domingo, 18 de mayo de 2025

 EXPOSICIONES

Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (Focus). Centro Velázquez. Hospital de los Venerables.

La Alameda de Hércules. Anónimo. Siglo XVII

La Alameda de Hércules. Anónimo. Siglo XVII. Óleo sobre lienzo. 102 x 158 cm. Deposito de la Hispanic Society de Nueva York


La Hispanic Society de Nueva York ha depositado la Vista de La Alameda de Hércules, lienzo que da una idea de cómo era la Sevilla de Velázquez y que representa tanto el espacio público y urbano como el humano, en el Centro de Investigación Diego Velázquez.

La pintura representa uno de los espacios urbanos más importantes de la Sevilla de final del Renacimiento y del Barroco la Alameda de Hércules (ver), flanqueada por álamos y otras especies. 

Creada en 1574 a instancias del asistente Francisco Zapata, conde de Barajas, fue durante siglos la gran zona de esparcimiento de la ciudad. Considerada el primer paseo intramuros creado en Europa, en su momento supuso una novedosa creación urbanística. Su éxito hizo que fuera modelo para bulevares similares en otras ciudades de España y América.

En la vista de esta plaza de Sevilla se aprecian las acequias y los pequeños puentes que las salvan, así como la Cruz del Rodeo, las fuentes que decoraban la avenida central y, en lugar destacado en primer término, las famosas columnas romanas del templo dedicado a Hércules en la calle Mármoles, rematadas por las esculturas de Julio César y Hércules, como fundadores de la ciudad, del escultor Diego Pesquera. Faltan las dos columnas que, siguiendo la reforma urbanística promovida por el asistente Larumbe, que fueron colocadas al fondo del paseo en 1764 por lo que la obra debe de ser anterior a esa fecha.

El óleo supone también un acercamiento a la sociedad sevillana de la Sevilla del XVIII, ya que retrata a hombres y mujeres de clase alta paseando por su zona central, así como tipos populares, miembros del clero, vendedores callejeros y hasta a un aguador rellenando cántaros en la fuente central.

Detalle del aguador rellenando cántaros en la fuente central

Detalle de coche de caballo con mujeres de la clase alta

San Pedro Penitente.  Bartolomé Esteban Murillo 

San Pedro penitente.  Murillo, Bartolomé Esteban. Hacia 1675. Óleo sobre lienzo. 155 x 210 cm. Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (Focus).

Es muy probable que esta pintura fuera encargada por el canónigo de la Catedral de Sevilla Justino de Neve, estrecho amigo y mecenas de Murillo. En su testamento, fechado en 1685, dispuso que la obra fuera donada al Hospital de los Venerables. Sin embargo, contrariamente a su voluntad, no fue ubicada en la enfermería, sino en un altar al pie de la iglesia. Allí se conserva todavía su marco original, tallado en madera dorada y calada, integrado en un retablo que presenta los símbolos papales (las llaves y la tiara) entrelazados con dos palmas, emblemas del martirio.

Durante la ocupación napoleónica, en 1810, el lienzo fue saqueado y trasladado a París, donde formó parte de la colección del Mariscal Soult. Tras la muerte de este en 1851, la obra fue vendida y enviada al Reino Unido, donde permaneció en colecciones privadas durante más de siglo y medio, fuera del alcance del público. Solo era conocida a través de una fotografía publicada por Diego Angulo en la década de 1970. En 2011, gracias a la labor de Gabriele Finaldi, la pintura fue redescubierta y exhibida en la muestra "Murillo y Justino de Neve: el arte de la amistad", organizada por el Museo del Prado, la Fundación Focus y la Dulwich Picture Gallery. En 2014, en un destacado esfuerzo de recuperación patrimonial, Abengoa la adquirió y la cedió en depósito a su Fundación para incorporarla a la colección permanente del “Centro Velázquez”.

Antes de su exposición pública, la obra fue sometida a un minucioso proceso de estudio técnico y restauración en el Museo Nacional del Prado, donde se lograron recuperar tanto la riqueza cromática como las transparencias originales, devolviendo a la pintura toda la vitalidad de su pincelada.

