AREA DE TORNEO-GOLES
Calle Torneo
La calle Torneo comienza en el Puente de la
Barqueta y termina en la Plaza de Armas, antigua estación de trenes
reconvertida en centro comercial y recientemente restaurada.
Los diferentes tramos de su recorrido han
recibido distintos nombres a lo largo de los siglos, en relación a las puertas
que se abrían a ella.
La situada en el ángulo noroeste, fue conocida
por diversos nombres hasta su desaparición, aunque los tres topónimos tienen
orígenes medievales, su vigencia temporal fue sucesiva:
El primero será el de Bib Arragel, probable
forma castellanizada de un topónimo andalusí.
A partir de comienzos del XVI va siendo
sustituida por el de Almenilla, por abrirse en una de las torres de la muralla
así denominada.
Finalmente, en el XVII, de la Barqueta,
porque inmediata a ella se cogía la barca que, desde los siglos medievales,
permitía cruzar el rio de una orilla a otra hacia Santiponce y otros pueblos
próximos, evitando caminar hasta el distante puente de barcas.
Este ángulo noroeste del antiguo recinto
amurallado, en la esquina donde actualmente se unen las calles de Torneo y
Resolana, era de los más castigados por las frecuentes crecidas o riadas del
rio, debido a la proximidad del meandro que describía el Guadalquivir junto a
San Jerónimo, y por el hecho de que, el rio tenía un cauce secundario que
separándose del principal, tenía su recorrido por lo que hoy es la calle
Calatrava, se ensanchaba formando una amplia Laguna (ahora Alameda de
Hércules), seguía su curso rozando las murallas romanas y visigodas, y
describiendo un recodo, venía a unirse de nuevo al cauce en el llamado Arenal,
no sin antes haber alimentado otras Laguna en el lugar que hoy se corresponde
con la calle de Castelar.
Rio
Guadalquivir con su cauce secundario
El recinto amurallado, ampliado en la época musulmana, ya no tenía este curso secundario del rio, que fue cegado sin que se conozca con certeza la fecha de dicha obra.
La existencia de dicho cauce pequeño está probada sin
lugar a dudas, por el hallazgo, con motivo de las obras del metro, en el área
de la Plaza Nueva, a trece metros de profundidad, de una barca de madera, muy
deteriorada y que fue destrozada por la tuneladora, conservándose el ancla de
hierro que fue recogida y se encuentra actualmente en el Museo Arqueológico de
nuestra ciudad.
Pero, como hemos comentado, este paraje era muy castigado en las
épocas de crecidas del rio, y ante ello el municipio sevillano ordenó que se
fortaleciera la zona y se rellenó un gran espacio entre la muralla y el rio,
haciendo un terraplén, con escombros y trabando piedras con argamasa para darle
una consistencia que pudriera frenar el ímpetu de las aguas, e impedir que
socavasen nuevamente la muralla, organizando así una especie de atalaya con a
través de una escalera.
Este terraplén y la explanada que quedó sobre él, se convirtieron
en un lugar adonde acudían las sevillanas de los barrios de la Macarena, San
Lorenzo y San Vicente a tomar el sol en invierno y a pasear en primavera, por
lo que se dio el nombre de “Patín de las
Damas”, conocido así al menos desde la segunda mitad del siglo XVII, por
ser un lugar a manera de patio, protegido por la muralla contra el viento y con
el rio delante que le daba gracia y exorno y desde donde se podían contemplar
el panorama bellísimo que proporcionaba el cercano pueblo de Santiponce y el
Monasterio de San Jerónimo.
Además, se formó una especie de paseo, llamado de las Delicias.
Años más tarde este nombre lo tomó el Almaciguero creado por el Asistente
Arjona que se ha denominado hasta nuestros días Paseo de las Delicias.
