AREA DE SAN ESTEBAN
La Esclavitud y la Hermandad de los Negritos
Esclavitud
La esclavitud es uno de los fenómenos más antiguos de
la Humanidad, pues ninguna civilización, desde la Antigüedad a la época
contemporánea, ha sido desconocedora de este fenómeno.
El término “esclavo” deriva de “Eslavo”, que fueron los primeros en ser esclavizados hace miles de años.
El fenómeno de la
esclavitud se relaciona con las guerras y la expansión militar y comercial, de
tal modo que los vencedores, los que tienen poder y medio, son los
esclavizadores, frente a los esclavizados que son los vencidos, o los que no
podían defenderse.
La historia de España está unida a la esclavitud,
primero con la conquista romana que esclavizó a miles de íberos, luego la
esclavitud cristiano-visigoda, la esclavitud en Al-Ándalus y en los reinos
cristianos medievales y especialmente en la Edad Moderna hasta 1.889, en que
fue abolida.
Sevilla, fue uno de los grandes mercados de esclavos y
su tradición esclavista parece remontarse a la época cartaginesa y romana para
aumentar en la época andalusí, decaer en la Edad Media y florecer especialmente
con el descubrimiento de América.
Justificación
de la Esclavitud
En cuanto a la justificación de la existencia de la
esclavitud hay que tener en cuenta que había sido defendida por Aristóteles y
venía siendo practicada en todos los países mediterráneos, sobretodo en
relación con los prisioneros de guerra a los que se perdonaba la vida.
En el “Código de las Siete Partidas” (1.265) del
reinado de Alfonso X el Sabio, se justifica la esclavitud como derecho de
guerra, nacimiento y venta. Considerando a tres tipos de hombres: “omes o son
libres, o son siervos o aforrados a que se llaman en latín libertos”. Al mismo
tiempo, da gran valor a la libertad “Aman et cobdician naturalmientre todas las
criaturas del mundo la libertad, quanto mas los homes que han entendimiento
sobre todas las otras, et mayormientre aquellos que son de noble corazón”
En la predicación de la doctrina islámica, se
considera a la esclavitud como un fenómeno natural e inherente a la sociedad de
su tiempo (los palacios y cárceles del mediterráneo islámico no estaban
ausentes de esclavos blancos), pue el Corán, el libro sagrado de los
musulmanes, no proporciona ninguna información contra la posesión de esclavos.
Pero, solo los extranjeros podían ser reducidos a la condición de esclavos, que
eran identificados como no creyentes. Según la “Sharia” se llegaba a la
condición de esclavo por dos circunstancias, la primera al ser prisionero no musulmán
en el curso de la “Yihad” o guerra santa, cuyo propósito era la expansión
política, religiosa y militar del Islam a todos los rincones posibles del
mundo, la segunda sería la reproducción entre ellos, aunque los hijos del
propietario y una esclava eran libres. Mediante ambos métodos, esta
civilización llego a tener una gran fuente de esclavos no musulmanes y la consiguiente
red de tráfico de mercancía humana.
En la Iglesia católica, la esclavitud era
perfectamente aceptada por los teólogos del siglo XVI y por la propia sociedad.
En el Antiguo Testamento (Libro de Levítico) se regulan los derechos de los
siervos y en el Nuevo Testamento, san Pablo, en la epístola a los Colosenses,
pedirá a los “Esclavos, obedeced en todo a vuestros amos en este mundo” y a los
amos “Amos, dad a vuestros esclavos lo que es justo y equitativo”.
En los siglos XVI y XVII, la Iglesia permitió la
esclavitud y la participación, en Sevilla, de los esclavos negros en las
celebraciones religiosas, y así en el Corpus algunas mujeres de color tocaban y
bailaban, estando documentados determinados grupos de danza de esta naturaleza,
como “Los negros”, “Los negros de Guinea”, “La cachumba de los negros”, “Los
Reyes negros” etc. Y también se formaron cofradías, integradas por negros y
mulatos, que desfilaron por las calles de Sevilla durante la Semana Santa, como
“La Hermandad de los Negros de Triana, “La Hermandad de los mulatos de san Idelfonso”
y “La Hermandad de Nuestra Señora de los Ángeles de los Negritos”.