El proceso creativo de esta obra se vincula también a un dibujo conservado en el British Museum de Londres, de notable calidad, que presenta algunas variaciones respecto a la composición final, como la disposición de la figura de San Pedro o la inclusión del gallo. Este estudio pudo haber servido como etapa intermedia entre la estampa original y la versión definitiva.

En esta obra, Murillo acusa la influencia de José de Ribera, especialmente de una estampa fechada en 1621 atribuida al artista valenciano, cuya visión severa y dramática es reinterpretada por Murillo en un tono más humano y sereno.

El tema de San Pedro penitente o en lágrimas fue particularmente relevante en la España del Siglo de Oro, ya que, en el contexto de la Contrarreforma, servía como poderosa herramienta visual para exaltar el arrepentimiento, la confesión y la penitencia, caminos hacia la redención del alma.

En la escena, San Pedro aparece al amanecer, sumido en el dolor por haber negado a Cristo. Sentado ante una gruta, apoya un brazo sobre una roca, entrelaza las manos con fuerza y eleva la mirada al cielo con expresión de súplica y contrición.

Detalle del rostro y de las manos de san Pedro

Detalle de las manos

Detalle del rostro

Detalle del rostro

Detalle del libro

Detalle de las llaves

Llama la atención el tratamiento de sus pies descalzos, que presentan la morfología conocida como “pie griego” y una ligera deformidad compatible con hallux valgus.

Detalle de los pies

La Sagrada Familia. Bartolomé Cavarozzi 

La Sagrada Familia. Cavarozzi, Bartolomé. 1620. Óleo sobre lienzo

La pintura fue adquirida en 2009 por la Fundación Focus para el Centro Velázquez, por la intermediación de Artur Ramon Art. Su anterior dueño era la colección Gil de Barcelona.

Nunca había sido vista desde que la publicó Alfonso Pérez Sánchez en su estudio sobre Borgianni, Cavarozzi y Nardi en España en 1964, pero el especialista Gianni Papi no lo incluyó en su monografía sobre el pintor barroco, por lo que surgieron dudas con respecto a su autoría, pero un informe del Ministerio apoyó la atribución del lienzo y recomendó su adquisición.

Esta Sagrada Familia podría datarse hacia 1620, coinciden muy probablemente con su estancia en España, pues el pintor visitó nuestro país entre 1617 y 1619, acompañando a Giovanni Battista Crescenzi.

Por su sentido íntimo y su fuerte impronta devocional, en parte afín a la piedad española, esta pintura podría tratarse de un encargo para un oratorio o altar en capilla de fundación privada.

Su obra es crucial para entender el realismo en la pintura de Velázquez, pues con bastante seguridad el joven sevillano tuvo que ver obras suyas en la ciudad, durante su estancia en España.

El intenso naturalismo de matriz caravaggiesca que se percibe en las figuras de san José, la Virgen y el Niño convive a la perfección con las primeras obras del joven Velázquez. Destacan los surcos de la frente de san José, sus manos venosas, el carácter escultural de la Virgen María y la actitud juguetona del Niño Jesús hacia San Juan Bautista.

De este modo, se puede explicar su importancia como uno de los principales catalizadores de la pintura realista en España.

Detalle de la Sagrada Familia

Detalle de San Juanito

Detalle de los pies de la Virgen

Santa Catalina. Bartolomé Esteban Murillo

Santa Catalina de Alejandría. Murillo, Bartolomé Esteban. Hacia 1650. Óleo sobre lienzo. 75 x 58,2 cm. Adquisición Junta de Andalucía (2022)


La obra fue realizada para la iglesia de Santa Catalina de Sevilla (ver), donde fue descrita junto a la entrada a la capilla sacramental. Las abundantes referencias bibliográficas que la citan, así como dos copias conocidas realizadas en el siglo XVII, manifiestan el gran reconocimiento alcanzado en la ciudad.

Durante la invasión napoleónica fue expoliada por el mariscal Soult. Fue vendida en 1852 a la muerte del mariscal, pasando a la propiedad del hispanista escoses Stirling-Maxwell, quien en 1857 lo prestó a una exposición en Manchester donde todavía figuraba como de Zurbarán. En 1950 fue adquirida por un coleccionista suizo. En 1999 pasó al mercado de arte londinense como obra de Alonso Cano. En 2003 Navarrete devuelve la atribución a Murillo y en 2009 pasa a la colección de la Fundación Focus desde donde es adquirida por la Junta de Andalucía.

