martes, 3 de junio de 2025

RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas 

San Martín de Porres.

Retrato de san Martín de Porres, cerca del siglo XVII en la Iglesia del Monasterio de santa Rosa de Lima. Este retrato fue pintado durante su vida o muy poso después de su muerte, por lo que probablemente sea el mas fiel a su apariencia. (ver) (CC BY 3.0)

Martín de Porres, también conocido como Martín de Porras, nació en Lima el 9 de diciembre de 1579. Fue hijo natural de Juan de Porras, caballero de la Orden de Alcántara y originario de Burgos, y de Ana Velázquez, mujer libre de ascendencia africana y panameña, hija de un español y una esclavizada liberada. Debido a la diferencia social y racial, Juan no pudo casarse con Ana, por ser esta mujer de baja condición social, y muy pobre, aunque mantuvo una relación estable con ella, instalándola en una modesta casa en la calle Malambo, en el barrio limeño de San Lázaro.

Así, en Lima nació Martín, que fue bautizado el mismo día de su nacimiento, 9 de diciembre de 1579, como hijo de padre desconocido en la parroquia de San Sebastián, por el mismo párroco y en la misma pila que lo sería santa Rosa de Lima siete años más tarde. Dos años después, nacería Juana de Porres Velázquez, su única hermana.

Fachada de la casa donde nació san Martín de Porres, actualmente sede de la casa hogar que lleva su nombre y en donde se realizan actividades de bien social. (ver) (CC BY 3.0)

Poco tiempo después Juan de Porras marchó a Guayaquil por orden del virrey Don García Hurtado de Mendoza, conde de Villardompardo, dejando sola a la madre, en precaria situación económica, aunque con algunos medios para el sostenimiento de sus dos hijos. Pero, evidentemente, Martín sufrió, además, la pobreza y limitaciones propias de la comunidad de raza negra en la que vivió.

En 1587, Juan regresó a Lima, reconoció legalmente a sus hijos y los llevó con él a Guayaquil, donde quedaron bajo el cuidado de Diego de Miranda, tío paterno y alcalde de la ciudad. Allí los niños recibieron una educación básica. Tres años más tarde, en 1590, Juan fue enviado como gobernador a Panamá, y los niños regresaron a Lima con su madre, quien se trasladó a otra vivienda en la misma calle Malambo, propiedad de Francisca Vélez de Miguel.

Antes de partir, Juan encargó que su hijo Martín completara su formación cristiana y recibiera el sacramento de la confirmación, que le fue administrado por el arzobispo Toribio de Mogrovejo.

A los doce años, siguiendo instrucciones de su padre, Martín comenzó a trabajar como aprendiz de barbero con Mateo Pastor, esposo de Francisca Vélez. En la barbería, que también funcionaba como botica y centro quirúrgico, Martín aprendió a extraer dientes, curar llagas, aplicar bálsamos y tratar tumores. Más adelante trabajó con Marcelo Ribera, otro barbero-sangrador, aunque siempre conservó una relación cercana con su primer maestro.En 1594, a los quince años, conoció al dominico fray Juan de Lorenzana, quien, junto con el prior fray Francisco de Vega, lo animó a ingresar a la Orden de Santo Domingo, en el convento de Nuestra Señora del Rosario de Lima, como "donado", es decir, como terciario laico (recibía alojamiento y se ocupaba de labores de criado del convento). Por ser hijo ilegítimo y de ascendencia africana, no podía acceder inicialmente al hábito completo, por lo que trabajaba como sirviente del convento. Durante nueve años, Martín se dedicó a los oficios más humildes, y su imagen se asoció con la escoba, símbolo de su servicio desinteresado.

Vestía un sencillo hábito blanco con una capa negra. En una ocasión, al recibir un hábito nuevo, comentó con humildad: “Con este me han de enterrar”, y así ocurrió.

Cuando Juan de Porras regresó a Lima, logró que Martín fuera admitido como hermano lego, gracias a sus influencias. Sin embargo, Martín declinó el ofrecimiento y prefirió continuar en su humilde condición. Finalmente, el 2 de junio de 1603, profesó los votos de obediencia, castidad y pobreza, firmando como “hermano Martín de Porras”, su verdadero apellido.

Fue nombrado barbero y, poco después, enfermero del convento, función que desempeñó hasta su muerte. Según fray Fernando Aragonés, Martín se entregaba día y noche al cuidado de enfermos, sin distinción de raza ni clase, guiado por una profunda caridad. Muchos indigentes acudían al convento en busca de alivio, y él solía decir: “No hay mayor alegría que dar a los pobres”.

Su entrega era tal que incluso hospedaba en su celda a los más necesitados, lo que generó críticas entre algunos frailes.