Río
Guadalquivir si su cauce secundario. El circulo blanco indica la ubicación del
“Patín de las Damas”
A pesar de ello, esta zona seguía castigada por las crecidas del rio y Francisco de Borja Palomo da cuenta detallada de la reparación del Patín de las Damas en 1627-1628, tras las terribles inundaciones de 1626:
“Existía también allí de muy antiguo una segunda muralla saliente que fue demolida, levantando y solando de nuevo el grande espacio que llamaban Patín de las Damas, poniéndole dos anchas escalinatas que antes solo tenía una, y dejándolo muy cómodo para que los habitantes de la ciudad tuvieran en las ardorosas noches del estío un sitio ameno y fresco para sus diversiones, que alcanzó gran celebridad hasta muy entrado el siglo XIX, porque allí la gente se reunía con frecuencia para sus bailes y serenatas nocturnas”.
Pero estos bailes y serenatas nocturnas, provocaron una reunión del cabildo catedralicio, el 13 de julio de 1644:
“El exceso de
algunos músicos de la iglesia que se van muchas noches a cantar al río con
personas particulares y al día siguiente se ponen en patitur... y demás de esto
se tenía noticia que dos músicos tenían salario señalado de otra persona demás
del que le da el cabildo”.
Esta reunión comisionó al deán para que averiguara los detalles y les pusiera remedio, ya que además de un fraude atentaba contra el decoro del Cabildo.
Es posible que, dado que el tema surge en pleno periodo
estival, estas salidas nocturnas, para cantar en compañía de otros músicos
particulares, puedan conectarse con las veladas musicales del Patín de las
Damas u otras similares en la ribera del río, organizadas para entretener a los
sevillanos en esas noches de estío.
En el siglo XVIII tiene lugar la más importante de las
obras en aquel lugar, los cimientos del Patín se encontraban en peligro
inminente de derrumbe, para evitarlo se iniciaron las que serían las últimas
obras en el paraje, dirigidas por un ilustre marino y famoso sabio, el
sevillano Don Antonio de Ulloa.
Seis años duraron las obras, a cuyo final se instaló una gran lápida en la parte exterior del Patín, y que hoy puede verse en el jardín de la Torre de Don Fadrique; su texto dice así:
"Reinando en
España la Católica Majestad de Carlos III, en virtud de orden del Supremo
Consejo de Castilla, a instancia del ILmo. Cabildo y Regimiento de la ciudad
M.N. y M.L. de Sevilla. Se hizo estas obras de husillo y terraplén se componen
para la defensa de las aguas y seguridad de la población que se hallaban en
gran riesgo a costa de sus caudales propios, los que se acabaron en 13 de
noviembre de 1779. Siendo Asistente el Señor Don Antonio de Ulloa teniente
General de la Real Armada, y la distribución de los caudales a la Junta
Municipal de Propios y Arbitrios a cuyo cuidado corrió últimamente el todo de
la ejecución en el tiempo de 6 años, 6 meses y 12 días que duró".
Puerta de la Almenilla o de la Barqueta. A la izquierda, en la muralla,
se aprecian varias personas tomando el fresco en el Patín de las Damas. El
edificio que asoma a la derecha es el Real Monasterio de San Clemente, fundado
por Fernando III tras apoderarse de la ciudad.
Por desgracia, no ha llegado hasta nosotros ningún grabado del interior del Patín, pero por su descripción se supone que tenía sesenta por sesenta metros, era de forma octogonal y en cada uno de sus ángulos estaba robustecido por torreones.
En cuanto al acceso, éste era por los
callejones junto al muro de la ciudad, o por el llamado Callejón de los
Calatravos (actualmente calle del mismo nombre), al final de dicho callejón
abríase la ancha plaza de Vib-Arragel y, en ella, las escaleras antes citadas.
Todos los cronistas tildaban de maravilloso el Patín
de las Damas y sus aledaños que, pese a que Romero Murube lo incluye en su
estudio sobre los jardines sevillanos, este lugar, privilegiado por su
situación, nunca debió ser una zona ajardinada, al menos en el sentido de
jardín romántico.