La
esclavitud en Sevilla
La lucha con el Islam provocó un importante flujo de
esclavos desde los reinos cristianos hacia Al-Ándalus y la conquista cristiana
sobre el Islam andalusí aumentó el volumen de musulmanes privados de libertad,
aunque algunos de ellos eran cautivos, no esclavos.
Los esclavos musulmanes eran llamados “blancos” por el color de la piel, en contraposición a los negros, y entre ellos había árabes, bereberes y turcos. Algunos procedían del emirato nazarí de Granada y Málaga, otros de la costa mediterránea del Magreb, la “Berbería de Levante” (Trípoli, Túnez, Bona, Oran, Tremecén, Monastitur, Sfax) y otros de la “Berbería de Poniente”, el Magreb atlántico (Arcila, Azamor).
Se establecieron rutas comerciales caravaneras, con
esclavos subsaharianos, que recorrían los territorios del actual Marruecos, en
mano de mercaderes magrebíes y árabes, que levantaron un auténtico imperio
esclavista, capturando esclavos del norte de África para llevarlos a las costas
del Magreb y ser vendidos a portugueses, castellanos, genoveses, flamencos y
florentinos. En este camino, Oran era el punto cave del comercio español, desde
donde se desplazaban a la península los esclavos capturados en el África
subsahariana.
A este comercio mediterráneo, en Castilla y Aragón se
sumaron su propio mercado interno de esclavos “moriscos” que se ofrecían como
esclavos para escapar de la expulsión, sobre todo tras la “Revuelta de la
Alpujarra”, determinada por la “Sanción” de 1567 que limitaba sus costumbres y
tradiciones para lograr su cristianización total, al asumir que todos eran
falsos cristianos. Se justificó su esclavización al considerarlos prisioneros
de guerra, y poblaciones enteras fueron convertidas en esclavos. Muchos
recobraron su libertad tras el pago de un rescate, pero los que carecían de
medios económicos se mantuvieron como esclavos, y se calcula que 2.300 fueron
deportados a Sevilla.
Los esclavos negros, en el siglo XV, procedían de
Portugal vía el Algarbe, por lo que Sevilla, junto con Lisboa, fue la ciudad
europea con más esclavos negros. Luis de Peraza, en el primer tercio del siglo
XVI, contaba “Hay infinita multitud de negros y negras de todas las partes de
Etiopia y Guinea, de los quales nos servimos en Sevilla y son traídos por la
vía de Portugal”.
Además de esclavos musulmanes y negros, a partir del
siglo XIV se importaron esclavos canarios, principalmente de Gran Canaria y
Tenerife. La mayor afluencia tuvo lugar con el sometimiento definitivo del
arquipielago a finales del siglo XV, tras la conquista de Tenerife y la
represión de la revuelta de la Gomera, cuando guanches y gomeros fueron
vendidos en el mercado hispalense y en Valencia.
No abundaron los esclavos americanos pues la Corona
prohibió terminantemente su tráfico. Estos indígenas del Nuevo Mundo procedían
sobretodo de la Española, San Juan de Puerto Rico y Brasil.
De este modo, en Sevilla se mezclaban esclavos negros,
mulatos, blancos y de color “loro”, en un mercado permanente de compraventa que
se realizaba en las “Gradas de la Catedral”, y que deambulaban por las calles,
siendo fácil distinguirlos por su color y atuendo y porque solían llevar
tatuadas en las mejillas una “S” y un “Clavo”, una flor de Liz, una estrella,
las aspas de san Andres o el nombre de su amo. Por ello, se decía que Sevilla
“se parecía a los Trejos del ajedrez: tanto prietos-negros como blancos”.
Cervantes retrató a la población sevillana como “tablero de Ajedrez” o “juego
de damas”, por el contraste racial.
Gradas de la Catedral
En comparación con otras ciudades, en Sevilla los
esclavos constituían un grupo muy numeroso. Según un censo realizado por
funcionarios eclesiásticos en 1565, había 6.327, o sea un 7% de la población,
aunque quizás fueran muchos más al no incluir, en dicho censo, a los islámicos
y negros no bautizados, a los turcos y berberiscos que no querían abandonar su
religión y a los negros y mulatos libres, por lo que se pude estimar que
alrededor del 10% de la población sevillana pudiera ser esclava.