Santa Catalina de Alejandría (ver) fue martirizada en el siglo IV por orden del emperador Majencio y finalmente decapitada, según la tradición cristiana.

La santa es representada de medio cuerpo, aislada y recortada sobre un fondo oscuro, fuertemente iluminada desde la izquierda, sin elementos secundarios que completen la escena. Su mirada directa hacia el espectador y ligeramente ladeada hacia la derecha aproxima esta sencilla composición religiosa al género del retrato, en lo que se conoce como retratos a lo divino. La literatura artística del siglo XVIII afirma que era el retrato de la Tarca, a quien Murillo utilizaba como modelo.

Con su mano sujeta una espada, de la que sólo se aprecia la empuñadura y en su izquierda se insinúa la palma de su martirio, son las únicas referencias iconografías que permiten identificarla. 

Detalle del cuadro sin marco

Detalle del rostro

Detalle de la mano con la espada

Detalle de la mano con la palma del martirio

Santa Catalina, Francisco Pacheco

Santa Catalina. Francisco Pacheco.  1605.  Óleo sobre tabla. 103,5x43,5 cm. Museo del Prado. Depósito en otra Institución. (ver) (CC BY 3.0)

Esta obra de Francisco Pacheco (ver) procede, junto a su compañera santa Inés, del retablo que poseía doña Francisca de León en la iglesia del Santo Ángel de Sevilla, que el pintor contrató en 1605.

Las dos tablas fueron adquiridas por el Deán López Cepero en 1804, cediéndolas en 1821 a la colección del rey Fernando VII.

La presencia de estas pinturas en la colección permanente del Centro Velázquez tiene un interés especial, ya que la comparación estética entre las dos obras de Pacheco, la Santa Rufina de Velázquez, y la Santa Catalina de Murillo, consigue recrear un universo visual envidiable, que tiene como nexo la imagen sagrada personificada, gracias a emplear como modelos a personajes concretos y cercanos a cada uno de los artistas. En el caso de Pacheco, quizás más artificiales y distantes de la realidad, pero, en el de Velázquez y Murillo, muy verosímiles y fuertemente caracterizados.

La santa (ver) ostenta los atributos de la palma, la espada, la cabeza del moro y la rueda dentada.

Detalle del cuadro sin marco

Detalle del rostro

Detalle de la cabeza del moro

Detalle de la rueda dentada
Detalle de la mano con la palma del martirio

Santa Rufina. Diego Velázquez

Santa Rufina. Velázquez, Diego. Hacia 1630. Óleo sobre lienzo.  79 x 64 cm. Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (Focus)

La Santa Rufina (ver) es el centro neurálgico del discurso museológico trazado con esta selección de obras, pues resume todo el proceso de trabajo de Velázquez desde su formación sevillana hasta su traslado a la Corte.

La obra ha tenido un recorrido de propietarios tan prestigioso como azaroso.

Aparece por primera vez en el inventario de 1802 de uno de los mecenas de Velázquez, Luis Méndez de Haro (1598-1661), Marqués de Eliche y sexto Marqués del Carpio, (1598-1661), que se convirtió en válido del rey Felipe IV en 1643.

Posteriormente, por pleito sucesorio en 1802, se integró en las colecciones de la Casa de Alba.

También se ha descubierto que Santa Rufina perteneció a Don Sebastián Martínez (1747-1800), un eminente coleccionista y amigo personal de Francisco de Goya, cuyo retrato por Goya cuelga hoy en el Metropolitan Museum de Nueva York. Catalina Martínez, hija del anterior, lo recibe como herencia y posteriormente es propiedad de Fernando Casado de Torres, cuñado de la anterior. 

Además, a mediados del siglo XIX, la obra pasó a la colección de otro distinguido coleccionista español, el Marqués de Salamanca (1811-1883).

En 1867 es subastado en Paris y adquirido por William Ward, primer Earl of Dudley y Viscount Ednam (1817-1885) junto a otras obras españolas muy importantes y permaneció en la colección de su familia hasta que fuera subastada otra vez en Londres medio siglo más tarde en 1925.