“En Sevilla y en el margen del Guadalquivir que
conduce al convento de San Jerónimo, hay, cerca del agua, una especie de
remanso que fertiliza un valle en miniatura formado por el corte natural de la
rivera que en aquel lugar es bien alta y forma un rápido declive.” Así describía el famoso poeta Bécquer este lugar de encuentro y recreo
cercano al Guadalquivir, conocido como “el Blanquillo” o “Patín de las Damas”.
A la altura de la actual calle Guadalquivir,
la calle se llamó, en la edad media, del Ingenio,
porque en sus inmediaciones había un muelle con una grúa o “ingenio “para la
carga y descarga de los barcos que atracaban en el muelle. Posiblemente, se descargaban
mercancías procedentes del Nuevo Mundo, y estaría vinculado al tráfico de
barcazas hasta Córdoba y poblaciones intermedias.
En tiempos de los árabes había servido como punto de
atraque para las embarcaciones reales, ya que, en temporada estival, los reyes
moros se hospedaban en el palacio donde hoy se encuentra el Monasterio de San Clemente.
Algún cronista sitúa aquí la aduana intramuros, para el pago de los impuestos, sobre las mercancías que se desembarcaban, en las proximidades de la puerta de San Juan, al lado del Convento de Santiago de la Espada, hasta el siglo XVI.
Este muelle siguió en uso
hasta el año 1574, en que entró en servicio uno nuevo construido junto a la
Torre del Oro, y la aduana fue cambiada
junto al Postigo del Carbón y posteriormente,
a las Reales Atarazanas.
Las riberas fueron aprovechadas para otras
actividades, en primer lugar, para la extracción de arena y barro, por los
areneros, con destino a la construcción y fabricación de ladrillo y, en segundo
lugar, por los curtidores y sayaleros (persona que tejían sayales, o tela basta de lana utilizada antiguamente
para la confección de hábitos religiosos, gabanes, sayos y mantas para caballos
y mulas) para lavar sus materias primas, estos
aparecen citados desde el XVI al XIX.
Desde siglos atrás, las
aguas del Guadalquivir eran el lugar ideal para los sevillanos bañarse y poder
soportar los calores del verano.
Ya desde el XVIII se tienen
noticias de baños organizados, pero eso sí, bajo una estricta moral
y decencia, los hombres y mujeres se debían de bañar por separado y a
horas distintas, en las orillas se instalaban unos “cajones” para tapar a las
bañistas de las miradas de los curiosos.
Más tarde, ya en el XVI, y hasta su derribo,
se le llamó de San Juan, por estar
inmediata al barrio o compas de la orden de San Juan de Acre.
Puerta de San Juan. En primer término, vemos el Husillo Real. Esta
puerta era el segundo coladero de agua durante las crecidas del río.
Por debajo del arrecife cruzaba una serie de husillos, a través de los que desaguaba una gran porción de las aguas residuales de la ciudad, precisamente por encontrarse en este sector la parte más baja de la misma.
Los documentos citan en diversas fechas los husillos del Carmen, de San
Juan, el Real (que debía ser el más importante) y el de la Barqueta. Al igual
que con el arrecife, las embestidas del rio obligaron a frecuentes obras para
reconstruirlos y reforzarlos.
La arquitectura de la puerta estaba formada de un arco
de poco radio y elevación colocado entre dos almenados torreones
cuadrangulares. Ésta y su inmediata de la Barqueta estaban unidas por un lienzo
de muralla, dándose el detalle de ser circulares los doce torreones que
aparecían en los intermedios de aquella mole de granito.
Sobre el arco de esta Puerta se ostentaba una lápida
que decía:
“Se hizo esta obra de reedificación de murallas por
dirección del Señor Marqués de Monte Real, del Consejo de Su Majestad en el
Real de Castilla. Asistente Superintendente General de todas las Rentas Reales.