En Sevilla, según las crónicas, los esclavos se
reunían en la zona de Santa María la Blanca y la Puerta de la Carne, donde los
domingos y días de fiesta solían celebrar bailes con instrumentos musicales de
su tradición cultural autóctona. En el entremés “Los mirones”, atribuido a
Cervantes, se habla de la pequeña plaza de Santa María la Blanca, junto a la
Puerta de la Carne, “en cuya placetilla suelen juntarse infinidad de negros y
negras”
Calle Conde Negro
Los amos y la actividad de los esclavos
El poseer esclavos era un signo
de prestigio y distinción, por ello, el esclavo no era un lujo reservado a la
nobleza o a los mercaderes, sino que cualquier artesano era dueño de uno o más
esclavos que le ayudaban en sus actividades.
Uno de los grupos mayoritarios
de los “amos” era el eclesiástico, entre ellos Maese Rodrigo Fernández de
Santaella, canónigo, teólogo y fundador de la Universidad de Sevilla, que en su
testamento dejó una esclava a su ama de casa. También el canónigo Alonso
Campos, en su testamento, vendía dos esclavos al Colegio Santa María de Jesús
(Futura Universidad de Sevilla) “los cuales podían servir de despensero y
cozinero y esto fago ansi por servir al dicho collegio porque ellos sean bien
tratados e les fagan se buenos cristianos”.
Maese Rodrigo Fernández
de Santaella. Primer patio Universidad de Sevilla
El trabajo del esclavo en
Sevilla no solía ser excesivamente duro. La mayoría eran destinados al servicio
doméstico, siendo las mujeres las más solicitadas porque parían futuros
esclavos y acompañaban a las damas en sus paseos por la ciudad. El famoso médico Monardes dio una esclava,
como criada, a su hija profesa en el convento de san Leandro. Algunos amos,
menos escrupulosos, las usabas como concubinas incluso las prostituían, según
cita Valdivieso.
Algunos eran empleados de
talleres, concretamente los musulmanes eran muy apreciados por sus
conocimientos de la artesanía de la seda. Otros fueron porteros, amas de cría,
curtidores, esparteros, olleros, recaderos, aguadores. También fueron
utilizados para obtener préstanos entregándolos en “prenda”. También
participaron en la construcción, en obras públicas y privadas, como la Catedral
y los Reales Alcaceres.
El gremio de los pintores
prohibía que los negros recibiesen lecciones y aprendieran el oficio, de aquí
que en el arte no destacaran los negros o mulatos, aunque Juan Pareja, esclavo
mestizo de Velázquez, descendiente de moriscos, aprendió el oficio y llego a
ejercer de pintor, y Sebastián Gómez fue otro mulato morisco al cobijo (no
sabemos si esclavo) de Murillo y autor de algunas obras. Igualmente, Martínez
Montañez tuvo varios esclavos negros a su cargo en su taller.
Tampoco podían ir a la escuela
y si aprendían era porque algún maestro le enseñaba a escondidas, así, Juan
Latino fue el primer africano en escribir en latín culto y Cervantes le dedicó
algunos versos al comienzo del Quijote.
Pero, en el ámbito doméstico,
los artesanos frecuentemente tenían el taller dentro de sus viviendas, por lo
que se sabe que los esclavos participaban en las labores de oficios textiles,
como roperos, sastres, tintóres, tejeros y tundidores; en el sector del cuero,
como borceguineros, curtidores, zapateros, guanteros; en el trabajo del metal
como cuchilleros, herreros, herradores, cerrajeros, armeros, espaderos o en el
área de alimentación como carniceros, vendedores y tratantes de pescado,
especieros, bizcocheros y molineros.
En el mundo rural desarrollaban
actividades domésticas y también participaban en labores de labranza, en la
siembra y en la recolección.
También había esclavos a los
que se encomendaban tareas más pesadas, como la carga y descarga de las
mercancías de los buques fondeados en puertos, siendo considerados como bestias
de carga. De hecho, se pregonaba “esclavo, o caballo o mula o otra cosa que
anduviese perdida“por las principales plazas de la ciudad.