A partir de ese momento ha pasado por diferentes coleccionistas y ventas internacionales, así fue subastado posteriormente en Buenos Aires y la última vez que Santa Rufina apareció en el mercado fue vendido en Nueva York en 1999, siendo recuperada definitivamente para Sevilla por la Fundación Focus en el año 2007, en subasta en Sotheby’s.

Santa Rufina representa a la patrona de Sevilla, de medio cuerpo con un bastón de palma y un plato y un tazón en las manos, que aluden a su profesión de alfarera de Triana. 

Su rostro se muestra melancólico y triste y tiene las facciones de una niña y se representa en solitario, sin su hermana Justa y sin la Giralda, habitualmente presente en las representaciones.

Sin embargo, es probable que la cara pertenezca a Ignacia o Francisca Velázquez, hijas del pintor, según ha explicado McDonald, que ha fechado la obra hacia principios de 1630.

Detalle del rostro

Detalle de la taza

Detalle de la mano con la palma del martirio

Santa Inés. Francisco Pacheco.

Santa Inés. Pacheco, Francisco.1608. Óleo sobre tabla. 103 x 44 cm. Museo del Prado. Depósito en otra Institución. CC BY 3.0


Esta obra, junto a su compañera Santa Catalina, formaba parte del retablo encargado por doña Francisca de León para la iglesia del convento sevillano del Santo Ángel. El conjunto fue contratado al pintor en 1605 y ambas piezas comparten un destino histórico común. Sin embargo, esta pintura se distingue por ser la única del conjunto que está firmada y fechada, concretamente en 1608.

En 1804, ambas tablas fueron adquiridas por el Deán López Cepero, quien posteriormente las donó en 1821 a la colección del rey Fernando VII. Finalmente, ingresaron en el Museo en 1829.

Pacheco representa a la santa de pie (ver), con una expresión introspectiva, enmarcada por un paisaje montañoso.

Porta sus atributos iconográficos más característicos: la palma del martirio, símbolo de aquellos que han entregado la vida por Cristo, y un cordero, que remite tanto a la humildad y mansedumbre de la santa como a la etimología de su nombre en latín, en alusión directa al Agnus Dei, el Cordero de Dios.

La santidad de la figura queda subrayada por la aureola que circunda su cabeza, mientras que su virginidad se simboliza mediante la corona de oro engastada con piedras preciosas.

El artista se inspira en un episodio narrado en la "Leyenda Dorada", según el cual la santa habría rechazado las joyas ofrecidas por el hijo del prefecto de Roma, su pretendiente, afirmando que no podía aceptarlas porque estaba desposada con un esposo celestial. Este le habría colocado un anillo en la mano derecha (como se observa en la pintura), adornado su cuello con una sarta de piedras preciosas y la habría revestido con un manto tejido en hilos de oro. De ahí la meticulosa atención del pintor a la descripción de las joyas y los ricos bordados, con los que enfatiza tanto la pureza como la dignidad espiritual de la santa.

Detalle del cuadro sin marco

Detalle del rostro

Detalle del cordero

Detalle de la mano con el anillo de compromiso y la palma del martirio

Inmaculada Concepción. Diego Velázquez.

Inmaculada Concepción. Velázquez, Diego. Hacia 1617. Óleo sobre lienzo. Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (Focus)

Esta obra fue adquirida en 1994 por la Fundación Focus-Abengoa y suscitó un gran enfrentamiento entre los expertos por las dudas sobre la autoría de Velázquez.

Este debate gira en torno a su atribución, entre Alonso Cano y el joven Velázquez, cuando ambos compartían aprendizaje en el taller de Pacheco.

No obstante, los últimos estudios técnicos realizados en el Museo Nacional del Prado, estudios radiográficos, macrofotografías y un cuidado estudio de Benito Navarrete (alumnos de Pérez Sánchez e inicialmente defensor, como este de la autoría de Cano)  han evidenciado que la riqueza y densidad cromática de esta obra están en directa relación con las primeras obras seguras de Velázquez como la Inmaculada de la National Gallery de Londres, o la Adoración de los Magos del Museo Nacional del Prado, fechada en 1619, demostrando definitivamente que se trata de una obra juvenil del maestro sevillano, pintada al poco de dejar el obrador de su maestro, Francisco Pacheco.