Año de MDCCLVII”
La inscripción acabada de transcribir indica, que fue
reedificada en el año 1757 y actualmente nada ha quedado como vestigio de ella,
tras el derribo que sufrió en 1864, como muestra las imágenes actuales.
Imagen actual de la Puerta de San Juan de Acre, esquina con la calle
San Vicente. Al fondo la calle Torneo.
El Postigo de San Antonio, estaba situado entre las calles Curtidurías y Santa Ana, detrás del Convento de San Antonio de Padua, cuya entrada principal sigue siendo por la calle san Vicente.
Fue abierto en el siglo XVII
para comodidad de los frailes de dicho convento a la hora de administrar los
Santo Sacramentos a enfermos y moribundos, residentes extramuros.
Fachada del Convento de San Antonio de Padua. En su parte trasera se encontraba
el Postigo de san Antonio.
Intramuros, el plano de Sartorius (1848)
designa como muro de San Antonio la
parte en que se encontraba la fachada de la fundición de ese nombre, que a su
vez lo había tomado del convento de esa advocación en que se instaló.
La Puerta Real, antigua Puerta de Goles, fue construida en 1560 por Hernán Ruiz II, maestro mayor que realizó el cuerpo de campanas de la Giralda.
Por ella entró en la ciudad el rey Felipe II en 1570. Fue la única visita real,
pero desde entonces, la puerta pasó a llevar el apellido Real.
Puerta Real
En 1859 se rotula oficialmente el tramo final como calle del Torneo, se justifica dicha denominación por encontrarse
en el camino que llevaba a la puerta de Bib Arragel (Barqueta), donde tuvo
lugar un torneo protagonizado por
Guzmán el Bueno.
En una reforma del nomenclátor de 1868, se prolongó el topónimo hasta la Puerta de la Barqueta.
Sin embargo, en el mismo
documento se denomina Blanquillo al Muro de la Barqueta y San Antonio a lo que
había sido Muro de San Antonio, este topónimo se recupera en 1877 y lo conserva
hasta 1889, así mismo, el tramo siguiente aparece como calle y muro del Blanquillo.
En el plano de 1890 Torneo abarca hasta
Resolana y los otros topónimos han desaparecido.
Cuatro
acontecimientos condicionan el desarrollo de esta vía: La presencia del Rio Guadalquivir. La
existencia de la muralla, que determina la existencia de dos áreas claramente
definidas, las áreas intra y extramuros. El derribo de la muralla. La creación de las vías del ferrocarril y la
consecuente tapia de separación y el derribo de dicha tapia.
1. El Guadalquivir que con sus frecuentes crecidas castigaba profundamente toda el área. Para hacer frente a las crecidas, toda la zona se convirtió en vaciadero de escombros y en distintas fechas se levantaron varios sistemas de malecones, estas operaciones se completaban con la restauración del arrecife que en el siglo XVIII estaba convertido en una alameda, concurrida por paseantes y carruajes, que se prolongaba hasta el Patín de las Damas.
Foto tomada el 20 de marzo de 1892 en la que se aprecia en toda su
crudeza lo que podía suponer una crecida del Guadalquivir. La imagen muestra el puente
de Triana que, en condiciones normales, debería dejar a la vista unos cinco o
seis metros de sus pilares. Los barcos que se ven a la derecha pasaron por
encima del puente durante el punto álgido de la crecida.
2. Sevilla vivió la decisión urbanística más
relevante de su historia: derribar la
muralla almohade y las puertas levantadas en el siglo XII, en pro de la
expansión de la ciudad y la permeabilidad del centro al tráfico rodado. En
contra, los sevillanos perdieron el que probablemente fuese el mayor monumento
que tendría hoy la ciudad.