Algunas esclavas se dedicaban a
la prostitución, aunque si esta actividad era realizada sin el consentimiento
de su dueño, este podía repudiarla y entregarla a la justicia. Pero la esclava
prostituta no podía ser negra ni mulata para evitar “conmixtion sanguinis” que
llevaría a las venas del cliente la sangre inferior de la mujer y lo degradaría
en la escala de honorabilidad.
A veces, los amos concertaban
con sus esclavos el pago de una cantidad diaria por su trabajo dejándole la
libertad para ganar dinero y poder ahorrar para comprar su libertad, por la
llamada “carta de ahorría”.
La relación del esclavo con su dueño solía ser buena, incluso llegando a ser considerado como un miembro más de la familia, especialmente en el caso de los menores nacidos en esclavitud en la propia casa, aunque sin olvidar los casos en que el esclavo era considerado como un animal. Curiosamente, las sociedades ibéricas de los siglos XIII-XV toleraban la relación entre el amo y su esclava, aunque las relaciones extramatrimoniales estaban prohibidas.
El esclavo podía conseguir su
libertad por dos medios, una cláusula testamentaria o una carta de “ahorría”,
firmada por un escribano público, siendo necesario, en los dos casos, que se
convirtiera al cristianismo. A veces, en los testamentos, se disponía que el
esclavo siguiera prestando sus servicios durante un tiempo variable de años
antes de conseguir su libertad, dando lugar a la figura del “criado semilibre”.
El motivo por el que un dueño
concedía la libertad testamentaria, generalmente, se relacionaba con un alto
grado de relación afectiva y quizás también por la falta de convencimiento de
la licitud del fenómeno a pesar de su legalidad.
Las cartas de ahorría se
concedían en relación con el pago de un rescate, de aquí la necesidad que
tenían los esclavos de ahorrar para conseguir su libertad o conseguirla con el
pago a plazo, teniendo que presentar fiadores generalmente de su mismo grupo
étnico, o sea los negros ayudaban a los subsaharianos y los moros a los de su
raza.
Precisamente la palabra ahorrar
significa “liberar” y viene del árabe hispánico “úrr” y este del árabe clásico
“urr”, libre, según la RAE.
Pero también había razones mezquinas
para conceder la libertad, como denunciaba Cervantes en el Quijote “ahorran y
dan libertad a sus negros cuando ya son viejos y no pueden servir, y echándoles
de casa con título de libres, los hacen esclavos del hambre, de quien no
piensan ahorrarse si no es con la muerte”.
La liberación de los esclavos dio lugar
a la aparición de un nuevo grupo social, los “libertos”, que vivían
modestamente en los arrabales, con muy bajo nivel económico, por las grandes
dificultades para encontrar trabajos, terminando en actividad delictiva y las
mujeres ejerciendo la prostitución. Los moros libertos se podían dirigir a las
tierras del Islam en el reino de Granada o en el Magred pero los procedentes
del África subsahariana tenían gran dificultad para volver a sus casas. Muchos
esclavos negros y sus descendientes, por medio de matrimonios mixtos, se
integraron en la sociedad sevillana y se difuminaron en ella. A partir del
siglo XVI muchos negros libertos emigraron al Nuevo Mundo buscando trabajo y un
futuro mejor.
La esclavitud en el arte
Aunque los negros, pardos y mulatos representaban el 10% de
la población sevillana del siglo XVI, es muy raro que fueran protagonistas de
los cuadros, como es el caso del cuadro "La mulata", "La cena de Emaús", de
Velázquez, o "Los tres niños", de Murillo, pues habitualmente se situaban en
los márgenes del lienzo, representaban a los verdugos en los cuadros de
martirios de santos, y el rey negro, en la iconografía de la Adoración de los
Magos, tomaba, por lo general, los rasgos de un esclavo.
El profesor Luis Méndez ha realizado una gran investigación sobre
“Los esclavos en la pintura sevillana
del siglo de Oro” que supone una de las grandes aportaciones
bibliográficas al arte barroco y ha obtenido el VIII Premio de Historia Ateneo
de Sevilla. En la obra se profundiza en la historia de estos sevillanos de raza
negra que, ya fueran esclavos, libertos o libres, estaban marginados de la
estructura económica, social y urbanística de la ciudad, y por eso aparecían
casi siempre reflejados en los márgenes de los cuadros. "Hay bailes,
sermones, teatro, pinturas en las que a veces en una esquina aparecía un
esclavo. Son personas que desde los márgenes construyeron esa Sevilla opulenta.