Siguiendo las directrices iconográficas establecidas en el tratado de pintura de su suegro y maestro, el pintor representa a la Virgen como una joven en pie sobre un globo transparente que simboliza la luna, suspendida en una masa luminosa de nubes, y ante un paisaje casi nocturno en el que se advierten los símbolos marianos tradicionales. 

Detalle del cuadro sin marco

Detalle de la Inmaculada

Inmaculada. Juan Martínez Montañés.

Inmaculada. Martínez Montañés, Juan. 1623-1624. Escultura en madera policromada. 168 x 64 x 49 cm. Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (Focus). Arzobispado de Sevilla


Esta Inmaculada es el precedente inmediato de la Cieguecita de la Catedral de Sevilla, con la que el escultor Martínez Montañés consigue una de las cumbres magistrales en la plasmación de un tipo iconográfico que fue un gran revulsivo en la obra velazqueña, especialmente a partir de su primera versión realizada para el pueblo de El Pedroso, encargada en 1606, que constituye el modelo referencial de la pintura de Velázquez conservada en la National Gallery de Londres.

La escultura procede, junto a su compañera dedicada a san Juan Bautista, de los retablos colaterales de la iglesia del convento de Santa Clara de Sevilla, ejecutados por el maestro a partir de 1622.

La Virgen se presenta con las manos unidas en oración, mirada baja, expresión candorosa y ensimismada, y pisando el creciente lunar, sobre cuyo frente emergen dos cabezas de querubines.

El tratamiento del manto es técnicamente magistral, con plegados amplios y profundos que difieren ligeramente de la disposición que el artista utilizó con anterioridad.

Detalle del rostro

Cabeza de querubines

Inmaculada con san Joaquín y santa Ana. Francisco de Herrera el Viejo. 

Inmaculada con san Joaquín y santa Ana. Herrera el Viejo, Francisco de. Hacia 1625-1630. Óleo sobre lienzo. 241 x 165,5 cm. Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (FOCUS). Procede del Hospital de la Encarnación de Triana

Recientemente se ha propuesto una identificación de este cuadro con el que presidió el retablo de la capilla de la Encarnación de Triana, contratado por el maestro en 1635.

El Hospital de la Encarnación, edificado en 1565, se encontraba en la actual calle Pagés del Corro. Las pinturas del retablo mayor de su iglesia fueron realizadas por Francisco Herrera el Viejo entre julio de 1635 y febrero de 1636 y por el contrato, publicado recientemente por Ignacio Cano, conservador del Museo de Bellas Artes de Sevilla, conocemos el resto de los temas que circundaban esta Inmaculada con Santa Ana y San Joaquín, tales como, el abrazo de Santa Ana y San Joaquín ante la Puerta Dorada, la Natividad de la Virgen, la Presentación de la Virgen, los Desposorios de María y San José, la Visitación de María a Isabel, el Nacimiento de Jesús, la Adoración de los Magos y la Presentación del Niño en el templo, además de un Dios Padre que remataba todo el conjunto así como otras obras en el banco del retablo y el tabernáculo.

La pintura presidía la calle central del segundo cuerpo del retablo y muestra a la Inmaculada entre San Joaquín y Santa Ana, en una iconografía que deriva directamente de la denominada escena de los Tallos o de los Lirios, en la que de los pechos de los padres de María salen sendos tallos que se unen en una flor sobre la que aparece su Hija, de la escena denominada Tallos de los lirios, tomadas de los libros apócrifos. Aquí, han desaparecido ya los tallos (si bien se mencionaban en el contrato) pero permanece el esquema: a ambos lados de la composición, dispuestos de manera simétrica, los padres dirigen su mirada hacia Aquella que ha sido concebida sin mancha en el seno de Santa Ana. Destaca el color amarillo del manto de ésta última, que se recorta sobre el fondo de la escena y que la unifica visualmente con la luz que envuelve a la Inmaculada, luz que hace referencia al versículo del Apocalipsis 12,1: Vestida de sol.

María, por su parte, presenta los primitivos colores concepcionistas de rojo y azul y siguiendo igualmente el capítulo 12 del Apocalipsis aparece coronada por las doce estrellas y a sus pies la luna, bajo la cual se distinguen varias cabezas de angelitos.

