sábado, 8 de octubre de 2022

 AREA DE TORNEO-GOLES

Plaza de Puerta Real 

El elemento fundamental de esta plaza es la puerta de Goles.

Al menos desde 1487 está documentado el topónimo Puerta de Goles, aunque este término se usaba genéricamente desde el siglo XIII, a raíz de la Reconquista de la ciudad, para nombrar a todo el sector o barrio contiguo a dicha puerta, así llamada por el cortijo o alquería próxima, documentada en ese mismo siglo, pues en algunos textos se habla de la “Carrera de Goles”.

Los historiadores Rodrigo Caro ​ y Peraza, apoyándose en una leyenda, atribuyen su origen a Julio Cesar, considerando la denominación Goles como una degeneración lingüística del nombre Hércules, personaje mitológico fundador de Sevilla a quien estaría dedicada la puerta.

Quizás sea una derivación de la palabra “Gules”, perteneciente al mundo de la heráldica, o tal vez de un topónimo árabe, desde "BAB ER GOLES", pues esta puerta se considera que surgió durante la ampliación del sultán Alí Ibn Yúsuf (1083-1143) y por lo tanto de la época almorávide de la ciudad.

Tradicionalmente la Puerta de la Macarena era la usada habitualmente por los Reyes para entrar en Sevilla. En ella juraban acatar sus fueros, y por la calle Real continuaban hasta la Catedral y los Reales Alcázares. 

Así lo hicieron Isabel I de Castilla (1477), Fernando II de Aragón (1508), su nieto Carlos I de España y la prometida de éste, Isabel de Portugal (1526), en relación con sus desposorios, celebrados en los Reales Alcázares.

Sevilla en el siglo XVI era una ciudad rica y poderosa, y fue visitada en 1570 por el rey Felipe II. 

El recibimiento al monarca fue acorde a su grandeza, y la ciudad fue profusamente engalanada con arcos triunfales, colgaduras, esculturas. 

Durante su estancia se celebraron diversos festejos, como cañas, toros, fuegos y otros regocijos.

Pero, en este caso, el rey llegó por el rio, pasó revista a la flota, y entró en la ciudad bajo mazas, el día diez de 1570 por la Puerta de Goles.

La comitiva desfiló por la calle Armas (actual Alfonso XII), más ancha y recta que las callejuelas de la Macarena, y con capacidad para mayor cantidad de súbditos, llegando a la Catedral   tras cruzar la Plaza del Duque, calle de la Sierpe, Plaza de San Francisco, y calle de Génova.

Según su cronista, Felipe II   dedicó a Sevilla estas elogiosas palabras:   ”El rey gozó de ver la ciudad grande, hermosa, rica, noble, leal, aficionada a su príncipe, compuesta de lo mejor que otras tienen, grandes Señores, ilustres Caballeros, Letrados, Mercaderes, excelencia de artífices, de ingenio, templanza de ayre, serenidad de cielo, fertilidad del suelo en todo lo que la naturaleza puede desear, el apetito procurar, el regalo inventar, la gula demandar la salud y apetecer la enfermedad. Sirvió al Rey para su viaje y casamiento con seiscientos mil ducados por vía de empréstito, y juzgóla y estimóla leal, noble y poderosa”.

Desde ese momento se llamará Puerta Real, como hemos comentado anteriormente, no solo la puerta propiamente dicha, sino todo el espacio inmediato a ella, tanto interior como exterior.

En 1624, el monarca Felipe IV visitó la ciudad y recuperó la tradición de ingresar por la Puerta de la Macarena, con lo que la entrada real, por la puerta de Goles, se realizó en una sola ocasión.

Esta puerta fue la tercera que se reformó en la ciudad, detrás de la Puerta de la Macarena y de la Puerta de Jerez, en un proceso de remodelaciones de las puertas de acceso, por las que se eliminabas las entradas en recodo para sustituirlas por otras frontales, y realizadas con la estética imperante renacentista, más acorde con la importancia alcanzada por la ciudad.

Así, siguiendo lo ordenado por el Cabildo municipal en 1560, Hernán Ruiz II, que realizó el cuerpo de campanas de la Giralda, por entonces Maestro Mayor de la ciudad, diseñó y levantó la nueva Puerta, quizás de mejor planta que las dos anteriores, pues al ser nueva pudo contar, con más facilidades, para instaurar una nueva estética que luego se continuó en la Puerta del Arenal, comenzada en 1566, año en que se concluyó ésta de Goles.

La reconstrucción fue total, eliminándose todos sus aspectos militares, y en su interior albergaba una capilla dedicada a la  Virgen de las Mercedes  y otra al Cristo de la Redención.

Los dibujos del célebre viajero romántico Richard Ford, realizados en los años 1830 (desde el exterior) y 1832 (desde el interior), son importantes documentos gráficos que se complementan con algunas fotografías que nos permiten saber que era una de las puertas más airosas de la ciudad. “Algo tendría de humana (escribe el novelista Manuel Ferrand) cuando al desmontarla la llevaron al cementerio”.


Antigua Puerta de Goles (Ver Crédito)

Fue derribada en 1862, y en 1995 se llevaron a cabo obras en el lienzo de muralla existente, donde se señaló la antigua existencia de la puerta. 

