RUTAS POR SEVILLA: Santos y Santas
Santa Mónica de Hipona.
Mónica nació en
el año 331 en Tagaste, actual Souk-Ahrás en Argelia, en el seno de una familia
acomodada, profundamente cristiana y leal a la Iglesia durante el cisma donatista.
Este conflicto, que surgió en el norte de África en el siglo IV, fue encabezado
por Donato, obispo de Cartago, y se centraba en la legitimidad de los
sacramentos administrados por clérigos que, durante la persecución de
Diocleciano, habían entregado las Escrituras a las autoridades imperiales. Los
donatistas consideraban que esos ministros, por su traición, invalidaban los
sacramentos y requerían una nueva consagración.
La formación de
Mónica fue confiada principalmente a una criada cristiana que dejó en ella una
profunda huella espiritual.
A los veinte
años, se casó en Tagaste con Patricio, un funcionario municipal mucho mayor que
ella. Él era un hombre de carácter fuerte, temperamento irascible y costumbres
licenciosas. Sin embargo, Mónica nunca lo confrontó con reproches, sino que lo
soportó con paciencia, firme en su amor y con la esperanza de acercarlo a Dios.
Finalmente, logró su conversión: Patricio fue bautizado poco antes de fallecer,
en el año 371. Como escribiría su hijo Agustín: “no tuvo que lamentar en el
hombre creyente lo que había tolerado en el infiel” (Confesiones, 9,9,20).
Mónica y
Patricio tuvieron tres hijos: Agustín, posiblemente el primogénito, Navigio y
una hija cuyo nombre se desconoce, aunque algunas tradiciones la llaman
Perpetua o Melania.
Navigio era de
salud frágil y temperamento reflexivo, y parece haber contraído matrimonio, al
igual que su hermana, quien enviudó joven y terminó siendo abadesa de un
monasterio en Hipona. También ingresaron allí varias sobrinas de Agustín,
aunque no se sabe con certeza si eran hijas de Navigio o de su hermana. Entre
sus descendientes se encuentran Patricio, clérigo en Hipona, y su hermano,
subdiácono en Milevi.
Todo lo que
conocemos de Mónica proviene de los escritos de su hijo Agustín, quien le
rindió un homenaje conmovedor y eterno en sus “Confesiones”,
impregnado de amor, respeto y gratitud. También la menciona en “Soliloquios”,
diversas cartas y otras obras de su madurez.
San Agustín de Hipona y Santa Mónica. Scheffer, Ary.1846.
(CC BY 3.0)
La atención de
Mónica se centró especialmente en Agustín (ver), cuya vida lo
mantuvo durante años alejado del cristianismo. En Cartago, Agustín llevó una
existencia desordenada, abrazó el maniqueísmo y vivió en concubinato con una
mujer de clase inferior, con quien tuvo a su hijo Adeodato. A pesar de tener
solo 19 años, asumió la responsabilidad de su pequeña familia y permaneció fiel
a su pareja.
Mónica no encontraba el consuelo en sus continuas oraciones para
que Agustín volviese al seno de la Iglesia.
A esta preocupación se sumó la muerte de su esposo
Patricio y meditó en la desolación de María después de la muerte de su hijo
Jesús.
En esta situación, María se aparece a Mónica vestida
de negro y ceñida con una correa del mismo color, diciéndole: “Mónica, hija
mía, éste es el traje que vestí cuando estaba con los hombres después de la
muerte de mi hijo. El mismo vestido llevaras tú en señal de tu devoción hacía
mí”.
La Aparición de
la Virgen a Santa Mónica. Kuntz, Thaddëus. Hacia 1776.
Aguada verdosa, Albayalde, Pluma sobre papel agarbanzado, 435 x 294 mm. Museo del
Prado. No expuesto. (ver) (CC BY 3.0)
Mónica,
preocupada por su alma, lo siguió hasta Roma, adonde él se había marchado en
secreto. Al llegar, descubrió que su hijo ya había partido hacia Milán, así que
continuó su búsqueda. En Milán conoció al obispo Ambrosio, figura decisiva para
la conversión de Agustín. Después de 17 años de oración y sufrimiento, Mónica
vio cumplido su anhelo, pues en el año 385, su hijo renunció a su antigua vida,
dejó a su prometida y se retiró a Casiciaco, cerca de Milán, con su madre y un
grupo de amigos, dedicándose por completo al estudio de la Biblia y la
meditación.
La noche de Pascua del 24 de abril del año 387, Mónica
presenció, llena de gozo, el bautismo de Agustín, de su nieto Adeodato y del
amigo íntimo de su hijo, Alipio, en la iglesia de San Juan Bautista de Milán.
Poco después, cuando se disponían a regresar a África,
Mónica cayó enferma en Ostia, el puerto cercano a Roma. Cinco días más tarde,
falleció tras una breve enfermedad. Tenía 56 años. Agustín, profundamente
conmovido, escribió las páginas más emotivas de sus “Confesiones” como tributo a su madre: “A los nueve días de su
enfermedad, a los 56 años de su edad y 33 de la mía, fue libertada del cuerpo
aquella alma piadosa y devota” (Confesiones,
9,11,28). Cumpliendo su último deseo, Agustín la sepultó en Ostia.
La Iglesia venera a Santa Mónica como modelo de mujer
cristiana, paciente, piadosa, entregada a su familia incluso en medio de las
pruebas más duras. Aunque fue gracias a Las
Confesiones que su memoria se conservó en el tiempo, su culto comenzó a
expandirse tras la traslación de sus restos a Roma.
Ya en el siglo XIX, su figura cobró nueva fuerza. En
1850, en la basílica parisina de Nuestra Señora de Sión, se fundó una asociación
de madres cristianas en su honor, aprobada por el Papa Pío IX en 1856 y
extendida rápidamente por todo el mundo.
En 1982, el padre Lorenzo Infante (1905–1997) fundó en
Madrid la “Comunidad Madres Cristianas Santa Mónica”, destinada a formar madres
que, convencidas de que la fe es el mayor legado para sus hijos, trabajaran por
mantener viva su llama. Hoy, esta comunidad cuenta con miles de miembros en
Europa, América y Asia.
Museo del Prado
Iglesia
del Ex Convento de nuestra Señora de la Paz. Hermandad de la sagrada Mortaja
El
retablo mayor, En el ático se sitúan un gran altorrelieve con la
iconografía de San Agustín que acoge a varios religiosos de su orden,
situándose las tallas de Santa Mónica y Santa Clara de Montefalco en las
laterales.
Visión general del Altar Mayor
Santa Mónica
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