Toda la escena tiene lugar en un hermoso paisaje en el que se distinguen algunos de los símbolos marianos, como el pozo, la torre o el huerto cerrado.

En Sevilla el dogma de la Inmaculada fue uno de los temas principales de debate, tanto en círculos intelectuales como artísticos, que reflejaban la lucha entre dominicos y franciscanos acerca del dogma, a finales del siglo XVI y comienzos del siglo XVII. La ciudad se volcó entonces en la defensa del culto mariano, contribuyendo a la creación de una nueva iconografía de la Purísima Concepción de la Virgen. 

Detalle del cuadro sin marco

Detalle de la Inmaculada

Detalle de San Joaquín

Detalle de Santa Ana 

Detalle de letanías lauretanas, el Pozo y la Ciudad

Retrato de Juan Martínez Montañez. Francisco Varela. 

Retrato de Juan Martínez Montañez. Varela, Francisco. 1616. Óleo sobre lienzo. Ayuntamiento de Sevilla


El escultor Juan Martínez Montañés (ver) mantuvo una estrecha amistad con Francisco Pacheco (ver), quien colaboró frecuentemente en la policromía de sus obras. La calidad de su escultura y su apego al clasicismo ejercieron, con toda probabilidad, una fuerte influencia sobre el joven Diego Velázquez.

El autor de esta pintura, Francisco Varela, también desarrolló su labor artística en Sevilla, dentro del entorno profesional de Pacheco, suegro y maestro de Velázquez. Su estilo se caracteriza por un dibujo meticuloso y una marcada definición de volúmenes, rasgos que anticipan el naturalismo que posteriormente alcanzaría plenitud en la obra de Francisco de Zurbarán.

En el retrato, el escultor aparece vestido de negro, destacando únicamente el blanco del cuello de lechuguilla. Se le representa en el acto de modelar en barro una de sus piezas más reconocidas, el San Jerónimo, realizada para el Monasterio de San Isidoro del Monte en Santiponce.

Su mirada directa al espectador no solo rompe la cuarta pared, sino que también reivindica la dimensión intelectual del arte escultórico. Su expresión, serena y reflexiva, sugiere un momento de introspección creativa mientras da forma a su obra.

Detalle del cuadro sin marco

Detalle del rostro

Detalle de la mano modelando a San Jerónimo

Fray Pedro Oña. Francisco de Zurbarán.

Fray Pedro Oña. Zurbarán, Francisco de. Hacia 1629. Óleo sobre lienzo. 203 x 134 cm. Ayuntamiento de Sevilla


Este retrato forma parte de la serie dedicada a teólogos y predicadores de la Orden de la Merced, encargada a Francisco de Zurbarán en 1628 para decorar la Biblioteca del Convento de la Merced, hoy sede del Museo de Bellas Artes de Sevilla. Entre las figuras representadas en esta colección destacan personalidades como fray Pedro Machado, doctor en Artes y destacado teólogo, filósofo y matemático; fray Hernando de Santiago, reconocido predicador; fray Jerónimo Pérez, vicario general de la Orden y profesor de Teología y Filosofía en la Universidad de Valencia; y fray Francisco Zumel, doctor en Artes y consejero de los reyes Felipe II y Felipe III. Estas imágenes no solo celebraban la memoria de estos ilustres mercedarios, sino que también ofrecían modelos de erudición y virtud para los estudiosos de la Orden, auténticos "guardianes de la ciudad de los libros", en palabras del historiador Paul Guinard.

La obra fue redescubierta en 1950 por el marqués de Lozoya en el convento de las hermanas mercedarias de Sevilla, adonde había sido trasladada alrededor de 1836 tras la desamortización del convento original. Fue Diego Angulo quien la incorporó al catálogo de Zurbarán. Como señala la historiadora Carmen Espinosa, esta pintura condensa con maestría las señas de identidad del estilo del maestro extremeño: un poderoso sentido escultórico en la figura, reforzado por un intenso claroscuro, y una exquisita representación de los pliegues del hábito, que combina sobriedad y monumentalidad.

El retrato fue adquirido por el Ayuntamiento de Sevilla en 1950 y actualmente se encuentra en depósito en el Centro Velázquez de la Fundación Focus.