Incluso, una vez que el convento atravesaba una apurada situación económica, y el Prior se vio en la necesidad de vender algunos objetos valiosos y Martin se ofreció para ser vendido como esclavo para ayudar a remediar la crisis.

Durante un tiempo fue destinado a la hacienda de Limatombo, donde trabajó en el campo, evangelizó a indígenas y esclavos y cuidó a los enfermos. Su creciente reputación le permitió recaudar importantes donaciones que destinó a su labor caritativa.

Ya de regreso al convento del Rosario, con la ayuda de benefactores como Mateo Pastor, Francisca Vélez y su hermana Juana y familias acomodadas de Lima, fundó el Asilo y Escuela de la Santa Cruz, el primer centro de acogida para huérfanos y desamparados de la ciudad. Allí se enseñaban oficios a los indigentes y doctrina cristiana a los niños, guiados por mujeres de familias prominentes.

En 1629, llegó a Lima el virrey Luis Jerónimo Fernández de Cabrera y Bobadilla, IV conde de Chinchón, quedó impresionado por la obra de Martín y tomó bajo su protección el asilo, asignando fondos mensuales para su sostenimiento.

A los 60 años, Martín enfermó de fiebre y murió el 3 de noviembre de 1639. En su lecho de muerte, recibió la visita del virrey, quien le besó la mano. Su velorio reunió a multitudes, y debieron cambiar varias veces su hábito debido a los devotos que buscaban reliquias.

Su entierro fue presidido por el virrey y el arzobispo, asistiendo las más altas autoridades civiles y religiosas, y sus restos fueron inhumados en el Capítulo del convento del Rosario, siendo posteriormente trasladados a su celda, convertida ya en capilla.

En la actualidad sus restos descansan en la Basílica y Convento de Santo Domingo, de Lima, junto a los restos de santa Rosa de Lima y san Juan Macías en el denominado Altar de los Santos de Perú.

En 1660, se inició el proceso de beatificación por parte del arzobispo de Lima, Pedro de Villagómez, pero a pesar de su biografía ejemplar y de haberse convertido en devoción fundamental de mulatos, indios y negros, y aunque en 1763 el Papa Clemente XIII emitió un decreto que afirmaba el heroísmo de sus virtudes, este proceso de beatificación no culminó hasta 1837, cuando fue beatificado por el papa Gregorio XVI en la Basílica de Santa María la Mayor. Finalmente, el 6 de mayo de 1962 fue canonizado por Juan XXIII en la Ciudad del Vaticano.

La proclamación de Martín de Porres como santo fue sustentada por las milagrosas curaciones que ocurrieron a una anciana gravemente enferma en Asunción (Paraguay) en 1948 y a un niño con una pierna a punto de ser amputada por la gangrena, en Tenerife en 1956, pero las historias de los milagros atribuidos a su intercesión son muchas y sorprendentes a lo que Martín respondía: “Yo te curo, Dios te sana”.

Se le atribuyen también los dones de la ciencia infusa y de la bilocación. Testimonios relatan que fue visto en lugares lejanos como México, África o Japón, y que a menudo atravesaba las puertas del convento sin llaves. Decía simplemente: “Tengo mis modos de entrar y salir”.

Se le reputó control sobre la naturaleza, las plantas que sembraba germinaban antes de tiempo y toda clase de animales atendían a sus mandatos. Uno de los episodios más conocidos de su vida es que hacía comer del mismo plato a un perro, un ratón y un gato en completa armonía.

Otra de las facultades atribuidas fue la videncia. Solía presentarse ante los pobres y enfermos llevándoles determinadas viandas, medicinas u objetos que no habían solicitado pero que eran secretamente deseadas o necesitadas por ellos.

Muchos testimonios afirmaron que cuando oraba con mucha devoción, levitaba y no veía ni escuchaba a la gente.

En 1966, el Papa Pablo VI lo proclamó patrón de los barberos y peluqueros y, en el Perú, de la justicia social. Su figura sigue siendo símbolo de humildad, servicio y entrega incondicional.

Iglesia del Valle. Santuario de la Hermandad de los Gitanos

En la entrada de la Capilla Sacramental vemos la imagen de Santa Magdalena Sofía Barat (ver)fundadora de la Sociedad del Sagrado Corazón, orden que regía el colegio del Valle donde se sitúa la basílica, y del Dominico y popular San Martín de Porres.  

San Martín de Porres

Detalle de San Martín de Porres

Capilla de Nuestra Señora de los Ángeles. Los Negritos.

A los pies del muro de la Epístola, nos vamos encontrando con tallas de a san Francisco de Asís, san Martín de Porres, y la Virgen del Carmen. 

Pequeña repisa de san Martín de Porres 

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