Y le dieron su impronta. Y perviven en villancicos, en hermandades y fueron
visibles en las letras de Lope de Vega y en la devoción al santo negro San
Benito de Palermo".
Francisco Pacheco en su "Arte de la Pintura" desvela en
clave pictórica lo que significaba pintar a gente de color: "Hemos
aprendido mediante el uso del pintar, que la naturaleza aborrece lo oscuro y lo
hórrido, y cuanto más sabemos, tanto más inclinamos la mano a la gracia y gentileza,
y así naturalmente amamos las cosas claras y abiertas".
La Última Cena de Emaús, también conocida la Mulata en la Cocina, el
Mulato y Escena de la Cocina con la Última Cena de Emaús, es una obra en la que
una esclava protagoniza completamente la escena.
Se atribuye a Diego de Velázquez
y no hay acuerdo, entre los críticos, sobre la fecha de ejecución, pues unos la
consideran una de sus primeras obras de alrededor de 1617 a 1618, frente a
otros que la ubican entre 1620 y 1622. Pertenece a la National Gallery de
Irlanda desde 1987 por una donación de Alfred Beit.
La pintura representa a una mujer
joven de tez oscura con una cofia blanca, situada detrás de una mesa de cocina
que oculta su medio cuerpo. Con su mano izquierda sostiene una jarra de cerámica
vidriada, situada en la mesa junto a otras jarras de barro y bronce, un mortero
con su maja y un ajo. En la pared del fondo hay un cesto de mimbre colgado de
una escarpia con una servilleta o toalla blanca. Son elementos característicos
de la pintura de un “bodegón” por lo que, este cuadro, se ha relacionado con
los “Bodegoncillos” descritos por Antonio Palomino entre las primeras obras de
Velázquez.
En 1933, al realizarse una
limpieza del cuadro, se descubrió una ventana, en la esquina superior izquierda,
a través de la cual se ve a Cristo bendiciendo el pan con un hombre barbudo a
su izquierda y una mano a su derecha, que se supone que pertenece a un segundo
discípulo que se ha perdido en un recorte del lienzo. Esta escena representa la
Cena de Emaús, según el relato de Lucas (Lc 24: 13-35) y da toda su dignidad a una
sierva esclava al presentar a Jesucristo junto a la gente más humilde, “Dios
también se entromete en las ollas”, en la afirmación de Santa Teresa.
La ventana con la escena sagrada,
recurso también empleado en “Cristo en la casa de Marta y María”, representa
“un cuadro dentro del cuadro” que también se emplearía en “Las Meninas”.
“Tres Niños”. Murillo tuvo un esclavo negro llamado
Juan nacido en 1657 y puede ser el modelo utilizado para este cuadro. La escena
tiene lugar al aire libre, dos pícaros van a iniciar su merienda comiéndose un
pastel de manzana. Un joven de raza negra, que lleva un cántaro sobre los
hombros, les tiende la mano para pedirle una porción. Uno de los niños aparta
la tarta, cruzando su mano, para que no se la robe, el otro muestra un rostro
alegre. Valdivieso, el gran experto en Murillo, cree que el pintor desmitifica
el papel del negro agresivo y delincuente: "Murillo nunca condena a los
niños y aquí se pone en favor de ese negrito que desea compartir la merienda y
que tiene el mismo apetito eterno de los pícaros de sus obras".
Esta obra pertenece a “los géneros profanos” de Murillo y
casi todos proceden de fuera de España, al ser encargos de comerciantes
flamencos asentados en Sevilla, como Nicolás de Omazur, importante
coleccionista de las obras del pintor, y con destino al mercado nórdico.
En la iconografía de
la adoración de los Magos, los negros son representados exóticamente con
turbantes, plumas de avestruz o nautilus que simbolizan lo africano.