El personaje representado es fray Pedro de Oña (1560–1626), natural de Burgos, destacado miembro de la Orden de la Merced. Fue fraile y predicador, designado obispo de Venezuela en 1601 (aunque no llegó a ejercer el cargo), y obispo de Gaeta (Reino de Nápoles) desde 1604 hasta su fallecimiento. Entre 1591 y 1594 ejerció como catedrático en la Universidad de Santiago de Compostela, periodo en el que redactó su comentario a la Física de Aristóteles, que publicó en Alcalá de Henares. En esta misma ciudad había impreso años antes su tratado sobre la Lógica (1588). Sus escritos fueron ampliamente utilizados como manuales en los colegios de los Mercedarios Calzados, consolidando su reputación como una de las figuras intelectuales más relevantes de la Orden en su tiempo.

La pintura responde a la tipología característica de los monjes retratados por Zurbarán: figuras de gran presencia escultórica, situadas sobre un fondo neutro y oscuro, y vestidas con el hábito blanco mercedario, tratado con una sobriedad formal que no resta profundidad ni riqueza visual a la obra.

San Juan Bautista. Juan Martínez Montañez.

San Juan Bautista. Martínez Montañez, Juan. 1623-24- Sevilla. Arzobispado

La obra representa a San Juan Bautista (ver) en pie, sosteniendo el libro sagrado sobre el que se dispone el cordero, en su mano izquierda, La figura viste la túnica de piel de camello sobre la que se dispone un movido manto rojo, estofado sobre dorado, trabajado con gran profusión, en una ancha orla con motivos vegetales y coloristas realizados con esgrafiados y decoración a punta de pincel.

Detalle del rostro 

Detalle del cordero

Inmaculada. Francisco de Zurbarán.

Inmaculada. Zurbarán, Francisco de. Hacia 1640. Óleo sobre lienzo. Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (Focus). Ayuntamiento de Sevilla

La iconografía de la Inmaculada Concepción se fue gestando a lo largo del siglo XVI, sobre la base de un versículo del Apocalipsis de san Juan, complementada con algunos símbolos de las letanías de Loreto. Luis del Alcázar (en 1618) y Francisco Pacheco, en su "Arte de la pintura", fueron determinando su plasmación pictórica, concretamente en la ciudad de Sevilla.

Esta pintura es un claro paradigma de la pintura Inmaculista desarrollada en Sevilla, y encuentra un diálogo perfecto con los ejemplos de Montañés y de Herrera el Viejo presentes en el Centro Velázquez.

Zurbarán puede ser considerado como Murillo, el pintor de las Inmaculadas, pues las pintó a lo largo de toda su carrera, desde sus primeros años sevillanos hasta sus últimos años madrileños.

La obra ingresó en el Ayuntamiento en 1837 procedente del convento del Pópulo.

La Virgen, estática y con mirada dirigida al cielo, sus rasgos recuerdan los de algunas santas pintadas por los ayudantes de Zurbarán, gravita sobre una media luna y cuatro cabezas de querubines ante una masa luminosa de nubes doradas que resaltan su movida silueta, más alargada respecto a sus versiones anteriores.

Es muy interesante el movimiento ondulante de las nubes doradas (a la derecha) con cabezas de angelitos, siguiendo la curva del manto azul-grisáceo.

Así, en estas obras, los atributos de las letanías lauretanas han desaparecido de alrededor de la figura de María, substituidos por cabezas de angelitos.

Esta tipología enlaza con otra pintura similar conservada en el Museo Cerralbo de Madrid, que presenta, no obstante, particularidades iconográficas diferentes.

Detalle del cuadro sin marco

Detalle de la Inmaculada

Detalle de la media luna y cuatro cabezas de querubines

Detalle de las cabezas de angelitos de la derecha

Imposición de la casulla a San Ildefonso. Diego Velázquez

Imposición de la casulla a San Ildefonso. Diego Velázquez. 1622-1623. Óleo sobre lienzo. 162 x 116 c. Fundación Focus. Hospital de los Venerables. Ayuntamiento de Sevilla


Se ignora para quien pintó Velázquez (ver)  esta obra, aunque se sabe que se encontraba en el patinillo del compás del sevillano convento de San Antonio de Padua (ver), donde lo reconoció el conde del Águila a finales del siglo XVIII. En el siglo XIX pasaría al Palacio Arzobispal. En él permaneció hasta que el arzobispo Bueno Monreal lo entregara al Museo de Bellas Artes de Sevilla. El 18 de octubre de 1969 el arzobispo lo donó al Ayuntamiento de Sevilla.