La destrucción de las murallas se había iniciado en 1830, cuando, siendo asistente de la ciudad don José Manuel de Arjona, se procedió al derribo del muro (coracha: Sistema de fortificación y defensa que consistía en un muro o doble muro que arrancaba de la cerca urbana y avanzaba hasta una torre albarrana situada junto a una toma de agua. "la coracha unía las murallas y disponía de provisiones de agua") que enlazaba la Torre del Oro con el circuito amurallado principal, con objeto de prolongar el llamado Paseo del Río y crear los jardines de Las Delicias y el salón de Cristina.
No obstante, sería a partir de mediados del siglo cuando se desarrolló el grueso de la demolición de la cerca y de las puertas de la ciudad.
Se justificó su desaparición con razones higiénicas, simbólicas y económicas, al considerarlas como perjudiciales para la salubridad pública, como un estorbo para el tráfico de personas y mercancías, como un emblema de la opresión y como un impedimento para el crecimiento de la ciudad y el desarrollo económico.
Con tales
argumentos se decidió derribar la Puerta de la Barqueta en 1858.
La muralla circundaba el centro de la ciudad y, a lo largo de ella, se disponían hasta una veintena de accesos, trece puertas y otros tantos postigos.
En la actualidad solo quedan cuatro entradas
de la veintena existente: la Puerta de La Macarena, el Postigo del Aceite y la
única puerta original construida por los almorávides, la de Córdoba, y la
Puerta de la Victoria o Arquillo de la Plata.
El derribo de la muralla (parte de la misma se
encuentra bajo la calzada) permitió la unificación del área extramuro con el
interior de la ciudad y dejó al descubierto un frente carente de alineación y
rehundido en relación al arrecife. La parte intramuros debió ser un conjunto de calles estrechas
hasta el derribo de la muralla.
En el siglo XIX, se instalan fábricas y almacenes, y uno de los usos lúdicos del rio fue el baño, uso también plurisecular, a pesar de las condenas y excomuniones que la jerarquía eclesiástica lanzaba de vez en cuando contra los bañistas.
Se
construyeron unos “cajones” para evitar las miradas indiscretas. Posteriormente
los hombres se bañaban de cuatro a ocho de la mañana y las mujeres desde el
toque de oración hasta las once de la noche.
La economía de esta calle,
estuvo representada por la barca que permitía cruzar el rio y que funcionó
desde los siglos medievales hasta la segunda mitad del XIX, constituyéndose en
un importante nudo de comunicación.
Otra función era la de paseo desde finales del XVI al XIX de la sociedad sevillana, en las tardes soleadas de invierno.
Este rasgo ha sido resaltado por algunos escritores, como
Bécquer, Romero Murube, Juan Ramón Jiménez, Cecilia Böhl de Faber, Blanca de
los Ríos, Camilo Jose Cela….
3. En 1855 comenzaron las obras ferroviarias. Las dos primeras concesiones de líneas ferroviarias están fechadas en 1852, después de varios años de tramitaciones.
La línea Sevilla-Cádiz tiene fecha de 28 de agosto, a favor de Rafael Sánchez Mendoza, con estación en el Prado de San Sebastián, y la línea Sevilla-Córdoba el 22 de enero, a favor de José Joaquín Figueras y Compañía, con estación en la plaza de Armas.
La estación fue dibujada por Luis Mariani en 1959, cuando ya
había sido mejorada la primitiva construcción de 1853 a la que se añadieron
el restaurante y una nueva sala de esperas.
Aspecto
de la calle Torneo con el muro de separación de las vías del tren
Al discurrir las vías en paralelo al curso del
Guadalquivir se permitió a la compañía ferroviaria la demolición del lienzo de
muralla que discurría entre las puertas de la Barqueta y San Juan, por la
estrechez del espacio.
Además, la ordenación y elevación de la calle Torneo, que era paralela al trazado de las vías, también obligaban a su derribo, lo que a su vez implicó la destrucción de las dos puertas anteriormente mencionadas.
