martes, 11 de noviembre de 2025

RUTAS POR SEVILLA: Vírgenes

Virgen del Alma Mía. Iglesia de san Antonio Abad.

En el muro de la epístola de la Iglesia de san Antonio Abad se sitúa el retablo de la Inmaculada denominada popularmente “Virgen del Alma Mía”. Se trata de un retablo de 1740 compuesto por banco, cuerpo de tres calles y ático. 

Retablo de la Inmaculada “Virgen del Alma Mía”

Está presidido por la imagen titular, es una talla de madera para vestir, que presenta las manos unidas por la punta de los dedos, en actitud devota. 

Fue bendecida por el arzobispo de Sevilla, don Pedro de Castro, el 23 de enero de 1615. Ante ella se desarrolló el Glorioso Movimiento Concepcionista sevillano de principio del siglo XVII.  

Se sitúa sobre una peana de plata de ley del siglo XVIII, realizada por el orfebre Blas Amat, que perteneció a la Virgen del Rosario de la desaparecida iglesia de San Miguel (ver), cerrada al culto por la Junta Revolucionaria Municipal el 28 de octubre de 1869, para su demolición.

Fue encargada por los frailes del desaparecido convento franciscano de San Diego de Alcalá (situado antiguamente en el actual Prado de San Sebastián) al escultor flamenco, avecindado en Sevilla, Hernando Gilman, que le dio el nombre al salvar la vida de su hijo tras un accidente, y fue donada a la iglesia de San Antonio.

Es una de las tallas de la Inmaculada más antigua de Sevilla y dicen que Murillo la utilizó como modelo para alguna de sus Inmaculadas.

Inmaculada “Virgen del Alma Mía”

Detalle de la Inmaculada con las manos unidas por la punta de los dedos

Detalle del rostro

Detalle del rostro

Cuenta la leyenda, que corría el siglo XVII, los vecinos de un corral cercano de la mencionada iglesia oían por las noches quejidos lastimeros y gritos que parecían de niños, cosa extraña porque ningún pequeño vivía por los alrededores, llamaron a los alguaciles y tras una larga investigación, no encontraron absolutamente nada. 

Los gemidos seguían, los sollozos no paraban y cada vez la tensión se hacía mayor, pensaron que tal vez era algún alma en pena que no se había ido del todo.

Pues bien, en esa corrala vivía un matrimonio sin hijos, el marido había fallecido hacía un año y la viuda se dedicaba a la cría de gallinas en su corral y a la venta de huevos. Una mañana una vecina que entró a comprar sus huevos diarios, se la encontró en el suelo agonizando, la mujer pidió un confesor y le dio a este una carta haciéndole jurar no abrirla hasta después de su muerte. El sacerdote le ofreció un crucifijo para que lo besara, pero la moribunda lo apartó diciendo que no era digna de ello y al momento falleció.

Un par de días después de ser enterrada, el sacerdote procedió a la apertura de la carta y quedó asombrado e incrédulo, por lo que salió corriendo hacia el gallinero de la mujer, llamando a gritos a los alguaciles.  En la carta la mujer confesaba que hacía años le había sido infiel a su marido, y de esa relación extra matrimonial quedó embarazada llevando los secretos la gestación. Al cabo de los meses dio a luz un niño.

El marido, sabedor de esta infidelidad y para guardar su honor y ella sus vergüenzas, decidieron hacer una especie de cueva bajo el gallinero y allí encerrar al chiquillo. “Padre, nunca ha visto la luz del sol, nunca respiró aire puro, no sabe hablar, ni apenas andar, es como un animal salvaje. Le llamamos José, pero no ha sido bautizado y lo que es peor, nunca le hablé de Dios ni de su Santa Madre”.

Los alguaciles, el cura y varios curiosos, procedieron a la apertura de la trampilla y bajaron unas escaleras que daba lugar a la cueva y allí, en un rincón, un ser desnudo, cubierto de suciedad y heces, gemía y gruñía como un animal. Con dificultad lo sacaron al exterior, lo lavaron y le pusieron una especie de jubón blanco, tendría unos diez años y se restregaba los ojos mirando desesperado al sol.

En un descuido se liberó del alguacil, que lo llevaba atado de una cuerda, y desapareció. Horas de búsqueda hasta que el sacristán de la iglesia, al entrar se encontró al niño de rodillas ante esta Virgen y llamó al párroco, los dos vieron como la criatura estaba ensimismada mirando la imagen de la Señora.

Con voz tenue y cariñosa el cura le dijo: “Tranquilo José, no te vamos a hacer daño”. El niño lo miró tiernamente y le contestó: “No pasa nada, solo estaba hablando con la Madre del Alma Mía”. “Pero ¿Tú sabes quién es hijo?” y el chiquillo respondió “Claro, me lo ha dicho Ella, también me preguntó mi nombre que al principio no me salía hablar, pero luego me ayudó y me dijo que era la Madre del Alma mía y me ha enseñado una oración ¿Quiere que se la diga? Dios te salve María llena eres de gracia, el Señor es...”  La noticia corrió por toda esta tierra y desde ese instante la Virgen llevó el nombre que la acompaña hasta el día de hoy.  

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