La “Adoración de los Reyes” del altar mayor de la Iglesia de la Anunciación de Sevilla, forma parte de pinturas que fueron contratadas por don Juan de la Sal, obispo de Bona, protector de los jesuitas sevillanos, a Gerolamo Lucenti de Corregio, con la condición de que ejecutara bocetos previos de cada trabajo, y en caso de que no le gustaran al obispo, se le pagaría, pero se rescindiría el contrato. Efectivamente al no ser de la satisfacción del obispo fue pagada y guardada, pero finalmente fue colocada en la calle izquierda del primer cuerpo del retablo, donde actualmente puede ser admirada.
Es posible encontrar negros en el “Carro del Víctor y del Parnaso”, que forma parte de un grupo de ocho grandes lienzos de igual tamaño que representan los carros triunfales que desfilaron por la ciudad de Sevilla en 1747, durante la Máscara que los obreros de la Real Fábrica de Tabacos celebraron con motivo de la subida al trono español de Fernando VI y de su esposa, la reina Bárbara de Braganza. Los cuadros fueron pintados para el libro que sobre esta fiesta escribió don Ramón Cansino Casafonda y costeado por don José Antonio de Losada, director de la fábrica de tabacos. Su autoría, tradicionalmente, fue atribuida a Juan de Espinal pero Sánchez Pineda estableció la de Domingo Martínez (ver). En la comitiva presenta un acompañamiento de una cuadrilla de negros.
La búsqueda de Luis Méndez Rodríguez encuentra un lienzo sobre “La Epidemia de Peste” de 1649, en el museo del Hospital del Pozo Santo donde se descubre a una negra muerta junto a otros difuntos en la explanada situada frente al Hospital de las Cinco Llagas (ver), siendo el único cuerpo que aparece totalmente desnudo, reflejo de total y absoluto desamparo.
La gran peste. Museo Hospital del Pozo Santo
Hermandad de los Negritos
Aunque la
Iglesia era de las principales poseedoras de esclavos, también se preocupó de
protegerlos y en 1393 el arzobispo Gonzalo de Mena creó una fundación para
ayudarlos, y para ello hizo construir un hospital, una capilla y un lugar de
reunión, junto al desaparecido convento de San Agustín, en la actual calle del
Conde Negro. La hermandad de la “Luz de Nuestra Señora de los Ángeles” atendió
a las necesidades de la capilla del hospital, llamado primero “Hospital de
Mena” y posteriormente de “Nuestra Señora de los Reyes”. De esta capilla
gótico-mudéjar no queda ningún resto.
A mediados del siglo XVI se reorganizó la Hermandad, ya en forma de cofradía penitencial, cuyas primeras reglas fueron aprobadas en 1554 por el arzobispo Fernando Valdés (hasta mediados del siglo XIX, solo participaron en ella negros y mulatos).
En estas fechas existían numerosas viviendas humildes, en zona extramuros, adosadas a la muralla, entre la Puerta del Sol y la Puerta de la Carne, por lo que era necesario atender a estas personas, sobre todo por la noche, cuando se cerraban las puertas de la ciudad, por ello, la hermandad compró tres solares para su sede con el nombre oficial de la parroquia de san Roque, santo protector contra la peste.
Pero pronto, la capilla
se hace pequeña, sin espacio suficiente para enterrar a los muertos, celebrar
misa y administrar los sacramentos, por lo que se construye un nuevo templo,
enfrente de la capilla, que acabaría siendo la actual iglesia de San Roque,
denominándose a la primitiva sede como “Nuestra Señora de los Ángeles”.
Durante la
edificación de San Roque se realizaron varias mudanzas entre los dos templos,
lo que explica la estrecha relación existente entre ambas hermandades durante
siglos.
En 1604 se reedifica la actual capilla en unos terrenos cedidos por el veinticuatro don Juan de Vargas Sotomayor.
En 1676, se realiza una nueva ampliación de la capilla, con la reconstrucción de la sacristía y la techumbre de madera.
Nuevas reformas se realizaron en el siglo XVIII, al añadirse un almacén alto para albergar los pasos.
A finales del siglo XIX nuevas obras le dieron la apariencia actual a la nave principal.
Las
inundaciones del siglo XX, especialmente la de 1961, afectaron notablemente a
la Iglesia, que fue remodelada con posterioridad por el arquitecto Juan J.
López Sáez, dándole la apariencia actual.
La cofradía de Los Negritos (Sevilla) en 1935