Se pintó cuando Montañez esculpía el conjunto de Santa Clara, justo en el momento en que Velázquez se planteó marcharse a la Corte

La influencia del Greco es patente en este lienzo, tanto en la espiritualidad que desprende la figura del santo como en la composición triangular de la obra. Esto es uno de los elementos que permite fechar la obra, ya que cuando fue a la Corte en 1622 pudo conocer la obra del Greco en Toledo.

San Ildefonso, discípulo de san Isidoro de Sevilla, fue un destacado clérigo en la época de Recaredo y Recesvinto. Sucedió a san Eugenio II como obispo de Toledo. Realizó muchos escritos en defensa de la virginidad perpetua de María. La tradición dice que, en agradecimiento, la Virgen descendió del cielo para imponerle una preciosísima casulla.

Así, la escena representa el momento en el que la Virgen desciende del cielo para regalar a san Ildefonso una casulla como premio a sus desvelos en la difusión de su virginidad. El santo, que estudió en Sevilla bajo la tutela de san Isidoro, es un portentoso retrato de asombroso verismo.

La figura de la Virgen y de las ocho mujeres del coro de ángeles femeninos que aparecen en el rompimiento de gloria tiene una relevancia especial pues son típicamente velazqueñas, con rasgos andaluces, y ajenas a la escena central. Concretamente aparece la imagen de Santa Rufina, tanto en su cuello grácil y esbelto como en el tipo de peinado, el mismo perfil y la misma forma de cara han hecho pensar a muchos investigadores que en ambas pinturas se representa a Francisca, la hija mayor del pintor.

 

Detalle del coro de ángeles femeninos que aparecen en el rompimiento de gloria

Detalle de la imagen semejante a Santa Rufina

Vista de Sevilla. Anónimo.

Vista de Sevilla. Anónimo. Hacia 1660. Óleo sobre lienzo. 163 x 274 cm. Fundación Fondo de Cultura de Sevilla (Focus)

Esta representación de Sevilla puede considerarse, junto con la conservada en el Museo de América de Madrid, una de las más destacadas y monumentales de su tiempo. El lienzo capta con precisión el bullicio de la ciudad en el siglo XVII: un entramado de ilusiones, un constante ir y venir de gentes, galeones y galeras, que convertían a Sevilla en un hervidero comercial y humano. Como señaló el historiador Juan Miguel Serrera, “los detalles cuentan más que el conjunto”, y esta imagen logra transmitir como pocas la esencia de una ciudad que disfrutaba tanto de contemplarse como de ser contemplada, y que, en aquella época, se erigía en reflejo del mundo conocido.

La vista ofrece una panorámica desde el oeste, concediendo protagonismo a Triana y a su emblemático puente de barcas, al tiempo que destaca los principales referentes urbanos. Algunos elementos aparecen estilizados, como es el caso de la Giralda, la Catedral o la Torre del Oro; mientras que otros se representan con notable precisión, como la antigua coracha que conectaba esta última con la Torre de la Plata, o las construcciones diseñadas por el arquitecto milanés Vermondo Resta en los Reales Alcázares.

Es probable que tanto la vista general como muchos de sus detalles se inspiraran en grabados contemporáneos, como el de Matthäus Merian (1593-1650), incluido en la Neuwe Archontologia Cosmica de Johan Ludwig Gottfried, o la estampa de Johannes Janssonius titulada "Qui non ha visto Sevillia non ha visto maravilla", fechada en 1617.

No se trata, por tanto, de una representación topográficamente exacta, sino de una visión intencionada, centrada en reflejar la riqueza de actividades y oficios que daban vida a la ciudad. El énfasis recae en su dinamismo comercial y en la vocación marinera de su río, elementos que marcaron profundamente la identidad sevillana durante el Siglo de Oro.

Detalle del cuadro sin marco

Detalle de la zona derecha

Detalle de la zona izquierda

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