotando sobre nubes y en
actitud de ofrecer a su hijo al santo depositándolo en sus brazos.
El Niño Jesús es representado en un amplio escorzo,
envuelto solo por un pañal blanco y jugueteando en sus brazos con el santo a quien
mira.
La escena consta de dos áreas. La
superior que se corresponde con el rompimiento de Gloria, donde está la Virgen rodeada de ángeles,
de gran luminosidad, y la terrena, donde están el santo y el Niño, envuelta en luces
mortecinas de un atardecer.
En un segundo plano, cierra la zona
terrena un oscuro paisaje con un árbol y crepúsculo que, a juicio de Alejandro
Guichot y Sierra, parece cortarse bruscamente a la derecha del árbol, cosa que
indicaría la presencia de otra mano en la obra.
En un primer plano, en la parte
inferior central del lienzo, un saco con panes.
Capilla de Capuchinos
El último de los retablos de la nave de
la epístola, anónimo del siglo XIX, está dedicado a San Félix de Cantalicio con
el Niño Jesús en brazos, ofreciéndolo a la Virgen. Es una imagen de madera
policromada, obra del escultor Adolfo López Suarez, de 1895.
Iglesia de santa Rosalía
El crucero tiene la particularidad de
que las cuatro esquinas de sus respectivos arcos torales están achaflanadas,
mostrando cada uno de ellos una hornacina con la figura de un santo capuchino
en la parte superior y un retablo en la zona inferior, todos de la misma
factura, fecha y autor, Cayetano de Acosta.
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