Tales trabajos de demolición fueron llevados a cabo
con el beneplácito de la Comisión de Monumentos para la que tal fragmento de
muralla era de fabricación moderna y por consiguiente carente de “interés
alguno para la historia y el arte”.
Aspecto
del Río, las vías ferroviarias y la calle Torneo
Calle
Torneo y la tapia de separación del ferrocarril
4. El 26 de mayo de 1990, Sevilla se reencontró con el Guadalquivir.
El alcalde de Sevilla declaraba, aquel día, como un
momento histórico, en el que la ciudad estaba recuperando parte de su
demarcación, minutos después fue el mismo Del Valle el encargado de derribar un paño entero del muro, atado
con una cuerda, que a continuación fue terminado de tirar por un vecino de San
Jerónimo, Manuel Elena, de setenta y tres años, el cual fue invitado
como la persona de más edad a participar en el derribo y puso tanto empeño en
su trabajo que partió la espiocha con la que se ayudaba.
Demolición
del muro de Torneo en presencia del alcalde Manuel del Valle
Aquellas obras acababan, por fin, con una Sevilla dividida en dos por un muro, que escondía un río y que, casi por arte de magia, brotó a la vista de todos.
Si la Exposición Iberoamericana de 1929 le había concedido a la ciudad la majestuosa avenida de la Palmera, la Expo del 92 le regalaría a la ciudad la nueva calle de Torneo.
Las dos arterias terminarían
uniéndose mientras el río fluía junto a ellas: el norte y el sur de la ciudad
quedaban por fin hermanados.
Sevilla redescubrió su río y, en la otra orilla, la Isla de la Cartuja, donde durante seis meses se celebraría la célebre Exposición Universal del 1992.
La ciudad dejó de vivir de espaldas a un río que durante siglos fue no sólo fuente de riqueza, sino también de las inundaciones que hasta el siglo pasado asolaron la ciudad y están señalizados en la Torre del Oro.
Los barrios de Los Humeros, San
Juan y Santa Clara encontraban, por fin, su salida al río.
Actualmente, se conserva
gran parte del caserío de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX
caracterizado por viviendas de dos alturas y viviendas de nueva construcción.
La única construcción antigua es la Capilla del Rosario, en la plazoleta rehundida.
Fue levantada a mediados del XVIII por la
hermandad del retablo de esta advocación existente en un muro del vecino
convento mercedario de San Laureano.
Capilla
del Rosario de los Humeros
Otro edificio notable es el número
26, antigua fábrica de molduras y espejos, obra de Aníbal González (1908-1910),
hoy ocupada por dependencias de la Junta de Andalucía.
Torneo
número 26
Justo al lado de este edificio, en la esquina de la Calle Torneo con
la Calle Lumbreras, se encuentra la
plaza de Vendedores de Prensa. En ella, hay una pequeña estatua que pasa desapercibida por el ingente
tráfico que siempre acumula la calle Torneo.
Esta estatua está dedicada al "vendedor de prensa", aunque es difícil imaginar a un vendedor de prensa semidesnudo, sentado y con los periódicos en las rodillas.
La obra fue realizada en 1989 por el artista Luís Mapelli y financiado por la Fundación Requena, una fundación que nació para ayudar a los vendedores de prensa y a las familias de éstos cuando lo necesitasen.
Como dice la placa que hay en la base de la estatua, el autor
quiso mostrar alegóricamente al "mensajero divino" en representación
de todos los vendedores de prensa escrita.
Estatua
de Vendedores de Prensa
Placa
de la base de la estatua
En la
acera contraria se puede observar el paseo superior a la altura de Torneo, con
la estatua dedicada al General Don José de San Martin, el paseo inferior, el
rio, la calle Betis y el puente de la Barqueta.
Paseo
superior a la altura de la calle Torneo
Estatua
del General Don José de San Martin
Detalle
de la Estatua y
El paseo inferior, el Río y la calle Betis
Puente de la Barqueta
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