RUTAS POR SEVILLA: Vírgenes
María Santísima Virgen de las Tres Ave Marías.
La devoción de
las Tres Avemarías consiste en rezar diariamente tres Ave Marías en honor a la
Virgen María, Madre de Jesucristo. Esta práctica espiritual, de gran valor, fue
revelada por la misma Virgen a Santa Matilde de Hackeborn, una monja
benedictina del siglo XIII que vivió en el monasterio de Helfta, en Alemania.
Santa Matilde,
nacida en 1241 en el seno de una familia noble, sentía una profunda
preocupación por el momento de su muerte. Por ello, oraba fervientemente a la
Virgen María, pidiéndole que la acompañara en sus últimos instantes. En
respuesta a su súplica, la Virgen se le apareció y le recomendó rezar cada día
tres Ave Marías. Le prometió que, al hacerlo, le brindaría su ayuda al final de
su vida. Cada oración tenía un propósito especial: la primera para honrar el
poder recibido del Padre Eterno; la segunda, la sabiduría otorgada por el Hijo;
y la tercera, el amor con el que fue colmada por el Espíritu Santo.
Según el
testimonio de Matilde, al rezar la primera Ave María, se pedía a la Virgen que
protegiera el alma del creyente contra las tentaciones, tal como Dios Padre la
preservó a Ella. La segunda Ave María se ofrecía para recibir, en el momento de
la muerte, la sabiduría divina que Cristo depositó en su Madre. La tercera
oración era una súplica para que el amor del Espíritu Santo, que llenó a María,
se transmitiera al alma, transformando las penas en gozo por medio de Cristo.
La Virgen le
aseguró a Santa Matilde que, en la hora final, el Padre celestial la consolaría
y alejaría cualquier poder del mal; el Hijo iluminaría su alma con fe y
sabiduría; y el Espíritu Santo le infundiría la dulzura del amor divino, capaz
de vencer la amargura de la muerte. Además, prometió una asistencia especial
durante la vida y en el momento de morir, a quienes rezaran con fidelidad estas
tres oraciones cada día.
Santa Gertrudis
“la Magna”, contemporánea de Matilde y también monja de Helfta, tuvo una visión
que confirmaba esta devoción. Durante las vísperas de la fiesta de la
Anunciación, mientras cantaba el Ave María, vio cómo tres manantiales surgían
del Corazón del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, y fluían hacia el Corazón
de la Virgen. Entonces escuchó una voz que le decía: “Después del Poder del
Padre, la Sabiduría del Hijo y la Misericordia del Espíritu Santo, nada se
asemeja más a estas virtudes que el Poder, la Sabiduría y la Misericordia de
María”.
A lo largo de
los siglos, esta práctica sencilla pero profunda ha inspirado a numerosos
santos. San Antonio de Padua (1195–1231) fue uno de los primeros en difundirla
ampliamente entre los fieles. Más tarde, San Leonardo de Porto Mauricio
(1676–1751), predicador popular y misionero, recomendaba rezar las Tres
Avemarías por la mañana y por la noche, en honor a la Inmaculada Concepción,
con la finalidad de evitar el pecado mortal. Afirmaba incluso que quien
perseverara en esta costumbre recibiría la gracia de la salvación.
San
Alfonso María de Ligorio (1696–1787), doctor de la Iglesia, exhortaba
especialmente a padres y educadores a enseñar a los niños esta devoción diaria.
San Pío de Pietrelcina (1887–1968), por su parte, aseguraba que muchas
conversiones podían lograrse con solo practicarla fielmente.
El papa León
XIII (1810–1903) dio un respaldo definitivo a esta devoción al aprobar la
Cofradía de las Tres Avemarías, permitir la difusión de su imagen, conceder
indulgencias y practicarla personalmente. Otros pontífices también manifestaron
su aprecio por esta costumbre piadosa: el beato Pío IX (1792–1878) la rezaba
públicamente después de la Misa, y San Pío X (1835–1914) la recomendaba como oración
matutina y nocturna, enriqueciéndola con indulgencias.
En 1900, el
capuchino Jean-Baptiste de Chémery comenzó a publicar una revista mensual en la
que recogía testimonios de personas que habían recibido gracias especiales por
medio de esta devoción. Asimismo, fundó una archicofradía que fue aprobada por
el papa Benedicto XV en 1921.
Posteriormente,
el sacerdote Clovis de Provins sucedió a Chémery y emprendió la construcción de
un santuario dedicado a esta devoción en Blois (Francia). La basílica, cuya
arquitectura combina elementos románicos y bizantinos, fue diseñada por Paul
Abadie y finalizada a comienzos del siglo XX. En 1956, el papa Pío XII le
otorgó el título de basílica.
Basílica de Notre Dame de la Trinité de Blois (ver) (CC
BY 3.0)
La imagen
iconográfica en cuestión se basa, según la tradición, en una visión de Santa
Gertrudis. En ella, observó cómo un rayo de luz partía desde cada uno de los
corazones de las tres personas de la Trinidad y se dirigía al corazón de la
Virgen María. Una variante común de esta representación muestra, en cambio,
tres rayos que emanan del corazón de María, con inscripciones que aluden a los
dones recibidos de la Trinidad. En algunos casos, estas imágenes son
adaptaciones de un motivo iconográfico más antiguo: la Coronación de la Virgen,
donde el Padre y el Hijo aparecen colocándole una corona. Otras veces, se trata
simplemente de representaciones tradicionales de la Inmaculada, colocadas bajo
la figura de la Trinidad. Es frecuente también encontrar tres querubines que
sostienen filacterias, cada una con la inscripción “Ave María”.
Normalmente se le celebra el sábado posterior a Pentecostés
(el día antes de la Santísima Trinidad), o el 31 de mayo. Es la patrona
del colegio de Procuradores
Capillita
de San José
En el lado del
Evangelio del crucero se dispone un retablo realizado con un diseño barroco
exquisitamente elaborado, es el altar de Nuestra Señora de las Tres Avemarías.
En el
centro, bajo un busto de San Leandro con vestimenta pontificial, una
hornacina con la talla de la conocida como “Virgen de las Tres Marías”, obra de
Joaquín Bilbao Martínez. Tras la talla de la Virgen se sitúa el relieve de la
Santísima Trinidad.
Pared lateral derecha (evangelio) del crucero
Hornacina de la Virgen de las
Tres Marías y el relieve de la Santísima Trinidad
Detalle de la Virgen de las Tres
Marías
Detalle de los pies de la Virgen
Cuanta tradición detrás de las tres avemarias que de chico nos enseñaron a rezar. No conocía la advocación ni su existencia en la capilla San José. Como siempre muy ameno el artículo sin hablar de lo wue aprendemos.
ResponderEliminar