Un azulejo, colocado sobre el trozo de muro superviviente, nos muestra la belleza de esta Puerta después de la restauración de mediados del siglo XVI, y nos da los datos históricos comentados:  que su nombre antiguo fue el de Goles, que el nombre de Puerta Real comenzó a partir de 1570 y que fue derribada en 1864. También podemos ver una placa de mármol que hace referencia al rey Felipe II.

Restos de la Puerta Real y azulejo lateral

Restos de la Puerta Real y mármol superior

Según algunas referencias documentadas, la primera Puerta de Goles queda asociada en lo esencial a una simple torre, por lo que se puede pensar que sería una torre-puerta con la tradicional entrada en recodo, aunque algún estudioso cree que sería más bien una puerta protegida por una torre. 

Tenía una planta rectangular, y constaba de dos cuerpos, formando una construcción alta y robusta de trazado elegante, donde el hueco o vano quedaba ordenado a partir de elementos de orden clásico. 

El cuerpo superior quedaba rematado por un frontón que se decoraba en cada frente con un tondo (composición pictórica realizada en forma de disco, y no en rectángulo como es tradicional). En el interior las armas de la ciudad de Sevilla, y en el exterior las del monarca reinante, Felipe II.

Todo el conjunto quedaba coronado con las clásicas bolas y pirámides talladas en piedra que caracterizan las obras manieristas  de Hernán Ruiz II.

El arco era de medio punto con la clave decorada sobre la que había una placa a cada lado, fechadas en 1565, año de finalización de las obras.

La obra de cantería fue más importante en ésta que en las Puertas de la Macarena o de Jerez, probablemente pensando en la fuerza de los empujes del agua en las crecidas del río. Fue realizada, como era habitual en Sevilla, con piedras traídas de las localidades gaditanas de El Puerto de Santa María y Espera.

Gonzales de León la describe como una puerta “sin vista por el exterior, porque el terreno que ocupa esta tan bajo, que el campo inmediato está a nivel de la clave de su arco, y por consiguiente cubre todo el claro de la puerta, no dejando más que una, como calle, que forma cuesta para salir del terraplén al piso”.

Efectivamente, el bajo nivel del terreno propiciaba acumulaciones de agua procedentes del vecindario, del husillo y de las frecuentes avenidas del Guadalquivir.

En la parte exterior de la puerta había un vertedero muladar formado por vertido de escombros y basuras. Por dentro una fuente publica con agua procedente de la del Arzobispo.

Por la parte de fuera tenia adosada una escalera de mármol que permitía el acceso al arrabal de los Humeros. 

En su frontal oeste estaba gravada la siguiente leyenda “Férrea Ferrandus perfregit claustra Sibillae. Ferrandi, et nomen splendet , ut astra polli”.

La puerta ha marcado durante siglos la personalidad y las funciones de este espacio. Era continuo el paso de carruajes y caballerías y el movimiento de personas hacia la zona del rio. A pesar de la importancia de tal función, el sitio era sucio e insalubre, porque, como hemos comentado, allí iba a parar uno de los grandes husillos de la ciudad, que vaciaba en el rio, lo que en algunos momentos motivó la prohibición de los baños (1743).

La pueda cerraba de noche todavía en la primera mitad del XIX y también con motivo de epidemias, riadas, etc.. aunque debían de quedar en ella guardas o vecinos “para los casos urgentes que se ofrezcan en el barrio de los Humeros” (1839).

Son los habitantes de este arrabal los que en 1802 “manifiestan que con causa de cerrarse la Puerta Real a las oraciones del Ave María y abrirse a las seis de la mañana, están careciendo de médico, cirujano, botica etc.. por lo cual suplican a la ciudad se sirva acordar quede abierta toda la noche”.

Una vez derribada, el espacio resultante entre las actuales Alfonso XII y San Laureano se rotuló Plaza de Arjona, en homenaje a José Manuel de Arjona y Cubas (1781-1868) (ver), asistente de Sevilla (equivalente a lo que sería el Alcalde actual) e impulsor de importantes reformas y mejoras urbanísticas de la Ciudad.

En 1875 vuelve a llamarse plaza de la Puerta Real, nombre que sigue conservando desde entonces, aunque en 1931 hubo una propuesta, que no prospero, de suprimir del rotulo el apelativo Real, llamándola simplemente “plaza de la Puerta”.

El topónimo Puerta Real está todavía muy arraigado en el uso popular sevillano para nombrar no solo esta plaza, sino en general toda la zona que históricamente ha gravitado en torno a ella.

La plaza es un espacio cuadrado de dimensiones medias, que asciende en ligera pendiente hacia San Laureano y que hasta el derribo de la puerta en 1865 presentaba mayor estreches.

Plaza Puerta Real con sus soportales

En la acera oeste, esta la capilla de Nuestra Señora de las Mercedes, que mantiene la advocación, al menos desde el siglo XVII. 

Su titular ha tenido históricamente mucha devoción entre los vecinos de los cercanos barrios de los Humeros, San Vicente y San Lorenzo, cuyas calles recorre procesionalmente. 

En su lateral derecho presenta un azulejo de "Nuestra Señora de las Mercedes Coronada" donado por D. Gabriel Solís Pérez y D. Gabriel Solís Carvajal. 

Capilla de Nuestra Señora de las Mercedes y su azulejo

Como anécdota final, comentar que a partir de 1900 discurrió por la plaza el tranvía eléctrico, el famoso “tranvía de la Puerta Real”, como lo conocían los sevillanos, muy popular por su proverbial lentitud y su carácter familiar.

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